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Canción (pop) de Navidad: el hilo de 150 años que une a Charles Dickens y a Prince
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Canción (pop) de Navidad: el hilo de 150 años que une a Charles Dickens y a Prince

El retrato que hace Hornby de estos locos infelices e incansables es una lectura excéntrica, culta y al mismo tiempo pop. Justamente como su autor

Foto: Detalle de portada de 'Dickens & Prince'
Detalle de portada de 'Dickens & Prince'

Cuando Charles Dickens y Prince tenían veinticuatro años ya habían creado sendas obras maestras y eran más famosos de lo que seremos nunca usted o yo. El primero, tras trabajar en una fábrica de betún, como pasante de abogado y periodista, había publicado en 1836 Pickwick, una divertidísima novela cómica por entregas que llegó a vender 40.000 ejemplares al mes. El segundo, tras grabar algunos discos tentativos, bien recibidos por la crítica y con éxito en las listas de música negra, publicó en 1982 el álbum doble 1999, una obra maestra del funk y el rhythm and blues que vendió más de cuatro millones de ejemplares.

Pero esos éxitos no les relajaron. A los veinticinco, Dickens estaba escribiendo Oliver Twist. Prince lanzaba Purple Rain. Además, más allá de su talento como artistas, a esa edad ya habían detectado cuáles serían las claves de su éxito y reinventado la industria de la edición y la música. Dickens se había dado cuenta de que lanzar una novela por entregas —que siempre terminaban con un episodio de suspense—, algo no tan habitual en la Inglaterra de la época, disparaba las ventas. Prince entendió que el nuevo lenguaje del pop era el videoclip, y la MTV, reacia hasta entonces a emitir vídeos de músicos negros, empezó a poner una y otra vez los suyos.

Muy bien. Dickens y Prince fueron dos genios precoces. Pero, ¿qué sentido tiene compararles? Esa es la pregunta que nos hicimos los lectores de Nick Hornby cuando publicó su nuevo libro aún no traducido, Dickens and Prince: A Particular Kind of Genius, un breve volumen en el que sostiene que los dos artistas no solo tenían muchos rasgos biográficos en común, sino que compartían una misma clase de genio creativo. Hornby (Surrey, 1957) siempre ha sido un escritor peculiar, que ha sabido combinar con enorme talento la literatura con la cultura pop. Su primer libro, Fiebre en las gradas, fueron unas memorias sobre su temprana adicción al fútbol y, en concreto, al Arsenal. Luego escribió la novela Alta fidelidad, un retrato del hombre inmaduro que colecciona discos y fracasos amorosos. Después publicó Cómo ser bueno, que se convirtió en una película protagonizada por Hugh Grant.

placeholder 'Dickens & Prince', de Nick Hornby
'Dickens & Prince', de Nick Hornby

En esos años, Hornby acumuló éxitos y también obras que parecían encajar en nuestra era de cultura masiva y popular, pero que al mismo tiempo tenían los rasgos del escritor genuinamente preocupado por el arte, y por su importancia en la vida de gente como él. Su columna de crítica literaria en la revista estadounidense The Believer se titulaba, simplemente, Cosas que he leído. Escribió sobre canciones pop con la misma seriedad, y el mismo tono desenfadado, con que lo hacía sobre los clásicos de la literatura. Escribió guiones para cine y su último trabajo para la televisión es State of the Union, una serie de capítulos breves sobre la agonía del matrimonio en la mediana edad que mezcla los reproches mutuos de una pareja con la estética de YouTube.

Vidas paralelas

De modo que si alguien podía escribir un libro sobre las vidas paralelas de Dickens —hoy un emblema de la alta cultura literaria— y Prince —cuyo ámbito, el pop, sigue en una especie de purgatorio entre el entretenimiento y el arte serio— era Hornby. Pero aún así, ¿tiene sentido? Él insiste sobre todo en la voracidad de ambos: no solo fueron precoces, sino extraordinariamente prolíficos, eran incapaces de dejar de trabajar. “No hay tantos artistas que no tengan un interruptor de apagado”, dice Hornby. Además, tenían un enorme talento que, sin embargo, muchas veces dilapidaron. En parte, en los dos casos, por sus relaciones con la industria de la que vivían. Dickens se sintió estafado porque sus libros se pirateaban y se publicaban secuelas de sus obras sin su permiso; Prince rompió con las discográficas porque sentía que no le pagaban lo que merecía.

No solo fueron precoces, sino extraordinariamente prolíficos, eran incapaces de dejar de trabajar

También tuvieron una relación parecida con el dinero. Ambos ganaron muchísimo, pero gastaron aún más. Dickens tenía diez hijos, una esposa y una amante, un padre que siempre necesitaba su dinero, y además sostuvo económicamente a sus hermanos, a sobrinos huérfanos y un puñado de organizaciones caritativas. Prince tenía una mansión con un estudio de grabación, un auditorio, un departamento de vestuario y un cocinero vegano cuyo mantenimiento costaba dos millones y medio de dólares al mes. Y también se parecieron en su relación con las mujeres, que fueron “su debilidad”, en palabras de Hornby. Dickens dejó a su mujer, con la que había tenido diez hijos, cuando conoció a una actriz de dieciocho años a la que le llevaba veintisiete. Prince salió con miles de mujeres y se casó con dos de ellas, pero ninguno de esos matrimonios funcionó.

Y luego estuvo su decadencia final. No necesariamente porque la calidad de su obra decayera, sino porque el público se fue cansando de su producción constante y abrumadora. Uno de los últimos libros de Dickens, Casa desolada, una obra maestra, apenas fue reseñado por la prensa, y algún crítico aseguró que era imposible que fuera popular; aun así después publicaría algunas de sus mejores obras: Tiempos difíciles, Historia de dos ciudades, Grandes esperanzas. Después de romper con las discográficas y renunciar al nombre de Prince y sustituirlo por un símbolo, el Artista Antes Conocido como Prince empezó a sacar discos sin ninguna clase de contención: en ocasiones, hasta dos o tres al año. Algunos eran buenos, dice Hornby, pero ¿quién podía seguir ese ritmo?

Dickens y Prince murieron con una edad parecida, 58 y 57 años, aunque si uno ve sus últimas fotos, el primero parece tener veinte más y el segundo veinte menos. Hornby cuenta que, con su obra, ambos le siguen diciendo todos los días: “Sé mejor. Trabaja más rápido. No es suficiente. Más. Piensa más rápido, sé más ambicioso, sé más imaginativo”. Porque, al final, este libro sobre dos genios que Hornby dice que le han inspirado es un libro sobre el trabajo, la dedicación, la testarudez. “¿Fueron felices? Probablemente no. ¿Estaban locos? Probablemente sí”. Quizá quienes no somos genios y a los veinticinco años no habíamos hecho nada reseñable preferimos que, en nuestro caso, las respuestas a esas preguntas se inviertan. Pero el retrato que hace Hornby de estos locos infelices e incansables es una lectura excéntrica, culta y al mismo tiempo pop. Como su autor.

Cuando Charles Dickens y Prince tenían veinticuatro años ya habían creado sendas obras maestras y eran más famosos de lo que seremos nunca usted o yo. El primero, tras trabajar en una fábrica de betún, como pasante de abogado y periodista, había publicado en 1836 Pickwick, una divertidísima novela cómica por entregas que llegó a vender 40.000 ejemplares al mes. El segundo, tras grabar algunos discos tentativos, bien recibidos por la crítica y con éxito en las listas de música negra, publicó en 1982 el álbum doble 1999, una obra maestra del funk y el rhythm and blues que vendió más de cuatro millones de ejemplares.