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La ola reaccionaria es gente votando
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Mala fama

La ola reaccionaria es gente votando

Toda apunta a una masacre electoral el próximo 23 de julio

Foto: Alberto Garzón, ministro de Consumo y coordinador federal de Izquierda Unida.  EFE / Jennifer Gómez
Alberto Garzón, ministro de Consumo y coordinador federal de Izquierda Unida. EFE / Jennifer Gómez

Se fue Alberto Garzón sin poder subirnos otro poco el precio de la vida, pero nos dejó dos palabras baratas: “Ola reaccionaria”. He buscado y resulta que este sintagma es el nuevo talismán semántico de los creadores de otras bisuterías como “alerta antifascista” o “escudo social”. Para nombrar lo que no existe ya teníamos en castellano una palabra más corta: “nada”. En general, las entidades producto exclusivo de tu imaginación funcionan muy bien con los niños. Con lo votantes, yo creo que no.

Lo que se escucha en el bar

El otro día me tomé un café. Otro. Donde siempre. Un bar del montón en Carabanchel. Voy mucho. No dije ni lo que quería. El camarero se puso a ello como todas las mañanas. De pronto, sonó su móvil. Escuché lo que decía. Le preguntaban, desde el otro lado de la línea, por su hijo. Entendí que su hijo jugaba al fútbol, y muy bien. “No sabe qué hacer”, decía el camarero, cada vez menos camarero y más padre. Nombró clubes deportivos de Madrid que yo desconocía, pero entendí también que su hijo debía de tener como 10 o 12 años, y que todos esos clubes de Madrid querían ficharle. Al camarero, tan padre, se le olvidó de pronto cómo se calentaba la leche, dónde estaba la barra, dónde, el suelo y el techo, y que yo estaba ahí asistiendo a las cosas de la vida que son realmente preciosas. Un padre orgulloso.

Luego hice una composición de lugar. El camarero es, en rigor, el dueño del bar, junto a su mujer, que suele estar en la otra punta del mostrador. Abren a las siete de la mañana, todos los días menos el lunes. Están siempre de un humor equis, no muy arriba, vamos. Y tienen un chaval cuyo futuro les pone en danza el corazón. Y esto, queridos hijos de puta, es la gente.

O sea, vuestra ola reaccionaria.

placeholder Afra Blanco, colaboradora de La Sexta. (Atresmedia)
Afra Blanco, colaboradora de La Sexta. (Atresmedia)

Tras el 28M, los analistas de izquierdas hablaron de la estupidez de la gente, de la facilidad con que es manipulada, de su falta de educación (Fallarás), de que votan por la derecha a nada que oyen la palabra “Txapote”, de que ven mucho la tele; la tele mala. Una comentarista dijo en la tele buena: “En España está arrasando literalmente la violencia; en España está arrasando literalmente el machismo, en España está arrasando literalmente la homofobia y la xenofobia con Vox, por lo tanto hay que hacer algo" (Afra Blanco). Lo cierto es que no hay ni rastro de esa España arrasada en el bar que les digo, por lo que Afra debe de creer precisamente que es la gente del bar que les digo la que arrasa el país a caballo de fobias feroces.

Hacer algo ante la ola reaccionaria. Ese “algo” nunca incluye conseguir que la gente te vote. Garzón se despidió hablando de “frenar” la ola. Es una aporía fascinante. La ola reaccionaria es gente votando, y en “hacerle frente” o “frenarla” no hay nada relativo a convencer a la gente de que cambie el signo de su sufragio. Es como si la gente estuviera ahí delante, y hubiera que pararlos, y para ello lo mejor fuera hacer así con los puños, muy fuerte, como en las pelis de poderes.

Vamos a parar a los propios votantes, sólo así ganaremos las elecciones, pensando que los electores son nuestros enemigos. La realidad es que no hay otros votantes que los que tienes enfrente.

placeholder Bob Pop, colaborador de 'La marea'. EFE
Bob Pop, colaborador de 'La marea'. EFE

El análisis que más me ha impresionado ha sido el de Bob Pop para La marea. Roberto le compra una idea escalofriantemente infame a Mauro Entrialgo, que dice: “La gente no ha votado a Ayuso porque le guste, sino porque le encanta con su voto darle poder a un villana de película”. O sea, el matrimonio del bar, que abre a las siete de la mañana, que paga la luz más cara que nunca, que tiene mil problemas y preocupaciones a lo largo del día, cuando llega la hora de votar se dice: “Ayuso, qué mala pécora es, pero vamos a votarla para disfrutar otros cuatro años con la Harley Quinn de Chamberí”. Bob Pop remata el argumento diciendo que los votantes son “adolescentes” jugando con el joystick a videojuegos.

O sea, cree que los votantes son como él. A Bob Pop le da igual quien gane, con la vida resuelta y veinte años sin subirse a un transporte público. Las personas con la vida resuelta pueden votar, en efecto, atendiendo a criterios de la más estricta majadería.

Pero la gente no tiene un joystick, lo que tiene son facturas, familiares ingresados, quinientos euros en el banco. La gente no vota para hacer la gracia. Vota a ver si mejora su vida. Se puede equivocar, pero desde luego no vota a lo gilipollas.

Ganar todos

Cuando escuchas estos análisis, los de Bob Pop, los de Javier “Crudo”, los de tantos faros intelectuales de la auténtica izquierda, notas algo extraño: quieren ganar. Quieren ganar ellos. Quieren que otros pierdan. Nunca hablan como si supieran la manera de que ganemos todos.

Cuando se analiza la política y las elecciones pensando en que ganemos todos, se seduce a la gente. Cuando se propone que la gente es un estorbo para la propia victoria, se recibe una paliza. Es lo que hay.

La inmensa mayoría de la gente bajo la presidencia de Sánchez ha recibido este mensaje: apáñatelas como puedas, no eres lo suficientemente pobre para recibir mi ayuda, ni lo suficientemente vasco

Todo el mundo sabe que la campaña de Pedro Sánchez basada en el fascismo es un error. La gente no tiene miedo de que llegue el fascismo, tiene bastante más miedo de que llegue la factura del gas.

Garzón hizo de su ministerio una máquina de subir precios a capricho, porque subir precios era bueno para las flores y los océanos (“el impacto medioambiental del consumo globalizado en ecosistemas altamente amenazados”). Irene Montero hizo de su ministerio una máquina de insultar a todos los hombres, y luego una máquina de insultar a casi todas las mujeres. Sánchez ha gobernado para un puñado de minorías: sus socios y los más marginados. Contentando socios mantenía los apoyos a su gobierno, parcheando miserias daba pátina moral a su gestión. La realidad es que la inmensa mayoría de la gente bajo la presidencia de Sánchez ha recibido este mensaje: apáñatelas como puedas, no eres lo suficientemente pobre para recibir mi ayuda, ni lo suficientemente vasco.

placeholder Pedros Sánchez, presidente del Gobierno. EFE
Pedros Sánchez, presidente del Gobierno. EFE

Algunos ironizan con que las generales son una segunda oportunidad que da la izquierda a la gente para que vote bien, y consiga el aprobado democrático. Es gracioso, pero yo no lo veo así. El voto en las generales está decidido desde hace mucho tiempo. Unos lo decidieron con la ley del “sólo sí es sí”; otros, con la noticia de la anciana cuya casa okuparon; otros, pagando ocho euros por una botella de aceite de oliva. Que Sánchez sea exactamente culpable de todo esto da igual: la gente ha sentenciado que lo es. Y va a hacerle pagar por ello. Hay ganas.

Mi sensación es que el 23 de julio va a suceder lo siguiente: una auténtica masacre.

Se fue Alberto Garzón sin poder subirnos otro poco el precio de la vida, pero nos dejó dos palabras baratas: “Ola reaccionaria”. He buscado y resulta que este sintagma es el nuevo talismán semántico de los creadores de otras bisuterías como “alerta antifascista” o “escudo social”. Para nombrar lo que no existe ya teníamos en castellano una palabra más corta: “nada”. En general, las entidades producto exclusivo de tu imaginación funcionan muy bien con los niños. Con lo votantes, yo creo que no.

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