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Madrid, ¿cuanto cuestas? Cómo se convirtió la capital en una enorme tienda de chuches
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Madrid, ¿cuanto cuestas? Cómo se convirtió la capital en una enorme tienda de chuches

Madrid hoy es todo lo que hay fuera de la M-30. Poco a poco, nieves, pandemias y derechas han convertido la ciudad en una marca registrada

Foto: Vista de las terrazas de los bares instaladas en la calle Ponzano de Madrid. EFE Fernando Villar
Vista de las terrazas de los bares instaladas en la calle Ponzano de Madrid. EFE Fernando Villar

Madrid hoy es todo lo que hay fuera de la M30. Poco a poco, nieves, pandemias y derechas, han convertido la ciudad en una marca registrada. Hasta el Retiro, de siempre un vergel metropolitano, ahora entona un yu guan un cofi para que te lleves la consumición a una mesa con restos de turistas, mientras una pila de cruasanes de mantequilla hacen aerobic, corretean y estropean vallas y bancos estirándose la masa. De Serrano hasta el viaducto se repiten las tiendas, papizzas y tiktokers, pero sobre todo, plataformas con plantas de plástico y clientes de cera que engullen platos de room service. Se llama Little Caracas a todas las calles que rodean Jorge Juan, y aunque ya han cruzado el río para hacerse con Chamberí, aún se paga de más en el viejo Salamanca por aquello de especular con Denominación de Origen. De día son todo camiones de reparto, doble fila y persianas bajadas, los tequeños, el nuevo solomillo a la pimienta, y no queda salón de belleza sin mascotas ni platitos de porcelana para el espumoso.

Olavide y el ruido de Ponzano tenían a los vecinos en pie de guerra, pero han comenzado a firmar treguas vendiendo sus casas a los que pasan aquí un trimestre al año, por eso se beben la noche los mineros con traje de todo a cien, ya no molestan a quién no reside y parece que el ruido se va (a)pagando. Todos los pisos viejos son un ladrillo visto, una viga oxidada y una transferencia vía Banco de España, por aquello del origen del dinero y, como siempre, se forran notarios, registradores y gente guapa. Los restaurantes, todos iguales, te piden una tarjeta de crédito al reservar para que luego pidas la comanda vía app, lo que dice mucho del tipo de gente que llena ahora sus mesas.

Han sustituido los hostales de dos mil pesetas por hoteles a doscientos euros

Los edificios de Santa Ana, Huertas, Santo Domingo y Ópera han sustituido los hostales de dos mil pesetas por hoteles a doscientos euros. Y en esos veinte años nos hemos quedado fuera. Den un paseo, los palacetes son gimnasios o discotecas, los cines reconvertidos en shops —que ahora todo el mundo mezcla lo que dice con lo que quiere ser—, mercados que no soportan el olor a pescado fresco vendiendo ostras como si fuéramos así, más viandas de ibérico de pata blanca, otro restaurante igual que también tiene sucursal en el siguiente barrio de la ciudad y uno no sabe ya en cuál de ellos está

De Tierno a Almeida

Antaño, Tierno decía a la gente que volara, ahora Almeida prefiere gobernar repartiendo 2x1 en la puerta de desembarque de Barajas para que los gatos no nos dejemos ver. Con lo tiesos que estamos tampoco me extraña. Lo último, que le molesta si alguien cierra un domingo su tienda. Sólo falta que en el Rastro habiliten un carril de hamburguesa para vehículos eléctricos, de gas, de aire comprimido o de todo menos tú, que como yo, pagaste un diésel de segunda mano y te tratan como si hubieras matado a un niño o tirado a una anciana al suelo. Ese suelo que ha sido estación de esquí, de patinaje sobre hielo, piscina olímpica de agua y de hojas, río revuelto e incluso mar en galerna otoñal —como estas semanas—, ahora baraja el remo como alternativa para los desplazamientos a las cenas de Navidad. Pronto seremos Madrid Tec Inc, Madrid Bross Studios, o cualquier talonario que pague nuestra etimología para cambiarnos del todo como un parque de atracciones.

placeholder Lluvia en Madrid (EFE Juan Carlos Hidalgo)
Lluvia en Madrid (EFE Juan Carlos Hidalgo)

Por eso en Gran Vía, además de atascos, te pareces a cualquier centro del mundo. Las pasas esquivando marabuntas que compran ropa al peso, miran pantallas y te saltan fragancias de cada local, oliendo la calle como la planta de perfumes del Corte Inglés. Ni discos, ni chulos, ni barquillos, ni mucho menos cacharrerías o algo nuestro: ahora venden pan de oro, se traspasa otro local, y uno va exiliado en su propio centro pensando que es un escaparate también, o peor, que está a la venta. Lo nuevo, dicen, es un bar de Lavapiés donde los perros dejan a sus dueños atados fuera. Me recordó Úbeda una respuesta de Paco Camino en una reciente entrevista de Zabala de la Serna: “corren tiempos de adoptar perros y abandonar a los padres en las residencias de ancianos”.

Todo inversor que se precie derriba y levanta cinco pisos más, para alquilar a estudiantes de fuera

Mientras, se matan con machetes y pistolas menores que enseñan el culo en Villaverde y el barrio chino de Usera, donde siguen dando los mejores rollitos de primavera del país, y la cosa no parece menguar, al contrario, cada vez son más jóvenes los muertos. Tetuán pelea por seguir siendo bajito, aunque tiene la batalla perdida desde que enchufaron un ladrillo que rompe la luz de plata de la noche de Madrid. Ya no sólo te cortan la vista sino que tienen la brillante idea de recordarnos lo que ha subido el calor del hogar, y todo inversor que se precie derriba y levanta cinco pisos más, para alquilar a estudiantes de fuera. Vallecas escasea de vecinos ilustres y muchos pijos se hacen con las viejas fábricas de ladrillo para hacer casas a lo Soho neoyorquino, ya que son Vallecas y Carabanchel nuestro Sojo (con jota), desde que Fernando VII, Chueca y todo aquello, se hizo un nuevo lagar donde sacarle zumo a la uva de la prosperidad.

Si quieren vivir en Madrid, es mucho mejor comprarse casa en Guadalajara, Segovia o Toledo. No se apuren, si esto continúa, comenzarán a ver galerías de arte, gente que curra, bohemios desaliñados, camareros, menús de barrio, bibliotecas, restaurantes normales, ferreterías, mercados de fruta y de hambre, gente mayor, familias jóvenes, nuevos colegios, y todo eso que Madrid ha expulsado porque no puede permitirse el lujo de dejarnos aquí y estropearles la escritura de compra venta. En un chisgarabís, colocarán las mamparas de los suicidas al otro lado de la M30 para que miremos desde fuera la ciudad, como el niño que mira al escaparte de la tienda de chuches en la que se ha convertido esta ciudad.

Madrid hoy es todo lo que hay fuera de la M30. Poco a poco, nieves, pandemias y derechas, han convertido la ciudad en una marca registrada. Hasta el Retiro, de siempre un vergel metropolitano, ahora entona un yu guan un cofi para que te lleves la consumición a una mesa con restos de turistas, mientras una pila de cruasanes de mantequilla hacen aerobic, corretean y estropean vallas y bancos estirándose la masa. De Serrano hasta el viaducto se repiten las tiendas, papizzas y tiktokers, pero sobre todo, plataformas con plantas de plástico y clientes de cera que engullen platos de room service. Se llama Little Caracas a todas las calles que rodean Jorge Juan, y aunque ya han cruzado el río para hacerse con Chamberí, aún se paga de más en el viejo Salamanca por aquello de especular con Denominación de Origen. De día son todo camiones de reparto, doble fila y persianas bajadas, los tequeños, el nuevo solomillo a la pimienta, y no queda salón de belleza sin mascotas ni platitos de porcelana para el espumoso.

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