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Oh, no, los multimillonarios han vuelto a decirte de qué tienes que hablar hoy
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'TRINCHERA CULTURAL'

Oh, no, los multimillonarios han vuelto a decirte de qué tienes que hablar hoy

La canción de Shakira y el libro de Harry tienen algo en común: ricos aprovechando su fama para forrarse aireando sus trapos sucios mientras el resto les seguimos el juego

Foto: Es hora de facturar, bebé. (YouTube)
Es hora de facturar, bebé. (YouTube)

La infidelidad en la mitología clásica era un asunto curioso. Los cuernos no estaban mal vistos, siempre y cuando la relación adúltera no fuese reincidente. Ese fue el pecado que cometieron Afrodita y Ares. Hefesto, celoso de Ares, cazó a los amantes en plena faena, los capturó con una red y convocó a los dioses del Olimpo para que acudiesen a humillarlos.

Hoy puede sorprender esta aquiescencia hacia la infidelidad superficial, pero quizá simplemente se trataba de la manera antropológica que tenían en la Antigüedad de garantizar una de esas instituciones que han pervivido hasta nuestros días y que no es la democracia, sino el salseo. Como los dioses del Olimpo, nos carcajeamos de las bajas pasiones de los famosos de hoy, y por eso mismo, la sesión de Bizarrap con Shakira ha arrasado.

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El mayor pecado que podrían haber cometido Piqué y Shakira es el de no habernos dado salseo. Por eso estamos dispuestos a perdonarles todo, porque nos hacen sentirnos como los dioses del Olimpo riéndose de Afrodita y Ares.

La sesión 53 y el libro de Harry son lo mismo: una máquina de hacer dinero

Han coincidido en estos días dos fenómenos culturales que en realidad son prensa rosa en forma de literatura o canción: la ya citada sesión de Shakira y la publicación de En la sombra, del príncipe Harry. Ambos amenazan con romper todos los récords cuantitativos y ambos son en el fondo lo mismo: multimillonarios aireando sus vergüenzas personales para forrarse (aún más). Las listas culturales no están copadas por la cultura, sino por el salseo.

En el ultrademocrático siglo XXI, es fascinante comprobar cómo el poder, la riqueza y el morbo marcan más que nunca nuestras agendas, de qué hablamos y por qué, qué opinamos y qué deberíamos opinar, lo que es aceptable y lo que no. El miedo a perdernos algo, ese FOMO que nos obliga a tomar posición, es lo que lleva a Isabel Rodríguez, portavoz del gobierno, a publicar un tuit sobre el tema. ¿A quién le interesa saber qué opina Isabel Rodríguez sobre lo de Shakira?

Da igual que sean mejor o peor, que la sesión de Shakira no sea ni de lejos la mejor de Bizarrap o que las memorias de Harry tengan el pulso narrativo de su autor, J.R. Moehringer, porque lo que importa es el salseo, el beef, el cotilleo, que es lo que nos dice sobre qué debemos posicionarnos moralmente.

Si como se dice, la lotería es el impuesto de los tontos, el salseo no deja de ser una forma de redistribución de la riqueza de abajo a arriba: nuestros amigos los multimillonarios utilizan aquello de lo que los demás no disponemos, nombre, fama y capacidad de influencia, para captar el recurso más valioso hoy, nuestra atención.

(Y para más inri, en el caso de Shakira, después de haber tenido sus más y sus menos con la Hacienda española, que somos todos). Yassss queen dilo!

Tenemos que opinar sobre todo porque nos da identidad y visibilidad

La mayoría sobrevive como puede a las rupturas o a los dramas familiares; ellos hacen caja de su dolor. Ya saben, las mujeres facturan; al menos, Shakira lo hace. A todos nos gusta el salseo, pero no está de más intentar no olvidar, si uno tiene un poco de conciencia de clase, que no deja de ser un negocio que antes estaba en manos de los medios y ahora de las estrellas que saben bien lo rentable que resulta su vida. Es salseo global: se sigue en España, en Miami, en Colombia y en Sudáfrica (waka waka, yeah). El equivalente del corazón a Avatar 2.

Todo esto no sería posible si no viviésemos en la era de la hipertrofia de los discursos. Apenas unas horas después de la publicación del tema, todos habíamos escrito nuestro hilo con observaciones morales, semióticas y sociales (raramente artísticas) del asunto Shakira, que dio lugar a un enconado debate que derivó en ruido en cuestión de minutos. Como alguien decía por ahí, el asunto Shakira es especialmente espinoso para el feminismo, porque es mal negocio intentar hacer teoría general de drama particular.

Tenemos que opinar sobre Shakira, sobre el príncipe Harry y sobre Eurovisión, Rosalía o lo que toque porque nos otorga dos de las cosas que más necesita el ser humano del siglo XXI: identidad y visibilidad. Por un lado, posicionarnos define quiénes somos (moralmente) frente a los demás, nos permite exhibir nuestros valores, apuntalar nuestra imagen, como en ese cuadrante que identifica cada opinión sobre lo de Shakira con un perfil sociodemográfico. Qué previsibles somos.

Por otro, nos da visibilidad. Qué poco rentable resulta opinar sobre aquello que los demás desconocen, descubrir los rincones olvidados de la cultura, cuando podemos subirnos al monotema del momento y hacernos visibles ante los demás. A mí, por ejemplo, me gusta Strays, el álbum de Margo Price, que se publicó un día después de lo de Shakira. Pero ¿a quién le importa?

Espectadores de las vidas ajenas

En la observación más inteligente que tal vez he leído sobre el asunto, la escritora Carmen Pacheco sugería que el problema de la canción no se encuentra ni en el feminismo ni en su moralidad, sino en que no queda espacio para el oyente en ella. El exceso de contexto, toda la información de la que disponemos sobre el affaire, la cita directa de los hombres de Sal-Piqué y Clara-mente nos sitúa como espectadores de una discusión ajena.

El futuro prometía convertirnos en estrellas, pero somos mirones de vidas ajenas

Lo transparente del asunto provoca que sea difícil identificarnos con lo que canta la colombiana y que la separación entre autor y personaje (todos los cantantes interpretan personajes cuando cantan) desaparezca. Es algo que pasa mucho últimamente: acuérdense de cuando Mario Vargas Llosa puso en boca de uno de sus decrépitos personajes, que vivía en un desangelado Madrid futurista, que "fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón" y la gente pensó que dicha pichula y dicho corazón eran los de Vargas Llosa.

Las canciones de despecho y rencor han existido desde que el pop es pop, que parte de lo íntimo para aspirar a lo universal. Mi preferida es You’re So Vain, de Carly Simon, que tiene el mejor verso posible: "Eres tan vanidoso que probablemente pienses que esta canción va sobre ti". Ahí Shakira no ha dejado a Piqué espacio para la duda. La sesión 53 de Bizarrap no consigue que el oyente se identifique emocionalmente, sino que se ría al convertirse en testigo de una pelea entre multimillonarios.

El futuro prometía convertirnos a todos en estrellas, darnos nuestros quince minutos de fama, y hemos terminado degenerando en mirones de vidas ajenas desde la barrera. Hemos vuelto a aquella anticuada cultura de la celebridad en la que importa más el personaje que la obra, el salseo sobre los demás que la expresión personal, que, de hecho, está cada vez peor vista. ¿Quieres escribir una novela? ¿Componer una canción? Qué pretencioso.

La politóloga María Corrales recordaba a los que creen que lo de Shakira no debería interesarnos que el salseo tiene algo de democrático porque "baja a los ricos de su pedestal para evidenciar que tienen las mismas miserias que todos los demás". Por una vez, no estoy de acuerdo con ella: debajo de esa apariencia de democracia hay unos potentes intereses económicos que se aprovechan de nuestro interés por el salseo para llenar sus bolsillos utilizando algo que solo los famosos tienen.

Disfrazamos el totalitarismo cultural de supuesta democratización

Porque en última instancia, la materia prima que ha permitido que Shakira y Harry lo revienten no es ni su talento, ni su esfuerzo, ni su inspiración, sino una jugosa vida privada a la que estamos dispuestos a hincarle el diente. La mayoría de músicos y escritores del planeta no tienen esa ventaja competitiva de la que disponen nuestros queridos multimillonarios, beneficiarios últimos de nuestro gusto por el salseo.

Estos signos son el último clavo en el ataúd de la supuesta revolución que iba a suponer internet, donde todo el mundo tendría su habitación propia y un auditorio reducido pero fiel. Lo que se ha producido es todo lo contrario, un proceso acumulativo como lo es el del propio capitalismo, en el que la fama llama a la fama, la riqueza llama a la riqueza, el beef llama al beef, y todos corremos prestos a inflar el globo de los de siempre, cada vez más mediocres y nosotros cada vez con más tragaderas, disfrazando este totalitarismo cultural de supuesta democratización.

La infidelidad en la mitología clásica era un asunto curioso. Los cuernos no estaban mal vistos, siempre y cuando la relación adúltera no fuese reincidente. Ese fue el pecado que cometieron Afrodita y Ares. Hefesto, celoso de Ares, cazó a los amantes en plena faena, los capturó con una red y convocó a los dioses del Olimpo para que acudiesen a humillarlos.

Trinchera Cultural Príncipe Harry Gerard Piqué
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