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Hay gente que lo lee todo (y los necesitamos más de lo que piensas)
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Hay gente que lo lee todo (y los necesitamos más de lo que piensas)

Geoff Dyer da cuenta de su pasión por los libros y el arte en un libro tan autocomplaciente como estimulante

Foto: Leer sin parar como un devorador cultural. (iStock)
Leer sin parar como un devorador cultural. (iStock)

"Mi padre no leyó un libro en su vida", escribe Geoff Dyer en páginas muy avanzadas de Los últimos días de Roger Federer (Random House), su erudita revisión de los finales, los adioses y las agonías de vivir. Que tu padre no leyera un libro en toda su vida tiene, desde luego, mucho peligro. Puede pasar que tú no dejes de leer nunca.

Representa Geoff Dyer un ejemplo muy ajustado de algo que podemos llamar devorador cultural, que es un poco de lo que les vengo a hablar hoy. Un devorador cultural es el que encomienda su vida a la creación de los demás. O sea, el que siempre estará ahí para leer tu estúpido libro y ver tu puñetera película. También es probable que tenga tiempo de pasarse por tu pretenciosa exposición, escuchar tu inane disco y hasta llegar al estreno de tu minoritaria obra de teatro. Nunca se cansan del ego ajeno, porque quieren saber qué cuentas, qué haces, quién te inspira y si por casualidad has hecho algo de valor. Normalmente, en este último caso, dedicarán todo su entusiasmo a que la gente sepa que, en efecto, hiciste algo de valor. Si la cultura necesita de algo, es de gente como esta.

Pregúntenles qué leer, qué tal la última de Gaspar Noé o qué cuelga del Reina Sofía. A diferencia de la mayoría, disfrutan de un regalo: la pasión

Aunque suene increíble, hay personas que solo viven para devorar cultura, al punto de que llega un momento en el que son incapaces de hablar de nada que no pueda leerse, visitarse o proyectarse. No les pregunten por el precio del pan ni por el sentido de su voto; pregúntenles qué leer, qué tal la última de Gaspar Noé o qué cuelga de las paredes pasajeras del Reina Sofía. A diferencia de la mayoría de ustedes, disfrutan de un regalo de la vida: la pasión.

Es una pasión por algo tan intrascendente como las películas y los libros, vale, pero resulta un poco más digna que la pasión por llegar a fin de mes. Para ser un devorador cultural es conveniente que otro se ocupe de llegar a fin de mes, también es verdad.

placeholder 'Los últimos días de Roger Federer'.
'Los últimos días de Roger Federer'.

Cuando estos devoradores hacen libros, los hacen de lo mismo que todo el mundo: de lo que llevan dentro. Pero ellos dentro solo tienen otros libros, muchas películas, lienzos de Turner. Así, sus libros son tildados de inclasificables, es decir, suponen un jaleo de citas, referencias, adoraciones y, a veces, fotos. No tienen nada más que contar sobre su paso por el mundo que el hecho de que leyeron. Y lo que consiguen sus libros, si son estupendos, es justamente que te entren unas ganas irrefrenables de leer.

Los últimos días de Roger Federer es todo esto que les digo ahilado por la noción del adiós. Federer se retira y los escritores dejan de escribir, y tal o cual obra fue la última de tal artista. ¿Cómo enfrentar esos momentos languidecientes? Dyer se ve mayor y ya no puede ni jugar al tenis, y va revisando sus lecturas y otras digestiones culturales en busca del eco unánime de la muerte. A todo el mundo le pasa que la vida se le acaba, y el trabajo, y el talento.

"Con los libros, generalmente puedes saber si es horrible después de un par de capítulos. Pero ¿y con las películas? ¿Cuánto tarda en hacerse evidente la falta de calidad de una película? Unos treinta segundos, a veces menos".

placeholder Meditaciones de cine, de Quentin Tarantino.
Meditaciones de cine, de Quentin Tarantino.

Dyer no tiene empacho en criticar libros de autores vivos, ni películas contemporáneas, ni en reconocer qué clásicos no ha leído (El hombre sin atributos, nada menos) o no fueron de su agrado. Exactamente lo contrario de lo que hacemos en España, donde un autor no manifiesta su insatisfacción con la obra de otro autor bajo ninguna circunstancia, pues la diplomacia se antepone a la cultura, y donde todo el mundo da a entender que ha leído libros que ni siquiera sabe en qué siglo se publicaron. Dyer abomina por ejemplo de algunas obras de Martin Amis, no pudo con Una danza para la música del tiempo, la amazónica novela de Anthony Powell ("Lo único que lamenté, cuando me di por vencido, fue no haberlo dejado antes, idealmente antes de empezar"), y le parece mala Mao II, de Don DeLillo. "No pude terminar las memorias de Christopher Hitchens, Hitch-22", nos dice también.

Dyer no tiene empacho en criticar libros de autores vivos ni películas contemporáneas. Lo contrario de lo que hacemos en España

¿Es por valentía o por honestidad que Dyer incurre en juicios negativos sobre obras a menudo intocables, o de autores que podría encontrarse en un cóctel? No, su sinceridad se sitúa dentro del derecho natural del devorador: como soy el único que lo lee todo, mi opinión es sagrada. Como he dedicado a esto mi vida, mi juicio negativo es exactamente igual de importante para la construcción de una cultura que el libro que repruebo.

En el mundo de las películas, un ejemplo reciente sería Meditaciones de cine (Reservoir Books), de Quentin Tarantino. ¿Alguien se cree que un devorador de películas como Tarantino va a dejar de decir que Truffaut le parece un don nadie?

Con todo, Los últimos días de Roger Federer no es el libro más conseguido de Dyer (en mi opinión, sería Zona). El autor se gusta demasiado a sí mismo, acumula páginas soberbias junto a otras sin duda autocomplacientes, traza relaciones culturales de forma simplona, casi automática. Curiosamente, de lo que escribe extraordinariamente bien en todo momento es de la vida de los deportistas, y del tenis. Sus episodios autobiográficos, en este volumen, resultan menos consecuentes con lo que nos narra que en otros de sus libros. Pero siempre te los puedes saltar, como es obvio.

"Mi padre no leyó un libro en su vida", escribe Geoff Dyer en páginas muy avanzadas de Los últimos días de Roger Federer (Random House), su erudita revisión de los finales, los adioses y las agonías de vivir. Que tu padre no leyera un libro en toda su vida tiene, desde luego, mucho peligro. Puede pasar que tú no dejes de leer nunca.

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