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La pelea del hombre honesto por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta
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La pelea del hombre honesto por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta

Las transformaciones en la novela negra dicen mucho de nuestra sociedad, que ha convertido el trauma en la materia prima de sus narraciones. El sentido de la justicia se sustituye por la sanación

Foto: Fotograma de la serie 'True detective'.
Fotograma de la serie 'True detective'.

La novela negra, en su más amplia acepción, está de moda. El género, antaño menor, se ha convertido en un recurso muy utilizado, también por escritores con cierto nombre, para intentar conseguir ventas y repercusión. Los cambios en los hábitos de lectura, la desaparición de los editores literarios y su sustitución por expertos en marketing, la bifurcación evidente entre obras que venden muchísimo y una gran mayoría que vende muy poco, así como la demanda de entretenimiento, entre otros factores, han contribuido a que goce de buena salud. También existen elementos coyunturales. Como bien recuerda Lorenzo Silva, la novela negra nació en la época de la Gran Depresión y ha regresado con fuerza justo con la crisis de 2008: es literatura para tiempos complicados.

Las narraciones que hoy funcionan, las más exitosas, se alejan mucho de los elementos fundacionales de la novela negra en sus tramas, sus protagonistas y su espíritu. Los cambios lógicos en sus mecanismos narrativos, en las situaciones que describen y en los rasgos de sus personajes son producto de una evolución natural. Pero, como en aquel entonces, es un género que dice mucho de su época.

El catalizador

Entre esas transformaciones, hay algunos muy significativos. En primera instancia, son obras que ponen más énfasis en la personalidad del detective/ protagonista, en sus vivencias y sus relaciones con otros personajes. En algunas de ellas, importan más que la trama. Ocurre en especial en los títulos que, por haber gozado de aceptación, han acabado por conformar una serie, y uno de los mecanismos que permiten que avance es, como bien saben quienes escriben telenovelas, añadir elementos privados a la intriga de fondo. Pero no es solo eso: también responde al gusto por la personalización que ha arraigado en nuestra sociedad, desde el periodismo hasta la política. No se relatan hechos, ni se explican conceptos, ni se describen políticas, sino que se cuentan historias sobre sus protagonistas. Esto le sonaría muy extraño a Raymond Chandler: "La novela policíaca no es y nunca será una novela sobre un detective. El detective entra solo como catalizador. Y sale exactamente como era antes de entrar".

"En ocasiones quebrantará la ley, porque él representa a la justicia y no a la ley"

El detective cumplía una función muy precisa, que Raymond Chandler define nítidamente en A mis mejores amigos no los he visto nunca (Ed. Debolsillo): "En tanto que detective, está fuera de la historia y por encima de ella, y siempre lo estará. Es por eso que nunca se queda con la chica, nunca se casa, nunca tiene vida privada, salvo en la medida en que debe comer y dormir y tener un lugar donde guardar la ropa. Su fuerza moral e intelectual es que no recibe nada más que sus honorarios, a cambio de los cuales protegerá al inocente y destruirá al malvado, y el hecho de que deba hacerlo a cambio de unas exiguas ganancias en un mundo corrupto es lo que lo mantiene aparte. Un rico ocioso no tiene nada que perder salvo su dignidad; el profesional está sujeto a todas las presiones de una civilización urbana y debe elevarse por encima de ellas para hacer su trabajo. En ocasiones quebrantará la ley, porque él representa a la justicia y no a la ley. Puede ser herido o engañado, porque es humano; en una extrema necesidad puede llegar a matar. Pero no hace nada para sí mismo".

La novela detectivesca en su origen tenía mucho de 'tacitas', de un orden tranquilo y pacífico que era perturbado por la aparición del mal, que tomaba la forma de un asesinato, habitualmente fruto de las pasiones o de la avaricia. La novela negra era otra cosa, porque se desenvolvía en un mundo enfangado, en un sistema que no funcionaba. La corrupción dominante no era más que la expresión de que el poder y el dinero ganaban siempre, y que el hombre común jugaba en una liga diferente, la de los que perdían. Sus protagonistas, esos que definieron un tipo de masculinidad, también contenían un aliento ético evidente. Eran personas íntegras, que se manejaban en el filo, que recibían golpes a menudo, que sabían utilizar la ironía y escupir verdades en frases directas. El lector de las clases populares y de las medias bajas, al que estaba en principio destinado el género, podía identificarse perfectamente con ese hombre "sujeto a las presiones de una civilización urbana que se eleva por encima de ellas". Además, sus tramas eran con frecuencia secundarias respecto de la descripción de la sociedad, de ese retrato de la vida en el que el lector encontraba esa realidad subterránea que raramente era narrada. La ley era una cosa, la justicia otra, el detective conseguía que brillase la segunda, y eso era reconfortante.

El trauma, el nuevo sexo

Chandler criticó a la industria de Hollywood por muchos motivos, y entre ellos figuraba su insistencia en convertir este tipo de narrativa en algo mucho más suave a través de la aparición de los sentimientos. Reducir la tarea de alguien que pone orden en el caos de una sociedad corrompida mediante una consabida historia de amor le parecía un contrasentido: "Hacer de esa misión parte de una trillada historia de chico-conoce-chica es convertirla en una estupidez. Pero en Hollywood no se puede hacer una película que en esencia no sea una historia de amor, es decir, una historia en la que el sexo no sea primordial".

En la literatura actual, también en la negra, ocurre algo similar: no se puede contar una historia en la que el trauma no sea primordial. La verdad subterránea en nuestro tiempo no es un mal funcionamiento de la estructura social, sino el peso del pasado en la psique humana. En los protagonistas de las novelas negras, detectivescas, de intriga o incluso de espías, suelen aparecer heridas interiores, culpas profundas o vivencias que regresan una y otra vez para causar dolor. En cuanto a los criminales suelen ser personas dañadas y retorcidas que cometen actos de gran violencia, a menudo increíbles (del orden de utilizar la piel de sus víctimas para confeccionar un mapa de Wisconsin), y que suelen resolverse en la mera pornografía de la crueldad. La espectacularización del género mediante la atención a los detalles escabrosos fue de la mano de la conversión de los asesinos en serie y de esa clase de figuras profundamente perturbadas en los protagonistas reales de las novelas.

La justicia consiste en ser capaz de sanar las heridas del trauma, o en detener momentáneamente el avance del mal

El trauma se ha convertido en el asunto dominante en las creaciones literarias, y a menudo de las cinematográficas, de nuestra época. Las narraciones se psicologizan e interiorizan, y la realidad exterior pierde peso, salvo para hacer más profundo o más complicado de resolver el trauma. Aparece un mundo hostil, en el que criminales crueles no son más que el momento último de una naturaleza humana perversa. El mal que se refleja en el género negro es algo que no se puede comprender, que carece de una explicación que permita combatirlo; es inefable. Simplemente, está ahí y obliga a enfrentarse a él. En cierta medida, es como el terrorista: dan igual los motivos que le hayan llevado a esa situación, se han convertido en figuras cuyo propósito es causar el mayor mal posible.

Poco que ver, en esta época de complicaciones económicas, con ese retrato social de la novela negra inicial, y mucho menos con la aspiración a que la justicia apareciese al final del camino. El horizonte más positivo consiste en ir avanzando en la sanación de las heridas profundas o en la detención del criminal. La justicia consiste en parar momentáneamente ese mal que nos acecha de continuo, una suerte de paréntesis tranquilizador en un mundo siempre amenazante.

Los valores de la sociedad

Esto se parece muy poco a la esencia de la novela negra que describía Chandler, "la pelea de todos los hombres de principios honestos por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta. Es un combate imposible; no puede ganar. Puede ser pobre y amargado y desahogarse en bromas y amoríos casuales, o puede ser corrupto y amistoso y rudo como un productor de Hollywood. Porque el triste hecho es que, exceptuando dos o tres profesiones técnicas que requieren largos años de preparación, no hay absolutamente ningún modo en que un hombre de esa edad adquiera cierta riqueza en la vida sin corromperse en cierta medida, sin aceptar el hecho frío y claro de que el éxito es siempre y en todas partes una estafa".

Esa imposibilidad de ganar el combate fue la que construyó la atracción por el perdedor, que lo era precisamente por mantener la honestidad en un mundo corrupto. Había consecuencias personales negativas, pero eran mucho mejor que seguir el otro camino. El perdedor es un término que no tiene sentido en esta tesitura, y que pierde toda connotación ética: los dañados son personas a las que el azar les ha dado malas cartas y tienen que recomponerse del daño sufrido. En líneas generales, en la mayoría de las historias, no hay una pelea contra la corrupción o la falsedad del sistema, sino simplemente trauma y mal en estado puro.

Lo interesante de la novela negra, de la detectivesca y de la de intriga, no es tanto su evolución o la valoración estética de la misma, sino lo que refleja de los valores y creencias de una sociedad. Es un género adecuado para leer a través de él, y más aún en un instante de crisis de época, de valores decaídos, de economía declinante para una mayoría de la población y de sensación que el sistema no funciona bien. En ese contexto, lo que emerge son escritores pasándose al género negro para sobrevivir, la pulsión pornográfica que lleva a la espectacularización de la crueldad, el regreso a una intimidad que conlleva la renuncia a la idea de justicia social, la descripción del mundo como naturalmente agresivo, la ausencia de sociedad, el desinterés por la honestidad y la fatiga permanente de quienes luchan contra el mal. En algún momento del futuro, alguien hará de Siegfried Kracauer, escribirá el De Caligari a Hitler: una historia psicológica del cine alemán de nuestra época, y lo entenderemos todo mucho más claramente.

La novela negra, en su más amplia acepción, está de moda. El género, antaño menor, se ha convertido en un recurso muy utilizado, también por escritores con cierto nombre, para intentar conseguir ventas y repercusión. Los cambios en los hábitos de lectura, la desaparición de los editores literarios y su sustitución por expertos en marketing, la bifurcación evidente entre obras que venden muchísimo y una gran mayoría que vende muy poco, así como la demanda de entretenimiento, entre otros factores, han contribuido a que goce de buena salud. También existen elementos coyunturales. Como bien recuerda Lorenzo Silva, la novela negra nació en la época de la Gran Depresión y ha regresado con fuerza justo con la crisis de 2008: es literatura para tiempos complicados.

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