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Félix Huarte Goñi, el incansable constructor que levantó un imperio
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Hombres de fortuna VIII

Félix Huarte Goñi, el incansable constructor que levantó un imperio

El navarro transformó una pequeña constructora en una de las más grandes del país, germen de un imperio con 70 compañías y 17.000 empleados

Foto: Félix huarte Goñi
Félix huarte Goñi

Casi de forma inesperada, la pequeña constructora Huarte y Compañía S.L. asentó fama y fortuna durante las obras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria de Madrid. Aquel proyecto se convirtió en un desafío: en el plazo de pocos meses, la firma navarra levantó el primer edificio del nuevo recinto académico que se había convertido en una prioridad política y en un desafío (casi) inalcanzable para la monarquía de Alfonso XII, la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. A su inauguración el 8 de enero de 1933 acudieron las más altas autoridades del Estado, el rector de la Complutense, Claudio Sánchez Albornoz, y el decano Manuel García Morente, quien reconoció el esfuerzo de la compañía: “En cinco meses y medio se ha levantado este edificio. No hubiera sido posible sin el contratista, a quien debemos nuestra gratitud”. Con estas palabras, el joven catedrático de Ética acababa de disparar la reputación de Félix Huarte, quien repetía entre los suyos una consigna económica revolucionaria: “Es preferible perder dinero a prestigio”.

Ese carácter inflamable tuvo en la infancia mucho de justificación. De esa circunstancia, al menos, dejaron testimonios parientes, colaboradores y, también, enemigos. Félix Huarte Goñi (Pamplona, 1896–1971) nació en el seno de una familia de condición humilde que algunos biógrafos sitúan, incluso, en el pozo de la marginación. El fallecimiento de tres de sus cuatro hermanos (Juliana, María Josefa y José) dejó en él una honda fe cristiana y la muerte de su madre, ésta por bronconeumonía, lo sacó de las aulas con catorce años para contribuir al sustento familiar. Por un jornal de dos duros al mes, realizó labores de dibujo y mecanografía en una de las promotoras de viviendas surgidas a raíz del derribo de las murallas de la capital navarra, enrolándose posteriormente en un estudio de delineación y topografía, en la Comandancia Militar de Ingenieros y, posteriormente, en la constructora de Rufino Martinicorena. Allí alcanzó el rango de encargado general y jefe técnico y trabó amistad con Emilio Malumbres, un experto albañil con quien fundó su propia empresa.

Salvó la vida en un asalto con armas a su vivienda y estuvo en la diana de algún sector de la CNT

“La compañía girará bajo la razón social Huarte y Malumbres”, decía la escritura de la nueva sociedad, nacida el 1 de agosto de 1927. Su domicilio social se fijó en Pamplona y preveía cuantas sucursales fuesen necesarias “para facilitar sus negocios y dar mayor desarrollo”, por lo que, formalmente, fue una constructora navarra con delegaciones en España. Así, acaparó pronto importantes trabajos en Madrid, pero pagando un alto precio. Las gestiones del diputado y ministro Mariano Ansó (compensadas como “gastos de representación” en los balances contables), y la financiación del suegro de éste, Toribio López, obligaron a Huarte a una ampliación de capital que se resolvió con la pérdida del control de la empresa en 1933. Sufrió, además, en sus carnes la conflictividad social del final de la República: salvó la vida en un asalto con armas a su vivienda y estuvo en la diana de algún sector de la CNT –capitaneados por uno de sus trabajadores, Paquito, hijo de Largo Caballero–, que llegó a ver en este empresario “romántico” un enemigo mucho mayor que “los patronos déspotas”.

Guerra Civil

Con este panorama, se sabe que el golpe militar sorprendió al empresario en Pamplona, adonde se había desplazado para las fiestas de San Fermín. Allí pasó los días bélicos sin riesgo para su vida, pero con preocupación por el futuro de la compañía, golpeada tanto en la zona republicana como en el territorio dominado por los sublevados. Callados los fusiles, Huarte se plantó de nuevo en Madrid para reanudar la actividad de la constructora, centrándose en las obras públicas. Hasta el verano de 1944, el crecimiento de la empresa fue extraordinario, pero un revés de salud estuvo a punto de acabar con todo. Una dolencia cardíaca le obligó a apartarse de la primera línea del negocio. Los principales accionistas –los hijos de Toribio López– decidieron retirar su capital y amenazaron con la liquidación. No le auguraban mucho futuro a la entidad con la caída de su líder y optaron por coger el dinero. Pero Huarte se recuperó a tiempo para hacer frente a la situación. Con el préstamo de amigos y algún crédito, devolvió a los López toda su inversión (once millones de pesetas), quedando como únicos accionistas él (con el 81,7% del capital) y, siempre fiel, Emilio Malumbres, con el 18,3% restante.

Se convirtió en una pieza clave en el reparto del “contrato del siglo”: todas las obras del Seguro de Enfermedad de España

Paradójicamente, sólo dos meses después de la firma de la escritura que certificaba la salida de los López, Félix Huarte consiguió la adjudicación de la construcción del stadium del Real Madrid. La especialización y la competitividad que la empresa alcanzó en este tipo de instalaciones hizo que en los años siguientes levantara el Camp Nou y el Palau Blaugrana, en Barcelona; La Rosaleda, en Málaga; el Sánchez Pizjuán, en Sevilla, y El Molinón, en Gijón, entre otros. Por lo demás, en 1945 logró hacerse con la obra de la sede central del Instituto Nacional de Previsión en Madrid. Y, en los años siguientes, se convirtió en una pieza clave en el reparto del “contrato del siglo”: todas las obras del Seguro de Enfermedad de España, que quedaron en manos de cuatro firmas: Elinor, Beamonte, Agromán y Huarte. Entre 1948 y 1953, la compañía del promotor navarro construyó los seis primeros hospitales (Zaragoza, Teruel, Palma, Barcelona, Gerona y Lérida), con una superficie total de 143.000 metros cuadrados y una media de 500 camas por centro, y los seis primeros ambulatorios en Calatayud, Caspe, Jaca, Mataró, Lérida y Pamplona, con otros 23.740 metros cuadrados.

Al gran impulso que supusieron las instalaciones del Seguro de Enfermedad, Huarte sumó otros proyectos de gran impacto. A nivel internacional, se ocupó de la construcción de la base naval de Rota, en colaboración con varias empresas americanas que le abrieron los ojos para emprender nuevas vías de modernización en los métodos de construcción. A nivel nacional, se ocupó de las Torres de Colón, las Torres Blancas y la residencia hospitalaria de La Paz, aunque ninguno de ellos tuvo el eco de la cruz del Valle de los Caídos. Pero a Félix Huarte toda esa actividad se le quedó pequeña a mediados de siglo, de ahí que dejara la gestión directa de la constructora en manos de sus hijos. Con todo, fue presidente hasta el final de sus días y, en algún momento, tuvo que intervenir de forma directa ante la gravedad de la situación: así ocurrió tras el hundimiento de un hotel en obras en Pineda del Mar (Barcelona), que se saldó con dieciocho víctimas mortales.

A partir de ese momento, Huarte se consagró a dos relevantes proyectos: el grupo empresarial surgido en torno a las actividades de la construcción, y la finca del Señorío de Sarriá, donde llegaron a trabajar en torno a un millar de operarios y donde creó una de las grandes bodegas de vinos de España. De este modo, su constructora fue el embrión de un nutrido grupo de empresas que llegó a tener presencia en sectores tan diversos como los transformados metálicos, los componentes de automoción, la explotación de aparcamientos, el papel y el embalaje, los estudios de ingeniería y la industria alimentaria. A veces, el empresario costeó en solitario la inversión necesaria para esta expansión pero, en otras ocasiones, supo asociarse con aquellas sociedades, nacionales o extranjeras, que le garantizaron una tecnología líder y una rápida penetración y consolidación en los mercados. Eso sí, todas estuvieron siempre localizadas en Navarra, pues él había convertido el desarrollo económico de su tierra en uno de los principales objetivos de su existencia.

En abril de 1963, el empresario decidió saltar a la arena política

Con todo, la vida de Félix Huarte aún tendría que dar un giro más. Y éste sería asombroso para alguien cercano a cumplir ya los setenta años y que estaba al frente de uno de los mayores conglomerados industriales de España. En abril de 1963, el empresario decidió saltar a la arena política. Esta opción aparentemente disparatada encaja, sin embargo, con su trayectoria–siempre en busca de nuevos retos–, y con la que fue una de sus grandes pasiones: el desarrollo de Navarra. El impulso que le llevó a tomar este camino tuvo un doble origen. Por un lado, en aquellos años había ido creciendo entre las elites políticas el deseo de que la Diputación Foral promoviera de manera eficaz el desarrollo económico y social de la región. Por otro, el 11 de abril de 1963, el papa Juan XXIII publicó la encíclica Pacem in terris, que invitaba a los cristianos a tener una presencia activa en todos los campos de la sociedad. La lectura del texto afianzó en él la decisión de dedicarse a la política.

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A los ojos de muchos ciudadanos, él representaba el arquetipo del hombre hecho a sí mismo. Había conseguido llegar a la cumbre desde lo más bajo. También el hecho de que su triunfo en el mundo de las finanzas no le hubiera llevado a dejar su tierra –siempre estuvo empadronado en Pamplona, si bien residió desde 1939 de forma habitual en Madrid– tenía un eco positivo. Desde la Vicepresidencia de la Diputación Foral, gobernó Navarra como si se tratase de una de sus empresas y trabajó con vistas al desarrollo económico y la promoción educativa y propició el fin del aislamiento de la región. En el tramo final de su mandato se le debilitó la salud. Falleció el 12 de abril de 1971 en la Clínica Universitaria de Navarra. Fue enterrado en el Señorío de Sarría, en el panteón familiar cuyas obras quiso dirigir personalmente al final de su vida. “Se nace para morir”, se lee en la puerta de entrada del pabellón fúnebre.

Casi de forma inesperada, la pequeña constructora Huarte y Compañía S.L. asentó fama y fortuna durante las obras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria de Madrid. Aquel proyecto se convirtió en un desafío: en el plazo de pocos meses, la firma navarra levantó el primer edificio del nuevo recinto académico que se había convertido en una prioridad política y en un desafío (casi) inalcanzable para la monarquía de Alfonso XII, la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. A su inauguración el 8 de enero de 1933 acudieron las más altas autoridades del Estado, el rector de la Complutense, Claudio Sánchez Albornoz, y el decano Manuel García Morente, quien reconoció el esfuerzo de la compañía: “En cinco meses y medio se ha levantado este edificio. No hubiera sido posible sin el contratista, a quien debemos nuestra gratitud”. Con estas palabras, el joven catedrático de Ética acababa de disparar la reputación de Félix Huarte, quien repetía entre los suyos una consigna económica revolucionaria: “Es preferible perder dinero a prestigio”.

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