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'R.M.N.': xenofobia y nacionalismo en una de las mejores películas del año
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'R.M.N.': xenofobia y nacionalismo en una de las mejores películas del año

Nominada a la Palma de Oro del último Festival de Cannes, el rumano Cristian Mungiu vuelve a brillar con este análisis basado en hechos reales sobre el germen del racismo

Foto: Martin Grigore es Matthias, el protagonista de 'R.M.N.', de Cristian Mungiu. (Caramel)
Martin Grigore es Matthias, el protagonista de 'R.M.N.', de Cristian Mungiu. (Caramel)

A pesar de marcharse de Cannes sin un mísero premio, R.M.N., la última película del director rumano Cristian Mungiu es una de las mejores películas que ha dado el cine europeo en los últimos años. Mientras la mirada sobre la inmigración y las relaciones de poder de la ganadora de la Palma de Oro, El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund, es de una profunda superficialidad, valga el oxímoron, el análisis de Mungiu sobre los mecanismos que operan en las estructuras del pensamiento racista, muchas veces contradictorias y, la mayor parte, contagiosas. La delicadeza y el ingenio con el que Mungiu trata a sus personajes y las situaciones en las que estos se ven envueltos demuestra una mirada mucho más allá del tópico, que se recrea en las ambigüedades y las paradojas del comportamiento humano.

R.M.N., que son las siglas con las que Mungiu designa su país, ha llegado a los cines de España este miércoles -los estrenos se han adelantado para aprovechar las Navidades-, una época ideal para sumergirse en el frío y la nieve del pueblo de montaña donde tiene lugar la mayor parte de la acción. Esos paisajes agrestes, maravillosamente fotografiados por Tudor Vladimir Panduru, y la potencia salvaje de su protagonista, Marin Grigore en el papel del silencioso Matthias, son los dos imanes para el ojo iniciales de un film misterioso, lleno de recovecos y tropos visuales poderosos y a veces desconcertantes, como el que cierra la película.

A través del personaje de Matthias, un rumano que trabaja en una fábrica en Alemania y que, debido a un incidente con un superior, vuelve a su pueblo natal, el director nos adentra en las idiosincrasias de una Europa tan depauperada como multicultural, en la que la diáspora ocurre en ambas direcciones: los nacionales emigran por toda Europa para encontrar una vida mejor, mientras las fábricas locales buscan mano de obra todavía más barata y trabajadores aún más precarios venidos desde el cuarto mundo. El sistema de abuso y explotación es tan perverso que hasta dentro de los propios emigrados, sufridores del racismo en sus países de destino, acaban ejerciendo el abuso sobre aquellos inmigrantes de menor escalafón.

placeholder Marin Grigore en otro momento de 'R.M.N.'. (Caramel)
Marin Grigore en otro momento de 'R.M.N.'. (Caramel)

Mungiu se inspiró en un caso real ocurrido en 2020 en Rimetea, un pueblo de Transilvania, para rodar esta película sobre la identidad nacional y la xenofobia, ambientada en una encrucijada étnica en la que conviven ciudadanos rumanos, húngaros y alemanes y donde los idiomas, las religiones y las culturas se mezclan sin demasiados problemas desde hace siglos. Matthias vuelve al lugar en el que dejó en pausa su vida: un hijo pequeño que ha decidido dejar de hablar después de ver algo en el bosque que realmente lo ha traumatizado, una mujer abandonada que vive como si fuera viuda y una amante que ya ha pasado página.

Al mismo tiempo llega a la población un grupo de trabajadores de Sri Lanka, contratados como mano de obra barata en una empresa panadera. Los trabajadores están tutelados por Csilla (Judith State), directiva de la fábrica y antigua amante de Matthias. Mungiu divide R.M.N. en dos tramas que siguen a ambos personajes hasta que se cruzan cuando en el pueblo comienza a levantarse una ola de desconfianza contra los nuevos vecinos ceilaneses. Lo que empieza como un recelo porque los inmigrantes, de los que les separa una gran barrera cultural e idiomática, toquen "con sus manos oscuras y sucias" el pan que ellos comerán o que intenten ser amables con las mujeres del lugar, acaba ganando en adeptos e intensidad, hasta plantear un verdadero problema de convicencia. Incluso aquellos que se escudan en la religión y en la moral, acaban encontrando la manera de justificar sus comportamientos xenófobos y de acorralar el pensamiento disidente.

placeholder Otro momento de 'R.M.N.'. (Caramel)
Otro momento de 'R.M.N.'. (Caramel)

Con un estilo que salta del drama social al thriller y al fantástico -Mungiu juega con la curiosidad y las expectativas-, con unas imágenes de una potencia visual abrumadora, con un protagonista parco en palabras, pero que llena la pantalla con su presencia animal, Mungiu firma una de las grandes películas del año, que, además, contiene una de las secuencias en plano fijo más complejas y arriesgadas de los últimos meses: una asamblea de vecinos en la que debaten si expulsar del pueblo a los extranjeros —¿pero quién no es extranjero en aquella zona?— o permitir que se queden. En la rueda de prensa que ofreció en Cannes, Mungiu hizo hincapié: R.M.N., a pesar de su título, no es una película sobre Rumanía, sino sobre una Europa tradicionalmente multicultural que morirá encerrada en sí misma y sus miedos.

A pesar de marcharse de Cannes sin un mísero premio, R.M.N., la última película del director rumano Cristian Mungiu es una de las mejores películas que ha dado el cine europeo en los últimos años. Mientras la mirada sobre la inmigración y las relaciones de poder de la ganadora de la Palma de Oro, El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund, es de una profunda superficialidad, valga el oxímoron, el análisis de Mungiu sobre los mecanismos que operan en las estructuras del pensamiento racista, muchas veces contradictorias y, la mayor parte, contagiosas. La delicadeza y el ingenio con el que Mungiu trata a sus personajes y las situaciones en las que estos se ven envueltos demuestra una mirada mucho más allá del tópico, que se recrea en las ambigüedades y las paradojas del comportamiento humano.

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