Es noticia
Es más fácil morir hoy que el resto del año (pero no te preocupes, sobrevivirás)
  1. Cultura
'TRINCHERA CULTURAL'

Es más fácil morir hoy que el resto del año (pero no te preocupes, sobrevivirás)

Morirse es una costumbre cotidiana, algo de día de diario o excepcionalmente de fin de semana, por lo que un deceso en Año Nuevo no parece parte de los planes de nadie

Foto: Townes Van Zandt, fallecido hace hoy 26 años.
Townes Van Zandt, fallecido hace hoy 26 años.

De repente, mientras leía Amor intempestivo de Rafael Reig, me saltó a la cara por sorpresa de una de mis obsesiones más recurrentes: morir en Año Nuevo. Por sorpresa porque a mí morirme tampoco me quita el sueño y ya no salgo en Nochevieja. Será por lo contradictorio que resulta doblar la servilleta un 1 de enero: un gesto a contracorriente entre tanto desfase, pero por eso mismo no tan imprevisible. Como si a uno se le hubiese ido la fiesta de las manos.

En la novela, el escritor rememora el trágico fallecimiento de sus padres durante la madrugada del 1 de enero de 1999, a causa de un incendio en su piso de la calle Nicasio Gallego ocasionado —lo más probable— por una vela arrojada al suelo de manera accidental por el perro de la familia. Como de la autoficción me creo más lo de ficción que lo de auto, corrí a mirar si había sido así y ahí estaba la noticia de El País, que también contaba el suceso, solo que ya no se llamaba Amor intempestivo, sino Un matrimonio muere asfixiado al incendiarse un piso de Chamberí, que es como se llaman las cosas antes de convertirse en literatura.

Es una putada morirse en Año Nuevo, más putada aún es que se te muera alguien

Visualicé a los hermanos Reig, recién huérfanos, visitando el piso donde habían celebrado apenas unas horas antes la Nochevieja, ya convertido en un cubículo carbonizado, y tal vez preguntándose si no es irreal morirse en Año Nuevo. Morirse es una costumbre cotidiana, algo de día de diario o excepcionalmente de fin de semana, por lo que parece que procede hacerlo un martes de abril por la tarde, y no mientras todo el mundo anda durmiendo la resaca. Es algo que lo hace más trágico porque, simplemente, no toca.

¿Por qué me obsesionan las muertes en Año Nuevo? Quizá porque en el momento de los propósitos bienintencionados, del renacimiento del ciclo vital, de la pausa vital que supone la Nochevieja, en el único día del año en que no se espera nada de nosotros y en el que todos los comercios están cerrados, morirse no parece formar parte de los planes de nadie. Es una putada morirse en Año Nuevo, más putada aún es que se te muera alguien en Año Nuevo. Pero la muerte es siempre así, una llamada inesperada a primera hora de la mañana.

placeholder Todo el que aparece en esta foto morirá algún día. (EFE/Pepe Torres)
Todo el que aparece en esta foto morirá algún día. (EFE/Pepe Torres)

A menudo, uno se levanta el 1 de enero y se desayuna (o come) acompañado de algún deceso célebre o tragedia inesperada, como un duro retorno a la realidad después de la ensoñación de la noche anterior. La estadística dice que, efectivamente, es el día del año en el que más gente muere. Pero no solo por reyertas, desmanes que no hay B12 que los salve o caídas desafortunadas, sino también por causas naturales. Lo investigaron unos señores de la Universidad de California en un trabajo de título que de tan literal resulta divertido: Las Navidades y Año Nuevo como factores de riesgo de muerte.

Como los tipos son académicos, concluían que no tenían mucha idea de por qué pasaba esto y que necesitaban estudiarlo más, que es lo que suelen decir los académicos para curarse en salud y que les den más perras para la siguiente investigación, como el que deja el capítulo de la telenovela en el aire para que el espectador encienda el televisor al día siguiente. Pero las respuestas son imaginables: porque bah, ya iré al médico que ahora no me apetece, total van a estar las urgencias llenas y no me van a atender, que con un cubata más el dolor se me pasa, que aunque me haya pasado una apisonadora por encima la barra libre de la noche aún corre por mis venas.

* Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

En definitiva, todo tiene que ver con el alcohol en sentido extenso y con la despreocupación en sentido intenso, ese estado de ánimo en el cual uno se siente relajado e invulnerable. La Nochevieja es ese momento en el que todo se pone en pausa y manda la fiesta. Por eso es tan raro morir en Año Nuevo, porque es el momento en el que todos caemos presa de un espejismo colectivo que nos dice que nada puede ocurrir. Hasta que despertamos.

Los cantantes country mueren en Año Nuevo

Todas las Nocheviejas, mientras me preguntaba si tomarme la última o la penúltima, me acordaba de dos de mis cantantes preferidos, Townes Van Zandt y Hank Williams, ambos fallecidos un 1 de enero. Los utilizaba como advertencia: ten cuidado, que ellos fueron tan fuerte en Nochevieja que no vivieron para darle la vuelta al calendario.

placeholder Hank Williams, célebre difunto del 1 de enero.
Hank Williams, célebre difunto del 1 de enero.

Una vez alguien me contó que Van Zandt murió porque se había pasado con el alcohol y siempre me imaginé que se había pillado una cogorza monumental (monumentalmente funeraria), hasta que me di cuenta de que no era exactamente así. El autor de Quicksilver Daydreams of Maria llevaba años alcoholizado de manera casi terminal cuando en las Navidades de 1996 se cayó en las escaleras de su casa y se rompió la cadera.

Tan mal estaba, que el médico le dijo a su exmujer que desintoxicarse podría matarlo, y la abstinencia le provocó un delirium tremens que solo pudo atenuar, claro está, bebiendo vodka. En sus últimas horas, se puso de buen humor, llamó por teléfono a sus amigos para despedirse, se fumó un porro y murió. Eso sí que es pasarse la Nochevieja.

Del 2 de enero al 31 de diciembre sobrevivimos, el 1 de enero nos matamos

Algo no tan distinto le ocurrió 54 años antes a Hank Williams, el Shakespeare de Alabama, que murió en el asiento atrás de un Cadillac en la carretera que une Mount Hope con Oak Hill en Virginia Occidental, después de hacer una parada en un bar de carretera (posibles últimas palabras: "no, no quiero nada de comer"). Murió de un ataque al corazón, sí, pero seguramente causado por una combinación de morfina, alcohol e hidrato de cloral. Otro que se pasó la Nochevieja para no llegar a Año Nuevo.

La muerte más Nochevieja de todos los tiempos es la de Carlos II de Navarra, el Malo. La historia apócrifa cuenta que en la madrugada del cambio de año, el monarca se encontraba tan enfermo que fue envuelto en sábanas empapadas en coñac a petición de su médico, presumiblemente también empapado en coñac. En esas estaban cuando una lámpara cayó sobre el rey y pasó de ser Malo a Fatal y falleció abrasado entre terribles dolores. Eso solo puede ocurrir en Nochevieja.

placeholder Carlos de Navarra visita a los parisinos en una lámina del siglo XVI.
Carlos de Navarra visita a los parisinos en una lámina del siglo XVI.

Estas historias nos recuerdan que no hay nada que mate más que vivir, y quizá por eso los decesos aumentan el primer día del año, que es cuando toda esa gente que no acostumbra durante el resto del tiempo a vivir decide hacerlo. Del 2 de enero al 31 de diciembre nos dedicamos a sobrevivir, a buscar por todos los medios esas pequeñas tácticas que nos permitan alargar la vida, que apuntalen ese castillo de naipes a punto de desmoronarse que es la vida, a construir casas de paja.

En Nochevieja, sin embargo, ponemos toda nuestra energía en destruirnos un poco, aunque sea una vez al año y a base de espirituosos de mal calidad (porque eso es vivir, acelerar la muerte un poco). Pasamos años y años retrasando la muerte y en Año Nuevo canjeamos de golpe esos bonos que hemos ido adquiriendo a lo largo de los 365 días anteriores. Porque es el momento del desorden, en el que disfrutamos, y ese disfrute nos sitúa un poco más cerca de la muerte, una noche en la que todo está a punto de romperse. Eros y Tánatos, cerveza o vino, que si tengo tabaco o que si quiero.

Mañana intentaremos no morirnos: trabajaremos, nos cuidaremos...

Hoy, día uno, es el gran momento improductivo del año. No se espera nada de nosotros, ni siquiera que seamos capaces de mantenernos en pie. En el mejor de los casos, uno da cuenta de las sobras de la noche anterior, dormita, cena las sobras del medio día, dormita antes de la medianoche. La resaca es pasar un borrador por la pizarra, un borrón y cuenta nueva, un "no lo volveré a hacer" ritual y necesario para volver a hacerlo más pronto que tarde. Morir un poco para resucitar en Año Nuevo.

No se preocupe, ya llegará el 1 de enero y ese ritmo habitual de cosas que hacemos para no morirnos. Es decir, trabajar, cuidarse, ir al gimnasio, ser productivo, ser buena persona, todos esos encantamientos que espantan el fantasma de nuestro fin. Sobreviviremos al resto del año, porque es lo que deseamos continuamente, retrasar el fin. Pero recuerdo aquello que cantan Wilco: hay que aprender a morir para estar vivo.

De repente, mientras leía Amor intempestivo de Rafael Reig, me saltó a la cara por sorpresa de una de mis obsesiones más recurrentes: morir en Año Nuevo. Por sorpresa porque a mí morirme tampoco me quita el sueño y ya no salgo en Nochevieja. Será por lo contradictorio que resulta doblar la servilleta un 1 de enero: un gesto a contracorriente entre tanto desfase, pero por eso mismo no tan imprevisible. Como si a uno se le hubiese ido la fiesta de las manos.

Navidad Muerte Trinchera Cultural
El redactor recomienda