Es noticia
Benedicto XVI: "¡El papa Francisco ya no se fía de mí y quiere que seas mi guardián!"
  1. Cultura
prepublicación

Benedicto XVI: "¡El papa Francisco ya no se fía de mí y quiere que seas mi guardián!"

El cardenal Georg Gänswein, secretario personal de Benedicto XVI, ajusta cuentas con el Papa Francisco en este capítulo de su libro de memorias 'Nada más que la verdad'

Foto: El papa emérito Benedicto XVI junto al papa Francisco. (EFE/Maurizio Brambatti)
El papa emérito Benedicto XVI junto al papa Francisco. (EFE/Maurizio Brambatti)

En mi doble cargo de secretario personal del Papa emérito y de prefecto de la Casa pontificia para el papa Francisco, me encontré desempeñando un papel que me hizo sentir –para elevar el tono de la reflexión con una referencia a la literatura culta– a veces en la piel del goldoniano "servidor de dos señores" y otras como la manzoniana "vasija de terracota ente vasijas de hierro".

La esperanza de Benedicto de que yo fuera el eslabón de conexión entre él y su sucesor fue un poco demasiado ingenua, puesto que, ya desde hacía algunos meses, tuve la impresión de que entre el nuevo Pontífice y yo no se conseguía crear el oportuno clima de confianza, necesario para poder llevar adelante esa tarea de modo adecuado.

Es probable que, cuando tuve la confirmación quinquenal a fines de 2017, quise mantenerme en el cargo esencialmente por respeto al nombramiento que había hecho Benedicto, aunque desde el principio había sucedido cada vez más a menudo que se me obviaba en mis responsabilidades, ya que el papa Francisco prefería más bien tomar acuerdos directamente con mi adjunto, el regente padre Leonardo Sapienza.

placeholder Portada de 'Nada más que la verdad', el libro de memorias de Georg Gänswein sobre su etapa como secretario personal de Benedicto XVI.
Portada de 'Nada más que la verdad', el libro de memorias de Georg Gänswein sobre su etapa como secretario personal de Benedicto XVI.

Recuerdo, por ejemplo, la visita del 15 de junio de 2014 a la Comunidad de San Egidio en el Trastevere: el día anterior, cuando nos saludamos en Santa Marta después de las audiencias, me dijo el Pontífice, en presencia de los comandantes de la Gendarmería y de la Guardia suiza, además de los chóferes, que mi presencia no era necesaria y que podía tomarme el día libre, repitiéndolo con decisión ante mis sorprendidas observaciones. Al día siguiente me llamó por teléfono, como es obvio, el fundador Andrea Riccardi para preguntarme si Benedicto o yo teníamos algún problema con San Egidio, puesto que después se había corrido la voz de que se había notado mi ausencia en el evento, sin que se hubiera dado ningún motivo.

En cuanto me fue posible, le conté al papa Francisco el contenido de esta llamada telefónica y le expliqué que todo esto hacía problemática la gestión del cargo y disminuía mi autoridad, y que además, a nivel personal, me había sentido humillado, tanto porque no me había aclarado el motivo de su decisión, como porque lo había dicho en presencia de otras personas, de suerte que el chisme se había difundido inmediatamente por el Vaticano, con interpretaciones de diferentes tipos. Él mismo me respondió que yo tenía razón y que no se había dado cuenta de la cuestión, se excusó, pero después añadió que las humillaciones hacen bien… Y desgraciadamente se repitió por tres veces una situación parecida, en particular con ocasión de las visitas a las parroquias romanas.

Que Francisco no consideraba estratégica la Prefectura de la Casa pontificia ya lo había comprendido yo de todos modos por otras señales, en apariencia pequeñas, pero significativas, sin embargo, en la dinámica curial. Un ejemplo evidente tuvo que ver con el apartamento que tradicionalmente correspondía al prefecto, situado en el ala vieja del Palacio Apostólico, que se remonta a los tiempos del papa Julio II y cuya capilla privada era la Capilla Nicolina, que a veces se muestra en visitas privadas a los Museos Vaticanos.

placeholder Georg Gänswein junto al papa Francisco el 5 de septiembre de 2018, durante la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro. EFE
Georg Gänswein junto al papa Francisco el 5 de septiembre de 2018, durante la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro. EFE

Cuando mi predecesor, monseñor Harvey, se convirtió en cardenal arcipreste de San Pablo Extramuros, decidió irse a vivir al complejo de la basílica, pero era necesario reestructurar los locales de la residencia. Por eso me pidió poder quedarse algún otro mes en el apartamento del prefecto y, como es obvio, yo no presenté ninguna dificultad. Sin embargo, los trabajos duraron más de lo previsto y solo tres años más tarde restituí las llaves a la Gobernación. Después de algunos pequeños trabajos para dar los últimos toques, a mediados de 2016 el entonces secretario general Fernando Vérgez Alzaga me dijo que podía tomar posesión, así que empecé a organizar el traslado de mis cosas, que hasta ese momento había dejado en el despacho del prefecto en Castel Gandolfo, en la planta baja de Villa Barberini.

La mañana del 22 de julio de 2016 estaba esperando como de costumbre al papa Francisco en San Damaso, que es donde se toma el ascenso Nobile. Él bajó del coche y me dijo de inmediato: "He oído que tiene usted el apartamento en el Palacio apostólico". Le precisé que se trataba del apartamento del prefecto de la Casa pontificia, asignado de manera temporal a mí por razón del cargo. "Por favor, no tome posesión ahora", añadió. Cuando le informé de que era normal que el prefecto residiera allí, a fin de poder desarrollar bien su tarea –puesto que, aunque en ese momento vivía en el Monasterio con el Papa emérito, esta era en cualquier caso una residencia provisional–, él replicó: "Espere, antes debo hablar con mis estrechos colaboradores; no haga nada hasta que no reciba una respuesta de mi parte". La cosa me disgustó porque intuí que por detrás había alguien que estaba maniobrando para apropiarse de ese apartamento.

Alejamiento del Palacio Pontificio

El 2 de septiembre siguiente, en la misma circunstancia, me dijo el Pontífice: "Usted estaba esperando una respuesta de mi parte y ahora le digo que lo deje estar. Cuando tenga necesidad de un apartamento ya me encargaré yo mismo de ello". Ante mi expresión de gran asombro, me explicó que le habían hecho notar que en el Palacio apostólico habitaban el Secretario de Estado (el cardenal Pietro Parolin) y el sustituto de la primera Sección para los Asuntos generales (en aquel tiempo el arzobispo Giovanni Angelo Becciu), pero no el secretario de la segunda Sección para las relaciones con los Estados. Y concluyó don firmeza: "Lo he decidido"; y, en efecto, algún tiempo después, vi que en ese apartamento había ido precisamente a habitar el arzobispo Paul Richard Gallagher.

Pero en 2018 me pareció oportuno recordarle al papa Francisco su promesa, de suerte que le di disposiciones a monseñor Vérgez y al final se me asignó un apartamento en la vieja Santa Marta, al lado del aula Pablo VI. Con todo, el alejamiento físico del Palacio apostólico representó el preanuncio de los desarrollos posteriores.

A finales de enero de 2020, y para seguir con la comparación literaria, me encontré de hecho siendo un 'prefecto demediado', parafraseando el título de la famosa obra de Italo Calvino El vizconde demediado. Después de aquellos tórridos días de polémicas en torno al libro del cardenal Sarah, el lunes 20 le pedí al papa Francisco poder hablar con él y me citó para el final de la mañana, al término de las audiencias. Le informé sobre los detalles de lo que había sucedido y le pedí consejo sobre cómo debía actuar en el futuro, puesto que no siempre me era fácil conseguir prevenir los problemas como se acaba de comprobar. Él me miró con expresión seria y me dijo de manera sorprendente: "De ahora en adelante quédese en casa. Acompañe a Benedicto, que le necesita, y haga de escudo".

Me quedé estupefacto y sin palabras. Cuando intenté replicar, y decirle que lo venía haciendo ahora desde hacía siete años, por lo que podía seguir haciéndolo igualmente también en el futuro, cerró secamente el discurso: "Usted sigue de prefecto, pero a partir de mañana no vuelva al trabajo". Le repliqué humildemente: "No consigo entenderlo, no lo acepto humanamente, pero lo haré por obediencia". Y él a su vez: "Esa es una hermosa palabra. Lo sé porque mi experiencia personal me dice que 'aceptar por obediencia' es una cosa buena". Lo que me preocupaba es cómo se comunicaría la noticia al exterior, porque a buen seguro se plantearían interrogantes sobre mi ausencia, pero el Pontífice afirmó que no era necesario hacer nada y se marchó.

placeholder El cardenal Georg Gänswein. EFE
El cardenal Georg Gänswein. EFE

Volví al Monasterio, y se lo conté en la comida a las Memores y a Benedicto, el cual, medio en serio medio en broma, comentó de manera irónica: "¡Parece que el papa Francisco ya no se fía de mí y quiere que seas mi guardián!». Yo le respondí, sonriendo también: «Justamente…, pero ¿tengo que hacer de guardián o de carcelero?". Después añadí que presumiblemente era un pretexto relacionado con el espinoso asunto de Sarah, puesto que no había cambiado nada de un día a otro.

Tal como había previsto, al cabo de unos días de ausencia pública empecé a recibir correos electrónicos y mensajes en los que se me preguntaba qué había pasado y, como es natural, no respondí a ninguno. El sábado 25 de enero le escribí una nota de pocas líneas al papa Francisco, comunicándole que estaba recibiendo estas peticiones de información y sugiriéndole que ahora que habían pasado varios días de suspensión, podía volver, por tanto, a reemprender el trabajo. El 1 de febrero me respondió por escrito: "Querido hermano: muchas gracias por su carta. De momento creo que es mejor mantener el statu quo. Le doy las gracias por todo lo que hace por el papa Benedicto: que no le falte de nada. Rezo por usted, por favor, hágalo por mí. Que el Señor le bendiga y la Señora le guarde. Fraternalmente, Francisco".

El 5 de febrero se quebró la efímera capa de silencio por un artículo del vaticanista Guido Horst en el Tagespost, que representó el principio del incendio, con una increíble cantidad de publicaciones, comentarios y diferentes opiniones sobre lo que había pasado en las relaciones entre el Papa, yo y posiblemente Benedicto. Se puso en contacto conmigo Matteo Bruni, director de la Oficina de prensa vaticana, para informarme de que los periodistas solicitaban una aclaración y que los superiores estaban concertando una respuesta. En efecto, en la tarde del 6 de febrero, los periodistas recibieron un comunicado de prensa, que yo solo vi cuando ya se había publicado, en el que se decía que "La ausencia de Mons. Gänswein durante ciertas audiencias en las últimas semanas se debe a una redistribución ordinaria de los diversos compromisos y funciones de su labor como Prefecto de la Casa Pontificia, que también conjuga con su papel como secretario personal del Papa emérito".

placeholder Georg Gänswein le ajusta el sombrero a Benedicto XVI a su llegada a la Plaza de San Pedro. EFE
Georg Gänswein le ajusta el sombrero a Benedicto XVI a su llegada a la Plaza de San Pedro. EFE

Benedicto se quedó disgustado por la evolución del asunto, y en la citada carta del 13 de febrero al papa Francisco añadió un párrafo que tenía que ver conmigo: «Permítame expresarle ahora una petición. Monseñor Gänswein sufre profundamente y cada vez más bajo el peso del estado de callejón sin salida en que se encuentra. Me atrevo, pues, a pedir a Vuestra Santidad que aclare la situación con una conversación paterna. Por mi parte, solo puedo decir que Monseñor Gänswein no participó en la elaboración de mi contribución al libro del cardenal Sarah. Habiendo visto el proyecto del cardenal que parecía convertirme en coautor del libro, y esto desde una perspectiva que podría insinuar una posible oposición entre mí y su enseñanza pontificia, Gänswein comprendió inmediatamente la gravedad de esta hipótesis y aclaró con una fuerte insistencia la inaceptabilidad de esta presentación. Ahora se siente atacado por todos lados y necesita una palabra paterna». Un par de días después, el Papa me fijó un encuentro en Santa Marta, en el que me confirmó que nada había cambiado. Sin embargo, no hubo ninguna respuesta ulterior al llamamiento del Papa emérito en la conclusión de la carta del 17 de febrero: «Humildemente le pido una vez más una palabra para monseñor Gänswein».

A comienzos de septiembre de 2020 fui ingresado en el Campus biomédico y se me diagnosticó un síndrome renal, que el jefe de Medicina interna asoció también a un trastorno psicosomático. Al regresar al Monasterio dos semanas después, el Papa Francisco me llamó por teléfono para informarse sobre mi salud y aproveché para pedirle una cita, que él me fijó para el 23 de septiembre a las 16. Le dije que había entendido mi suspensión como castigo, pero él respondió que no era así. Le respondí que todos lo interpretaban así, empezando por los periodistas, y me respondió que no debía preocuparme, ya que, me dijo textualmente, "hay muchos que escriben contra usted y contra mí, pero no merecen consideración".

Cuando traté de hablar con el papa Francisco de mi hipotético regreso, si era verdad que no era un castigo, reaccionó invitándome a no hacer proyectos para el futuro

Sin embargo, cuando traté de hablar de mi hipotético regreso, si era verdad que no era un castigo, reaccionó invitándome a no hacer proyectos para el futuro e incluso sugiriendo que me dedicara a alguna actividad pastoral, algo que obviamente chocaba con la lógica que me habían descrito, la de tener que permanecer en el Monasterio junto a Benedicto XVI. Luego, una vez más, el Papa Francisco me contó algunas de sus fatigosas experiencias en Argentina, diciendo que las veces que estuvo detenido le habían servido para madurar.

Al final, también hablamos sobre la oportunidad de nombrar a un proprefecto, para responder a las necesidades formales de las relaciones con las autoridades que recibía el Santo Padre. Pero él concluyó que se podía seguir tranquilamente adelante como se había establecido anteriormente. Solo con la publicación en 2022 de la constitución apostólica Praedicate Evangelium sobre la Curia romana comprendí el motivo, puesto que el rol del prefecto de la Casa pontificia quedaba claramente redimensionado: en el homólogo documento Pastor bonus de 1988 se precisaba que "asiste al Sumo Pontífice tanto en el Palacio Apostólico, como cuando viaja a la Ure o a Italia"; ahora en cambio "el prefecto le asiste solo con ocasión de reuniones y visitas en el territorio vaticano".

En cualquier caso, con respecto a mi futuro, lo que pienso ya lo he dicho en tiempos decididamente no sospechosos, incluso en 2016, por lo que me limito a repetirlo: "Como plurianual colaborador de la Congregación para la Doctrina de la Fe, secretario del cardenal Ratzinger y del Papa Benedicto, evidentemente llevo encima una marca de Caín. Exteriormente, soy perfectamente 'identificable'. Efectivamente es así: nunca he ocultado mis convicciones. De alguna manera, se ha conseguido marcarme públicamente de muy a derechas o 'halcón', sin citar nunca ningún ejemplo concreto al respecto. Lo confirmo. Hoy y también en el futuro. No he hecho ni hago planes de carrera".

En mi doble cargo de secretario personal del Papa emérito y de prefecto de la Casa pontificia para el papa Francisco, me encontré desempeñando un papel que me hizo sentir –para elevar el tono de la reflexión con una referencia a la literatura culta– a veces en la piel del goldoniano "servidor de dos señores" y otras como la manzoniana "vasija de terracota ente vasijas de hierro".

Religión Iglesia Vaticano Libros Papa Benedicto XVI Papa Francisco