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Esos hombres que han pasado de un día para otro de la adolescencia a la crisis de los 40
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'TRINCHERA CULTURAL'

Esos hombres que han pasado de un día para otro de la adolescencia a la crisis de los 40

Hay una generación de varones que han superado los 40 que siguen comportándose como hace 20 años, con la diferencia de que ya no comprenden el mundo que los rodea

Foto: Despedida de soltero en Vitoria. (EFE/David Aguilar)
Despedida de soltero en Vitoria. (EFE/David Aguilar)
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¿Observa usted a ese varón de unos cuarenta años, camiseta de la selección de Argentina, barba de cuatro días que nunca desaparece y zapatillas New Balance, deslizándose a las cuatro de la mañana en un garito de música indie jaleado por sus colegas, que ejecutan arrítmicos movimientos tan etílicos como los suyos? La resultará imposible decir si es un joven eterno que aún no alcanzado la madurez o un viejo que va de joven. Si aún está de viaje hacia Troya o si ya ha emprendido su retorno a Ítaca. Ni nosotros sabemos si vamos o volvemos.

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Somos magníficos ejemplares de una raza que tal vez nunca había existido en la historia del ser humano, el hombre en crisis de mediana edad que no ha pasado por la fase gris pero satisfactoria de la estabilidad. Si existimos es porque pertenecemos a un contexto socioeconómico en el que la juventud se alarga, la adultez no llega nunca y la madurez empieza a adoptar los rasgos de una segunda juventud. La crisis de mediana edad, en su sentido tradicional, consistía en echar la vista atrás y añorar todo aquello que las cargas de la vida (la familia o el trabajo) nos había impedido hacer. La crisis de mediana edad hoy es, simplemente, el salto repentino de un estado de adolescente perpetuo a otro de adulto infantilizado.

Se les ha juntado la juventud tardía con la decrepitud temprana; es imposible saber dónde termina una y empieza la otra

Los vemos en las pistas de tenis o las canchas de básket alquiladas los sábados por la mañana, en la terraza del barrio poco después gesticulando mucho y soltando referencias a los vídeos de Pantomima Full o siendo ellos mismos Pantomima Full. Sobre todo, los veremos en los macrofestivales de verano, su entorno natural, bebiendo minis de cubata mientras de fondo suenan Red Hot Chili Peppers, Muse o Arctic Monkeys, grupos "de su época", porque como no tienen pareja e hijos con quien irse de viaje, su destino vacacional es la barra de metal del Mad Cool. Pedimos otra, ¿no?

Fuerte energía de divorciados sin haberse casado nunca, de directivos pasados de vuelta sin haber pasado de asalariados, veteranos sin haber pasado por principiantes, se les ha juntado la juventud tardía con la decrepitud temprana: es imposible saber dónde termina una y empieza la otra. Lo que marca la frontera entre un estado y el otro no es ningún cambio en nosotros mismos, porque hemos seguido siendo igual, sino en el mundo que nos alberga. Hemos mantenido estilo de vida, actitudes y creencias, mientras el entorno evolucionaba.

placeholder Cuidado con el limbo después de los 40. (Reuters/Vincent West)
Cuidado con el limbo después de los 40. (Reuters/Vincent West)

La diferencia entre el adolescente envejecido y el viejo rejuvenecido es un instante de epifanía. Ese momento en el que por fin se dan cuenta de que ya no conocen la música que escuchan los jóvenes, ni frecuentan sus redes sociales, ni son capaces de entender sus códigos de comportamiento. El instante en el que se dan cuenta de que ellos ya no son los jóvenes. O tal vez la revelación sea la de esos centennials, que un buen día miran de arriba abajo a esos que se propusieron como proyecto vital no envejecer y pronuncian, por fin, su condena eterna: qué pena los viejos que van de jóvenes.

Es una generación paradójica porque empieza a vivir su crisis sin haber disfrutado (o sufrido) ninguno de esos elementos que aceleraban la crisis. Ni familia, ni pareja, ni hipoteca. Su crisis es más bien una ausencia de hitos vitales, un océano vital sin olas ni marejadas, un estado de continua calma chicha mezclado con incertidumbre en el que la crisis de mediana edad se presenta como una manera de que ocurra algo, cualquier cosa, de marcar un antes y después en vidas sin demasiado guion.

Empiezan a estar pasados de moda sin haber llegado a estarlo nunca. De una vida de 18 a 65 años a otra de 30 a 45

Un eterno retorno, porque no tienen nada ante lo que revelarse más allá de su propio inmovilismo, de la sensación de estar haciendo lo mismo a los 40 que a los 20, de que su estilo de vida no haya variado demasiado. Lo que ha cambiado ha sido el punto de vista desde el que los perciben las personas que los rodean. Antes eran jóvenes haciendo de jóvenes, ahora empiezan a ser viejos haciendo de jóvenes.

Pero el reloj es implacable con los cuerpos (y las almas) y empiezan a enfrentarse a sus primeros achaques, pero también a su obsolescencia cultural. La generación que por la crisis más tardó en madurar y, en algunos casos, ni siquiera lo hizo, se enfrenta antes a su crisis de mediana edad que a su madurez. Viene bien. La crisis de la mediana edad, la de vender la casa para comprarse una moto, tiene más que ver con el consumo, que siempre se le ha dado bien a los millennials que, con la adopción de responsabilidades, que se le ha dado mucho peor.

Después y antes

Observaba la psicóloga estadounidense Nicole LePera que esta crisis de mediana edad empieza cada vez antes. La explicación que daba es muy propia de la cultura del sueño americano: venía a decir algo así como que las generaciones que ahora están haciéndose mayores han crecido obsesionadas por alcanzar las metas que ellos se han impuesto, lo que ha generado una horda de "treintañeros que no saben quiénes son, viviendo vidas insatisfactorias". Sus padres se parten de risa de esas pretensiones porque nunca las tuvieron. Trabajaron lo suyo y ya está.

placeholder Iker Casillas. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Iker Casillas. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Es posible que se esté generando un efecto sándwich similar al del mercado laboral, en el que los trabajadores entran cada vez más tarde, y acceden después a puestos de responsabilidad y cierto reconocimiento, al mismo tiempo que la caducidad y el edadismo empiezan antes. A los millennials que ahora son cuarentones les empieza a pasar lo mismo, que su reinado ha durado un parpadeo, que empiezan a estar pasados de moda sin haber llegado a estarlo nunca. De una vida de 18 a 65 a otra de 30 a 45.

Aunque extremo, no deja de ser el correlato de todas esas novelas y películas generacionales de treintañeros a la deriva, infantilizados al no poder haber accedido a una vivienda o una pareja estable, que viven de fiesta en fiesta, de relación insatisfactoria en relación insatisfactoria y de bandazo en bandazo. El bandazo es, de hecho, el signo cultural de una época en la que se supone que, como señala LePera, uno tiene que realizarse. Y como es tan difícil, lo que hace es dejarlo todo y volver a empezar de nuevo, hasta el siguiente volantazo.

La crisis de los cuarenta es la jugada maestra de la industria de la nostalgia para vender sus productos al consumidor más jugoso que existe

Los millennials hemos sido la generación más quejica de la historia, nos hemos convertido en la más nostálgica y me temo que vamos a ser una de las más conservadoras. Lo seremos porque ahora que nos empieza a doler la espalda, nos damos cuenta de que lo único que nos separa de los jóvenes, con los que compartimos estilo de vida y frecuentamos los mismos lugares, son unas coordenadas culturales diferentes. Somos conservadores porque los señalamos y decimos: ellos no saben lo que es bueno, nosotros sí.

Por eso, la línea que une esa adolescencia alargada con esa madurez sobrevenida, esas dos crisis, son las camisetas de Breaking Bad, los Funkos y los pósteres de Pulp Fiction colgados de dormitorios de señores que tienen edad para ser abuelos. No hay generación que haya contribuido de tal manera a hacer de la nostalgia una industria, porque es su manera de entender la identidad. De ahí que destinen gran parte de sus ingresos a revivir las experiencias que tuvieron hace diez, veinte, treinta años, en busca de un retorno al pasado que olvida que no se puede volver al hogar.

placeholder La típica habitación de treintañero. (EFE/Christopher Jue)
La típica habitación de treintañero. (EFE/Christopher Jue)

En última instancia, la crisis de los cuarenta no es otra cosa que la jugada maestra definitiva de la industria cultural para vender sus productos al consumidor más jugoso que existe, que es el hombre de cierta edad con renta disponible en el bolsillo, pocas obligaciones familiares y la picazón de saber que ya no es el joven del lugar. La crisis de los cuarenta es el sueño dorado del consumo, porque el hombre en esa etapa de su vida es el ciudadano ideal: produce lo que le mandan, no molesta políticamente y está dispuesto a gastarse cualquier cosa, lo que haga falta, por detener el tiempo.

¿Observa usted a ese varón de unos cuarenta años, camiseta de la selección de Argentina, barba de cuatro días que nunca desaparece y zapatillas New Balance, deslizándose a las cuatro de la mañana en un garito de música indie jaleado por sus colegas, que ejecutan arrítmicos movimientos tan etílicos como los suyos? La resultará imposible decir si es un joven eterno que aún no alcanzado la madurez o un viejo que va de joven. Si aún está de viaje hacia Troya o si ya ha emprendido su retorno a Ítaca. Ni nosotros sabemos si vamos o volvemos.

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