Caso Obregón: de las que sabemos todo, de las que no sabemos nada
Con Ana Victoria García Obregón nunca hubo escasez. Por eso lo sabemos casi todo de ella. Y luego está la otra mujer. La madre de esa recién nacida que sale en la portada de la revista '¡Hola!' No sabemos nada de ella, y quizá no importa
Demasiado mayor para ser madre. Demasiado famosa desde hace generaciones. Demasiadas risas, faldas cortas, fantasías contadas, mentiras piadosas. Demasiado dinero en sus cuentas corrientes, veranos en Mallorca, inviernos en la Moraleja.
Demasiados hombres guapos: Miguel, Fernando, Alessandro, Darek. No sé dónde meter a Davor. Demasiada mujer ella. Bióloga, expansiva, bella, chispeante. Y demasiado dolor, inimaginable, el de una madre que pierde a su único hijo y poco tiempo después a sus padres.
Porque con Ana Victoria García Obregón nunca hubo escasez y pocas veces quiso pasar desapercibida. Por eso lo sabemos casi todo de ella. Y luego está la otra mujer. La madre de esa recién nacida que sale en la portada de la revista ¡Hola! No sabemos nada de ella, y quizá no importa.
Diremos que con estos asuntos tan complejos y delicados —cómo nos gusta recurrir a estos dos adjetivos cuando estamos deseando salir vivos de según qué jardín— hay que mantener la privacidad. Que el capitalismo tiene estas cosas, sus contratos de confidencialidad y sus cláusulas. Firmarás comprometerte al desapego, a hacer como que nada ha pasado, que esto no va mucho contigo. Porque, querida mía, en el fondo no existes.
Hay mujeres altruistas y maravillosas. Están siempre dispuestas a prestarte cualquier cosa. Un vestido para una cena elegante, 200 euros si la cosa se pone fea un mes, un puerro para dar sabor al guiso, un útero para que cumplas con tu sueño. Hacen suya la definición del amor de la que hablaba San Pablo en su carta a los Corintios: "Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta".
Diremos que con estos asuntos tan complejos y delicados hay que mantener la privacidad. Que el capitalismo tiene estas cosas
Existen también otras mujeres. Son igual de maravillosas y son muchas más que las anteriores, pero te pedirán algo a cambio. Es un dineral, pero para eso lo tienes, y volverás a casa con el vientre tan plano como siempre, ni rastro de hernias umbilicales, cada uno de los órganos en su sitio, y con un bebé en brazos.
Invitarás a tus amigos a casa para que lo vean y les recordarás un buen puñado de veces, entre plato y plato, que la maternidad y la paternidad no son opciones, sino derechos. Y todavía no ha nacido nadie que se atreva a quitarte lo que es tuyo. Haréis bromas con eso: "Si es que cuando se te mete algo entre ceja y ceja…". Risas. Chinchín. Brindemos.
Esos amigos te dirán que es una monada la criatura, que se alegran de verte tan feliz después de tanto tiempo. Lamentarán la burocracia para conseguirlo, lo largo que se te habrá hecho. Pero mira, por fin tu pituitaria sabrá reconocer el olor a bebé. Ya nunca más estarás sola. Cómo no voy a compartir esa alegría yo también, aunque no te conozca.
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Nadie te preguntará cuánto te ha costado porque es una ordinariez hablar de dinero y porque nadie saca en una cena un tema tan complejo y tan delicado. Tampoco te preguntarán por la mujer que ha parido al bebé que ahora duerme plácidamente en su cuna. Quizá, si te pillan locuaz, dirás que la conociste. Que es un encanto, pura dulzura y discreción. Que también duerme con placidez después de semejante acto de desinterés. Sana como una manzana, el mejor horno para ese bollo. Y tampoco hará falta dar más explicaciones.
Pasarás por alto algunas de las cosas que leíste antes de optar por un vientre de alquiler. Las condiciones de algunas de esas personas. Hacinadas en macrogranjas pariendo bebés como si fueran terneros. Un sinfín de sueños cumplidos. Otros tantos por cumplir. También las hay explotadas por mafias. O pobres y desesperadas. Pero tú prefieres resumir todo esto con un escueto: "Les viene muy bien el dinero". Y aprovechas para contar algún caso concreto en el que no hay dinero de por medio. Solo generosidad. Se trata, en todo caso, de hacer feliz a un niño y de hacerse feliz a uno mismo.
Porque tú eres una buena persona que no merece el juicio de nadie. Lo saben tus amigos y España entera. Tú solo quieres ser feliz y has conseguido eso que llevabas tanto tiempo esperando. Quién no va a quererte ver bien, mitigar el dolor y la tristeza que pesan tanto. Aunque haya otra mujer por ahí lejos que no sabemos cómo está. De la que no sabemos tampoco el nombre. Simplemente no existe.
Demasiado mayor para ser madre. Demasiado famosa desde hace generaciones. Demasiadas risas, faldas cortas, fantasías contadas, mentiras piadosas. Demasiado dinero en sus cuentas corrientes, veranos en Mallorca, inviernos en la Moraleja.
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