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Albert Camus nunca estuvo en Menorca, pero ni falta que hace
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ENCUENTRO EN SAN LUIS SOBRE EL NOBEL

Albert Camus nunca estuvo en Menorca, pero ni falta que hace

La abuela de Albert Camus nació en un pequeño pueblo de Menorca, pero el Nobel nunca estuvo allí. Su memoria, sin embargo, sigue viva. Cada dos años las Trobades recuerdan al hijo más ilustre de la isla

Foto: Presentación de la programación de 2023 de las Trobades & Premis Albert Camus. (EFE/David Arquimbau)
Presentación de la programación de 2023 de las Trobades & Premis Albert Camus. (EFE/David Arquimbau)

¿Se puede ser la inspiración de una isla, de un territorio, sin haberlo pateado alguna vez? La pregunta puede parecer idiota. Y, por supuesto, superflua. Pero la respuesta es imprescindible para conocer un hecho insólito. O, al menos, inusual.

Albert Camus, que murió con apenas 46 años en un accidente de coche cuando viajaba junto al editor Michel Gallimard, nunca estuvo en Menorca, ni en San Luis, el pueblo de parte de sus antepasados, pero 63 años después de su fallecimiento, su impronta sigue viva. No es un gran festival ni un desfile de celebridades. Probablemente, porque eso le hubiera enfadado al propio Camus, cuya abuela, que no sabía ni leer ni escribir, como su madre, nació, precisamente, en San Luis, una pequeña localidad de la isla de Menorca de apenas 7.000 habitantes, que debe su nombre al corto periodo de tiempo en el que las tropas francesas ocuparon esa parte de la isla.

Su edad adulta coincidió con los terribles años 30, cuando la imaginación de los hombres dio rienda suelta a la barbarie

Su abuela, Catalina Cardona, que fue quien se encargó de su cuidado, emigró a Argelia hace ahora 150 años, y desde entonces el apellido Camus y su personaje son como una sombra que la isla persigue. Una sombra de fertilidad y de creación intelectual que cada dos años ve la luz en las Trobades & Premis Medierrranis Albert Camus, donde se intenta dar una respuesta convincente a la pregunta más importante: ¿Qué hacer para que el mundo se desmorone? O lo que es todavía peor: ¿Hemos llegado demasiado tarde? ¿Es irreversible? ¿No hay vuelta atrás?

Por supuesto que no hay solución. Seguramente, porque tampoco la tiene ni la puede tener. En el fondo, en palabras del propio Camus, como consecuencia de que la vida es resistencia, como aquella alegoría que planteó el escritor francés en la Peste, que siempre, en cualquier de sus formas más o menos crueles, vuelve. Regresa.

Como sostiene Agnès Spiquel, profesora emérita de Literatura Francesa en la Universidad de Valenciennes y expresidenta de la Sociedad de Estudios Camusianos, una alegoría, la de la peste, que nace de un hecho casual, el año en el que le tocó nacer a Camus, 1910, lo que significa que su edad adulta coincidió con los terribles años 30, cuando la imaginación de los hombres dio rienda suelta a la barbarie.

Las manos finas de Hitler

Y no porque fueran ignorantes. O incultos. Al contrario, muchos de aquellos bárbaros, como el filósofo Martin Heidegger, eran brillantes, de enorme potencia intelectual. Pero colaboraron con la barbarie. Al propio Martín Heidegger, como recuerda Antonio Muñoz Molina, le fascinaban las manos finas de Hitler, como reconoció en una de sus cartas con Hannah Arendt. La conclusión del escritor jiennense es casi obvia: “La cultura no garantiza nada”. En nombre de la cultura se han hecho muchas salvajadas. Y que se resumen en una frase lapidaria: el mundo asiste a la coacción de lo incuestionable. A la hegemonía de una presunta verdad sin paliativos que en realidad, en la mayoría de las ocasiones, es una mentira obscena. Como la cultura mercantilizada que conduce a la servidumbre, se dijo en las Trobades.

Camus sí estuvo, sin embargo, en Madrid defendiendo a la II República, pero sobre todo reivindicando la libertad, exactamente igual que lo haría años después, en su etapa libertaria, frente al estalinismo y frente a todo tipo de totalitarismos. O frente al salvajismo, como lo llamaba el propio Camus, recuerda Spiquel. Y es que detrás de cada zarpazo a la libertad lo que hay en realidad es un asesinato. De hecho, no es necesario matar, como sugería el premio nobel, para ser un asesino, y por eso la conciencia es la mejor herramienta contra el dolor. O mejor dicho, contra el dolor provocado de forma inútil y gratuita, y que impide comprender el mundo que nos rodea. El perímetro de nuestra libertad.

Lo dice claramente el director mauritano Abderrahmane Sissako, uno de los cineastas de mayoir prestigio en África: “Si el mundo se desmorona es porque las personas desaparecen”. O lo que es lo mismo, desaparecen porque la condición humana renuncia a su esencia, que va unida a la pasión por la libertad. O, en palabras de Albert Camus rescatadas por la escritora Belén Gopegui: “La libertad es una cárcel mientras haya un solo hombre encarcelado”.

¿Se puede ser la inspiración de una isla, de un territorio, sin haberlo pateado alguna vez? La pregunta puede parecer idiota. Y, por supuesto, superflua. Pero la respuesta es imprescindible para conocer un hecho insólito. O, al menos, inusual.

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