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Págueme lo que valgo por no tener ni idea
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Mala fama

Págueme lo que valgo por no tener ni idea

Concluye el recorrido judicial de un hombre que proclamaba su ignorancia

Foto: Antonio Elegido, experto en lengua castellana del concurso 'Cifras y letras'. (Telemadrid)
Antonio Elegido, experto en lengua castellana del concurso 'Cifras y letras'. (Telemadrid)

Un hombre ha ido a un juzgado y ha dicho: “No sé nada y, por lo tanto, me deben dinero”. Cuando alguien declara no saber nada, cuando pone en evidencia su propia ignorancia, solo cabe creerle. Sin embargo, el juzgado no le ha dado la razón y nuestro hombre ha perdido dinero. Se ha ido para su casa como si fuera alguien que supiera, y, por lo tanto, es pobre, y no como quien no tiene ni puta idea, y gana más. Ahora les explico el asunto, que me parece vertiginoso.

El hombre es Antonio Elegido, famoso en algún tramo de nuestra vida por salir de sobremesa en un concurso. El concurso era Cifras y letras (Telemadrid y Canal Sur). Dos ciudadanos juntabas letras y maniobraban números para ganarse algún dinero. Había un presentador. Y, había, ojo al dato, dos expertos. Una mujer era la experta en matemáticas, la que le decía al concursante que había sumado mal. Antonio era el experto en lengua castellana, que validaba con su sapiencia si un vocablo era correcto o, por el contrario, las letras habían sido amontonadas bajo confusión competitiva.

placeholder Antonio Elegido, el 'experto' en lengua castellana del concurso de Telemadrid y Canal Sur 'Cifras y letras'.
Antonio Elegido, el 'experto' en lengua castellana del concurso de Telemadrid y Canal Sur 'Cifras y letras'.

Ahora el experto, llegado el finiquito, ha considerado que le pagan poco, y durante varios años ha litigado en contra de su propio prestigio. Su tesis, muy razonable y no poco escandalosa, es que él no tenía ni pajolera idea de lengua castellana, de tropos, apócopes o diéresis, y lo único que hacía era seguir un guion, decir lo que a él le decían que dijera, por el pinganillo. Visto así, él se considera un actor, y como actor le corresponde otra despedida dineraria; de hecho, mayor. Yo estoy muy impresionado con esta noticia, la verdad.

Porque, primero, debemos observar la gradación salarial que rige en la televisión, en los concursos. Antonio Elegido, que no es experto en letras, reclama más dinero, justamente, por no saber nada de gramática, sintaxis o diccionarios y trabajar en televisión, precisamente, como experto en eso mismo. O sea, según su abogado, por fingir que sabía se merece más dinero que si hubiera sabido de verdad. Esto da mucha tristeza, pero, al fin y al cabo, es de televisión de lo que hablamos. Un mundo que solo da mucha tristeza.

¿Dónde estaba el experto de verdad?

Sin embargo, en algún momento debemos preguntarnos: ¿y dónde estaba el experto de verdad? Si el sedicente actor, que hacía muy bien el papel de tipo que ha leído algunos libros, o de profesor, solo actuaba en efecto, debía de ser al dictado de alguien que sí supiera si élite lleva tilde o no, si existe canaco en las páginas de la C del DRAE y si en un concurso de la tele en España admitimos la palabra huarache como animal de compañía. Hemos de entender que había un experto escondido detrás del escenario, mirando mucho un libro de Manuel Seco ( Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española), igual que habría una experta numérica a su lado, mirando también mucho la calculadora científica, esa que tiene no sé cuántos botones de más. Ambos, entre bambalinas, cobraban su sueldo de experto, pero no salían en la tele. ¿Por qué? ¿Tan feos eran?

Así, el programa doblaba salarios de expertos porque tenía cuatro y solo hacían falta dos y el público solo veía a dos, pero distintos. Los dos expertos de verdad poseían, sí, el conocimiento, pero no la telegenia. Y los dos expertos falsos tenían la presencia, pero, vaya, ni puta idea de nada.

El juez, en fin (o jueza), no ha visto en el caso de Elegido toda la poesía que contiene, que es la de un hombre que se proclama ignorante, y lo es

Esto nos lleva al siguiente territorio de nuestra estupefacción: que hay gente que tiene cara de saber cosas, aunque no las sepa. Eran Antonio Elegido y la chica de los números. Elegido sabía de letras, para el público, porque era hombre, tenía el pelo cano y largo y una voz soberana. También merodeaba mucho sus propios argumentos (ahora sabemos que lo que hacía era tratar de repetir lo que le habían dicho sobre zeugmas y declinaciones, que realmente no entendía), echando la cabeza para atrás, degustándose sabio (ahora sabemos, sí, que era un gran actor).

Ella, para saber de números, lo primero que aportaba era ser mujer, porque si el de letras era un hombre, para hacerlo bonito en la tele, había que poner a una chica para la cifras. Luego, era mona, guapa, atildada, de voz cantarina. ¿Cómo no iba a saber esta chica de raíces cuadradas e integrales y eso? Se notaba enseguida que sabía contar hasta un millón, y mucho más.

Foto: Todos los números se derivan de tan sólo unos pocos que debemos conocer en profundidad. (iStock)

Las expertas en matemáticas que acompañaron a Antonio fueron cuatro: Gema Ramos, Paz de Alarcón, Sheila Izquierdo y Paola Bontempi. Muy propiciamente para nuestro hombre, buscando el nombre de una u otra en Google, lo primero que sale es: actriz. A lo mejor al abogado de Elegido no se le ocurrió presentar como prueba de que su cliente no sabía nada de letras el hecho notorio de que las otras no supieran nada de números.

El juez, en fin (o jueza), no ha visto en el caso de Antonio Elegido toda la poesía que contiene, que es la de un hombre que se proclama ignorante, y lo es. Si uno puede pasarse once años fingiendo conocimientos y lecturas, tiene que ser actor, o político; experto no. El programa Cifras y letras engañaba a los espectadores haciéndoles creer sus propias expectativas adolescentes: que quien enseña literatura es un bohemio y un plasta, y que a lo mejor nos toca en mates una profe que esté buena. La vida no es así.

¿Qué debemos concluir? Que si te llaman de la tele, incluso de la tele bonita, cultural y educativa, es que algo no sabes.

Un hombre ha ido a un juzgado y ha dicho: “No sé nada y, por lo tanto, me deben dinero”. Cuando alguien declara no saber nada, cuando pone en evidencia su propia ignorancia, solo cabe creerle. Sin embargo, el juzgado no le ha dado la razón y nuestro hombre ha perdido dinero. Se ha ido para su casa como si fuera alguien que supiera, y, por lo tanto, es pobre, y no como quien no tiene ni puta idea, y gana más. Ahora les explico el asunto, que me parece vertiginoso.

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