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Lo que pasa en las 'Big Four' no se queda en las 'Big Four': muchas horas, pocos inspectores
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Lo que pasa en las 'Big Four' no se queda en las 'Big Four': muchas horas, pocos inspectores

Atacar a una 'Big Four' es como hacerlo con la extrema derecha. Agradecido en muchos círculos, facilón, hasta un poco pobre si me apuran. Y hacerles una inspección es más oportunista que eficaz

Foto: Vista de las Cuatro Torres y el Paseo de la Castellana. (EFE/Fernando Alvarado)
Vista de las Cuatro Torres y el Paseo de la Castellana. (EFE/Fernando Alvarado)

Hace más de quince años el trabajo me hacía recorrer buena parte del Paseo de la Castellana hasta mi casa. Casi siempre había luces encendidas en las oficinas del distrito financiero de Madrid. Entre parada y parada, miraba melancólica desde la ventana del autobús y lamentaba lo desgraciadas que eran esas personas. Almas en pena que llevaban soportando los ácaros de las moquetas desde primera hora de la mañana.

Pero luego me miraba a mí misma y me daba cuenta de que eran las once y media de la noche, que me había pasado doce horas tecleando en una silla y que mi vida parecía destinada a seguir ese ritmo sedentario y atroz a la vez. Que no estaba yo para hablar porque hubo un día en el que desde aquel periódico nos dio por defender la conciliación y unos horarios laborales decentes para la felicidad de todos y la productividad de muchos. Con una portada en la que arengaba a las masas para que salir a las cinco se convirtiera en obligación por decreto. Una portada que cerré pasada la medianoche. Así que para desgraciada, yo. Para ácaros, los míos.

Foto: Sedes de PwC (i) y KPMG (c), en Madrid. (EFE/Mariscal)

Atacar a una Big Four es como hacerlo con la extrema derecha. Agradecido en muchos círculos, facilón, hasta un poco pobre si me apuran. Y hacerles una inspección de trabajo tiene una carga simbólica, más oportunista que eficaz. Porque ya sabemos que para cenáculos de poder, los de ahí dentro. Porque ya sabemos lo que se trabaja en ellas. El estrés, la competitividad, los horarios que no acaban. El capitalismo más salvaje, más descarnado. Un sitio donde la presencia sindical ni está ni se la espera.

Lugares plagados de muchachos y muchachas de buen ver, muchos de ellos cachorros burgueses. Discretos, disciplinados. Uniformados, ídolos capilares ellos, delgadez en ellas. De los de dinero viejo, también nuevos ricos. Y algún que otro aspirante que sueña con parecerse a ellos. Porque nadie quiere ser feo ni pobre. Y en una consultora/auditora uno se siente diez centímetros más alto y con cinco kilos menos. Basta con subir en el ascensor con ellos.

Son lugares plagados de cachorros burgueses​. Discretos, disciplinados. Uniformados, ídolos capilares ellos, delgadez en ellas

Lo llaman Big Four porque trituradora de carne suena feo. Pero trituradoras hay demasiadas e inspectores hay pocos, señora Díaz. Está la hostelería, la distribución y el campo. Están los taxis, los medios de comunicación y las agencias de publicidad. Está el comercio liberado de horarios y también de culpa. Está el Ibex-35, empresas grandes, medianas y pequeñas, donde al entrar te dicen que son lentejas. Que si te pones tonto o protestas te dan una patada y encuentran a trescientos mejores que tú.

Pero a este tipo de empresas les llaman Big Four porque viste, porque trabajar en ellas te hace grande. Es tocar el éxito con las manos, aunque el salario al arrancar sea el que es. Es encadenar reunión tras reunión, que de cada tres palabras dos sean anglicismos. Es detectar al paleto en cuanto ves que alguna de las visitas no te entiende. Es soñar con el bonus que no llega, pero llegará.

Foto: Carmen, Alejandro y Domingo, tres jóvenes inspectores o en camino de serlo. (Fotos cedidas/Montaje: Raquel Cano)
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Es una oficina diseñada con lo último en ergonomía, luz natural, mindfulness por la mañana y ansiolítico para poder dormir. Es decir, juernes y celebrar que el viernes puedes pasarte las mismas horas pero con dos botones de la camisa desabrochados.

Es el caramelo en la puerta del colegio. Es la promesa de que vivirás igual que tus padres e incluso mejor. Basta con 80 horas semanales, saber a qué puertas has de tocar, con qué apellidos has de emparentar. Y por si fuera poco, te espera un mentor que diseñará el plan de carrera con el que siempre has soñado.

Que te ayudará a poner en valor tus dotes de liderazgo, aunque sepas que lo importante es aguantar y medrar, medrar y aguantar. Porque tú sí sabes lo que es la cultura del esfuerzo. Que ahí dentro estáis los elegidos en este mundo de vagos y maleantes. Es uno de tantos infiernos en la tierra. Aunque en este lleven Barbour.

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Hace más de quince años el trabajo me hacía recorrer buena parte del Paseo de la Castellana hasta mi casa. Casi siempre había luces encendidas en las oficinas del distrito financiero de Madrid. Entre parada y parada, miraba melancólica desde la ventana del autobús y lamentaba lo desgraciadas que eran esas personas. Almas en pena que llevaban soportando los ácaros de las moquetas desde primera hora de la mañana.

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