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Dioses, bestias y solteronas: todo lo que necesitas saber sobre la soledad
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Dioses, bestias y solteronas: todo lo que necesitas saber sobre la soledad

Según estadísticas, estudios y charlatanes, no hay 'subgrupo poblacional' más feliz que una mujer de 50 años sola y sin hijos. Pero esas notificaciones ignoran la dureza de la soledad

Foto: Imagen: L. Martín.
Imagen: L. Martín.
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Estableció Aristóteles que solo los dioses y las bestias podían vivir felices en completa soledad. Dos mil años hemos tardado en encontrar un nuevo espécimen superior: la solterona. Desde hace años, dioses, bestias y solteronas completan la trinidad independiente, autónoma y dichosa, esos seres únicos que no necesitan a nadie porque siempre hay museos abiertos. Titular a titular, las mujeres son conminadas hoy a no tener pareja y a morir sin descendencia. Según estadísticas, estudios, datos y charlatanes, no hay subgrupo poblacional más feliz que una mujer de 50 años sola y sin hijos.

El término solterona forma parte del argot denigrante surgido en España a mediados del siglo XX para hacer la puñeta a los demás. Solterona, solterón, calvorota, gordinflón o pesetero fueron (ya decimos, en algún momento de la primera mitad del siglo pasado) el modesto Siglo de Oro del odio español por el vecino, que conectaba con Quevedo y otros denostadores profesionales. Afortunadamente, la palabra solterona ha caído en desuso, y esta orfandad nominativa se ha visto sustituida por una desconcertante campaña de ingeniería social: producir el mayor número de solteronas posible.

Lo de las solteronas me trae sin cuidado. Lo que me fascina de estas notificaciones de felicidad divina es cómo niegan la dureza de la soledad

Como es costumbre, el sentido común se alza atónito ante estas mecánicas. Nadie conoce a una mujer de 50 años sola y sin hijos que sea particularmente feliz. Como mucho, están felizmente derrotadas. Es la asunción de la derrota, cierta resignación, la que dibuja esa línea de temple equilibrado que, con suerte, encontramos en las señoras solitarias y de museo diario.

Con todo, a mí lo de las solteronas me trae sin cuidado. Lo que me fascina e inspira de estas notificaciones de felicidad divina y bestial es cómo niegan la dureza de la soledad. No deja de ser impresionante que digamos estar muy preocupados por los problemas mentales de la población y, al mismo tiempo, convengamos en recomendar a la gente la soledad como forma ideal de vivir una vida. A lo mejor estar solo no es muy bueno para la cabeza, miren a ver.

Foto: Foto: iStock.

Lo cierto es que hay mucha confusión con el hecho de estar solo. Discutía de solterías con una amiga y ella defendía este estatus diciendo que en un tramo de su vida, estando soltera, no estaba nunca sola, porque quedaba cada día con una persona distinta. Eso, muy precisamente, amigos, es estar solo: quedar cada día con una persona distinta.

Únicamente el que está solo necesita hacer planes. Es tener que hacer planes lo que señala la soledad en la que se encuentra uno en el mundo. Quien ya sabe que el viernes va a quedar, o que las vacaciones de verano serán en familia, no anda rebuscando en la agenda quién puede acompañarle la noche del finde o los días de la recepción de negativas sucesivas esperables hasta la cosecha de compañía. Cuando se nos cantan las excelencias de una vida completamente sola, no se dice nada de todo el tiempo que gasta esa dichosísima mujer de 50 años y sin hijos tratando de que alguien se tome un café con ella. Por eso hay tantas mujeres de 50 años, y hombres de 50 años, tomando café ellos solos en la ciudad.

placeholder Las dos protagonistas de 'Killing Eve'. (BBC América)
Las dos protagonistas de 'Killing Eve'. (BBC América)

La compañía no es una cuestión cuantitativa, sino referencial. Quien está solo puede quedar, en efecto, cada día con una persona distinta, pero para nadie en el mundo es una prioridad. Ser la prioridad de alguien es lo que, esencialmente, le hace a uno no estar ni sentirse solo. Uno solo es prioritario para su pareja y sus hijos, y para un puñado reducidísimo de amigos. Por eso, sin pareja ni hijos, dependes de ese puñado muy pequeño de personas, que, en realidad, pasados los 40 años, tienen todos pareja e hijos y bastantes pocas ganas de sacarte de casa. De hecho, paradoja extraordinaria, estas mismas personas preferirán estar un rato a solas consigo mismas mucho antes que quedar contigo.

Pensaba el otro día en cuántas personas puedes tener en mente a diario, es decir, cuántas personas de veras importantes es uno capaz de conservar en la cabeza. No creo que sean más de cinco o seis. Ser la persona importante de otra, estar entre esos cinco o seis que nunca olvida, cuyas citas médicas recuerda, cuya compañía extraña, es uno de los principales logros de la vida. Estas teorías modernas vienen a decirnos que no ser importante para nadie es la mejor manera de ser feliz. Suena sólido, sí.

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Si buscamos en este mismo periódico, es como poco desde 2012 (“Soy soltera y sin hijos: sé bien lo que piensas de mí”) que se está poniendo toda la energía propagandística del mundo en que las mujeres (los hombres parece que dan igual) elijan la falta de vínculos recíprocos como camino hacia la muerte. Si leemos la nota citada, veremos que lo que se decía hace 10 años es exactamente lo mismo que se dice ahora y que se ha dicho en la última década. Esto quiere decir que la idea de vivir solo (sola) y sin hijos no ha evolucionado, sino que sigue la estrategia de la profecía autocumplida, triunfar por insistencia.

En su única novela, Una mujer sola (2004), Isabel Blare contaba cómo era la vida definitivamente vacía de compañía, y tenía esta frase que siempre me ha impresionado, al punto de que puedo citarla de memoria: “Yo siempre sabré cuántas cocacolas quedan en el frigorífico”. Del vértigo siniestro que da llegar a casa y comprobar que nada se ha movido de su sitio porque vives tan solo como quieren hoy cuatro piensahúmos no se nos dice nada. De morir súbitamente y reposar cadáver dos semanas o dos meses antes de que alguien se acuerde de ti, lo dijo todo el documental La teoría sueca del amor (2016, Erik Gandini).

placeholder Portada del libro 'Una mujer sola', de Isabel Blare.
Portada del libro 'Una mujer sola', de Isabel Blare.

Pienso que hay que ser bastante miserable para recomendarle a la gente la soledad. Superado el ecuador de la vida, la soledad es de hecho inevitable. No hace falta que pongas mucho de tu parte.

“¿Qué quieres [de la vida]?”, le pregunta una mujer a otra en la serie Killing Eve (2018). Y su respuesta es: “Cosas normales. Un piso bonito, un trabajo chulo, alguien con quien ver películas”.

¿Qué significa “alguien con quien ver películas”?

Alguien que me vea vivir.

Estableció Aristóteles que solo los dioses y las bestias podían vivir felices en completa soledad. Dos mil años hemos tardado en encontrar un nuevo espécimen superior: la solterona. Desde hace años, dioses, bestias y solteronas completan la trinidad independiente, autónoma y dichosa, esos seres únicos que no necesitan a nadie porque siempre hay museos abiertos. Titular a titular, las mujeres son conminadas hoy a no tener pareja y a morir sin descendencia. Según estadísticas, estudios, datos y charlatanes, no hay subgrupo poblacional más feliz que una mujer de 50 años sola y sin hijos.

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