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'Bovary': el esfuerzo por contener un bostezo en la vida y en el patio de butacas
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La obra del fin de semana

'Bovary': el esfuerzo por contener un bostezo en la vida y en el patio de butacas

Carme Portaceli lleva a escena la novela de Gustave Flaubert, adaptada por Michael de Cock, director del Teatro KVS de Bruselas

Foto: 'Madame Bovary'. (Danny Willems)
'Madame Bovary'. (Danny Willems)

Dice que detrás de cada sonrisa se oculta un bostezo de aburrimiento. Detrás de cada alegría, una desazón. Y, detrás del placer, el asco. Que nada vale la pena realmente, que todo es mentira y que esos besos que le roban el aliento solo provocan en ella el anhelo de algo inalcanzable.

La mujer que habla fija su mirada en el tipo que se pasea por el escenario vestido tan solo con una camisa blanca y explica que es su marido, un médico modesto de una ciudad modesta, un señor cuya existencia la irrita y molesta, al que miente y engaña con otros hombres con los que se cita en habitaciones de hotel, en sus casas, en callejones. Y nos dice que en esos brazos encuentra fragmentos de sí misma, que solo entonces se siente viva, y que ese instante dura solo un minuto. Luego confesará que lo ha intentado todo, “comprando y follando”, y que odia toda esta mediocridad burguesa en la que vive.

placeholder Un momento del montaje de la 'Madame de Bovary' dirigida por Carme Portaceli. (Danny Willems)
Un momento del montaje de la 'Madame de Bovary' dirigida por Carme Portaceli. (Danny Willems)

La mujer que habla se dirige a un interlocutor colectivo, al que pregunta: “¿Queréis saber quién soy? Emma Rouault, encantada”. (Hola, Emma, nos alegramos de que, por una vez, seas tú y no tu marido, Charles Bovary, quien comience tu relato). Suena This is Not a Love Song, de Public Image, y mientras el escenario de la Sala Roja de los Teatros del Canal se convierte en una discoteca, Emma Bovary se desprende de su ropa siglo XXI y se viste con un traje de época, esa en la que Flaubert la convirtió en un símbolo poliédrico de la insatisfacción crónica, de la mujer adúltera y libertina, de la rebelde que se enfrenta al sistema, de la nociva sublimación del amor romántico, de la contestación a los valores burgueses y a la moral religiosa, del despertar de la conciencia femenina, y de todo lo contrario y etcétera.

Concentrado en Emma y Charles

Carme Portaceli, directora del Teatre Nacional de Catalunya (TNC), lleva a escena el clásico de Flaubert con adaptación de Michael de Cock, director del Teatro KVS de Bruselas, que concentra toda la acción en los personajes de Emma y Charles Bovary, interpretados por Maaike Neuville y Koen de Sutter, con la participación de la soprano Ana Naqe, que interpreta en vivo un fragmento de la ópera Lucia de Lammermoor, de Donizetti.

Antes de su estreno en junio de 2021, la obra fue filmada por el cineasta belga Jaco Van Dormael, que convirtió en película este montaje que tuvo que retrasar su estreno en el KVS a junio de 2021, debido a la pandemia. Bovary, que llegará al TNC en marzo, es la segunda colaboración entre De Cock y Portaceli, que ya trabajaron juntos en la adaptación de Mrs Dalloway, de Virginia Woolf, obra con la que la directora catalana revalidaba su gusto por llevar a escena personajes literarios femeninos como Jane Eyre (Charlotte Bronte), La casa de los espíritus (Isabel Allende), Las Troyanas (Eurípides), Qué pasó cuando Nora dejó a su marido o Los pilares de las sociedades (Elfriede Jelinek).

La próxima temporada, Portaceli estrenará La madre de Frankenstein, de Almudena Grandes, y acogerá en mayo, también en el TNC, el estreno de El Alquimista, adaptación de la novela Opus nigrum de Marguerite Yourcenar, que firma y dirige Michael De Cock.

Desnudando a Emma

La Bovary de Portaceli y De Cock apuesta por el minimalismo y el despojamiento, con una puesta en escena delimitada por dos paneles blancos y otro de plástico transparente, un piano, flores en jarrones, tierra de jardín acumulada en un montón y uno de esos sofás blancos muy Ikea en el que Emma y Charles Bovary se sientan y recuestan en varias ocasiones, con una copa en la mano y una indolencia parecida a esa que te invade al llegar a casa a las tres de la mañana después de no haberte divertido en absoluto. Un despojamiento que también está presente en el texto, que De Cock reduce prácticamente a un monólogo de Emma Bovary en varios planos —el monólogo interior, el diálogo con su marido y la recreación de escenas y diálogos con sus amantes— con algunas interrupciones de Charles, que, eso sí, cierra la historia con un epílogo en solitario, igual que en el texto que publicó Flaubert en 1857.

placeholder Un momento de la Bovary de Portaceli.(Danny Willems)
Un momento de la Bovary de Portaceli.(Danny Willems)

Una Bovary que no sucede en el afuera, en un espacio y tiempo reconocibles, sino dentro de la cabeza de Emma, como si todo lo que nos contara fueran proyecciones, como si Flaubert hubiera puesto unos focos (que ocupan físicamente el escenario) y una cámara fija registrando esa memoria suya hasta arriba de frustración. “Lo que hacemos es desnudarla”, explica a este diario Michael De Cock, cuya adaptación, dice, convierte a “Madame Bovary en un monólogo contemporáneo” que nace de la que “quizá sea la primera novela de shopping and fucking (comprar y follar) de la literatura”. De Cock cree que Flaubert “escribió un libro sobre un gran vacío y, fundamentalmente, sobre la pasión, sobre lo difícil que es reconocer lo que es el amor.

De eso trata esta adaptación, de cómo reconocer el amor si nunca lo has sentido”. Yendo mucho más allá, el belga cree que hay ciertas similitudes entre la Emma de Flaubert y el personaje de Michael Fassbender en la película Shame, esa historia de un tipo que intenta calmar su agujero existencial practicando sexo con cualquiera, en cualquier lugar y a cualquier hora: “No se pueden comparar ambos personajes, pero si hablamos de sexualidad y de cómo ella compra cosas, cómo se gasta el dinero…”.

Un falso activismo

Sin embargo, Portaceli centra su mirada en la dimensión política del personaje, una mujer “rebelde y activista, que lucha contra una existencia banal y aburrida en busca de su propia felicidad, una mujer que elige la acción y se niega a sufrir pasivamente y caer en la depresión”. Y tenemos dudas con esa interpretación porque el activismo o la lucha están vinculadas a una vocación de transformación y ni la Emma de Flaubert ni la que proponen Portaceli y De Cock, aunque tomen decisiones, son personajes proactivos cuyas acciones busquen o promuevan un cambio.

Emma solo encuentra en las compras o en el sexo un placebo, una anestesia momentánea a su frustración. El activismo, creemos, también se nutre de la pasión, y todo eso le queda grande al personaje y a esta puesta en escena en la que todo es frío, casi aséptico, en la que lo único orgánico es ese montón de tierra al que Emma se acerca cada vez que invoca a sus amantes, lo único en este montaje en lo que parece latir algo de vida.

Se trata de un montaje correcto al que le faltan pulso y nervio, con unos actores cuya presencia se diluye en un espacio desangelado

La obra se ve con interés, por eso de preguntarnos cómo dialogamos con esa mujer que, como dijo Vivian Gornick en una entrevista reciente en El País, “hoy ya no se puede escribir porque todos tenemos mucha experiencia y ya sabemos que el amor romántico no es la salvación”. Pero el interés muta en bostezo de aburrimiento, el mismo con el que Emma abría este texto, en un montaje correcto al que le faltan pulso y nervio, con unos actores cuya presencia se diluye en un espacio desangelado en el que se hablan, a veces, a metros de distancia; en una apuesta de dirección que usa recursos tan convencionales como el cambio de luces como única señal para diferenciar los planos de diálogo de Emma o el temazo pop y la discoteca para subrayar la contemporaneidad de la historia.

Decisiones que no se entienden

La soprano que interpreta Lucia de Lammermoor aparecerá vestida de negro como una utilera más en un cambio de escenografía y, de pronto, comenzará a cantar. Después hará un mutis pelín ridículo, correteando, y desaparecerá de nuestra vista. No entenderemos esa decisión de dirección, pero no será la única. También desaparecerá Emma al final de la obra, se levantará del sofá blanco sin que apenas nos demos cuenta y, aunque no hace falta que la veamos tomando arsénico, solo sabremos que el personaje de Flaubert se ha suicidado cuando su marido empiece a hablar de ella en pasado. Tras el monólogo final, una pintada en escena que vincula, qué sorpresa, pasado y presente: “Emma Bovary: 1857-2021”.

Dice que detrás de cada sonrisa se oculta un bostezo de aburrimiento. Detrás de cada alegría, una desazón. Y, detrás del placer, el asco. Que nada vale la pena realmente, que todo es mentira y que esos besos que le roban el aliento solo provocan en ella el anhelo de algo inalcanzable.

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