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Lo que faltaba: okupas satánicos
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Lo que faltaba: okupas satánicos

John Darnielle presenta en 'La casa del diablo' una poderosa fábula sobre la propiedadinmobiliaria y la ocupación

Foto: La casa del diablo, de John Darnielle.
La casa del diablo, de John Darnielle.

Uno de los pocos editores que me ha caído bien en toda mi carrera literaria fue Gonzalo Canedo (1955-2013). Fundó Libros del Silencio y, durante los años que la vida le dejó mimar su proyecto, enriqueció las librerías con un buen puñado de traducciones atinadas. Publicó, por ejemplo, Knockemstiff (2008), de Donald Ray Pollock. Eran cuentos sobre basura blanca y las cosas de la basura blanca, drogas, Dios y Satán. Como este libro me pareció extraordinario, llegué a preguntarme y preguntarle cómo lo publicaba él, y no un sello asentado y financieramente más imponente. Durante algunos meses, manoseé el mito del pequeño editor de perspicacia inaudita que consigue traer a España libros extranjeros fabulosos gracias a la ceguera e ignorancia de los editores de los grandes grupos. Pero la cosa, según me contó Canedo, era menos épica. Simplemente una agente le ofreció el libro, y lo compró. Esto quiere decir que todas las editoriales habían rechazado Knockemstiff hasta darle a Canedo su oportunidad.

Algo parecido he pensando mientras leía La casa del diablo (Aristas Martínez), de John Darnielle. Sus cien primeras páginas son las propias de una obra maestra, y uno no entiende cómo las obras maestras acaban en Badajoz. Nuevamente, me dejé acunar por el romanticismo de pequeños editores extraordinarios, que se adelantan a los grandes grupos y consiguen para sus catálogos novelones de fuste. También pensé en la posibilidad de que el traductor, Javier Calvo, hubiera dado el chivatazo al sello sobre esta novela, y por ahí hubiéramos acabado en Badajoz. Al final pregunté directamente a la editorial cómo demonios (nunca mejor dicho) han conseguido La casa del diablo, y me dijeron lo mismo que Canedo: una agente les ofreció la novela. O sea, los grandes sellos estaban muy ocupados publicando autoficción sobre mi papá y mi mamá como para perder el tiempo con otra gran novela americana.

placeholder La casa del diablo.
La casa del diablo.

Como decimos, las cien primeras páginas de La casa del diablo son extraordinarias, a pesar de estar protagonizadas por un escritor. Se trata, la novela, de una falso true crime, y la cosa se complica todavía más. Tenemos a este escritor, Gage Chandler, que husmea puertohurracos o alcassers y hace bestsellers con ellos. El libro es en rigor una reflexión sobre el trabajo de inventarse la realidad, tomando como punto de partida la realidad más chunga de todas: donde hubo asesinatos, mucha sangre, mucho morbo y mucha prensa. Un poco lo que hace Netflix cada dos meses con sus series sobre asesinos de verdad.

Para Chandler, en sus reflexiones, lo importante es el relato que su libro da por bueno, y el efecto que ese relato establecido tiene sobre las personas que vivieron de cerca los crímenes (en el milagroso caso de contarse entre los supervivientes). La casa del diablo, al cabo, resulta ser el libro que he escrito para no escribir el libro que me había propuesto escribir.

"¿Qué es una casa propia? ¿A qué casa vuelve uno cuando dice que vuelve a casa? ¿Quién puede permitirse una vivienda en San Francisco?"

Chandler, en un arranque de profesionalidad un tanto suicida, decide comprar de hecho la casa donde sucedieron los crímenes que pretende narrar en su nuevo libro. Así, el escenario de la matanza es el escenario de la escritura de la matanza, y el escritor levanta la vista no para ver un árbol al otro lado de la ventana, sino para ver el lugar donde cayó uno de los cadáveres.

Esto es muy llamativo e indica el auténtico (para mi lectura) tema de la novela. No en vano, su primera frase es: "Me llamó ayer mi madre para preguntarme si ya estaba listo para volver a casa". Porque el asunto que La casa del diablo merodea constantemente es, en efecto, la casa. ¿Qué es una casa propia? ¿A qué casa vuelve uno cuando dice que vuelve a casa? ¿Quién puede permitirse una vivienda en San Francisco? ¿No es su casa, realmente, esa vivienda que ocupan unos jóvenes sin otro lugar al que ir?

placeholder El escritor John Darnielle
El escritor John Darnielle

John Darnielle plantea por tanto un thriller inmobiliario, mezclado con toneladas de satanismo de mentira. Tenemos a grandes tenedores de vivienda que abusan de sus inquilinos, y a inquilinos hastiados que arrasan la propiedad en la que han estado de alquiler antes de marcharse, como venganza. La condición satánica de los okupas (que recuerda a la secta de Charles Manson) resulta en realidad recreativa: pintan estrellas, números y monstruos como diversión, pero debido a que luego se han encontrado cuerpos partidos a espadazos, todo lo tiene que explicar un culto oscuro.

Los momentos de violencia en libro no son sutiles. "El umbral de la violencia excesiva son diecisiete puñaladas", leemos.

Si bien el brillante comienzo recuerda de alguna manera la inteligencia literaria de Don DeLillo, el libro se vuelve más corriente en las cuatrocientas páginas que siguen. Se vuelve, en suma, Richard Ford. Los novelistas americanos si una cosa saben hacer es llenar páginas con cosas, con objetos, con materiales. El esfuerzo de Darnielle por que veamos la casa, pared a pared y baldosa a baldosa, es impresionante; pero decenas de páginas descriptivas acaban acogotando a cualquier lector. Hay como un exceso de validación de lo verosímil. Darnielle, como Ford, necesita de tal manera que te creas lo que está contando que señala hasta el último detalle de una puerta, un coche o una indumentaria.

Si bien el brillante comienzo recuerda de alguna manera la inteligencia literaria de Don DeLillo, el libro se vuelve más corriente después

Además, en la conocida tradición narrativa de aquel país, los personajes son igualmente sacrosantos. Como hemos apuntado algunas veces, toda la novela americana es un desarrollo de la frase de Heráclito "carácter es destino", de modo que los personajes son siempre minuciosamente descritos, interrogados y biografiados, además de que el lector debe oírles hablar y debe oír hablar a otros personajes sobre ellos. No puede ser que un tipo se llame Keth y haya matado a dos personas. Hay que saberlo todo acerca de Keth.

Así, La casa del diablo es una estupenda novela cuyas páginas más estimulantes son las cien primeras, cuando lo recomendable (porque es lo que funciona mejor) es que fuera exactamente al revés.

Con todo, el destino en España de John Darnielle puede anticiparse con seguridad: ser publicado por Random House y, luego, desaparecer.

Uno de los pocos editores que me ha caído bien en toda mi carrera literaria fue Gonzalo Canedo (1955-2013). Fundó Libros del Silencio y, durante los años que la vida le dejó mimar su proyecto, enriqueció las librerías con un buen puñado de traducciones atinadas. Publicó, por ejemplo, Knockemstiff (2008), de Donald Ray Pollock. Eran cuentos sobre basura blanca y las cosas de la basura blanca, drogas, Dios y Satán. Como este libro me pareció extraordinario, llegué a preguntarme y preguntarle cómo lo publicaba él, y no un sello asentado y financieramente más imponente. Durante algunos meses, manoseé el mito del pequeño editor de perspicacia inaudita que consigue traer a España libros extranjeros fabulosos gracias a la ceguera e ignorancia de los editores de los grandes grupos. Pero la cosa, según me contó Canedo, era menos épica. Simplemente una agente le ofreció el libro, y lo compró. Esto quiere decir que todas las editoriales habían rechazado Knockemstiff hasta darle a Canedo su oportunidad.

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