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Polanski vuelve al gueto: así sobrevivió a la barbarie nazi
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Polanski vuelve al gueto: así sobrevivió a la barbarie nazi

El cineasta polaco creció en el gueto de Cracovia. Allí conoció a Ryszard Horowitz, que más tarde se convirtió en un fotógrafo famoso. Más de 80 años después, han vuelto allí juntos para el documental 'Hometown'

Foto: Un policía alemán supervisa la deportación de judíos al gueto de Cracovia. (United States Holocaust Memorial Museum/Archiwum Panstwowe w Krakowie)
Un policía alemán supervisa la deportación de judíos al gueto de Cracovia. (United States Holocaust Memorial Museum/Archiwum Panstwowe w Krakowie)

“Un día estaba volviendo de casa de mi abuela hacia la calle Rekawka y había un grupo de mujeres a las que los alemanes llevaban. Al final de la calle había una mujer mayor, que apenas podía andar y que estaba llorando y suplicando. En un momento se puso de rodillas, incluso empezó a gatear, y, de repente, este oficial alemán jovencito saca una pistola y le dispara en la espalda. La sangre saliendo a borbotones, como el agua de esas fuentes que ponen para beber, porque no salpicaba, simplemente burbujeaba. Aterrado, corrí hasta este portal que tengo aquí detrás y me escondí. Había unas escaleras viejas de madera. Me metí detrás de esas escaleras y me quedé sentado, no sé durante cuánto rato. Fue mi primer encuentro con el horror”. Roman Polanski señala una puerta. La misma puerta por la que, casi 80 años antes, entró para ocultarse de los nazis. Junto a él, Ryszard Horowitz, amigo de la infancia del cineasta, superviviente de Auschwitz, uno de los nombres de la lista de Schindler —la real, no la película— y, actualmente, fotógrafo reputado que en su juventud trabajó como asistente de Richard Avedon.

Horowitz nació unos meses antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial. Polanski ya había cumplido seis años cuando los alemanes cruzaron la frontera. Los dos acabaron encerrados en el gueto de Cracovia. De allí los nazis mandaron a Horowitz, con apenas cinco años, directamente a Auschwitz. En su brazo arrugado todavía se puede leer el número B14438. Polanski logró escapar de las sacas y sobrevivió mendigando y ocultándose de una casa de acogida a otra. ¿Qué opciones había de que esos dos niños judíos amigos sobreviviesen a la barbarie nazi? Y ¿qué opciones había de que ambos se convirtiesen en artistas conocidos? Hace unos años, volvieron juntos al gueto de Cracovia como protagonistas del documental Polanski, Horowitz. Hometown (2021), premio del público en el Festival de Cracovia y una de las películas del año en Polonia. Los directores Mateusz Kudla y Anna Kokoszka-Romer son los responsables de que ambos se reencuentren en las calles en las que se forjó su amistad y, al mismo tiempo, les arrebataron la infancia. En España, lamentablemente, no ha conseguido todavía distribución.

En las Memorias que publicó Malpaso en 2017, Polanski recuerda el momento en el que se conocieron. "Un día asistí a la fiesta de cumpleaños del pequeño Ryszard Horowitz, de tres años, sobrino de los Rosner, y a los niños nos ofrecieron pasteles y chocolate caliente. Ryszard, que era un chiquillo muy temperamental, se negó a beberse el chocolate de su cumpleaños". Hoy son dos ancianos que recorren sus memorias a través de las calles de Cracovia, una ciudad que ya queda muy lejana para ambos, que viven en París y Nueva York, respectivamente. "Los recuerdos son terribles. No quiero borrarlos. Quiero que se queden en mi memorial tal y como están. No quiero deformarlos. Es doloroso", admite Polanski en el documental.

Polanski nació en una familia mitad polaca judía —por parte de padre— y mitad rusa católica —por parte de madre—. "Con la intensificación de los ataques aéreos empezó a faltarles comida. Mi madre pertenecía a una acomodada familia rusa. Siempre había tenido criada, pero acabó rebuscando comida entre la basura. No había casi agua potable". En su casa siempre se consideraron agnósticos. "No me gustan las iglesias ni las sinagogas. He de admitir que me dan miedo", confiesa. Pero eso no bastó para que, cuando los alemanes invadieron Polonia, los obligasen a llevar el brazalete.

placeholder Una imagen de Polanski de niño. (Krk Films)
Una imagen de Polanski de niño. (Krk Films)

"Cogido de la mano de mi padre, contemplé las cerradas filas de los soldados de infantería de la Wehrmacht marchando hombro con hombro por Cracovia, gallardos y pulcros como si fueran de juguete, con sus uniformes verde gris", cuenta en sus memorias. "Empezó el pánico porque los alemanes habían entrado y empezaron a identificar a la gente, a hacer la vida difícil. A los judíos no se les permitía ir a los sitios o subirse al tranvía. Cuando obligaron a todos los judíos a llevar el brazalete, me di cuenta de que había una diferencia entre nosotros y los amigos que estábamos empezando a hacer en ese momento", añade en el documental.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los 60.000 judíos de Cracovia llevaban más de 500 años conviviendo con el resto de la población y estaban completamente integrados. El 1 de diciembre de 1939, los obligaron a ponerse el brazalete blanco. En marzo de 1941 se creó el gueto de Cracovia para "limpiar" la ciudad de judíos, con lo que la familia Polanski tuvo que trasladarse a un piso en la calle Rekawka. Junto a ellos, "desplazaron a miles y decenas de miles de familias dentro de un muro, del que no se podía salir". Incluso enladrillaron las ventanas. Ese mismo edificio es el que visitan ahora Polanski y Horowitz mientras hablan de aquellos años. No lo hacen con resentimiento. Lo hacen con humor, incluso, para quitarle peso a los recuerdos. "La gente se moría de enfermedad y de hambre y se caían por las calles, pero, pasado un tiempo, todo el mundo dejó de prestar atención".

placeholder Los padres de Polanski. (Krk Films)
Los padres de Polanski. (Krk Films)

A su madre, Bula, se la llevaron los alemanes directamente a Auschwitz, a la cámara de gas. A su padre, Ryszard, lo mandaron a Mauthausen, donde sobrevivió. El día que iban a llevárselos, antes de que los soldados hiciesen la ronda, su padre cortó la alambrada, que no estaba electrificada, y le dijo al pequeño Polanski que se marchara. Justo después, se llevaron a Ryszard al campo de concentración.

La figura paterna es, quizá, la más conflictiva para Polanski. Después de pasar años vagabundeando y malviviendo hasta que la familia Buchala, unos de campesinos de Wysoka, en el campo, lo acogió hasta el final de la guerra. Al terminar la ocupación, se reencontró con su padre, pero este enseguida se enamoró de otra mujer, Wanda, y dejó solo a su hijo, que tuvo que buscarse la vida. "Cuando era pequeño, estaba un poco perdido", reconoce Horowitz, cuya madre se encargó de velar, hasta cierto punto, por el niño. Polanski incluso vivió el pogromo de Cracovia del 11 de agosto 1945, al acabar la ocupación alemana, escondido solo en un piso.

En uno de los momentos más extrañamente entrañables de Hometown, Polanski le cuenta a Horowitz, frente a la tumba de su padre, cómo fue su entierro, con los sepultureros borrachos y él cargando el féretro, con todo el peso hacia él debido a su corta estatura y a punto de morir aplastado. El documental de Kudla y Kokoszka-Romer sobrecoge al mostrar la memoria andante, encarnada en dos ancianos frágiles, caminando por una ciudad que ha decidido olvidar, donde apenas quedan trazos de aquellos 30.000 judíos asesinados. "La historia se repite cada cierto tiempo. La gente no aprende. Da igual que sea por raza, religión o color de piel".

“Un día estaba volviendo de casa de mi abuela hacia la calle Rekawka y había un grupo de mujeres a las que los alemanes llevaban. Al final de la calle había una mujer mayor, que apenas podía andar y que estaba llorando y suplicando. En un momento se puso de rodillas, incluso empezó a gatear, y, de repente, este oficial alemán jovencito saca una pistola y le dispara en la espalda. La sangre saliendo a borbotones, como el agua de esas fuentes que ponen para beber, porque no salpicaba, simplemente burbujeaba. Aterrado, corrí hasta este portal que tengo aquí detrás y me escondí. Había unas escaleras viejas de madera. Me metí detrás de esas escaleras y me quedé sentado, no sé durante cuánto rato. Fue mi primer encuentro con el horror”. Roman Polanski señala una puerta. La misma puerta por la que, casi 80 años antes, entró para ocultarse de los nazis. Junto a él, Ryszard Horowitz, amigo de la infancia del cineasta, superviviente de Auschwitz, uno de los nombres de la lista de Schindler —la real, no la película— y, actualmente, fotógrafo reputado que en su juventud trabajó como asistente de Richard Avedon.

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