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'El Sexto Sentido' ya estaba en el 'El matrimonio Arnolfini': ¿qué esconde el enigmático lienzo?
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de Jan Van Eyck

'El Sexto Sentido' ya estaba en el 'El matrimonio Arnolfini': ¿qué esconde el enigmático lienzo?

Analizamos el famoso cuadro del pintor renacentista a partir de la imaginativa investigación del médico Jean-Philippe Postel en su libro 'El affaire Arnolfini'

Foto: 'El matrimonio Arnolfini', de Jan Van Eyck.
'El matrimonio Arnolfini', de Jan Van Eyck.
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El matrimonio Arnolfini, de Jan Van Eyck (1434), es uno de los cuadros más atractivos y misteriosos de la historia del arte. Lleno de simbolismo, desde hace más de cinco siglos sobre él se han elaborado múltiples interpretaciones y dudas: ¿son los comerciantes Giovanni Arnolfini y su esposa o el propio pintor y su mujer?, ¿qué está pasando realmente en esa habitación?, ¿es una boda?, ¿está ella embarazada?, ¿Van Eyck lo pintó en 1434 o la fecha del cuadro solo atestigua, como dice la propia frase escrita, que el pintor estaba allí aquel año cuando aquello sucedió?

No se sabe quién fue su primer propietario, pero sí que perteneció a un tipo llamado Diego de Guevara bien asentado en la Corte española —fue mayordomo de Felipe El Hermoso y embajador de España en Flandes— quien se lo regaló a Margarita de Austria, regente de los Países Bajos, y esta a María de Hungría, que era la hermana de Carlos I, rey de España. De ahí pasó a Felipe II, que lo consideró uno de sus cuadros favoritos y lo exhibió con alegría en el Alcázar de Madrid (no se quemó con el gran incendio por una suerte bárbara o porque quizá estaba ya en el Casón del Buen Retiro). A comienzos del siglo XIX, durante las guerras napoleónicas, acabó en Bélgica y de ahí pasó a Inglaterra, donde un inglés, el teniente coronel James Hay, lo vendió poco antes de su muerte a la National Gallery de Londres. Y por eso podemos disfrutarlo hoy en día en la sala 56, pero se podría haber perdido para siempre por el camino. El azar es así.

A continuación, sumamos una interpretación más al cuadro. Es la que hace el médico —y es importante que tenga esta profesión y no sea un artista— Jean-Philippe Postel, según su libro El affaire Arnolfini. Investigación sobre un cuadro de Van Eyck (Acantilado). Por cierto, otro detalle que tampoco es baladí: cuando perteneció a Margarita de Austria estuvo encerrado bajo llave. Había algo que, seguramente, no le daba muy buena espina.

placeholder 'El affaire Arnolfini', de Jean-Philippe Postel
'El affaire Arnolfini', de Jean-Philippe Postel

El lienzo está lleno de detalles. Hay varias personas, un perro, una cama, una ventana, un enigmático espejo… Y diferentes perspectivas. La pareja está frente a nosotros, los espectadores, pero no nos mira, y nosotros, ¿qué estamos viendo realmente? ¿A una pareja? Además, el único que nos mira directamente es un perro.

Un momento, dice Postel, ¿existe todo lo que estamos viendo desde nuestro punto de vista o hay cosas que se nos escapan? En otras palabras, ¿están todos vivos?

Vamos allá. El perro es un grifón de Bruselas de pelo largo y rojizo. Está en medio de los dos protagonistas y simboliza la fidelidad de la pareja. A primera vista. Pero si se observa mejor el lienzo se ve que en el espejo, que a su vez tiene el significado de la Verdad, el perrito no aparece reflejado y debería. ¿Un error de Van Eyck? ¿Un despiste? No. El perro es un perro fantasma. Una ilusión. El perro en la realidad no existe. Solo lo podemos ver nosotros. Y no es el único espectro en el cuadro.

El perro es un perro fantasma. Una ilusión. El perro en la realidad no existe. Solo lo podemos ver nosotros. Y no es el único espectro en el cuadro

A nuestra derecha está la mujer, muy joven, a priori embarazada, y que parece ser la esposa del hombre que le coge de la mano. Es lo que todos pensamos en un primer momento. Sin embargo, hay cosas que no cuadran. Para empezar no le mira a él, sino que mira a la mano derecha levantada del hombre que está prestando una especie de juramento (su mano se dirige hacia las dos manos que se tocan). Eso es lo que interesa a la mujer, el juramento. Para continuar hay una serie de detalles en el cuadro que indican que ella, como el perro, tampoco es real: es una muerta viviente que se le ha aparecido al hombre en esa habitación.

Toda la estancia está suntuosamente decorada. No, no eran pobres. Por toda la decoración (y la ropa) se nota que eran ricos comerciantes. Pero más allá del coste de los objetos, vayamos a su significado y disposición. Uno de los aspectos que más destaca es el candelabro que la pareja tiene sobre sus cabezas. Si nos fijamos, observamos que hay una vela encendida encima de la cabeza de él mientras que sobre ella todas están apagadas y alguna todavía con la ceniza posiblemente todavía caliente. La línea que separa la vida (la parte de él) y la muerte (la de ella). Nos dice: él está vivo, ella no. Durante todo el tiempo estamos viendo el fantasma de la mujer.

Otro detalle al respecto: el espejo convexo tiene un marco compuesto por diez medallones que nos narran la vida de Jesucristo. Curiosamente, los que están más cercanos a la figura masculina muestran a un Jesús vivo. En los del lado cercanos a la mujer, Jesús ya está muerto.

Hay otros pequeños aspectos en el lienzo que también nos dan mucha información acerca del reino de los vivos y el de los muertos. Como el león y el diablo, que nos explican que la presencia de ella es fantasmal, con lo que puede que todavía se halle en el purgatorio. El leoncito está esculpido en el reposabrazo de la silla gótica y significa la resurrección. Encima de él hay dos diablillos (se ven justo encima de la mano derecha de ella) que nos hablan de la muerte. León (abajo) y diablos (arriba) señalan que la vida y la muerte se están disputando a la mujer, ergo, todavía no está muerta (del todo). Además, ella está cerca de una cama y baldaquino que es todo de un rojo incandescente: las llamas del purgatorio al que tendrá que regresar.

Y tenemos al hombre, que está al lado de la ventana, desde donde se ve un paisaje, un cerezo, unas casitas. Un mundo vivo. No la mira a ella. En realidad, no mira a ningún lado porque no puede mirarla: está muerto de miedo ante la aparición. De ahí su mirada extraviada. Atención al ropaje: afuera parece ser primavera (el cerezo, la luz), pero él lleva ropa medio invernal negra. Podría ser de luto, pero en aquella época el negro no remitía solo a la muerte de alguien. Lo que sí parece claro es que él acaba de llegar de la calle y se ha encontrado con la aparición de su mujer muerta.

Más detalles del cuadro. La figura de la mujer remite en un primer momento a que está embarazada de bastantes meses. Sin embargo, Van Eyck solía pintar así a las mujeres, también a las vírgenes, que lógicamente no estaban embarazadas. Se puede ver en otros cuadros suyos. Ahora bien, la habitación sí está preparada para una mujer que va a parir o acaba de parir según las costumbres del siglo XIV de una casa de ricos comerciantes como eran los Arnolfini. ¿Entonces? La aparecida es una mujer que murió en el parto o a consecuencia de él (lo cual en esa época no era tan extraño).

Además, en el lado de la mujer, en el candelabro, hay una tercera vela que no tiene churretones de cera porque nunca ardió. Nunca nadie la encendió: es el niño muerto, el niño que murió antes de nacer.

Enfrente del escaño hay un par de sandalias rojas en forma de uve. Se podría pensar que pertenecen a la mujer que también las ha dejado ahí tras descalzarse. Pero la disposición es curiosa. Una de ella mira hacia el lado de la vida y la otra hacia el lado de la muerte, por lo que pueden estar hablándonos de dos mujeres. Por un lado, tenemos a la muerta, que se ha aparecido; y por otro, habría una segunda mujer viva, a la que pertenecen las sandalias y que también estaría a punto de dar a luz (por eso la habitación está preparada así). Hay una mujer muerta, muy presente, y una mujer viva embarazada, ausente.

Y, por último, tenemos dos zuecos negros delante del hombre. Son los suyos, que se acaba de quitar, puesto que todavía tienen un poco de barrillo de la calle. Otra prueba más de que él sí es real.

Pero, sobre todo, la gran gracia del cuadro es el espejoVelázquez hizo lo propio mucho tiempo después en Las Meninas—y donde está todo el enigma y el juego de perspectivas. Es lo que ha llamado más la atención desde hace seis siglos. Porque hay muchas cosas que deberían estar y no están. Para empezar, el perro, que es el gran fantasma del lienzo. Dos: el rostro de la mujer. Se debería ver una parte de él, pero no hay nada. Tampoco se ven con nitidez las manos que se tocan. Sobre todo la del hombre, que parece un manchurrón negro. Y por la convexidad del espejo deberían verse más, incluso más alargadas de lo normal. Al fondo, dos figuras que no se sabe bien si son hombres o mujeres. Una de rojo y otra de azul. También podríamos ser nosotros, puesto que estamos en esa posición en la habitación. Lo que sí parece es que estamos ante una aparición. Una escena de brujería: la mujer que vuelve del purgatorio para exigirle un juramento al hombre ahora que ella ya no está. Y él, con mano temblorosa (se puede ver con rayos infrarrojos los múltiples intentos de Van Eyck para pintar la mano), jura. Nosotros somos sus testigos.

El matrimonio Arnolfini, de Jan Van Eyck (1434), es uno de los cuadros más atractivos y misteriosos de la historia del arte. Lleno de simbolismo, desde hace más de cinco siglos sobre él se han elaborado múltiples interpretaciones y dudas: ¿son los comerciantes Giovanni Arnolfini y su esposa o el propio pintor y su mujer?, ¿qué está pasando realmente en esa habitación?, ¿es una boda?, ¿está ella embarazada?, ¿Van Eyck lo pintó en 1434 o la fecha del cuadro solo atestigua, como dice la propia frase escrita, que el pintor estaba allí aquel año cuando aquello sucedió?

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