Es noticia
'Italianeses': un actor, una silla y una historia cándida sobre campos de concentración
  1. Cultura
la obra del fin de semana

'Italianeses': un actor, una silla y una historia cándida sobre campos de concentración

El actor y director de ‘Kohlhaas’, Riccardo Rigamonti, estrena en el Teatro del Barrio una obra sobre los miles de italianos que vivieron en campos de prisioneros en Albania

Foto: 'Italianeses' (Áureo Gómez)
'Italianeses' (Áureo Gómez)

Un actor, una silla y una historia. Solo eso y todo eso es lo que hay en Italianeses. El actor es el italiano Riccardo Rigamonti, y esa silla es lo único que habita el escenario completamente vacío en el que relata un episodio histórico poco conocido, el de los miles de soldados y civiles italianos que quedaron atrapados en Albania cuando terminó la II Guerra Mundial, internados en campos de prisioneros hasta la caída de la dictadura en 1991, cuando muchos de ellos decidieron volver a un país que no les reconocía. El texto es del calabrés Saverio La Ruina, galardonado con el Premio Ubu al mejor intérprete por esta pieza en la que concentra en un solo personaje llamado Tonino Cantisani las historias reales y documentadas de aquellos niños y mujeres que vivieron durante décadas entre barracones, torturas y alambradas.

Ese lugar en el que Tonino, de padre italiano y madre albanesa, nacerá en 1951, en el que aprenderá el oficio de sastre, en el que soñará con colores distintos al gris de un campo que ojalá hubiera sido, dice, de trigo o de patatas o de remolacha. Un lugar de barracones hechos de brea en los que dormirá abrazado a una madre que le hablará de un padre que no conoce y que consiguió salir y volver a Italia, en el que sufrirá palizas e interrogatorios, en el que se enamorará y tendrá tres hijos y del que saldrá con 40 años sin saber muy bien si es italiano o albanés y qué significan ideas como libertad, identidad o desarraigo.

Pero hablemos de Riccardo Rigamonti, un actor afincado en Madrid desde hace más de una década, desconocido para el gran público, pero muy conocido en el circuito off desde que estrenó Kohlhaas, la historia de un criador de caballos que se convierte en un tipo miserable tras ser víctima de la corrupción y la injusticia. Otra historia sobre la naturaleza humana contada en solitario y en una silla. ¿Por qué tanta austeridad? Porque Rigamonti, que estudia teatro y cine en la Universidad de Pavia, que intenta entrar en la escuela del Piccolo Teatro y no le admiten, ingresa en un grupo de investigación y producción teatral dirigido por un alumno de Grotowski y eso que defendía el maestro polaco le cambia la vida y le descubre el lugar desde el que quiere trabajar: un teatro desnudo, despojado de artificios y espectacularidad, centrado en la presencia del actor, en su fisicidad y en su contacto y comunicación con el público.

Este es un teatro desnudo, despojado de artificios y espectacularidad, centrado en la presencia del actor

Rigamonti llega a España para grabar y presentar desde Madrid La ruleta de la fortuna para un canal italiano y decide quedarse, empieza a trabajar en algunos montajes y en 2017 estrena Kohlhaas, que dirige e interpreta, con la que recibe buenísimas críticas y que pertenece a esa corriente escénica que en Italia llaman teatro di narrazione y que se articula en torno a la figura de un narrador que no interpreta personajes, sino que los invoca y en la reivindicación de la imaginación, en tiempos de pantallas, como territorio a compartir entre actor y espectador. O sea, lo que lleva haciendo durante siglos El Brujo, pero sin su distancia irónica, sus chascarrillos sobre la actualidad política o su traje de juglar.

Y desde ese plano teatral tan vinculado a la tradición oral habla Rigamonti, que explica a este diario que no le interesa —ni como actor, ni como espectador— ese teatro contemporáneo que mezcla lenguajes, que usa la tecnología o que invierte gran parte de su producción en escenografía, vestuario y luces. A Rigamonti, como a Grotowski, le interesa el teatro pobre y en Italianeses, que codirige junto a María Gómez, viste como seguramente vista en su vida fuera del escenario y, además de usar la famosa silla, se sirve únicamente de un diseño de luces muy básico y de algunos temas de música tradicional napolitana y albanesa. Y a eso le suma muchos años de entrenamiento y técnica actoral, que no es poco, y se nota.

Narrar con el cuerpo

Porque Riccardo Rigamonti construye una historia que narra con su cuerpo, un cuerpo que se sienta, que se levanta, que cruza el escenario, un cuerpo dotado para la expresividad cuyas manos (hipnóticas) despliegan gran parte de un relato con continuos saltos en el tiempo y el espacio. Un relato que cuenta el niño que jugaba al futbol en ese campo de concentración, el joven que aprendió a coser el dobladillo de un pantalón y a trabajar como sastre, y el adulto que volvió a Italia a buscar a un padre que llevaba 40 años idealizando y que, cuando lo encuentra, no le reconoce, no sabe quién es. Y ese cuerpo, y también su voz, mutarán a lo largo de los 80 minutos de montaje, en el cuerpo y la voz del padre, de la madre, del sastre que le enseña, de sus torturadores o de esa joven de la que se enamora en el campo y que será la madre de sus hijos.

placeholder 'Italianeses' (Áureo Gómez)
'Italianeses' (Áureo Gómez)

Tonino Cantisani no habla desde la amargura ni desde el rencor, no detalla episodios escabrosos ni excesivamente crueles, tampoco se detiene demasiado en reflexiones políticas, más allá de hablar de la Europa de bloques o de cómo siente que pertenece a ese lugar de raíces desdibujadas de quienes ya no serán ni italianos ni albaneses, sino italianeses, después de vivir “prisionero durante cuarenta años porque era italiano, de ser diez años extranjero en Italia porque era albanés” y, al volver a Albania, escuchar a sus amigos albaneses decirle “mira, ha vuelto el italiano”. El narrador de esta obra usa una voz cándida y casi inocente, una voz sencilla y coloquial que construye imágenes a toda velocidad, una voz cargada de lirismo (y de costumbrismo) que busca mantener un diálogo emocional con un espectador al que Rigamonti parece coger de la mano para que le acompañe en un viaje cargado de nostalgia y de esa memoria individual que cimenta la colectiva.

La austeridad extrema en escena bascula entre la sobriedad esencial y la pobreza de recursos que impide que la obra brille más

Pero, a pesar de todos estos dones y del extraordinario oficio de Riccardo Rigamonti, ese viaje que propone Italianeses carece de profundidad, resulta inofensivo y no transita por ningún otro plano que trascienda la nostalgia o esa mirada cándida para sobrevivir a una tragedia que, en este texto, se cuenta poco. De tan preocupada por generar empatía y vincularse emocionalmente con el espectador, la obra apenas sugiere un diálogo en torno a las ideas de identidad o nación en una Europa en la que siguen existiendo guerras, refugiados y apátridas. Además, el texto de Saverio La Ruina resulta reiterativo en muchas ocasiones y hubiera necesitado de un trabajo previo de depuración y adaptación: el narrador vuelve y se regodea demasiadas veces en las mismas escenas, emplea demasiadas veces ese recurso de luego-os-cuento-esa-otra-historia y su estructura de continuos saltos temporales y espaciales, apoyados solo en la interpretación del Rigamonti, no siempre es clara. Tampoco es un valor en sí mismo esa austeridad extrema en escena, que bascula entre la sobriedad que reclama la esencia y la pobreza de recursos que impide que la obra brille algo más, quizá haciendo uso de esa imaginación que defiende su intérprete y codirector.

*Italianeses. Autor: Saverio La Ruina. Dirección: Riccardo Rigamonti y María Gómez. Intérprete: Riccardo Rigamonti. En el Teatro del Barrio, hasta el 4 de febrero.

Un actor, una silla y una historia. Solo eso y todo eso es lo que hay en Italianeses. El actor es el italiano Riccardo Rigamonti, y esa silla es lo único que habita el escenario completamente vacío en el que relata un episodio histórico poco conocido, el de los miles de soldados y civiles italianos que quedaron atrapados en Albania cuando terminó la II Guerra Mundial, internados en campos de prisioneros hasta la caída de la dictadura en 1991, cuando muchos de ellos decidieron volver a un país que no les reconocía. El texto es del calabrés Saverio La Ruina, galardonado con el Premio Ubu al mejor intérprete por esta pieza en la que concentra en un solo personaje llamado Tonino Cantisani las historias reales y documentadas de aquellos niños y mujeres que vivieron durante décadas entre barracones, torturas y alambradas.

Teatro