'Fortuna', los bancos quiebran por tu bien
El escritor argentino Hernán Díaz es el autor de moda con su segunda novela, de la que HBO hará una serie
Lo típico: nadie te conoce y escribes una novela ambiciosa y la publicas en Estados Unidos, la crítica la elige entre lo mejor del año, diversos popes te regalan un blurb, se traduce a más idiomas de los que creías que había en el mundo civilizado, 25.000 personas la puntúan en Goodreads, HBO compra los derechos y lo próximo que escribas tendrá un adelanto de varios millones de dólares; y, después, te olvidarán.
Esto, más o menos, está sucediendo con
En principio, resulta meritorio lograr un gran éxito literario con un libro realizado con engrudo. O sea, con una temática tan antierótica, tenue y farragosa como las acciones en bolsa, el gran capital, los trucos para convertir 100 millones de dólares en 1.000 millones de dólares y las recesiones, pánicos y cracks recurrentes de la economía mundial. Otra cosa típica de los autores de éxito es la suerte. La suerte de que ahora mismo estén quebrando no sé cuántos bancos, y haya miedito.
De ese miedito bursátil da cuenta pormenorizada Fortuna en muchas de sus páginas, donde el Dow Jones sube y baja, el ticker enloquece o va con retraso y los fondos de inversión seguimos sin saber para qué valen, pero para ser pobre no precisamente.
La novela, de más de 400 páginas, juega con los narradores y, al igual que las acciones en tiempos de crisis, va a peor. La primera parte es una novela incrustada en la novela, titulada Obligaciones, que nos devuelve a la narrativa decimonónica y demostrativa, y es muy grata de leer. Resuena Henry James (por una vez aciertan los elogios de la contracubierta) y cierto humor entre Dickens y Wilkie Collins. De hecho,
En principio, tenemos a un magnate, de apellido Rask, cuya asociabilidad va de la mano de su genio para las finanzas. Es rico y se hace más rico, engrandeciendo la leyenda de su familia millonaria. Se casa, más por aburrimiento que por otra cosa (algo no privativo de las clases altas, debemos reconocer) y su esposa es también rarita: lee libros. Juntos patrocinan escritores y exposiciones, en ese conocido gesto de los magnates de considerar la cultura como una mascota del capital. La esposa enferma y muere. Hasta ahí, Obligaciones.
La segunda parte es un borrador de la autobiografía de Rask, que no se llama así, sino Bevel, Andrew Bevel. El magnate está disgustado con el éxito de esa novela en clave que todo el mundo lee porque todo el mundo sabe que trata sobre él. Aquí es interesante la idea de que, para un magnate financiero, hacerse rico es filantropía, y no expolio. Obligaciones pintaba al millonario como interesado causante de las crisis que llevan a miles a la ruina y al suicidio, y el millonario defiende que su éxito en tiempos revueltos busca precisamente salvar a un país de la bancarrota, dinamizar el mercado y devolver el pulso a una economía. Al final, los bancos quiebran por tu bien.
Si llegan a esa página de oro, la 418, la novela les convencerá. Pero antes tienen que atravesar un exceso de adjetivos y de filigrana financiera
El problema con esta segunda parte es que sus protagonistas (Andrew Bevel y Mildred, su esposa; antes: Helen) son personajes de ficción, y los de Obligaciones son también personajes de ficción, y así estos que el autor nos muestra ahora como "personajes reales" nos resultan más ficticios que los que hemos conocido primero. En lugar de emerger como los auténticos señores sobre los que alguien ha levantado una novela con nombres falsos, Andrew y Mildred resultan aún más falsos e incidentales, porque compiten en igualdad de condiciones con una parte de Fortuna que es mucho mejor que la parte donde figuran ellos.
Es en la tercera parte donde el agotamiento del lector (o de este lector que aquí escolia) cuaja y se rebela. Ahora es la secretaria de Bevel la que habla, y nos cuenta cómo le ayudó a escribir la historia de su vida (que acabamos de dejar atrás), con numerosos apartes para contarnos la vida de su padre, la vida de su madre, la vida de su novio y, claro, su propia vida. Este insistente biografismo resulta excesivo, previsible y rutinario, demasiado siglo XIX para mí.
Sorpresa final
Finalmente, Fortuna cierra con un nuevo narrador, y una gran sorpresa (página 418), que ha entusiasmado, como era previsible, a Kate Winslet, que es quien va a hacer la serie en HBO, pues este giro final se adhiere con enorme grosería al discurso ideológico dominante de nuestro tiempo. Lo veo más en Disney +, la verdad. (Perdónenme por esforzarme tanto en no hacerles spoiler).
Si llegan a esa página de oro, la 418, seguramente la novela les convencerá. Pero antes tienen que atravesar un exceso de adjetivos y de filigrana financiera que yo solo he podido superar sabiendo que, con los avales con los que llega esta novela a España, será (seguramente sin apenas leerla) uno de los libros del año para toda nuestra prensa cultural.
Lo típico: nadie te conoce y escribes una novela ambiciosa y la publicas en Estados Unidos, la crítica la elige entre lo mejor del año, diversos popes te regalan un blurb, se traduce a más idiomas de los que creías que había en el mundo civilizado, 25.000 personas la puntúan en Goodreads, HBO compra los derechos y lo próximo que escribas tendrá un adelanto de varios millones de dólares; y, después, te olvidarán.
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