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'Picasso/Chanel': cuando el pintor conoció a la modista y estallaron la belleza y la modernidad
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'Picasso/Chanel': cuando el pintor conoció a la modista y estallaron la belleza y la modernidad

La exposición que muestra lienzos del malagueño y diseños de la francesa en el Museo Thyssen de Madrid es una de las más exitosas de la temporada (y nadie se la debería perder)

Foto: Exposición 'Picasso/Chanel' en el Museo Thyssen de Madrid. (EFE)
Exposición 'Picasso/Chanel' en el Museo Thyssen de Madrid. (EFE)

En la primavera de 1917, saltaron chispas de belleza y creatividad: se conocieron dos genios, Pablo Picasso y Gabrielle Coco Chanel. ¿Los culpables? El poeta y dramaturgo Jean Cocteau, la pianista Misia Sert y la bailarina Olga Jojlova, que pocos meses después se convertiría en la primera mujer del pintor. Era París, tenían poco más de 30 años y el mundo intelectual y artístico (y privilegiado) de la capital francesa se abría al fulgor de los años veinte. Nadie pensaba entonces en lo que ocurriría un par de décadas más tarde. Aquella amistad entre un pintor que ya era una estrella —adalid del cubismo, autor de cuadros como Las señoritas de Avignon— y una modista que ya tenía varias tiendas y cuyos diseños habían aparecido en Vogue, salió bien y dio lugar a una serie de creaciones que todavía hoy, cien años después, siguen siendo rabiosamente modernas. Esa es la genialidad.

“Más allá de un tiempo o un lugar, Picasso y Chanel compartieron la misma visión estética y conceptual”, sostiene Paula Luengo, la comisaria de la exposición Picasso/Chanel que se puede ver estos días en el Museo Thyssen de Madrid y que recoge las colaboraciones artísticas entre ambos en el terreno de la moda, la pintura y el teatro y sus respectivas obras entre 1910 y 1930. Algunas semanas después de su apertura, se ha convertido en una de las más exitosas de la temporada —más de 113.000 personas, según datos del Ministerio de Cultura— y suele haber colas para entrar, por lo que, si desean verla, intenten evitar días festivos y horas de mayor afluencia. Además, y en esto la pinacoteca podría tomar nota, en ocasiones el aforo está un poco cargado.

placeholder La entrada a la exposición. (EFE)
La entrada a la exposición. (EFE)

Tras la imagen de Dos mujeres corriendo por la playa, el cuadro que Picasso pintó en 1922, el visitante entra en esos años veinte del siglo pasado con una atmósfera tenue donde lo que primero llama la atención son los abrigos y vestidos de Chanel. Porque en esta muestra, aunque hay varios lienzos fantásticos del malagueño que son propiedad del Thyssen, Picasso es lo de menos. Lo más llamativo es la ropa, ya que a buen seguro el espectador no está tan acostumbrado a ver trajes de día, de noche o ropa de sport diseñada por las manos de Coco Chanel y que aguantan perfectamente la mirada del siglo XXI. Aquí sin duda está el verdadero éxito de una exposición que, si bien también conmemora el cincuentenario de la muerte del pintor, las luces las pone la diseñadora (que, por cierto, murió solo un año antes que él). Al menos es en sus creaciones donde se detienen todos los ojos. Los préstamos —entre la vestimenta y lienzos— proceden de Almine y Bernard Ruiz-Picasso, Patrimoine de Chanel y el Musée National Picasso de París, entre otros museos y colecciones americanas y europeas.

El cubismo y la mujer libre

El recorrido es cronológico. Comienza con la década de los diez, cuando Picasso se abría camino en el cubismo y mostraba, una vez más, su genio. Aquí todavía no conocía a Chanel, pero esta ya trazaba diseños de líneas rectas y con una gran reducción cromática: blanco, negro o beige como mucho. Adiós a la cosa recargada, a la ampulosidad y, sobre todo, al corsé del XIX. El cuerpo de la mujer era finalmente libre. Y, aunque no era ropa barata, lo parecía porque usaba mucho el algodón y la lana. En aquellos años, los trajes de Chanel se describían como “la pobreza encantadora”. Es decir, cara.

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Pero también bella. La exposición es una constante exaltación de la belleza. Es puro gustazo estético. No hay más filosofía detrás, aunque Schiller dijera aquello de que hay que fomentar la educación estética de las personas para la futura consecución de una sociedad justa. Chanel y Picasso, en esta época, también son pura utopía de lo bello.

Es una belleza sobria, sin alharacas, sin la fantasía de un pastel de bodas, pero sí con mucha pedrería y vidrio, ya que le encantaban estos materiales a la diseñadora para sus trajes de noche. Con esta finura, precisamente, fue diseñado el perfume Chanel n.º 5 (hay un bote de 1921 en la exposición).

Lo más llamativo es la ropa, ya que el espectador no está tan acostumbrado a ver trajes de día, de noche o de 'sport' diseñados por Chanel

La presencia de la modista en la vida de Picasso se hace fuerte a través de su primera mujer, Olga, ya que a esta le entusiasmaban sus diseños. En la muestra se pueden ver retratos de ella realizados por el pintor en los que lleva puestos alguno de ellos, tanto de día como de noche. Los cuadros muestran escenas caseras: ella leyendo o cosiendo, sin embargo, son escenas de hace cien años que refulgen un atractivo que parece que casi nos hemos colado en una casa actual (de hecho, a día de hoy las hay más antiguas).

Teatro en los años veinte

La verdadera colaboración, no obstante, entre Chanel y Picasso comienza en 1922 con la obra Antígona en versión de Jean Cocteau, que se iba a estrenar en L’Atelier de Montmartre, un teatro que volvía a abrir tras haberse convertido los años anteriores en un cine. Por allí pasarían, además de Cocteau, otros creadores como Jules Romains y décadas después actuarían Brigit Bardot o Jean-Paul Belmondo. Afortunadamente, hoy en día sigue en pie.

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En aquellos años veinte, era un potente centro de los intelectuales y artistas de París, y Picasso y Chanel acaban allí recluidos por Cocteau para que el primero se encargue de los decorados y la segunda del vestuario. Y lo que hizo ella, sobre todo con los trajes crudos y de color rojo, fue un éxito que salió en los periódicos, como resaltan algunas páginas que se pueden leer en la muestra. Aunque también son fantásticos los escudos de los romanos que pintó el malagueño y que se pueden ver en algunas imágenes.

placeholder Detalle de la exposición con los vestidos de Chanel y el 'Arlequín' de Picasso. (Museo Thyssen)
Detalle de la exposición con los vestidos de Chanel y el 'Arlequín' de Picasso. (Museo Thyssen)

La siguiente colaboración sería en 1924 en el ballet El tren azul del ruso Serge Diághilev en versión, de nuevo, de Cocteau esta vez en el Teatro de los Campos Elíseos (también existe todavía). Chanel hizo otra vez el vestuario, que esta vez gira en torno a un grupo de jóvenes snobs de vacaciones en la Costa Azul —este tren azul era de lujo, existía e iba de París a la costa—, por lo que es una ropa muy deportiva. Chanel creó trajes de baño, de golf y de tenis, que eran los deportes de moda entre la clase pudiente. Picasso, que había pintado cuadros como Las bañistas —la perfecta iconografía del moderno en la playa en esa década— se encargó del telón de fondo que fue la imagen de Dos mujeres corriendo en la playa. Por cierto, de este ballet hizo el Victoria and Albert Hall de Londres una gran exposición en 2010.

Finaliza la muestra con el vídeo de un extracto del ballet representado en 1992. Sigue ejerciendo una poderosa atracción. Y es un resumen perfecto de la exposición: modernidad apabullante. Una se queda con ganas de ver más trajes y colaboraciones artísticas.

En la primavera de 1917, saltaron chispas de belleza y creatividad: se conocieron dos genios, Pablo Picasso y Gabrielle Coco Chanel. ¿Los culpables? El poeta y dramaturgo Jean Cocteau, la pianista Misia Sert y la bailarina Olga Jojlova, que pocos meses después se convertiría en la primera mujer del pintor. Era París, tenían poco más de 30 años y el mundo intelectual y artístico (y privilegiado) de la capital francesa se abría al fulgor de los años veinte. Nadie pensaba entonces en lo que ocurriría un par de décadas más tarde. Aquella amistad entre un pintor que ya era una estrella —adalid del cubismo, autor de cuadros como Las señoritas de Avignon— y una modista que ya tenía varias tiendas y cuyos diseños habían aparecido en Vogue, salió bien y dio lugar a una serie de creaciones que todavía hoy, cien años después, siguen siendo rabiosamente modernas. Esa es la genialidad.

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