Es noticia
'Enrique y Meghan': por fin 'Love Actually' tiene digna continuación (en serio)
  1. Cultura
la serie del fin de semana

'Enrique y Meghan': por fin 'Love Actually' tiene digna continuación (en serio)

La serie documental sobre el segundo hijo de Lady Di y su esposa supera las peores expectativas y ofrece un retrato cabal sobre la fama y los medios de comunicación

Foto: 'Enrique y Meghan'. (Netflix)
'Enrique y Meghan'. (Netflix)

Uno de los problemas de la fama es que fácilmente hace que te creas famoso. Basta una gota de popularidad, un minuto en la tele, un par de premios en provincias para enloquecer: todo el mundo te conoce. Luego la realidad es que nadie sabe quién eres y vas por ahí haciendo el ridículo. Hay un gran placer en saber que alguien es famoso, pero no tener muy claro por qué. Si hacen una serie en Netflix sobre personas de celebridad manifiesta, pero totalmente ajena a ti, debes verla. Es muy divertido enfrentar la inmensidad de la fama que alguien cree que tiene con la total indiferencia que su figura genera en tu vida.

Partamos de la base de que, sinceramente, yo aún no sé distinguir a Sofía de Leonor en la familia real española. Así las cosas de palacio, un tal Harry, pelirrojo y casado con una chica tan parecida a Begoña Villacís que, por regla general, creo que es de hecho Begoña Villacís, no sé qué puesto ocupa en el juego de tronos británico. Como su fama es inmensa, mi ignorancia se recrea. Me gustaría que a Harry le fuera comunicado que yo no sé quién es para que durmiera más tranquilo.

Así que me pongo Enrique & Meghan (Netflix) porque las series documentales sobre don nadies son mis favoritas. Los protagonistas parecen decir a la cámara: “Todos sabéis quiénes somos, y ahora queréis conocer nuestra historia”. La realidad es que uno solo quiere conocer los paños menores del ridículo humano, que es creerse que respirar aire, tener pareja y salir un poco en los periódicos se acerca ni mínimamente a “tener una historia”. Stalin sí que tenía una historia, y Jack el Destripador. Harry y Meghan solo tienen lo que todo el mundo, una casa, hijos y facturas por pagar.

El humor que les digo empieza pronto, cuando la vertiginosa historia que se nos va a contar se anuncia abastecida por un “archivo personal jamás mostrado”. ¿Quién no tiene un archivo personal jamás mostrado? ¿No será que a nadie le importan un huevo los vídeos de Megan/Villacís cortando rosas en su jardín?

Como Figo en el documental sobre su fichaje por el Real Madrid (El fichaje del siglo, Netflix), Harry y Meghan afirman: “Nosotros sabemos la verdad”. Los famosos creen que ser protagonista de tu propia vida te hace acreedor de la verdad absoluta sobre tu vida, en una especie de filosofía solipsista de que estás tú solo en tu mansión, viéndote en un espejo y ¿quién puede negarte que solo tú ves el reflejo?

Foto: Meghan Markle y el príncipe Harry, en una imagen de archivo. (EFE/Peter Foley)

Harry y Meghan posturean muy bien el acaramelamiento amoroso que es de obligado cumplimiento en las parejas de millonarios, como si la presencia del dinero por todas partes (su casa es espectacular) necesitara de una doble verificación del sentimiento. Hasta aquí, todo es realmente patético.

Sin embargo, y tiene un mérito impresionante, Harry me cae bien enseguida; parece, con todo y ser príncipe, un tío estupendo. Meghan, poco a poco, deja de ser la líder de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid y pasa a ser una chica americana cuya padre ponía los focos en la serie Matrimonio con hijos.

La verdadera historia

La fascinante historia de estos dos es que se conocen y se acuestan, y empiezan a salir. Pero la verdadera historia tiene que ver con Diana de Gales (me entero en el capítulo 2 de que Harry es el hijo de Lady Di, sí), y en cómo el segundo hijo de un matrimonio morganático elige como esposa a su propia madre: una chica del montón, nada noble ni coronada. En rigor, Harry encuentra la salida a su destino palatino volviendo a la entrada: su madre plebeya, que se casó con el ahora rey Carlos III.

Foto: Harry y Meghan, durante su entrevista para Netflix.

Podemos decir, entre freudianos y heraclitianos, que Harry está corrigiendo el error de su madre volviendo a cometerlo.

Harry y Meghan anunciaron en 2020 su renuncia a las geometrías variables monárquicas, mayormente, porque la prensa inglesa estaba haciendo picadillo su vida (él era —y supongo que sigue en la fila, aunque diga que no— tercero en la línea de sucesión a la corona). Lo que han conseguido con esa renuncia es que la prensa siga haciendo picadillo su vida, pero cobrando de Netflix. Huir solo les ha servido para seguir huyendo.

El propio Harry vio titulares desde los 14 años en que se le asociaba a drogas, juergas, borracheras y peleas de bar constantes

Es enternecedor ver al príncipe narrando sus dificultades para tener novia, pues quien sea que le bese, más que convertirse en princesa o a él en sapo, se convierte en piltrafa mediática. El propio Harry vio titulares desde los 14 años en que se le asociaba a drogas, juergas, borracheras y peleas de bar constantemente. Es imposible no empatizar con este chico; es imposible, desde luego, envidiar su vida en principio afortunada.

Con todo, hay algo nuevamente entre contradictorio e irresoluble en el hecho de que Harry y Meghan detesten a la prensa, que les persigue por todo el mundo tratando de grabar sus momentos íntimos, y que ellos no dejen ni un segundo de grabar a título privado absolutamente todo lo que hacen, desde subirse a un coche a darse un beso, pasando por pasear montañas, abrazar a sus hijos o hablar entre ellos por teleconferencia. Es, claro, el “archivo personal nunca mostrado” que decíamos al comienzo.

Foto: Los Sussex, con Guillermo, Kate y Carlos. (Reuters/Pool/Phil Harris)

La pareja, con esa cursilería alfabética propia de los auténticos millonarios, ahorra mucho en vocalización: ella le llama H a él, y él M a ella. H&M, amigos.

Luego otra cosa fascinante es averiguar al fin cómo una chica puede conocer a un príncipe, o un príncipe a su princesa plebeya. Pensaría uno en cócteles saudíes a orillas del mar, o en galas benéficas donde nadie se acuerda a beneficio de qué se han reunido todos en el Hilton. No. El destino de la Humanidad, por el lado de la monarquía, lo decidió Instagram. A los príncipes y futuros reyes los conoce uno ya en pijama. Diríamos, por tanto, que la realeza por fin se acerca al pueblo, ligando por mensaje directo.

Foto: Los Sussex, en una imagen de su documental, con una fotografía personal cedida por ellos. (EFE)

Pero no nos confiemos. Meghan recibió aviso de una amiga sobre el interés de Harry por ella, y revisó su perfil (el del príncipe) para ver dónde iba a meterse. Parece que le gustó mucho, ese perfil, las fotos que ponía Harry, y aceptó una cita. Las fotos que ponía Harry eran, sin ir más lejos, la de la caza de elefantes en África. ¿Cómo no enamorarse?

Tumbar elefantes a tiros lo lleva la realeza en la sangre. Es, si acaso, la prueba definitiva de que ahí hay un príncipe o un rey como Dios manda, de los que matarían dragones por ti, supongo.

Uno de los problemas de la fama es que fácilmente hace que te creas famoso. Basta una gota de popularidad, un minuto en la tele, un par de premios en provincias para enloquecer: todo el mundo te conoce. Luego la realidad es que nadie sabe quién eres y vas por ahí haciendo el ridículo. Hay un gran placer en saber que alguien es famoso, pero no tener muy claro por qué. Si hacen una serie en Netflix sobre personas de celebridad manifiesta, pero totalmente ajena a ti, debes verla. Es muy divertido enfrentar la inmensidad de la fama que alguien cree que tiene con la total indiferencia que su figura genera en tu vida.

Series Series de Netflix
El redactor recomienda