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'Coronada y el toro': exaltación lírica y crítica de la España que llevamos dentro
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'Coronada y el toro': exaltación lírica y crítica de la España que llevamos dentro

Rakel Camacho lleva a escena la rebeldía furiosa de Francisco Nieva en una obra contra las tiranías y de amor-odio a España. Hasta el 15 de abril, en las Naves del Español (Madrid)

Foto: Cartel de 'Coronada y el toro', que se puede ver en Las Naves del Español.
Cartel de 'Coronada y el toro', que se puede ver en Las Naves del Español.

Un coche de choque amarillo, una oveja de color verde, ristras de patas de jamón suspendidas del techo, coronas de flores, un garrote vil, unos cuantos botijos, un suelo pintado de negro, de blanco y de rojo, como si Goya hubiera estado horas probando fondos para sus Pinturas negras. Un coso taurino, con filas de butacas a modo de tendidos. Y un cartel de neón de "Felices Fiestas". Las de Farolillo de San Blas, pueblo sangrío y de buena cepa del que un hombre llamado Zebedeo es alcalde perpetuo por su propia voluntad popular, un hombre que entra en escena a ritmo de pachanga y carnaval, acompañado de una legión de personajes insólitos que corren y bailan vestidos de E.T., de cowboy, de guardia civil, de obispo.

En medio de ese jolgorio loco suena un trompetazo y el alcalde se arrodilla para anunciar a los presentes que acaba de empezar la marimorena anual en honor de San Blas, el patrono del pueblo, el más santo de la sierra de Mangatoros. A su lado, su hermana Coronada, moza soltera y giganta, a la que dice tener amaestrada, a la que ha enseñado a tener gracia, a ver si se casa. Y esa mujer mira a su hermano con ojos de desprecio y desafío y le dice que está harta de sus desmanes y de tanta injusticia, que en ese pueblo “no hay dignidad y todo es escarnio y mala saña”. Las fiestas no empiezan bien, el toro no aparece y el alcalde, que para eso es el único que ordena y manda, les dice a sus alguaciles, Panzanegra y Tenazo, que detengan a su hermana.

placeholder Así comienza 'Coronada y el toro'. (Javier Naval)
Así comienza 'Coronada y el toro'. (Javier Naval)

Bienvenidos a Coronada y el toro o, lo que es lo mismo, al universo excesivo, surrealista y furioso de Francisco Nieva que acaba de estrenar la directora Rakel Camacho en las Naves del Español en Matadero. En el reparto, Lorena Benito, Eva Caballero, Juanfra Juárez, Jorge Kent, Chani Martín, Nerea Moreno, Pedro Ángel Roca, Álvaro Romero, Antonio Sansano, Sanna Toivanen y Germán Vigara. En la escenografía, el maestro José Luis Raymond.

Una España en conserva

Nieva publicó Coronada y el toro en 1974, pero no llegó a estrenarla hasta 1982, en el Teatro María Guerrero, con José Bódalo, José María Pou y Esperanza Roy al frente del reparto. El dramaturgo, que también firmó la dirección, la escenografía, el vestuario y la música, decía en el programa de mano de aquel estreno: “Coronada y el toro —Rapsodia española— es una exaltación lírica y crítica de España, no exactamente la de hoy mismo, sino de la que llevamos dentro, en conserva; una España entrañable, con todos los tópicos que, a través de la historia y la literatura, le han dado su carácter de pueblo lleno de fuertes rasgos, no tan fáciles de diluir. Por eso mismo, la obra comienza como una zarzuela costumbrista y acaba como un auto sacramental, no sin haber pasado antes por el sainete y otros géneros familiares”.

placeholder Una escena del montaje. (Javier Naval)
Una escena del montaje. (Javier Naval)

Y sí, el sainete, la zarzuela, la sátira política, el costumbrismo y el auto sacramental conviven en esta historia cuya trama, quizá, es lo de menos frente a tanto despliegue simbólico y todos esos ismos de las vanguardias —surrealismo, dadaísmo, expresionismo…— tan presentes, junto con el teatro del absurdo, en la obra de Nieva. Porque después de mandar a la cárcel a su hermana, Zebedeo, devoto de lo taurino, manda colocar en el escenario un artilugio circular llamado manga de toros, pero en vez de atravesarlo un astado, por allí aparece el Hombre Monja, una fantasía queer con melenón, plataformas y tres pares de tetas que se suma a Mairena, la gitanilla amarga; a La Melga y La Dalga, feministas espontáneas; Maraúña, torero por condena, y a la Voz Cantante, conciencia colectiva de un pueblo dividido en dos: los seguidores del dictador y los rebeldes. Y, en medio de todo eso, una orgía con chocolate y churros, rayas de cocaína sobre el capó del coche de choque, un asta de toro de tamaño descomunal que baja del cielo y una Coronada que se masturba desnuda con su mantón de manila a escasos centímetros del público.

Fantasía pura, divertimento salvaje y esperpento folclórico, poético y onírico. El festival de la esdrújula en una España en conserva en la que, cuando Nieva publica esta historia, aún vive Franco.

Te quiero, pero yo qué sé

“Te quiero, pero yo qué sé”, cantaba C. Tangana y a Nieva le pasa algo parecido en Coronada y el toro. En esta obra, con mimbres de desenfreno dionisiaco, el autor desafía al régimen con una crítica al poder y una defensa de la revolución, al mismo tiempo que bascula entre el amor y el odio hacia todos esos símbolos que configuraban la identidad patria: la religión, la hombría, el rito y la tradición. El de Valdepeñas aborda en esta obra esa idea de culpa tan española, tan vinculada al catolicismo y tan presente en su Teatro Furioso, al que pertenece este texto. Pero, además, el dramaturgo evidencia en Coronada y el toro esa otra tensión entre
el arraigo y el desarraigo, entre el sentido de pertenencia a una comunidad y el rechazo frontal a seguir la norma, la tradición, el rebaño. Y el autor, que cuando estrenó la obra apelaba al espíritu de la Generación del 98 —“Tenían el don de mirar España desde dentro y desde fuera, aceptando y rechazando, enfrentándose con esta lucha tan nuestra que consiste en una especie de amor y desamor al pasado”—, aseguraba también en aquellos años ochenta que “los pueblos con un mínimo de seguridad en su identidad y en sus propósitos ironizan sobre sí mismos, superan sus propios ridículos”.

"Los pueblos con un mínimo de seguridad en su identidad y en sus propósitos ironizan sobre sí mismos, superan sus propios ridículos"

Y aquí estamos, cuarenta años después, a vueltas también con la identidad, tan escasos de ironía como entonces y con señores reivindicando a Isabel La Católica en el parlamento. Así que, frente a tanto exceso de realidad, celebramos, y mucho, que Rakel Camacho haya decidido montar de nuevo esta pieza de Francisco Nieva, hombre de teatro total galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992 y dos veces Premio Nacional de Teatro. En 2015, un año antes de su muerte, el CDN había estrenado su texto Salvator Rosa o el artista, una tragicomedia sobre el arte y el poder dirigida por Guillermo Heras. Después, sus obras (nunca se estrenaron demasiado) desaparecieron del repertorio. ¿Por qué? Porque para montar a Nieva, enemigo acérrimo de realismo, siempre ha hecho falta un director o directora con mucha imaginación.

Frente al páramo, imaginación y audacia

“El páramo en el que vivimos necesita imaginarse de otra manera”, explica a este diario Rakel Camacho, que plantea en escena un diálogo entre su propio universo escénico y el de Nieva, a quien cree que en España “no se le monta porque no se le ha comprendido bien, y yo he sentido siempre un anhelo y una pena con eso”. Frente a un teatro realista que le da al espectador todo masticado y que “resulta tedioso”, la directora reivindica la imaginación y el barroco exuberante y, por qué no, una vuelta a “unas vanguardias no se han ido y siguen siendo actuales en el sentido formal, como código, si no queremos estar haciendo cine encima de un escenario”.

"A Nieva no se le monta porque no se le ha comprendido bien, y yo he sentido siempre un anhelo y una pena con eso"

Camacho, tan manchega como Nieva, hace suyas las palabras del dramaturgo —“el teatro no representa la realidad, el teatro representa lo que le da la gana”— y propone una puesta en escena alucinada, saturada de colores y símbolos, en torno a un coso que ejemplifica esa idea de “teatro para la colectividad y para todo el mundo” por el que circulan todos los personajes de esta obra en la que lo que duele y hace reír se solapan y se confunden. Un montaje con el que la directora parece querer decirle al espectador que al teatro se va a imaginar, a participar de “una ceremonia ilegal” y de “un crimen gustoso e impune”, como defendía Nieva.

placeholder Aquí hay hasta un queer melenudo con tres pares de tetas. (Javier Naval)
Aquí hay hasta un queer melenudo con tres pares de tetas. (Javier Naval)

Pero, lejos de hacer un ejercicio de arqueología teatral, Camacho se pone a prueba y se lo apuesta todo a la plástica y el juego, el suyo y el de sus actores, entregados a una obra de coreografía muy compleja en un espacio tan reducido como la Sala Max Aub de las Naves del Español. Increíbles Chani Martín como Zebedeo y Nerea Moreno como ese símbolo de rebeldía femenina que es Coronada, magnética la presencia de Jorge Kent como Hombre Monja y maravilla la voz del cantaor Álvaro Romero. Para los que se queden con más ganas de Nieva, el Teatro Español le dedica también una exposición llamada Teatro del privado horror, que acoge las 55 reproducciones ampliadas de su Cuaderno romántico, un libro de artista plagado de dibujos y manuscritos, en los que desplegó toda su creatividad.

Coronada y el toro. Autor: Francisco Nieva. Dirección: Rakel Camacho. Intérpretes: Lorena Benito, Eva Caballero, Juanfra Juárez, Jorge Kent, Chani Martín, Nerea Moreno, Pedro Ángel Roca, Álvaro Romero, Antonio Sansano, Sanna Toivanen y Germán Vigara. En las Naves del Español en Matadero hasta el 15 de abril.

Un coche de choque amarillo, una oveja de color verde, ristras de patas de jamón suspendidas del techo, coronas de flores, un garrote vil, unos cuantos botijos, un suelo pintado de negro, de blanco y de rojo, como si Goya hubiera estado horas probando fondos para sus Pinturas negras. Un coso taurino, con filas de butacas a modo de tendidos. Y un cartel de neón de "Felices Fiestas". Las de Farolillo de San Blas, pueblo sangrío y de buena cepa del que un hombre llamado Zebedeo es alcalde perpetuo por su propia voluntad popular, un hombre que entra en escena a ritmo de pachanga y carnaval, acompañado de una legión de personajes insólitos que corren y bailan vestidos de E.T., de cowboy, de guardia civil, de obispo.

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