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"Rusia es un país que alimenta la paranoia y la conspiración"
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"Rusia es un país que alimenta la paranoia y la conspiración"

La periodista Anna Bosch repasa en su libro 'El año que llegó Putin' los indicios que en 2000 ya señalaban los derroteros que podía tomar el presidente ruso

Foto: La periodista Anna Bosch.
La periodista Anna Bosch.

Anna Bosch lleva contándonos desde hace décadas lo que pasa en el mundo y cómo funciona el poder. Experta en información internacional, ha sido corresponsal de Televisión Española en varios países y enviada especial a prácticamente todos los rincones del planeta. En Moscú estuvo en el cambio de milenio, en los últimos años del presidente Boris Yeltsin y el primero de Vladimir Putin. Un periodo clave para entender todo lo que vendría después, para comprender el éxito que ha tenido en Rusia la política cada vez más autoritaria del presidente Putin.

En El año que llegó Putin. La Rusia que acogió y catapultó a un desconocido (Los Libros de la Catarata), un ensayo que llegará a las librerías el próximo día 13 de marzo, Anna Bosch analiza cómo en el año 2000 ya había signos muy preocupantes de la deriva que podía tomar Rusia, aunque ella admite que entonces no los vio.

placeholder Portada del libro 'El año que llegó Putin', de la periodista Anna Bosch.
Portada del libro 'El año que llegó Putin', de la periodista Anna Bosch.

PREGUNTA. Mirando en retrospectiva, ¿en el 2000 crees que ya había señales inquietantes sobre lo que podía llegar a ser Putin?

RESPUESTA. Cuando Putin fue elegido presidente en el 2000 yo hice un Informe Semanal. Y casi 23 años después he vuelto a verlo y pone los pelos de punta. Nadie sabía entonces quién era Putin. Había sido del KGB pero se decía que era alguien gris. Pero nadie entendía por qué en agosto de 1999 Yeltsin nombró a ese tipo gris primer ministro y luego presidente. Con las entrevistas que realicé y con lo poco que Putin había hecho en tres meses, en el reportaje de Informe Semanal que hice quedaban abiertas una serie de dudas, de posibles caminos que podía emprender. Y la peor opción -que reprodujera a gran escala el KGB, convirtiéndose en alguien autoritario, contra la libertad de expresión y profundamente nacionalista- es la que se ha confirmado.

P. Rusia es un país muy complicado de entender. ¿Qué es lo más difícil de la mentalidad rusa?

R. Da igual la Rusia de los zares, la Unión Soviética o la Rusia de Putin: la concepción del poder en Rusia es siempre absolutamente vertical. Y el concepto de ciudadano, el de una persona con derechos, no existe. Allí una vida vale en función del poder que se tiene. Y más te vale tener mucho poder: solo hay que ver la cantidad de oligarcas que han muerto en circunstancias extrañas en Londres y en la Costa del Sol. En algunos casos se ha podido probar que murieron envenenados con material radioactivo y se ha establecido la conexión con el Kremlin, pero en otros no se ha podido probar. Rusia es un país en el que pasan muchas cosas oscuras; es un país que alimenta la paranoia y la conspiración. Ocurren tantas cosas raras y hay una falta de transparencia tan bestial que es fácil volverse paranoico y ver conspiraciones por todas partes.

placeholder La periodista experta en política internacional Anna Bosch.
La periodista experta en política internacional Anna Bosch.

P. Putin ha sabido manipular a la perfección el sentimiento de orgullo herido de los rusos. ¿Tiene occidente alguna responsabilidad? Europa y Estados Unidos rara vez reconocen por ejemplo el importante papel que Rusia jugó en la II Guerra Mundial para detener a Hitler…

R. Creo que occidente no ha calibrado el impacto que eso, debidamente usado, podía tener en Rusia. Putin ha sido muy hábil precisamente en usar ese sentimiento de humillación, ese nacionalismo herido y esa pulsión secular que tienen los rusos de culpar a occidente de todos sus males. La mentalidad de los rusos se podría plasmar en una frase: con lo grandes que somos, no nos respetan como debieran, occidente no reconoce nuestra excepcionalidad. Al caer la URSS, ese sentimiento se disparó. Y Putin supo usarlo en su beneficio. Durante estos 23 años, Putin ha hecho lo mismo con el Ejército Rojo y con la figura de Stalin que Hollywood con el desembarco de Normandía. Putin siempre insiste en que la II Guerra Mundial la ganaron los rusos, que fueron ellos los que entraron en Berlín, que la bandera que se puso en el Reichstag fue la suya, que fueron ellos los que acabaron con el nazismo. Ese sentimiento Putin lo ha exacerbado durante los últimos años.

P. ¿En los primeros años no era así?

R. En los primeros años Putin se concentró en protagonizar un photocall permanente en el que era retratado pescando en un río con el torso desnudo, pilotando un helicóptero, montando a caballo… Siempre en plan macho Alfa, para contrastar con Yeltsin, que era un ser decrépito y alcohólico, y con los últimos líderes de la URSS. Putin se presentaba así como un ser fuerte, y el músculo que mostraba en las fotos era el músculo que él iba a devolverle a Rusia. Esa es una obsesión que siempre ha tenido. Pero en los últimos tiempos, no sé si por la pandemia o porque ya tiene 70 años, le ha dado por convertirse en otro personaje: en historiador. Escribe ensayos y libros, pronuncia discursos eternos y en ese afán suyo por reescribir la historia repite sin cesar que si no hubiera sido por ellos Europa estaría bajo los nazis. En el discurso que hizo el martes de la semana pasada dijo que fue occidente quien en los años 30 le abrió la puerta al nazismo. Putin es tan culpable como lo puede ser Hollywood de haberse apropiado de la derrota del nazismo. Y todo el énfasis ahora de Putin en decir que los ucranianos son rehenes de un régimen neonazi es porque eso, en la psique rusa, evoca la hazaña de que ellos derrotaron a los nazis. Putin es muy bueno apelando a los resortes viscerales y emocionales de los rusos. ¿Pero qué tenía que haber hecho occidente? ¿Negar la independencia de las seis repúblicas soviéticas? ¿Prohibir su entrada a la OTAN? La OTAN no fue en busca de esos países. Fueron esos países, precisamente huyendo de Moscú, los que llamaron a las puertas de la OTAN.Y el que menos tardó diez años en entrar, no fue una entrada inmediata.

placeholder Manifestación en Bruselas en apoyo a Ucrania.
Manifestación en Bruselas en apoyo a Ucrania.

P. ¿Eres capaz de vislumbrar cómo puede acabar esta guerra?

R. No. Es la pregunta que les hago a todas las delegaciones ucranianas que en el último año han venido a España, la pregunta que le hago a todos los expertos rusos, a miembros de grupos pro derechos humanos rusos como Memorial. …. Y lo que todos dicen es que nos olvidemos de cualquier negociación. Putin tiene mentalidad de guerra, de suma cero, de ganar o de perder. En su mentalidad no entra el hacer concesiones, no tiene una mentalidad occidental de la diplomacia.

P. ¿Y a Zelenski le ves inclinado a negociar?

R. No, tampoco, es lo que me dice la gente con la que hablo. Incluso activistas rusos contrarios a Putin -que son pocos pero los hay y que lo están pagando caro- dicen que cualquier pacto tiene que pasar por volver a las fronteras de 2013, es decir, por devolverle a Ucrania Crimea y todo el Donbás. A día de hoy, los rusos y los ucranianos con los que yo hablo no ven una paz, no ven que Zelenski ni Putin estén en condiciones de ceder nada. Si hay una negociación tendrá que ser con otros personajes.

P. ¿Por qué Putin ha hecho de sus ataques contra el movimiento LGTBI una de las puntas de lanza de sus críticas a occidente?

R. Cuando yo llegué a Rusia, Moscú era Sodoma y Gomorra. Las agencias de viajes de aventuras de España organizaban tours en las noches moscovitas, había locales donde la gente hacía orgías en público, donde te estabas tomando una copa y al lado una pareja follaba y un espontáneo hacía un striptease. Al caer la Unión Soviética se recuperó la Iglesia ortodoxa, porque la gente necesitaba algo a lo que agarrarse, necesitaba recuperar su orgullo nacional y también por reacción. Igual que en España después de la dictadura hubo una reacción de rechazo al catolicismo obligatorio, en Rusia se produjo lo mismo pero a la inversa: todo el mundo volvió a abrazar a la iglesia ortodoxa rusa como seña de identidad. Yeltsin se alió enseguida con el patriarca ruso pero aquellos años, como te decía, fueron de un caos total en los que eso convivía con Sodoma y Gomorra. Con Putin, ese maridaje del poder con la Iglesia ortodoxa se hace uno, dios y el zar van todo el rato de la mano. La reivindicación de Putin de restablecer el orden a su llegada al poder también incluye un paquete de valores. Y en el discurso de Putin del pasado martes día 13 de febrero quedó claro que esos valores son Dios, patria y familia.

P. Hay parte de la izquierda española que, sin embargo, se alinea más con la Rusia de Putin que con la Ucrania de Zelensky…

R. A mí me provoca un poco de shock ver cómo un sector de la sociedad y la política española que se denomina progresista abraza las tesis y los argumentos de Putin por el mero hecho de que es anti OTAN y anti Estados Unidos. Porque en ese paquete van otras cosas. Para Putin, occidente es Estados Unidos y nosotros, los europeos, somos sus vasallos. Incluso en alguna ocasión ha dicho que somos un poco los tontos útiles de EEUU, que nos usa como mero instrumento y no nos damos cuenta.

P. Esa izquierda se muestra en contra de armar a Ucrania y defiende que las negociaciones son el único modo de lograr la paz. ¿Es realista?

R. Creo que hay dos factores que explican esa postura, y no sé cuál es más importante. Por un lado está la tradición de frenar el poder de EEUU y de la OTAN y, por el otro, puede haber cierta inocencia y cierta ignorancia. Porque lo que todos los rusos y ucranianos tienen muy claro es que Putin no está dispuesto a negociar. Y Ucrania… Es como pretender que una mujer maltratada negocie con su maltratador, con el tipo que la está pegando y que no piensa dejar de pegarle hasta que vuelva con él. ¿Le diríamos a esa mujer que se ha ido de casa huyendo de su agresor y temiendo por su vida que tiene que volver, hablar con su maltratador y arreglar la situación? La única cosa en que rusos y ucranianos están de acuerdo es que es imposible entablar ningún tipo de negociación con Putin. Putin no puede retroceder, está obligado a ir hacia adelante.

placeholder El presidente ruso, Vladimir Putin, en un momento de la ceremonia en Moscú por el Día de los Defensores de la Patria.
El presidente ruso, Vladimir Putin, en un momento de la ceremonia en Moscú por el Día de los Defensores de la Patria.

P. ¿Tiene necesariamente que caer Putin para que esta guerra termine?

R. Occidente tiene puestas todas las esperanzas en que caiga Putin, pero un analista ruso me dijo que es posible que caiga pero no debemos dar por sentado que eso vaya a ser mejor para nosotros. Ahora, por ejemplo, se está produciendo un movimiento interesante y alarmante: el dueño de Wagner -los mercenarios que están luchando en Ucrania y también en Malí y en la República Centroafricana- está cada dos por tres acusando al ministro de Defensa ruso de no darles municiones y de tenerlos mal equipados. Cada vez más insistentemente asegura que si no se avanza y si el ejército ruso no tiene más victorias en Ucrania es por culpa del ministro de Defensa que no les proporciona los medios necesarios. ¿Ese es un movimiento que puede ir a más? Ya lo veremos.

P. Como periodista, ¿qué te parece la cobertura mediática de esta guerra?

R.- El mundo de la antigua Unión Soviética es muy complejo. Yo no me considero una experta, y por eso he acotado mucho de lo que hablo en este libro, porque no me quiero columpiar. No tengo ninguna vocación de impostura. Yo hablo de lo que vi y de cosas que a mí me hicieron abrir los ojos. Soy muy consciente de que es un mundo muy complejo que funciona con una lógica distinta a la nuestra. Si vas a Estados Unidos, a Gran Bretaña, a Italia o a Argentina encuentras una mentalidad occidental capitalista. Habrá más o menos corrupción, pero tienen tu mentalidad, tu mismo esquema mental. Pero en todo lo que es el antiguo imperio soviético rigen otros parámetros. Yo creo que, a grandes rasgos, está habiendo dos tipos de cobertura: la de quienes hablan ruso y tienen un background que les permite traducir culturalmente lo que está pasando y la de quienes no lo tienen y hacen simplemente lo que pueden, que es lo que hacemos todos cuando caemos en un sitio. Los medios más potentes y de países con más multiculturalidad tienen segundas, terceras y cuartas generaciones de periodistas rusos y ucranianos, y con eso ya tienen mucho terreno ganado. En España la inmigración es algo reciente. Ahora, en Televisión Española tenemos por ejemplo a Nadia Kolotushkina, hija de rusos y que habla ruso perfectamente y eso marca una diferencia.

Anna Bosch lleva contándonos desde hace décadas lo que pasa en el mundo y cómo funciona el poder. Experta en información internacional, ha sido corresponsal de Televisión Española en varios países y enviada especial a prácticamente todos los rincones del planeta. En Moscú estuvo en el cambio de milenio, en los últimos años del presidente Boris Yeltsin y el primero de Vladimir Putin. Un periodo clave para entender todo lo que vendría después, para comprender el éxito que ha tenido en Rusia la política cada vez más autoritaria del presidente Putin.

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