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Esos hombres que solo leen libros de ensayo (y solo ven documentales)
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'TRINCHERA CULTURAL'

Esos hombres que solo leen libros de ensayo (y solo ven documentales)

Todos los hombres hemos pasado por esa fase en la que solo leíamos historia, sociología o política, porque era prestigioso, y a los hombres nos encantan las cosas prestigiosas

Foto: Qué guapo este librazo de Jared Diamond. (Foto: Reuters/Johanna Geron)
Qué guapo este librazo de Jared Diamond. (Foto: Reuters/Johanna Geron)
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Hay días que me encuentro un poco peor que de costumbre (más aburrido, más ansioso, más estúpido), así que reviso mis hábitos. ¿Estoy durmiendo menos? No, no lo parece. ¿Me alimento mal? Como de costumbre. ¿No hago deporte? Ni ahora ni nunca. Por eliminación, termino llegando a la misma conclusión a la que he llegado en otras ocasiones. Lo que me pasa es que se me ha ido la mano con la no ficción y echo de menos en mi organismo un poco de narrativa, de ficción, de imaginación y de conflicto. El exceso de información me pone triste.

Lo reconozco, hay épocas de mi vida en la que tan solo leo ensayo, y cuando lo hago, termino mirándome al espejo y viéndome gris, arrugado, aburrido. Entonces echo un par de novelas al menú (y alguna que otra peliculita clásica) y me vuelven las alegrías de vivir. Hubo una época en la que pensé que me gustaba la playa, hasta que descubrí que seguramente lo que me pasaba es que era el único momento del año en el que volvía a las novelitas de terror o ciencia ficción de mi adolescencia. Era eso lo que me hacía sentir bien, no achicharrarme bajo el sol.

El ensayo es un signo de madurez, como comprarse un coche o dejarse barba

Aun así, hay mucha gente que solo lee ensayo y que no se acercaría a un libro de ficción en la vida, como tampoco lo hacen los adolescentes que, por rebeldía, dejan de ver películas de animación (los adultos tienen menos problemas con el cine de animación porque precisamente ser adulto es eso, que te dé igual todo). No tienen tiempo para historietillas porque les sobra con entender la compleja realidad. Está mal visto fantasear, porque se piensan que toda ficción es fantasía, cuando a veces es más real que la realidad.

Hay gente tan, tan triste, que solo lee no ficción. Digo gente por no decir hombres, porque solemos ser hombres. No conozco a ninguna mujer que solo lea ensayo (aunque una amiga matiza esta impresión y me dice que hay muchas mujeres que pasan por esa fase "para gustarles a los chicos" hasta que se hartan). El ensayo es un signo de madurez, como comprarse un coche o dejarse barba. Yo mismo lo he hecho en alguna temporada. ¿Por qué? Supongo que inseguridad. Empezaba a trabajar de periodista y tenía la sensación de que lo desconocía todo, así que la mejor manera de disimular mis carencias era devorando tochos de 450 páginas (hay muchos ensayos de 450 páginas) sobre distintos temas de acuciante actualidad que hoy ya nadie recuerda.

placeholder Vamos, Harari, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal. (Reuters/Amir Cohen)
Vamos, Harari, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal. (Reuters/Amir Cohen)

Esos ensayos me producían un efecto similar al de comerme tres hamburguesas en una cadena de comida rápida. Una satisfacción ocasional cuando los leía (¡qué listo soy!), un empacho pasadas las horas (¡no me acuerdo de nada de lo que he leído!) y, finalmente, una cierta desazón existencialista (¿esto es todo lo que me depara la vida?). No es algo que me ocurra con la novela, que incluso en el peor de los casos, proporciona la íntima tranquilidad de saber que hay seres humanos ahí fuera. Ya no recuerdo qué pasó en marzo de 1937 en la Guerra Civil española, pero sí recuerdo cómo Nastenka rechazaba al narrador sin nombre de Noches blancas.

Parte de esta insatisfacción podría achacarse al hecho de que, seamos sinceros, hay muchos ensayos muy malos ahí fuera. O peor aún, muy redundantes. Un modelo clásico del ensayismo anglosajón es presentar una tesis que puede resumirse, y de hecho, se resume en las primeras veinte páginas, para ser declinada hasta la saciedad a lo largo de las 400 páginas siguientes. Pues eso: como el plato de pasta carbonara que sabe tan bien al primer pinchazo y que, cinco minutos después, se te hace bola.

La gente que solo lee ensayo suele subir fotos de sus barbacoas a las redes sociales

Algo semejante ocurre con los documentales. Hay gente que solo ve películas o series salidas del Universo Marvel y otra que tan solo consume películas o series documentales, que en el fondo es un poco lo mismo. Estos documentales pertenecen a su propio universo cinemático: cuentan con todo lujo de detalle un episodio histórico olvidado en un país perdido que no nos importa mucho, pero que resulta apropiadísimo tema de debate en la cena de turno. ¿Has visto el documental de la secta aquella? Tienes que ver el documental de la secta aquella.

El perfil de la gente que solo consume ensayos o documentales es muy parecido. Por alguna razón, es semejante al de la gente que sube fotos a Instagram comiendo cocido o haciendo una barbacoa, que se compra un coche muy grande o que comparte una canción de Extremoduro porque eso sí que era música. O que se abren una cuenta de Twitter en la que se llaman "Derecho mercantil España", como aquel que decía que "leer fiction [sic] no es un mérito" y que "cuanto antes dejéis de leer fiction [sic], mejor". Al menos, tienen la misma energía. Gente seria, informada, que sabe lo que quiere, y que en el pasado habría sido el target de un anuncio de Ponche Caballero.

placeholder Caballero, Caballero, Ponche Caballero.
Caballero, Caballero, Ponche Caballero.

Como tantas cosas tan masculinas, leer no ficción (perdón, non fiction) es muy prestigioso. Como los buenos alcoholes, la carne sangrante y los aparatos gigantescos. Los hombres se dedican a las cosas importantes. Mientras tanto, la novelita es vista como un vicio de mujeres ociosas. Un estudio publicado en 1989 resumía que el lector medio de narrativa en EEUU era "una mujer blanca de mediana edad que vive en las afueras de una ciudad del oeste o el medio oeste", de entre 30 y 49 años, generalmente con una educación universitaria, ingresos medio-altos y que no se dedica al mundo literario. Un perfil que conocemos.

Esta fascinación por el ensayo ha creado nuevos dioses, como Jordan Peterson o Yuval Noah Harari, que se sientan a la diestra y la siniestra del dios padre Steven Pinker. Pero los fans del ensayo tienen sus propias subcategorías: los señores de más de 50 que tan solo leen libros históricos-bélicos, con muchos detalles técnicos ("eso sí que son ametralladoras"); el jovencito activista que no sale de las tres editoriales de cabecera que han monopolizado económicamente la industria de qué-malo-todo, o los entrepreneurs que solo leen libros de coaching, trading y otros términos en inglés.

Las cosas útiles, las cosas ineficientes

La política, la historia o la sociología son los asuntos importantes que los hombres dirimimos en las reuniones y por eso, tenemos que estar bien informados, para poder citarlos al azar en columnas como esta. Así nos pasa luego, por otra parte, que tenemos la misma sensibilidad que un gato de escayola y la misma capacidad de gestionar las dificultades que una figurita de Lladró, que en cuanto se cae, se rompe.

La ficción no es un género aparte del mundo, sino su espejo o su declinación

No soy, de todas formas, de la opinión de que hay que leer ficción para completarnos como seres humanos, ni que todas las novelas son involuntariamente un retrato de la época en la que fueron escritas ni ninguna chorrada por el estilo, porque cada vez estoy más en contra de buscar aplicaciones útiles a cualquier cosa; menos, a las aficiones. (Aunque uno nunca sabe cuándo va a utilizar esos conocimientos: gracias a Moby Dick, creo que sería capaz de pescar una ballena. ¿Se dice pescar?) Ni educación emocional ni gaitas, a mí me gustan las historietillas porque sin ellas me moriría.

Cabe también plantear que los grandes ensayos tienen mucho de relato, y que los grandes relatos tienen mucho de ensayo, como en el caso anteriormente citado de Moby Dick. Lo que tengo claro es que la ficción no es un género aparte del mundo, sino su espejo o su declinación, de igual manera que olvidamos que el surrealismo no es irreal, sino otro nivel del realismo. Pero la realidad puede ser mucho más mentirosa que la ficción.

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Todo esto lo cuento como autor de un ensayo que encaja con ese estereotipo del ensayo moderno: una idea potente, un desarrollo tedioso, grandes conceptos para llenarnos la boca. En sus últimas páginas reconocía que lo que necesitamos es menos realidad y más imaginación, subconsciente y sueños, que es el exceso de literalidad lo que produce monstruos. Como podría haber defendido el personaje interpretado por Dustin Hoffman en Rain Man, no hay mejor ensayo que la guía telefónica. Eso sí que es non fiction, el libro que mejor describe la realidad. Cero fantasía, todo verdad.

Hay días que me encuentro un poco peor que de costumbre (más aburrido, más ansioso, más estúpido), así que reviso mis hábitos. ¿Estoy durmiendo menos? No, no lo parece. ¿Me alimento mal? Como de costumbre. ¿No hago deporte? Ni ahora ni nunca. Por eliminación, termino llegando a la misma conclusión a la que he llegado en otras ocasiones. Lo que me pasa es que se me ha ido la mano con la no ficción y echo de menos en mi organismo un poco de narrativa, de ficción, de imaginación y de conflicto. El exceso de información me pone triste.

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