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¿Por qué no hemos cancelado todavía el clásico infantil 'Donde viven los monstruos'?
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¿Por qué no hemos cancelado todavía el clásico infantil 'Donde viven los monstruos'?

Siendo rigurosos, el cuento teóricamente para niños de Maurice Sendak no debería parecernos la lectura más adecuada para los pequeños

Foto: Portada de 'Donde viven los monstruos'
Portada de 'Donde viven los monstruos'

Hasta que no entré de lleno en la literatura infantil, no descubrí que estaba envidiando a los escritores equivocados. Mi conocimiento de los cuentos y libros para niños se debe, como es obvio, a ese error habitual que consiste en tener hijos, seguido de ese error no tan habitual que consiste en comprarles libros. Entre estos volúmenes para niños suele comparecer, desde hace 59 años, Donde viven los monstruos (Rayo, 1963), de Maurice Sendak. Son apenas dos o tres folios de escritura y 30 o 40 ilustraciones.

Tener una buena idea para un libro infantil no se diferencia en lo más mínimo de tener una buena idea para una novela o un artefacto literario destinado a los adultos. En esencia, solo lo sencillo es genial. El matiz con los libros infantiles es que todos ellos parten de ideas limitadísimas, y a menudo la sencillez se nos antoja indistinguible de la auténtica chorrada.

placeholder Maurice Sendak, con su perro Herman (en honor a Herman Melville), en 2004. (EFE/Frank Armstrong)
Maurice Sendak, con su perro Herman (en honor a Herman Melville), en 2004. (EFE/Frank Armstrong)

En literatura infantil, la gente se hace rica porque se le ha ocurrido un cuento donde una oruga atraviesa numerosas piezas de comida (La pequeña oruga glotona, 1969, de Eric Carle), y eso es todo. Hablamos de millones de euros durante décadas porque un día, sin saber cómo, tuviste la idea mínima, rasante, prenatal. Comer, agujeros, oruga.

Pueden probar a hacerlo en casa (volverse ricos y famosos por una idea tontísima), y verán lo difícil que resulta subir hasta esas cimas subterráneas de la inteligencia.

Donde viven los monstruos

Hojeaba estos días navideños Donde viven los monstruos, el gran clásico de la lectura ilustrada para niños. Mi autor favorito, de lejos, es Arnold Lobel (Sapo y Sepo, etcétera), pero hay que reconocer el encanto inmortal de la historia de Max, un niño malísimo.

Lo hojeaba, digo; lo leía, en puridad, a mi hijo de tres años, y de pronto empecé a pasar las páginas en su contra, porque debo de haber leído este cuento 40 o 50 veces. En su contra quiere decir poniendo pegas políticas a cada estampa. Y es que cada página resultaba políticamente indeseable.

Para empezar, Donde viven los monstruos presenta a un niño solo. No tiene amigos. Ni hermanos. Sus padres no aparecen. Entonces, este libro sugiere a los niños que pueden estar solos, y, por tanto, elimina la posibilidad de un mensaje tolerante. El niño solo no aprende a tolerar a otros niños, pues no puedes sacar a un niño de color azul (como hacen los cuentos modernos) y enseñar al lector infantil que debe comprender que haya niños azules, esto es, distintos. Un cuento donde solo sale un niño es ultraliberal. Ese niño a lo mejor funda Facebook (de hecho, es lo más probable), pero no sabrá que los demás niños también son seres humanos.

Foto: Foto: iStock.

Luego el niño maneja un martillo, con lo peligroso que es. Clava un clavo en la pared. Subido a una escalera. Dan ganas de llamar a los servicios sociales. Los padres dejan a su hijo de cinco o seis años subirse a una escalera con un martillo y un clavo, sin vigilancia.

Por si fuera poco, el niño persigue a un perro con un tenedor. ¿Qué valores animalistas transmite esta estampa? ¡El niño quiere clavarle un tenedor a un perro! Cualquier ley de bienestar animal resulta inútil si leemos por las noches a los niños (y encima les gusta) la historia de un niño al que le apasiona trinchar perros con un tenedor. Donde viven los monstruos debe ser cancelado, no hay duda.

Dejemos de lado que este infante nada ejemplar va vestido de lobo, en manifiesto apropiacionismo anatómico perpetrado contra otra especie animal, tan digna de respeto como los indios comanches.

Porque luego vienen cosas peores.

Foto: Detalle de portada de 'La puerta de las estrellas'. (Galaxia Gutenberg)

En la página siguiente, los padres invisibles y, por tanto, autoritarios y siniestros (no ver es temer), castigan al niño sin cenar. Y le llaman "monstruo". ¿Cómo puede venderse por millones aún hoy un libro donde los padres imponen castigos inquisitoriales a los niños pequeños, como es el de enviarles a la cama sin cenar? ¿Padres que además insultan?

A consecuencia de la soledad del niño, de su aislamiento y de una pésima educación en valores, el niño flipa. Es normal flipar si no cenas, sí, pero quién sabe si no hay alguna sustancia ahí en ese hogar tóxico que le ha perjudicado la mente (seguramente sus padres fuman). Porque, de pronto, su dormitorio se desvanece, se convierte en un bosque, el bosque acaba en el mar, hay un barco con su nombre, navega el niño y ve un monstruo marino, llega a una isla poblada por monstruos horribles (ni siquiera de colores: todos grises, negros, granates; con dientes de más, garras, barrigas; son como todos los monstruos malos de varios cuentos reunidos en un solo cuento). Y el niño se va de juerga con ellos hasta altas horas de la madrugada. Una rave demoníaca a la luz de la luna que acaba con el niño y sus monstruos durmiendo al raso la gran resaca de su satanismo, el MDMA de los pijamas.

Y esto les gusta a los niños. A los de 2022 también. ¿Cómo puede ser?

La producción de literatura infantil abunda en ecologías, antirracismos, orientaciones sexuales múltiples y sentimientos por colores

La producción actual de literatura infantil abunda en ecologías, tolerancias, antirracismos, orientaciones sexuales múltiples y sentimientos por colores. ¿Perdurará alguno de estos libros los 60 años que ha perdurado Donde viven los monstruos? Déjenme pensarlo durante medio segundo.

No.

No duran estos libros ni hasta el año que viene, de hecho.

¿Porque son, artísticamente, basura? ¿Porque los niños no son tontos? ¿Porque las historias no necesitan adoctrinar sino seducir? ¿Quién lo sabe?

Maurice Sendak lo sabía, y varios millones de niños durante más de medio siglo, también.

Hasta que no entré de lleno en la literatura infantil, no descubrí que estaba envidiando a los escritores equivocados. Mi conocimiento de los cuentos y libros para niños se debe, como es obvio, a ese error habitual que consiste en tener hijos, seguido de ese error no tan habitual que consiste en comprarles libros. Entre estos volúmenes para niños suele comparecer, desde hace 59 años, Donde viven los monstruos (Rayo, 1963), de Maurice Sendak. Son apenas dos o tres folios de escritura y 30 o 40 ilustraciones.

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