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Asesinato en Algeciras: eso no me pasará a mí, porque yo estoy bien
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Asesinato en Algeciras: eso no me pasará a mí, porque yo estoy bien

Hemos convertido al asesinato de Algeciras en la madre de todas las tragedias y de todos los estigmas. El festival de los amantes de las líneas divisorias. Esos que hablan del otro para salvarse a sí mismos

Foto: Familiares y amigos en el funeral del sacristán asesinado en Algeciras, Diego Valencia. (EFE/A.Carrasco Ragel)
Familiares y amigos en el funeral del sacristán asesinado en Algeciras, Diego Valencia. (EFE/A.Carrasco Ragel)

En mi barrio hay un señor que no está bien. Es alto, tiene el pelo rizado y teñido de rubio platino y lleva siempre un crucifijo enorme colgado del cuello. A veces enciende una radio con la que pasea y se pone a bailar mientras sujeta una litrona, otras veces se dirige a las mujeres y pronuncia cosas ininteligibles. Casi siempre lo veo dándole palique al del estanco, que parece ser el único que le hace caso.

Cuando las puertas de la iglesia se abren para celebrar la eucaristía, se coloca muy formal en la puerta, saluda a todo el mundo y pone la mano por si le cae una moneda. Lo vi un domingo a la hora de la comunión. Esperaba en fila india como hacíamos el resto. Cuando llegó su turno, el sacerdote le dio un manotazo y le negó el pan. A la salida, algunos feligreses comentaban que además del pan, había que negarle la entrada.

Foto: El detenido en Algeciras, Yassine Kanjaa.

Yassine Kanja, el que mató a puñaladas al sacristán Diego Valencia, tampoco "estaba bien", dicen los vecinos. Es un loco, un perturbado, un tarado, replican algunos en las tertulias. En las del bar y en las de micrófono. También es inmigrante irregular y musulmán. El pack de todos los males. Algo que nos provoca un estado de ánimo difícil de dibujar, que oscila entre la alarma y la calma.

Porque saber que el que cometió un crimen tiene un problema de salud mental nos ayuda a entender lo sucedido. Y nos tranquiliza. "Eso no me puede pasar a mí, porque yo estoy bien", decimos. Aunque ningún estudio científico asegure que los trastornos mentales conducen de manera inexorable a la violencia.

Tampoco nos pasará porque no somos musulmanes. Aunque los últimos datos afirmen que más de dos millones de ciudadanos en España practican el islam. Lo nuestro es el catolicismo, ya por convicción, por herencia cultural o porque no molesta. Y eso nos hace estar en el lado bueno de esta historia y de la Historia; aunque algunos malos patriotas se empeñen en recordarnos la Inquisición, las Cruzadas y hasta la guerra de Los Balcanes.

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Además, por si fuera poco, tenemos los papeles en regla.

Así, hemos convertido al asesinato de Algeciras en la madre de todas las tragedias y de todos los estigmas. El festival de los amantes de las líneas divisorias. Esos que hablan del otro para salvarse a sí mismos. Los que identifican la inmigración con problemas de convivencia, el trastorno mental con violencia, el islam con terrorismo. Algeciras convertida en festín para los amantes de la brocha gorda.

Es una de esas incongruencias con las que convivimos. Las de un país que ya lleva tiempo hablando de salud mental, que es el mayor consumidor de ansiolíticos del mundo y en el que se suicidan once personas al día. Nos han contado que una de cada cuatro personas tiene o tendrá algún problema de este tipo a lo largo de su vida; que el 6,7% de la población española padece ansiedad, el mismo porcentaje de personas con depresión. Que más de un millón de personas padecen un trastorno mental grave.

Seguimos estigmatizando al que padece un trastorno psicótico, al que tiene una esquizofrenia o un trastorno bipolar

Son vecinos, compañeros de trabajo, familiares y amigos. La persona con la que compartes cama y nevera. Somos nosotros. O lo seremos.

"Aún no sabemos qué tipo de trastorno mental padece esta persona ni el estado en el que estaba cuando cometió el asesinato. Y aunque en España hemos normalizado hablar de ansiedad, depresión y ya no da tanta vergüenza decir que vas al psicólogo, seguimos estigmatizando al que padece un trastorno psicótico, al que tiene diagnosticada una esquizofrenia o un trastorno bipolar", matiza Miguel Simón, psicólogo y director de innovación de la empresa de servicios sociosanitarios Grupo 5.

Pero preferimos decir que estamos ante un loco, un retraído que no hablaba con nadie, que no saludaba y andaba obsesionado perdido con Alá y su profeta.

Uno que "no estaba bien". No como nosotros.

En mi barrio hay un señor que no está bien. Es alto, tiene el pelo rizado y teñido de rubio platino y lleva siempre un crucifijo enorme colgado del cuello. A veces enciende una radio con la que pasea y se pone a bailar mientras sujeta una litrona, otras veces se dirige a las mujeres y pronuncia cosas ininteligibles. Casi siempre lo veo dándole palique al del estanco, que parece ser el único que le hace caso.

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