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Todas somos Consuelo en la 'rave' de La Peza
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Todas somos Consuelo en la 'rave' de La Peza

Consuelo somos todas en algún momento de nuestras vidas. Cuando ya has dejado atrás esa época en la que te ríes de la forma en la que bailan tus padres porque ahora eres tú la que avergüenzas a tus hijos cuando te arrancas

Foto: Asistentes a la fiesta ilegal de La Peza marchándose de ella. (EFE/Pepe Torres)
Asistentes a la fiesta ilegal de La Peza marchándose de ella. (EFE/Pepe Torres)

Consuelo lamenta ante las cámaras lo poco que le ha durado la alegría en el cuerpo. Enseña un vídeo grabado con un móvil en el que se la ve dándolo todo en la fiesta ilegal celebrada en La Peza, provincia de Granada. Consuelo está en edad de merecer (ser abuela) y, mientras suena música electrónica de fondo —"ratonera", que diría mi madre— mueve los brazos como Dios le da a entender que, al parecer, es una mezcla entre jota aragonesa muy lenta y danza que invoca a la lluvia.

Gozó tanto del jolgorio sobre los campos de cebada de su pueblo que quiso repetir al día siguiente. Pero la rave comenzada días antes ya había terminado. "Tenía claro que quería venir con mis amigas porque con los maridos es un aburrimiento", dice algo quejosa ante los micrófonos de La Sexta.

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Consuelo somos todas en algún momento de nuestras vidas. Cuando ya has dejado atrás esa época en la que te ríes de la forma en la que bailan tus padres porque ahora eres tú la que avergüenzas a tus hijos cuando te arrancas.

Cuando has dejado atrás esa época en la que piensas que como tu juventud ninguna. Que entonces lo tuyo sí era pasárselo bien, con cabeza, de forma sana y en condiciones. No como ahora, con esa música "que no es música ni es nada" —otra vez tú, mamá— y en unos ambientes plagados de cosas peligrosísimas como las drogas, la fluidez de los cuerpos y de los géneros y la oscuridad en las calles. Todo eso que en tu época no había, claro.

Cuando hace tiempo que las cosas han dejado de asustarte y te has dado cuenta de que los cambios no siempre son para peor. Que ver a cientos de jóvenes entregados al baile y a las drogas como forma de ocio no te hace llamar de inmediato a la Policía ante semejante escándalo, sino que oscilas entre esa otra vecina del pueblo que lo definió como "los jóvenes tienen sus cosillas, pero no hacen daño a nadie" y esa dueña de bar que pidió que vuelvan el año siguiente, pero que, en vez de ir andando, pongan a disposición del pueblo autobuses para llegar al recinto. "A mí es que el baile y la música me van de maravilla", dijo.

Foto: Asistentes a la rave de La Peza, este lunes. (EFE/Pepe Torres)

Todas somos esa dueña de bar en algún momento de nuestras vidas y otras somos esa dueña de bar todos los días del año.

Somos Consuelo cuando te ríes de esos tertulianos de digestión pesada que advierten de que lo acaecido (son muy antiguos hablando, así me entienden) en ese pueblo de Granada "no es para nada representativo de la juventud española". Suelen mover mucho las manos ante este tipo de afirmaciones tan rotundas.

Porque ya sabemos que la verdadera juventud es la que lucha de manera incansable por la meritocracia, la excelencia, recoge los restos del botellón y los recicla en el contenedor correspondiente, no molesta a los vecinos, no bebe una gota de alcohol que también es droga, ayuda a cruzar a los mayores los pasos de cebra, da los buenos días en el ascensor, sabe que mañana será otro día y por eso sonríe mientras camina. Luego están estos, que no representan nada.

Que había muchos jóvenes, sí, pero también señores con boinas, niños y hasta perros tan educados como sus dueños

Somos las vecinas de La Peza cuando dicen que se acercaron por curiosidad, por ver lo que pasaba. También un poco asustadas por lo que vieron en la televisión. Drogas, delincuencia, vandalismo y otra serie de catastróficas desdichas.

Y, al llegar, vieron que aquello de terror no tenía nada. Que había muchos jóvenes, sí, pero también señores con boinas, niños y hasta perros tan educados como sus dueños. Que allí habían ido a echarse unos bailes y lo que surja, como surgimos mi hermana y yo tras un baile en el que se conocieron nuestros padres. Que dramatizarlo todo y llevarse las manos a la cabeza ante cualquier cosa es agotador. Que por no crecer en su pueblo no crece ni la cebada.

Y que la fiesta, además de combatir el sedentarismo vecinal, lo que ha hecho es "poner al pueblo en Google". Así que a ver si se animan los organizadores a volver el año que viene y los siguientes, porque así una se organiza. Y llama a las amigas. Y deja a los maridos en casa porque son un aburrimiento. Y nos vamos todas a La Peza. Que nos va de maravilla.

Consuelo lamenta ante las cámaras lo poco que le ha durado la alegría en el cuerpo. Enseña un vídeo grabado con un móvil en el que se la ve dándolo todo en la fiesta ilegal celebrada en La Peza, provincia de Granada. Consuelo está en edad de merecer (ser abuela) y, mientras suena música electrónica de fondo —"ratonera", que diría mi madre— mueve los brazos como Dios le da a entender que, al parecer, es una mezcla entre jota aragonesa muy lenta y danza que invoca a la lluvia.

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