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'La zona de interés': la banalidad del mal de los nazis, firme candidata a la Palma de Oro
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76 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CANNES

'La zona de interés': la banalidad del mal de los nazis, firme candidata a la Palma de Oro

La última película de Jonathan Glazer, basada en la novela del recién fallecido Martin Amis, muestra desde la lejanía la rutina de una familia nazi que vive junto al campo de exterminio de Auschwitz

Foto: Sandra Hüller interpreta a Hedwig Hensel, la mujer de Rudolf Höss, uno de los principales dirigentes de Auschwitz. (Festival de Cannes)
Sandra Hüller interpreta a Hedwig Hensel, la mujer de Rudolf Höss, uno de los principales dirigentes de Auschwitz. (Festival de Cannes)

La imagen de apertura de este artículo pertenece a la secuencia que abre La zona de interés, una de las candidatas más firmes a hacerse con la Palma de Oro en esta 76 edición del Festival de Cannes. En ella observamos a una familia numerosa en un día de campo. Una escena bucólica en un prado verde pálido junto a un río caudaloso. Una mujer rubia, con el pelo arreglado en un recogido tradicional alemán. El padre viste un bañador que lo sitúa en la primera mitad del siglo XX, en los años 40. Los hijos, niños y niñas de edades comprendidas entre la adolescencia y el recién nacido. Niños sanos, atléticos, rubios. Todos ellos, perfectos representantes de los valores nacionalsocialistas. Sin embargo, de fondo, muy tenues, se escuchan ladridos de perros. Y algún grito. Y un ruido sordo y constante, como el de la llama de una central térmica. Fuuuuuuush. Y si la cámara girase noventa grados, se encontraría con la realidad escondida tras la estampa costumbrista: los muros del campo de exterminio de Auschwitz, coronados por el alambre de espino, y las chimeneas de los hornos crematorios funcionando sin pausa.

Cuando ya podría pensarse que es difícil sorprender con una historia sobre el Holocausto, Jonathan Glazer (Under the Skin, 2013) adapta la novela basada en hechos reales La zona de interés (2014) de Martin Amis, fallecido hace apenas unos días. Glazer nos abre las puertas de la casa de la familia Höss: Rudolf (Christian Friedl) es un alto oficial nazi -de hecho fue el comandante que pasó más tiempo al frente de Auschwitz- que vive con su mujer Hedwig (estupenda Sandra Hüller, protagonista de Tony Erdmann y que puede ganar el premio a mejor interpretación de Cannes también por su papel en Anatomía de una caída, de Justine Triet, que compite igualmente en Sección Oficial), sus retoños y un equipo de sirvientas, entre las que se encuentra Marta -nombre judío, no olviden-.

Glazer nos abre las puertas de la casa de Rudolf Höss, el comandante que pasó más tiempo al frente de Auschwitz

Glazer mira desde la distancia las pequeñas rutinas de los Höss en el lado cómodo del muro. Apenas hay primeros planos. El director observa a los personajes como un ornitólogo, casi con prismáticos, en este estudio entre lo antropológico, lo sociológico y lo psicológico sobre la banalidad del mal de la que habló Hannah Arendt, sobre el episodio de deshumanización colectiva más siniestro de la Historia, con mayúscula. Todos ellos se mueven por los planos generales de sus dominios -una casa luminosa, un bonito jardín con piscina y muchos tipos de flores- de espaldas a lo que acontece al otro lado del muro. Aunque, de vez en cuando, la brutalidad se cuela por las grietas de su marco mental cuando, por ejemplo, se dan cuenta de que se están bañando en un río que arrastra cenizas humanas, e intentan más tarde frotarse hasta la última molécula de piel, hasta casi arrancársela.

Con una composición milimétrica y obsesiva de puntos de fuga, simetrías y líneas rectas, Glazer explota la repetición de los lugares y de las acciones para transmitir la sensación de gris y rígida normalidad que sólo se ve cuestionada desde el fuera de campo. La barbarie acaba siendo incontenible, por mucho que la familia -y la sociedad alemana entera-, finja que no existe. Si no hay delito no hay culpa. Glazer muestra una cotidianidad sólo dislocada con algún elemento en los márgenes: unos soldados que pasean, el humo de un tren que llega. Glazer también obvia el detalle, la acción, el subrayado. Nos cuenta lo que ocurre antes de los actos y su resultado, dejando que las presunciones del espectador completen todo lo que no se muestra.

Glazer muestra una cotidianidad sólo dislocada con algún elemento en los márgenes: unos soldados que pasean, el humo de un tren que llega

"Esta casa es nuestro sueño de toda la vida", le espeta en un momento Hedwig a su marido, cuando éste la informa de que lo quieren trasladar de destino. "¡Habla con quien sea, incluso con Hitler, si hace falta!", lo amenaza para que aborte el traslado. Es uno de los pocos momentos en los que se nombrará al personaje histórico, y se hará relacionado con una discusión doméstica, nada más. Porque en Hedwig Glazer contrapone la maldad de lo doméstico -la connivencia, el aprovechamiento- a la maldad burocrática, organizada, sistémica del nazismo. Si ella se prueba un abrigo de visón en cuyo bolsillo encuentra un lápiz de labios -inferimos que ese abrigo le pertenecía a alguien que, probablemente, acabe muriendo en el campo-, él atiende a la explicación de unos ingenieros que le enseñan los planos de un circuito crematorio diseñado para exterminar judíos por millares y sin descanso: "mientras estas cámaras se calientan hasta los mil grados, éstas en el lado opuesto se enfrían hasta los cuarenta grados, lo que permite recoger las cenizas y meter a otra remesa", es más o menos lo que le explican a un oficial preocupado por patentar el invento.

Pero ni Hedwig ni Rudolf aparecen retratados como monstruos. No pertenecen a la caricatura de los nazis más extendida en el imaginario colectivo. No caminan a paso marcial ni miran con el ceño fruncido. Son humanos. Entre ellos hay momentos de complicidad -aquel en el que descubrimos a una pareja más allá de la ficción de familia ideal según el estándar ario-, hay secretos y hay preocupaciones. Pero sólo hay empatía hacia sí mismos, porque no consideran a las personas masacradas en Auschwitz dignas de conmiseración. Siquiera, casi, de comentario. El remordimiento y la compasión sólo aparecen en unos instantes casi oníricos, con la imagen en negativo de una niña escondiendo manzanas en la tierra por los caminos que recorren los judíos trasladados al campo de concentración. Hüller dibuja a una Hedwig más cruda, mientras que Friedl, incluso con el tono de voz aflautado de su personaje, representa la ductilidad funcionarial.

La banda sonora de Mica Levi, electrónica y cíclica, acompaña a una más que posible Palma de Oro

Y la banda sonora de Mica Levi, electrónica y cíclica, acompaña a una más que posible Palma de Oro, si tenemos en cuenta que el presidente del jurado es Ruben Östlund y que entre las integrantes del mismo se encuentra Julia Ducournau, que podrían conectar con la narrativa del cineasta inglés. Porque La zona de interés es una obra que se desborda, que traspasa a la realidad política de su momento y la realidad filosófica de su medio. Es una película que apela al mismísimo centro del ser humano: al mecanismo, no ya de supervivencia, sino de comodidad y de autoexculpación que vive en todos nosotros. De ahí el momento increíble en el que Höss escucha un ruido fuera de campo, se abre una puerta y... aparecemos nosotros.

La imagen de apertura de este artículo pertenece a la secuencia que abre La zona de interés, una de las candidatas más firmes a hacerse con la Palma de Oro en esta 76 edición del Festival de Cannes. En ella observamos a una familia numerosa en un día de campo. Una escena bucólica en un prado verde pálido junto a un río caudaloso. Una mujer rubia, con el pelo arreglado en un recogido tradicional alemán. El padre viste un bañador que lo sitúa en la primera mitad del siglo XX, en los años 40. Los hijos, niños y niñas de edades comprendidas entre la adolescencia y el recién nacido. Niños sanos, atléticos, rubios. Todos ellos, perfectos representantes de los valores nacionalsocialistas. Sin embargo, de fondo, muy tenues, se escuchan ladridos de perros. Y algún grito. Y un ruido sordo y constante, como el de la llama de una central térmica. Fuuuuuuush. Y si la cámara girase noventa grados, se encontraría con la realidad escondida tras la estampa costumbrista: los muros del campo de exterminio de Auschwitz, coronados por el alambre de espino, y las chimeneas de los hornos crematorios funcionando sin pausa.

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