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Profe, no pude venir a clase porque estaba descargando hachís
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Profe, no pude venir a clase porque estaba descargando hachís

'La tercera clase' retrata la vida de un instituto en una ciudad dominada por el tráfico de drogas

Foto: El escritor Pablo Gutiérrez, autor de 'La tercera clase'.
El escritor Pablo Gutiérrez, autor de 'La tercera clase'.

No es poca cosa que el consumo de drogas empiece en los institutos, aunque tampoco parece muy conveniente que en estos centros educativos empiece el tráfico. El instituto es el lugar donde la vida merece menos la pena, a medio camino, dentro del periplo formativo obligado del ciudadano medio, entre la arcadia de la enseñanza infantil y la liberación de la universidad. En un colegio, puedes sobrevivir porque eres tan pequeño que no sabes lo que pasa, no ves ante ti, alzados como moles de hormigón, 12 o 15 años de encarcelamiento educativo. En la universidad, distingues, no tan cerca, eso sí, la puerta de salida de un sistema de enseñanza, y puedes no ir a clase y, aun así, sacar sobresaliente, y puedes ligar y puedes incluso aprender algo. Es en el instituto donde no aprendes nada ni aunque saques las mejores notas. Del instituto solo queda en la memoria desolación y crujidos, batallas perdidas y un escenario sentimental muy similar a esos páramos donde se rodaban wésterns.

placeholder Portada de 'La tercera clase', la nueva novela de Pablo Gutiérrez.
Portada de 'La tercera clase', la nueva novela de Pablo Gutiérrez.

A estos coladeros de la vida dedica su nueva novela Pablo Gutiérrez, profesor él mismo (de Literatura) en un instituto de Sanlúcar de Barrameda. Se titula La tercera clase (La navaja suiza) y sigue la estela estética y la percusión temática de algunos libros suyos anteriores. Que sus tres últimas novelas salieran en Seix Barral y esta en un pequeño sello de corta vida es algo que no sé si quieren que comente. Díganmelo, que aún estamos a tiempo.

No, nada, los escritores vamos y venimos, subimos y bajamos; y, normalmente, bajamos más que subimos. Siempre hay los mismos editores que juegan a la ruleta con el corazón ardiente de los autores. Tiran uno a la ruleta, y a ver si hay suerte. Luego tiran otro, más joven. Y así. Eso es un poco todo.

Gusto por los adolescentes

El caso es que sigo la carrera de Pablo Gutiérrez desde que en 2010 publicara en la ya escasamente significativa Lengua de Trapo Nada es crucial (2010), una gran novela españolísima de prosas muy bonitamente ejecutadas. Como estilista, como uno que junta palabras, Pablo Gutiérrez es de los dos o tres mejores de su generación (la mía). Esta novela ya señalaba el gusto del autor por los adolescentes, quiere decirse, por ponerlos de protagonistas y entrar en sus cabezas a oír sus voces líricas. Luego en Democracia y en Los libros repentinos la juventud dejaba paso a adultos dolientes, para volver a la juventud, con mucha gloria de metáforas y éxtasis, en Cabezas cortadas, otro libro suyo muy bueno.

La tercera clase, en fin, se plantea como un retrato coral de una ciudad por donde entra mucha droga, pues el mar está para bañarse salvo que quede cerca de un país productor de hachís. Entonces está para bañarse en hachís. Sin embargo, pronto el libro deja de lado la ciudad en sí y se centra en un instituto, y oímos hablar a alumnos y alumnas, profesores, el director o el conserje, dando una pista de lo que tenía que haber hecho Pablo Gutiérrez con este libro: una novela sobre un instituto, sin mayor marco ni narco.

Yo me creo la pureza con que el autor siente el dolor de los demás, mayormente de los pobres, los oprimidos, los irrecuperables

Hay en Pablo Gutiérrez una sensible verdad en su mirada sobre la miseria. Quiere decirse que yo me creo la pureza con que el autor siente el dolor de los demás, mayormente de los pobres, los oprimidos, los irrecuperables. Esto no aporta ni quita nada a sus libros, pero es curioso que otros autores más chuscos en este sentido, que solo fingen que les importa un pimiento otra cosa que su propio éxito, lideren eso que se llama literatura social, siendo peores que Gutiérrez en todo, moral y prosa.

El problema que veo a esta novela es muy sencillo de nombrar: transiciones. Normalmente, en España, un gran prosista es alguien que no sabe contar una historia, y no importa mucho, pero a veces hay que darle una fluidez al relato, para que lo parezca. No puedes, en fin, poner un trozo detrás de otro sin más ni más, como sucede en La tercera clase, donde las voces a concurso se dan el relevo sin que medie el menor trabajo en eso que se conoce, va dicho, como transición. Al lector hay que hacerle pasar de habitación en habitación sin que piense que cambia de casa a cada paso. Para eso hay truquitos como acabar un pasaje con una frase e iniciar el siguiente con la misma frase; acabar mirando al cielo y empezar mirando al cielo, etcétera.

placeholder El escritor Pablo Gutiérrez.
El escritor Pablo Gutiérrez.

Fuera de esta coagulación del mecanismo narrativo, la novela presenta, cómo no, gloriosas páginas y temas crudos muy caros al autor. Aquí vemos a los chavales en el torbellino del sexo y de la droga venidera, entre la cárcel y el McDonald's, con menos futuro que el burrito de un Belén. La cosa, con "los bloques" o "las torres", va pintando a The Wire sin escuchas ni nadie que vaya a hacer una serie. "Los ascensores dejaron de funcionar y las familias de las últimas plantas se marcharon", leemos sobre una casa de protección oficial. Me parece una frase inquietante: "Los ascensores dejaron de funcionar y las familias de las últimas plantas se marcharon".

Motivo muy sensato para no ir a clase

Ser profesor es un trabajo bonito, pero parece que la vocación cojea si el instituto es un infierno. En la novela queda claro (como se decía también en el documental de Luis López Carrasco, El año del descubrimiento) que enseñar y educar a chavales muy problemáticos normalmente lo hace uno un año con amor, otro año con épica y un tercer año con pavor. Entonces, pides el traslado y deshaces en un gesto (irte) toda la figura mítica del profesor entregado. Porque los chavales te ven irte. "En mayo pedí traslado, adjuntando un informe médico con cuadros de ansiedad y ataques de pánico", leemos.

En La tercera clase un motivo muy sensato para no ir a clase es estar traficando, moviendo paquetes de droga de un sitio a otro. La amenaza de la cárcel constituye el día a día. Pero el instituto, ¿qué cosa es, sino una cárcel?: "Lo más parecido a una prisión es un instituto de enseñanza secundaria, indistinguibles: la arquitectura, el mobiliario, las ventanas enrejadas, la garita del conserje, las puertas de hierro con doble cerradura, los baños horripilantes, el descuido, la desesperanza, la rutina timbre-patio-timbre, la sensación de que miles de almas en pena ya padecieron por esos mismos lugares".

No es poca cosa que el consumo de drogas empiece en los institutos, aunque tampoco parece muy conveniente que en estos centros educativos empiece el tráfico. El instituto es el lugar donde la vida merece menos la pena, a medio camino, dentro del periplo formativo obligado del ciudadano medio, entre la arcadia de la enseñanza infantil y la liberación de la universidad. En un colegio, puedes sobrevivir porque eres tan pequeño que no sabes lo que pasa, no ves ante ti, alzados como moles de hormigón, 12 o 15 años de encarcelamiento educativo. En la universidad, distingues, no tan cerca, eso sí, la puerta de salida de un sistema de enseñanza, y puedes no ir a clase y, aun así, sacar sobresaliente, y puedes ligar y puedes incluso aprender algo. Es en el instituto donde no aprendes nada ni aunque saques las mejores notas. Del instituto solo queda en la memoria desolación y crujidos, batallas perdidas y un escenario sentimental muy similar a esos páramos donde se rodaban wésterns.

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