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'Los pálidos': la guerra cultural se libra en una sala de guionistas de televisión
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LA OBRA DEL FIN DE SEMANA

'Los pálidos': la guerra cultural se libra en una sala de guionistas de televisión

Lucía Carballal debuta en la dirección con una historia sobre la caída de un hombre con poder y el ascenso de una mujer joven que propone un cambio de relato

Foto: El actor Israel Elejalde, interpretando a Jacobo en 'Los pálidos'. (Luz Soria)
El actor Israel Elejalde, interpretando a Jacobo en 'Los pálidos'. (Luz Soria)

En 1988, la artista Marina Abramovic decidió recorrer a pie la Muralla China desde su extremo oriental, en Shan Hai Guan. Su compañero artístico y sentimental, el fotógrafo alemán Frank Uwe Laysiepen, conocido como Ulay, comenzó el mismo camino desde el extremo occidental, en Jai Yu Guan, la periferia del desierto de Gobi. Ambos recorrieron 2.500 kilómetros y después de 90 días se encontraron en Er Lang Shn, en Shen Mu, provincia de Shaanxi. En ese punto de la muralla se miraron, se abrazaron y pusieron fin a su relación.

La acción, performativa como todo el trabajo de Abramovic, se llamó The Lovers: The Great Wall Walk (Los amantes: una caminata por la Muralla China), y registró no solo una despedida afectiva y profesional, sino ese instante de encuentro y cruce entre dos movimientos contrarios y simultáneos. Abramovic y Ulay portaban sendas banderas, los testigos de una especie de carrera de relevos entre aquello que parecía indestructible y ocupó de forma hegemónica el espacio y el tiempo y eso otro que anunciaba el nacimiento de un tiempo y un espacio distintos.

De eso va Los pálidos, escrita y dirigida por Lucía Carballal, que explica a este diario que pensó mucho en esa performance de Abramovic para contar la historia de una caída y un ascenso, la historia de un relevo y la foto en movimiento de ese instante en el que empieza a romperse todo aquello que parecía poderoso e inamovible. Aquí, lo que se rompe y se cae es un hombre, y con él todo un sistema. La que asciende es una mujer, y con ella un sistema nuevo o, quizá, solo un simulacro.

Se os va la olla o qué

Lucía Carballal, que desde hace años compagina la literatura dramática ( Una vida americana, La resistencia o Las bárbaras) con la escritura de guiones para series de televisión como Vis a Vis o Galgos, debuta en la dirección con esta historia, estrenada y producida por el Centro Dramático Nacional, cuya acción sitúa en la sala de guion de una serie. Una sala de suelo y paredes grises, un espacio como estructura pesada y aparentemente inamovible, con focos de plató y tres gradas en las que veremos una cafetera y uno de esos radiocasetes de los 80, con su pletina y su rueda para mover el dial. En el centro del espacio, la mesa de trabajo de los guionistas.

En ella se sienta un tipo cerca de los 50, vestido también de gris, moderno, casual, que se acerca a un micrófono y dice: “Escena cero: Jacobo, guionista veterano entra en el plató y toma asiento, ante él un libreto. Jacobo, dos puntos: Yo soy el creador de Hijas del voleibol, una serie de televisión que cuenta la historia de un equipo de voleibol femenino desde la nada hasta convertirse en un equipo profesional que entrena y compite e incluso llega a jugar la final de un gran torneo mundial. Ese es el arco. El personaje protagonista, la joven Oksana, es nuestra heroína, la líder, la capitana. Desde la emisión del primer episodio, la serie se convirtió en un fenómeno de masas. Teníamos un éxito. Hasta que se emitió el capítulo final”. Y Carballal, que acaba de presentar a su personaje leyendo el inicio del libreto de la obra, nos dice nada más empezar que en esta historia habrá algo de metateatro, de metaserie, y que aquí hemos venido a jugar.

placeholder Un momento del montaje de 'Los pálidos'. (Luz Soria)
Un momento del montaje de 'Los pálidos'. (Luz Soria)

En ese capítulo final de la serie, Jacobo (Israel Elejalde) decidirá que esa campeona se quede embarazada con 21 años y abandone la competición. En redes, reacciones furibundas y mensajes del tipo “con todas las chicas que hay en el mundo buscando su power, por qué hacéis que tenga un hijo, hijos de puta, se os va la olla o qué”. Y a ese equipo de guionistas presionados y en crisis llega María (Natalia Huarte), con su gorrito de lana y su ropa molona, una joven que dio clases particulares a la hija de Jacobo, Miranda (Alba Planas), para que aprobara la EVAU y que ahora es una dramaturga indie, feminista, con una novia librera y una de esas mujeres que lleva tiempo preguntándose quién construye el relato y para qué. María se sentará junto a Jacobo, su hermano Max (Miki Esparbé) y Gloria (Manuela Paso) en torno a esa mesa en la que está en juego salvar la segunda temporada de esa serie, pero no solo, porque Los pálidos no es una obra sobre el universo de la ficción ni sobre las miserias de sus guionistas —esa sala de guion podría haber sido la redacción de un periódico o la sede de un partido político—, sino una historia sobre “la idea de relevo entre un personaje masculino en caída y, al mismo tiempo, el recorrido de una mujer que sube, cuya voz empieza a ser más escuchada, que progresa dentro del sistema de producción, en eso que llamamos el ascensor social”, explica Lucía Carballal a este diario. Pero, ojo, que del relevo no se salva nadie.

Relevo para todos y, por fin, la clase trabajadora

Aunque hay espacio para el humor, Los pálidos es una tragedia a lo grande, aunque tampoco lo parezca. “La obra no es un drama, es una tragedia, y está conectada con esa idea de que todos hemos relevado a alguien y todos seremos relevados. Por eso quise trabajar el relevo desde ambos puntos de vista, con humildad, porque yo me asemejo más al personaje de María, evidentemente, y en ella hay mucha parte de mi corazón”, explica Carballal, “pero un día seré una mujer relevada, si no lo soy ya para las chicas de 20 años, y para poder escribir al personaje de Jacobo tuve que conectarme con esa idea, la de que formo parte, para empezar, de una era analógica, con unos valores que en muchos sentidos ya no sirven para nada y con un relato del mundo que, quizá, dentro de muy poco ya no sea tan atractivo”.

Aunque en Los pálidos hay un ligero eco de historia de amor no resuelta entre los personajes de Jacobo y María, Carballal no alimenta ese cliché de amor imposible entre arquetipos que, llevados al extremo, serían el machirulo y la feminista. Construye personajes con aristas, con contradicciones, conscientes de lo que les está sucediendo. Ni él es un tarugo ni ella una activista fanática. Además, en la obra hay varios elementos que no solemos ver en los escenarios y que celebramos muchísimo. El primero de ellos es la clase trabajadora: esos diez euros a la hora que cobraba María por dar clases particulares a la hija de Jacobo en una casa que en vez de jardín tenía finca; esa hija que se pregunta si puede dedicarse al spoken word tras haber vivido entre cuidados y privilegios; ese jefazo que le dice a María que el gotelé que hay en las paredes de media España, que se dispara y no se extiende, es el símbolo de “la pereza del obrero”, que ahora rascamos, reforma a reforma, “para borrar la lacra obrera, la lacra de la pereza en este país”; o cuando María desmonta esa falsa meritocracia basada en el esfuerzo y el tesón y denuncia que las chicas del equipo de voleibol, si la serie estuviera conectada con la realidad de sus circunstancias sociales, nunca hubieran triunfado.

El segundo elemento es un dolor que pocas veces verbaliza el feminismo y que María, esa guionista que se niega a blanquear la serie, pone sobre la mesa: “Oksana ha prosperado porque una serie de hombres la han ido validando. Esa secuencia sería como decirles a las chicas que nos ven: ¿Veis que incluso Oksana está jodida? ¿Qué es esto horrible que nos han hecho?”.

¿Cuidaréis de toda la gente que estáis derribando?

En el prólogo del texto de Los pálidos, que publicará en unos días La Uña Rota, Lucía Carballal incluye un intercambio de cartas con Israel Elejalde. En la suya, le explica al actor que en el proceso de escritura de la obra pensó mucho en su padre, un hombre que “se sintió un rey” y “cuya identidad tenía que ver mucho con su trabajo y con su éxito, el mundo se movía a su ritmo”, un arquitecto que murió joven, con 53 años, justo antes de la crisis inmobiliaria que arruinó a muchos de sus colegas. En esa carta, Carballal sostiene que Los pálidos responde a esa fantasía sobre qué habría pasado si su padre se hubiese caído, si hubiese vivido el fracaso de ser desplazado, de entregar su corona: “Creo que la obra le destrona y a la vez le estudia, le cuida, le quiere y le protege”, escribe.

placeholder Montaje de 'Los pálidos', en el Teatro Valle-Inclán.
Montaje de 'Los pálidos', en el Teatro Valle-Inclán.

De ahí que la obra no sea un panfleto con buenas y malos, ni un partidillo en el que esté en juego tener la razón. Los pálidos lleva a escena una guerra, la guerra por el relato, pero tras el desenlace, la gran pregunta, la más importante y la que articula toda la obra, es la que le hace Jacobo a María cuando sabe que está ya en tiempo de descuento: “¿Cómo vais a plantear nuestro relevo? ¿Cómo lo hará la cultura de los cuidados? ¿Cuidaréis de toda la gente que estáis derribando?”. La autora se coloca junto a María, que simboliza ese impulso de romper las estructuras y de cuestionar el sistema, pero también acompaña a Jacobo en su caída, en su pérdida de poder, y lo hace para evitar una dicotomía simplista en tiempos de guerra cultural. Y eso es lo más inteligente de esta obra, que no es equidistante, sino que se pregunta, como Mark Fisher en su libro Realismo capitalista, que el personaje de María lleva en la mano, “¿Cuánto tiempo puede subsistir una cultura sin el aporte de lo nuevo? ¿Qué ocurre cuando los jóvenes no son capaces de producir sorpresas?”.

Carballal arma una estructura en tres actos y diez escenas, tan ágil y rápida como el capítulo de una buena serie, en la que mide bien el conflicto y la tensión, con diálogos en los que dispara ideas y preguntas sin parar en un texto depurado y muy trabajado, emparentado con sus obras Las bárbaras y La resistencia, pero mucho más complejo, mucho más maduro. La autora y directora trata bien al espectador, a quien se dirige como interlocutor inteligente y con el que comparte dudas a través de unos personajes que hacen suyos los cinco actores de esta obra, los cinco formidables: Natalia Huarte, Miki Esparbé, Manuela Paso, Alba Planas e Israel Elejalde, que se está convirtiendo en el actor de su generación que más y mejor está encarnando las contradicciones y la fractura de esa masculinidad de “hombres (blancos) encantadoramente retrógrados”, como escribe Carballal en su texto.

Los pálidos. Texto y dirección: Lucía Carballal. Reparto: Israel Elejalde, Natalia Huarte, Miki Esparbé, Manuela Paso y Alba Planas. En el Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional hasta el 26 de marzo.

En 1988, la artista Marina Abramovic decidió recorrer a pie la Muralla China desde su extremo oriental, en Shan Hai Guan. Su compañero artístico y sentimental, el fotógrafo alemán Frank Uwe Laysiepen, conocido como Ulay, comenzó el mismo camino desde el extremo occidental, en Jai Yu Guan, la periferia del desierto de Gobi. Ambos recorrieron 2.500 kilómetros y después de 90 días se encontraron en Er Lang Shn, en Shen Mu, provincia de Shaanxi. En ese punto de la muralla se miraron, se abrazaron y pusieron fin a su relación.

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