Es noticia
Promesas incumplidas: la lucha utópica por la soberanía digital
  1. Cultura
'TRINCHERA CULTURAL'

Promesas incumplidas: la lucha utópica por la soberanía digital

La oferta tecnológica que nos promete una solución a cada problema ha lastrado nuestra libertad de pensamiento y, con ella, nuestra capacidad para imaginar mundos mejores

Foto: Foto: Reuters/Robert Galbraith.
Foto: Reuters/Robert Galbraith.
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Hace apenas unas décadas, antes de que el uso de internet se popularizara, las especulaciones que se vaticinaban al respecto parecían poco menos que utópicas. Algunas promesas digitales fueron la democratización del conocimiento, la eliminación de barreras geográficas y la oportunidad de creación de redes igualitarias entre personas de todo tipo de procedencias que compartieran propósito e intereses comunes. Estas profecías se cumplieron de manera irregular porque, como se probó demasiado tarde, la tecnología solo facilita las oportunidades, pero son la voluntad y la perspectiva las que las llevan a cabo.

Desde hace ya mucho (en tiempos relativos de internet) la actividad online, aquella que realizamos a diario en nuestros ordenadores y smartphones, ha dejado de ser una fantasía o un apartado de nuestra vida real para pasar a ser parte de ella y, en muchas ocasiones, más real que la vida misma. A través de la experiencia, nuestra participación digital ha ido sufriendo un proceso civilizatorio, con unos más y unos menos muy reveladores. De manera individual y colectiva hemos aprendido que los daños, las pérdidas, el trabajo y las relaciones gestadas en internet tienen el calado propio de lo material.

Aparentemente, esta libertad individual, que tanto llena bocas y urnas, es la moneda de cambio con la que hemos comprado el progreso

Sin embargo, aunque las consecuencias de nuestras acciones digitales permean en las condiciones y circunstancias materiales de los ciudadanos, parece que esto no es bidireccional y cuesta aplicar las lógicas y el sentido común de la vida fuera de internet en nuestras dinámicas online. Y esto es una cuestión social, pero sobre todo política.

Pareciera que las tecnologías que usamos tuvieran una aplicación dentro de la lógica de mercado. Se nos ofrecen supuestas soluciones a nuestros problemas (algunos humanos, otros ficticios, los más creados) en forma de aplicaciones a cambio de nuestros datos, con los que se mercadea sin más propósito que el beneficio económico. De esta forma, todos perdemos, en el mejor de los casos, nuestra intimidad, atención y tiempo y, en el peor, el potencial uso de estas tecnologías para bienes mayores, necesarios y comunes.

Y todo esto en nombre de una supuesta libertad comercial que ha sustituido las definiciones de libertad individual del liberalismo clásico. Aparentemente, esta libertad individual, que tanto llena bocas y urnas electorales, pero que solo existe en igualdad de facto, es la moneda de cambio con la que hemos comprado el progreso. Hemos pagado con la libertad en nombre de la misma la comodidad más perezosa, una conjetura que no se pudo predecir en los comienzos de internet.

* Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

La mera idea de imaginar un uso alternativo de la tecnología a favor de la libertad real de todos (y no solo de la libertad económica de algunos) se percibe lejana, irreal, utópica. Pero las utopías no habitan en el plano de la fantasía, sino en el de la creación. Las utopías, como el lenguaje, forman parte de la edificación humana.

Ekaitz Cancela, en su libro Utopías digitales: imaginar el fin del capitalismo, define las utopías como inventivas racionales y optimistas o, en contraposición a lo que más de un cínico podría pensar, como lecturas realistas sobre el presente y sus posibilidades. En este ensayo, Cancela aborda el gesto de imaginar futuros digitales mejores como un acto de creación en sí mismo, equiparando muy dignamente las labores de artistas y programadores.

Es frecuente el pesimismo tecnológico y político, especialmente entre aquellos que entregan sus pensamientos a altos ideales. Y, sin embargo, los medios de comunicación están poblados de manifestaciones de fe individualistas, como si solo pudiéramos imaginar atajos personales para problemas colectivos.

Si cada vez se habla más de redefinir el concepto de éxito, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con el progreso tecnológico y social?

Se me ocurre, por lo tanto, que, más allá de las labores de artistas y técnicos (cuyo trabajo pionero hay que poner en valor), la tarea de imaginar otros futuros o, al menos, creer que en que puedan ser imaginados es un ejercicio ético ciudadano. Debemos permitirnos a nosotros mismos la libertad incondicional de rediseñar la realidad digital y offline. Si cada vez se habla con más frecuencia de redefinir el concepto de éxito, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con el progreso tecnológico y social?

Si la lógica de mercado que rige internet, la única que se nos como plantea posible, nos divide a todos nosotros en emprendedores o consumidores (en ambos casos de los mismos ítems: tecnologías, servicios, contenido) para mantener en funcionamiento el negocio mientras participamos de él sin controlarlo, debemos imaginar una alternativa. La disyuntiva más lógica, la más ordenada y la que respeta con mayor atención las libertades, es la de posicionarnos en internet como lo hacemos en la calle: como ciudadanos. De esta manera podremos tomar parte real de nuestras vidas digitales y llevar a buen término lo que soñamos hace tanto para nuestro presente.

Hace apenas unas décadas, antes de que el uso de internet se popularizara, las especulaciones que se vaticinaban al respecto parecían poco menos que utópicas. Algunas promesas digitales fueron la democratización del conocimiento, la eliminación de barreras geográficas y la oportunidad de creación de redes igualitarias entre personas de todo tipo de procedencias que compartieran propósito e intereses comunes. Estas profecías se cumplieron de manera irregular porque, como se probó demasiado tarde, la tecnología solo facilita las oportunidades, pero son la voluntad y la perspectiva las que las llevan a cabo.

Trinchera Cultural
El redactor recomienda