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Cinco humildes consejos para ser mejor persona en redes sociales
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Cinco humildes consejos para ser mejor persona en redes sociales

Sé mucho de decepciones. Las que provoca esa persona que en vivo y en directo te cae genial. Y tú no quieres reconocer que en Twitter es absolutamente insoportable, de las que marca como favorito cosas que te producen rechazo

Foto: Una mujer toma el sol mientras mira su ordenador portátil. (EFE/Jorge Zapata)
Una mujer toma el sol mientras mira su ordenador portátil. (EFE/Jorge Zapata)

Sé lo justo de modales y de buenas formas. Mis conocimientos son una mezcla de lo que he leído en ¡Hola!, y lo que veo en las casas que no me puedo comprar. De la última que vi, Villa Vizcaya en Miami, copié los platos para colocar el pan con el que recibo cuando vienen invitados. Soy un quiero y no puedo que hasta hace poco no sabía con qué paleta se sirve el pastel de pescado.

No estoy al día en casi nada. Mientras mis amigos comentan series como The Happy Valley y Fauda, yo estoy viendo por primera vez The Gilmore girls y Seinfeld. Canturreo por casa canciones de Bad Bunny que igual tienen año y medio, más que caducadas para cualquiera de mis hijos. Soy una antigua sin misterio alguno, sin pizca de esnobismo. Y, sin embargo, aquí me tienen, dispuesta a adoctrinarles sobre cómo comportarse en redes sociales. Porque de eso, estimados lectores, sí que sé.

No demos la turra con nuestras obsesiones

Sé mucho de decepciones. Las que provoca esa persona que en vivo y en directo te cae genial. Esa que una vez te pagó un café por lo que sea, desde el principio hablasteis el mismo lenguaje y durante unos segundos de tu vida pensaste si será él y no el que tienes el amor de tu vida. Y lo ves una segunda vez y pasa exactamente lo mismo. Un par de bromas, quizá una mención al tema del día, personas que tenéis en común. No es enamoriscamiento, solo buen rollo.

Pero es tan corta la distancia entre la risa y el llanto que cuando te animas a seguirle en redes sociales, ves que es otro. El que coloca un montón de banderitas e iconos varios junto a su nombre. A veces son liberales, otras antifascistas, muchas veces gente muy pesada en el sentido más literal del término, porque todo es denso en ellos. "Sobre todo, mamá". Venga, hasta luego.

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Y tú no quieres reconocer que esa persona en Twitter es absolutamente insoportable. Faltona en ocasiones cuando delante de ti fue puro candor, de las que marca como favorito cosas que te producen el mayor de los rechazos. Que no para de recordarte aquello por lo que deberías estar en un sinvivir y que a lo mejor a ti te dan un poco igual. Porque con la de desigualdades que hay en el mundo tú estás ahí tomándote algo tan tranquila en una terraza. Y qué decir del sanchismo y otras amenazas globales a la estabilidad de nuestra endeble democracia. Señor, déjeme respirar si es tan amable.

Son gente encantadora de cerca y a corto plazo que, de repente, con una arroba de por medio, se dedica a retuitear a personas a las que tú, por lo que sea, tenías silenciadas. Son, en definitiva, personas a las que nunca debiste conocer más allá de ese café. Esa gente, dice mi amiga Ana Usieto, es mejor dejarla de seguir para evitar disgustos. Yo, que soy mucho más cobarde que ella, solo los silencio.

Consejo número dos: látigo al latiguillo

Las redes sociales son capaces de aflorar las mayores genialidades, pero ojo con las modas. Por el bien de todos, cuando ocurran cosas importantes que estimen oportuno compartir, nada de "some personal news", porque lo que viene después suele ser un desecho de tienta al que resulta incapaz de remontar un vulgar anglicismo. Salvo si te llamas Marta Ortega Pérez, a nadie le importa si nos han hecho project manager de la empresa familiar. Reconozcámoslo, no somos tan importantes. Y no digan "que la tierra te sea leve" cuando alguien fallezca, por favor.

Consejo número tres: mantengamos el ego a raya

Estoy pensando en una persona a la que admiro mucho. Que escribe muy bien, que me cae aún mejor y a la que abrazo siempre que veo. Pero es una persona que no para de compartir los halagos que recibe de muchos de sus seguidores. Vamos a ver, un poco de contención.

Nos parece muy bien que esa columna, o ese libro, o esa cosa que has hecho, reciba tantos parabienes. Pero si te dedicas a enseñarle al mundo que una señora de Albacete manifiesta que tú y tu obra sois lo mejor que ha parido madre, igual tienes un poquito de exceso de vanidad y un porrón de inseguridades. También está la variante de quien retuitea los insultos y los contesta y así podemos entrar en un bucle infinito en el que se nos va fácilmente cualquier mañana.

Este tipo de seres virtuales no solo son fatigantes, sino contraproducentes. Hace siglos que no los leo.

Consejo número cuatro: stop matones de cuarta

El otro día regañé con delicadeza a un señor en Twitter. Es alguien a quien no conozco, que ni siquiera dice su nombre en esta simpática red social. Pero consideró oportuno señalarme ante mi falta de conocimiento sobre una de las leyes del gobierno. Mi algoritmo de Twitter, que es casi tan delicado como yo, no tuvo a bien mostrarme este tuit. Pero al día siguiente, mientras daba el primer sorbo del café, amanecí con un montón de menciones de personas anónimas, constatando dos cosas: mi analfabetismo y también, por supuesto, mi virtuosismo en el arte de trepar y/o acrobacias sexuales para estar delante de un micrófono.

Verán, yo también leo, escucho y veo cosas que me producen vergüenza ajena, pero duerme una bastante bien si opta por el silencio o simplemente lo comparte con la persona que tenga al lado en ese momento.

El regañado, por cierto, me pidió disculpas y argumentó que: "Es que a veces no puedo". Pues hijo, haz por poder.

Foto: Una chica baila en la discoteca. (Cedida)
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Me está quedando esto un poco testosterónico, así que me permito recordar a una señora que hace varios domingos se molestó por buscarme a media mañana por Instagram para llamarme "inmundicia" por un artículo. Reconozco que fui un poco ingenua al pensar que si le decía uno de mis clásicos —"Gracias por leerlo. Que tenga un buen día"— sería eficaz.

Enfadadísima ante mi sarcasmo, me mandó ocho pantallazos de cosas que le resultaban insoportables de mi mera presencia en este mundo. La lindeza me pilló visitando el Museo de la Evolución Humana de Burgos y a puntito estuve de hacer alguna chanza al respecto, pero es que me esperaba la guía para explicarme algo del Homo erectus. No sean ustedes Araceli, o Adriana, ya no recuerdo su nombre. Qué manera tan tonta de desgastarse un domingo, querida.

Tampoco sean chivatones a edad adulta. A quién se le ocurre mandarte por mensaje las lindezas que otros dicen de nosotros. Hace un par de veranos una amiga me amargó el aperitivo mandándome la opinión de un diputado del Congreso sobre mi persona. Que digo yo que si el que estaba antes de Elon Musk me lo ahorró, por qué demonios vienes tú a decírmelo. Seamos amables y seamos Tambor el de Bambi: hablemos solo para agradar.

Consejo número cinco: seamos educados y ligeros

Guardemos siempre un tiempo para la risa. Nada es tan importante, o a lo mejor sí, pero el mundo no está pendiente de nuestras valoraciones. Una vez me dijo María Dueñas que para qué demonios iba a estar ella opinando en redes, pudiendo estar con una cerveza y unas patatas fritas.

Evitemos los charcos porque siempre manchan, demos las gracias a los que nos dicen que les gusta lo que somos y lo que hacemos. Digamos a los que cuelgan una foto que están guapos y ni media coma a los que no lo estén. Y si hay que mentir, se miente.

Porque la hipocresía es una de las normas más eficaces para la convivencia. Haya o no una arroba de por medio.

Sé lo justo de modales y de buenas formas. Mis conocimientos son una mezcla de lo que he leído en ¡Hola!, y lo que veo en las casas que no me puedo comprar. De la última que vi, Villa Vizcaya en Miami, copié los platos para colocar el pan con el que recibo cuando vienen invitados. Soy un quiero y no puedo que hasta hace poco no sabía con qué paleta se sirve el pastel de pescado.

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