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El hombre que acuchilla bebés para perjudicar tu agenda política
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El hombre que acuchilla bebés para perjudicar tu agenda política

La noticia de un apuñalamiento de niños no reivindicada por grupo terrorista alguno está para mí exenta de política y penetra en el terreno de la maldad o la psiquiatría

Foto: Tributo a las víctimas del ataque con arma blanca en Annecy, Francia. (Reuters/Denis Balibouse)
Tributo a las víctimas del ataque con arma blanca en Annecy, Francia. (Reuters/Denis Balibouse)
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Casi cada tarde, entre semana, paso con mi hijo en el parque entre dos o tres horas. Tres horitas de verlo jugar, de jugar con él, de no hacer nada más. Algún día hace amigos y logro leer dos páginas de un libro en un banco. Algún otro hasta respondo un correo urgente con el móvil. Pero prefiero perder dinero a perderme su infancia. Tiene dos años y medio. Es la edad, más o menos, de los cuatro niños acuchillados en Annecy, Francia. Comprenderéis que haya silenciado las noticias sobre el tema.

No las he silenciado a tiempo, claro. Sé cosas que no me dicen nada: el atacante es un sirio a la espera de asilo, sin trabajo. Un refugiado lleno de apatía, carne del exilio que sacudió aquel país. He leído que iba a un parque habitualmente, se sentaba en un banco, bebía y fumaba sin hacer caso a nadie. En los parques a los que voy hay presencias como esa. Hombres y mujeres que están ahí, inquietantes, y que uno no puede evitar mirar con recelo paterno, irracional, si los críos juegan cerca.

Mis abuelos fueron pobres durante la mayor parte de sus vidas y no recuerdo que apuñalaran bebés. ¡Ni siquiera apuñalaron adultos!

He leído también que este hombre era, por lo visto, cristiano y no musulmán. Mientras apuñalaba a bebés en sus carritos, daba salvas a Jesucristo. Por mí, lo mismo daría si hubiera gritado Alá es grande, o que fuera suscriptor de Charlie Hebdo: la noticia de un apuñalamiento de niños no reivindicada por grupo terrorista alguno está para mí exenta de política y penetra en el terreno de la maldad o la psiquiatría. La cosa es que, justo antes de cerrar el grifo, me han saltado los tertulianos y tuiteros: Le Pen, la pobreza, decían. O que si es moro, extranjero, y tal.

Son las dos ramas predilectas de ese árbol que brota del estiércol intelectual. Alguien que apuñala bebés en un parque puede ser sirio de la misma forma que alguien que apuñala a su mujer puede ser de Jumilla. No lo han hecho los sirios, ni los jumillanos, ni los varones: lo ha hecho ese tipo. Colectivizar la culpa o la víctima es la manía de quienes hacen pasar la desgracia ajena por el ojo de su agenda política.

Los más rápidos han corrido a decir, temerosos de que el tipo fuera musulmán y esto pudiera beneficiar a la ultraderecha, que ha hecho esto porque está en paro, porque es pobre. Ah, ¿entonces son los pobres los que hacen eso? Mis abuelos fueron pobres durante la mayor parte de sus vidas y no recuerdo que apuñalaran bebés. ¡Ni siquiera apuñalaron adultos! Eran pobres y usaban los cuchillos para cortar la comida.

La gente que da sentido a sus vidas vacías con cruzadas político-religiosas ha sembrado el terror en el mundo desde los tiempos sumerios

Reducir a un apuñalador de bebés a un parámetro identitario es tan estúpido como reducir a un perro que mata a un crío a su raza. Tan ciego como equiparar nacionalidad y religión, etnia y motivación del crimen, sexo y forma de ser. Flotamos en el océano de la incomprensión y muchos corren a agarrarse a un madero de mierdecitas estructurales. El desorden da mucho miedo a los bobos. ¡Diagnóstico, diagnóstico!

Los asesinos de Bataclan, por ejemplo, eran musulmanes belgas, nacidos y criados en Molenbeek, y pertenecían a familias alejadas de la exclusión social, asentadas, hasta prósperas algunas de ellas. Pasaron de los porros y el alcohol a encontrar sentido a sus vidas de nini viajando a Siria para entregarse al Estado Islámico. Fue, por tanto, la política inyectada por la vía de la religión, ni siquiera la religión por sí misma, lo que los convirtió en monstruos. Ni la cultura, ni la identidad, ni la pobreza.

La gente que da sentido a sus vidas vacías con cruzadas político-religiosas ha sembrado el terror en el mundo desde los tiempos sumerios, ahí tenéis al Estado Islámico o a ETA. Luego están los que matan porque les da por ahí, como parece que ha hecho este sirio. Y también están las mafias, los grupos de interés, los crímenes por cálculo o protección del statu quo, como esa historia de los gitanos de Badalona que violan en un centro comercial y luego amenazan a las víctimas.

Foto: Fotografía: EFE/EPA/Gregory Ros.

Eludir ciertos factores por corrección política es tan estúpido como atribuir nada más que a esos factores actos execrables. Una simplificación intolerable de la complejidad humana, y una injusta colectivización del delito a un grupo conformado por gente normal. Por no hablar de los que anotan puntos en el enfrentamiento político.

Pregunto: ¿a qué partido beneficia que el apuñalador sea sirio? ¿A quién beneficia que no sea musulmán, sino cristiano, el que clava cuchillos en niños de la edad de mi hijo? ¿En qué tejado de la chabola ideológica se encuentra la pelota?

Esta clase de polémicas me hacen pensar en una incapacidad generalizada para gestionar las excepciones. El vicio sociológico: explicar el rayo que cae en un sitio al azar según tres estudios sobre el cambio climático. Generalizaciones de preescolar para sucesos inexplicables. Aquí lo único estructural está dentro de algunas cabezas, que necesitan ese andamiaje porque sus mentes, sin eso, se derrumban confundidas.

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Estamos rodeados de merluzos que creen que alguien comete barbaridades para encajar en su molde. Para darles la razón, o para quitársela a otro. Como si cada criminal asesinara, violara, apuñalara o tirotease por lo que le da la gana a tal o cual tertuliano de Susana Griso.

En fin, seré yo, que soy rarito, pero, ante una noticia como esta, solo pienso en nuestros hijos y en el terror letal que golpea, sin venir a cuento, y sin que podamos protegerlos. Por eso no quiero saber más.

Casi cada tarde, entre semana, paso con mi hijo en el parque entre dos o tres horas. Tres horitas de verlo jugar, de jugar con él, de no hacer nada más. Algún día hace amigos y logro leer dos páginas de un libro en un banco. Algún otro hasta respondo un correo urgente con el móvil. Pero prefiero perder dinero a perderme su infancia. Tiene dos años y medio. Es la edad, más o menos, de los cuatro niños acuchillados en Annecy, Francia. Comprenderéis que haya silenciado las noticias sobre el tema.

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