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'Las niñas zombi': una mirada millennial sobre la Guerra Civil
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'Las niñas zombi': una mirada millennial sobre la Guerra Civil

Celso Giménez, miembro de La Tristura, debuta en solitario con un retrato generacional de las nietas de los vencidos

Foto: Celso Jiménez estrena sin La Tristura 'Las niñas zombi', en el Conde Duque. (Mario Zamora)
Celso Jiménez estrena sin La Tristura 'Las niñas zombi', en el Conde Duque. (Mario Zamora)

Sucedió así, en un bosque, hace casi cien años: un hombre llamado Ángel Dubois recibió un disparo, quizás en el pecho, quizás en la cabeza. Cayó al suelo, se desangró y murió. Su cuerpo se quedó solo, en mitad de la noche y en medio de ese bosque, y durante una hora permaneció inmóvil. Después, Dubois vivió una resurrección zombi. ¿Es esta una historia inspirada en The Walking Dead? No, no lo es.

Esta es una historia sobre la Guerra Civil y la herencia recibida y la identidad y la memoria que nace de la biografía familiar de su director y autor, que abre el telón y entra en escena, a oscuras, con un micro en la mano y nos cuenta que hace poco leyó que "la primera generación de exiliados no habla de lo que les ocurrió, no tienen un lenguaje porque han embotellado el trauma en su interior. La segunda, tampoco. Están muy ocupados: tienen que construir una vida. Pero la tercera generación, los más jóvenes, son los que excavan en la memoria de sus mayores. Hablamos mucho de que hemos heredado el color del pelo o la forma de la cara, pero también heredamos algo tan abstracto como la pena. Somos la tercera generación y me pregunto si la última". Es Celso Giménez y esta historia, que acaba de estrenar en el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, se llama Las niñas zombi.

placeholder Un momento de 'Las niñas zombi'. (Mario Zamora)
Un momento de 'Las niñas zombi'. (Mario Zamora)

Esas niñas zombi son las nietas y los nietos de quienes vivieron la guerra, que Giménez sitúa en la generación millennial, tres mujeres de 30 años que interpretan tres actrices —Natalia Fernandes, Teresa Garzón y Belén Martí Lluch—, tres primas que se encuentran en una casa en el bosque, una especie de cápsula espacial y temporal en la que pondrán discos de vinilo de los setenta y bailarán a Beyoncé y hablarán de sus padres y de chicos y del amor y de sus cuerpos y de estar solas o estar con alguien y de ese abuelo que comparten, que nació en 1919, que se llamó Celso durante sus primeros 20 años y Ángel Dubois en los 40 años siguientes, un hombre que, en vez de exiliarse en Francia, se exilió en otro nombre. Ese abuelo es el abuelo de Celso Giménez, que decidió construir esta historia a partir de las historias que su abuela le contaba a su madre y a sus tías y que él, siendo un crío, escuchaba y guardaba en su memoria. "Suelen ser las mujeres las que hablan", dice en escena.

Conversaciones entre amigas

Después de la función, un ensayo general para prensa, es Celso quien habla y explica a este diario por qué aquí y ahora otra historia sobre la Guerra Civil: "¿Sabes cuando tienes una historia que sientes que vas a querer contar en algún momento? Yo decido investigar después de haber escuchado toda la vida que los Celso de la familia tienen mucha suerte o que eres el favorito de la abuela porque te llamas Celso, como el abuelo. Y llegan las navidades y pregunto más y, claro, mi padre me cuenta lo mismo que mi abuela y la otra parte de la familia dice que para nada". Y, a partir de esa "investigación familiar", Giménez arma una obra con mucho de ficción en la que no clarifica lo que le sucedió a su abuelo, que primero fue Celso y después vivió muchos años con otro nombre y otra identidad, pero todo eso que escuchó de crío y después como adulto le llevó a pensar en "cómo afectan la herencia y las genealogías a nuestras vidas, y me lleva a construir esta pieza tratando de imaginar cómo somos las nietas, las niñas zombi que no llegamos siquiera a saber bien qué sucedió y, sin embargo, estamos transformadas a nivel educacional, cultural y sentimental por estas historias que parecen películas lejanas de zombis y vampiros".

placeholder Otro momento del montaje de Celso Jiménez. (Mario Zamora)
Otro momento del montaje de Celso Jiménez. (Mario Zamora)

Porque a esas tres niñas zombi, a esas treintañeras que son primas, la Guerra Civil les pilla muy lejos. Es más, no tienen ni idea de lo que vivieron sus abuelos y tampoco tienen muy claro qué significa haber estado en el bando de los vencidos, pero quizá en sus cuerpos resuene un instinto de supervivencia antiguo o una manera familiar de enfrentarse a todo aquello que oprime. Y esas tres chicas van tirando del hilo a partir de la idea de legado, de esa herencia material —una casa a repartir entre sus padres— que tiene revuelta a la familia y de esa otra herencia física, genética, esa nariz grande que también tiene un padre y que tal vez tuvo también ese abuelo español de apellido francés.

Y esa historia del abuelo, que van armando y que tiene algo de cuento y también de thriller, convive con el verdadero motor de la obra: un retrato generacional que Celso Giménez propone a partir de un espacio de intimidad femenina en el que tres chicas hablan de vínculos y pareja, chicas que dicen "jo, tía" sin parar, que no entienden cómo se puede estar con alguien desde los 18 años y que admiten, sin embargo, no saber cómo hacerlo de otra forma, chicas que van a terapia, que hablan de lo que le falta y le sobra a sus cuerpos, chicas —las tres actrices también bailarinas— que hablan de dejar de bailar porque ya está bien de intentar adaptarse a la norma, al canon. Chicas que hablan como si nos las observara nadie, dentro de una casa convertida en una burbuja, en una pecera, en una especie de cuarto propio bastante alejado del patio de butacas, con una pared de plástico transparente que nos deja ver lo que ocurre dentro, pero que nos escamotea el detalle, el gesto en primer plano. Marcos Morau firma la escenografía de esta pieza y esa casa en la que transcurre la acción gira sobre sí misma al final del montaje para mostrarnos la trasera, una trasera muy parecida a la de Opening night, pieza de La Veronal, la compañía de danza de Morau.

Sin La Tristura, pero con ella

En Las niñas zombi, Celso Giménez vuelve a lugares en los que ya ha estado. Construye todo ese retrato generacional a partir de un universo, el femenino, similar al de las dos piezas en las que trabajó con la compañía de danza Mucha Muchacha (una de sus miembros, Belén Martí, forma parte del reparto de este montaje). Elige a personajes más jóvenes que él (39 años) para construir una historia sobre la identidad, como ya hizo en Future Lovers con el universo adolescente, y, por último, regresa al asunto de la memoria histórica que ya trató en Cine, una pieza sobre los bebés robados en España.

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Otro momento de 'Las niñas zombi'. (Mario Zamora)

¿Qué hay de nuevo, entonces, en esta obra? Que es el primer proyecto en solitario de Celso Giménez, que afronta esta pieza sin la compañía que comparte con Violeta Gil e Itsaso Arana, La Tristura, y eso significa que, en un plano creativo, también Celso está manteniendo una conversación consigo mismo en torno a la identidad y la herencia recibida. Sin La Tristura, pero con ella. Y eso, explica el creador, "es fuerte porque me importa mucho y nada a la vez. Nos inventamos un nombre hace 19 años y a veces dices ya está, pero luego siempre volvemos de una manera o de otra. La Tristura nació como proyecto de juventud, de revolución, de cambio de paradigma, de cómo nos teníamos que relacionar y es tan fuerte en nuestras herencias sentimentales que no podemos salir del todo. Pero se trata de probar, de ver, de estar y de no sentirme con un paraguas de toda la vida, pero luego volveremos a estar juntos porque en breve se va a anunciar un proyecto supergrande con La Tristura".

Celso Giménez firma una dramaturgia sugerente que huye del panfleto en una obra con ambición dialéctica que apela a lo colectivo —"los zombis solo tenemos peligro cuando somos miles. ¿Cuándo sentimos por última vez que éramos miles? ¿En qué siglo fue? ¿En qué siglo será?"—, pero en la que echamos de menos algo más de profundidad entre tanta frase bonita con vocación poética y, también, un menor protagonismo de su autor. Celso abre y cierra el montaje, dando voz a textos que son proyectados al mismo tiempo en pantallas de led, un recurso reiterativo (¿por qué escuchar lo mismo que ya estamos leyendo?) y que evidencia, de alguna manera, que él es el anfitrión de esta historia, que es él quien la abre y la cierra, aunque haya elegido para contarla, y parapetarse tras ellas, a tres mujeres de una edad cercana, pero distinta a la suya. Las niñas zombi es el primer intento de Celso de construir un universo escénico sin La Tristura, y esa decisión le sitúa en un lugar de búsqueda y de fragilidad que ojalá continúe en el futuro.

‘Las niñas zombi’. Autoría y dirección: Celso Giménez. Intérpretes: Natalia Fernandes, Teresa Garzón y Belén Martí Lluch, En el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, hasta el 11 de junio. En el Festival Grec de Barcelona, el 7 y 8 de julio.

Sucedió así, en un bosque, hace casi cien años: un hombre llamado Ángel Dubois recibió un disparo, quizás en el pecho, quizás en la cabeza. Cayó al suelo, se desangró y murió. Su cuerpo se quedó solo, en mitad de la noche y en medio de ese bosque, y durante una hora permaneció inmóvil. Después, Dubois vivió una resurrección zombi. ¿Es esta una historia inspirada en The Walking Dead? No, no lo es.

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