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'Múnich '72': cuando los judíos todavía eran los buenos
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'Múnich '72': cuando los judíos todavía eran los buenos

Una nueva serie documental llega a Filmin cuando se cumplen 50 años del secuestro y asesinato de parte de la delegación olímpica israelí a manos de terroristas palestinos

Foto: Imagen de la serie documental 'Múnich '72'. (Filmin)
Imagen de la serie documental 'Múnich '72'. (Filmin)

Siempre he considerado a la gente culta, inteligente, creativa y vengativa de los míos. No sé si hay un pueblo, una raza, un grupo sanguíneo o un sector de la población mundial más culto, más inteligente, con más aportaciones culturales deslumbrantes o una mayor capacidad para la venganza que los judíos. Desde Woody Allen a Philip Roth, pasando por Sigmund Freud, Albert Einstein, Steven Spielberg o Bob Dylan (por no citar a mil más), asocio a los judíos con las cosas que me gustan, el arte, hablar de arte, ligar en museos, competir con Dios y escribir siempre la misma novela. El único judío que no me aporta casi nada es Jesucristo.

Quiere decirse que la domiciliación mundial del pueblo judío en ese condominio a las afueras de Occidente llamado Israel cuenta con mi simpatía. Entiendo que cuando te han perseguido durante siglos en todas partes (y ¿por qué?, ¿por practicar la usura?, ¿tan grave era dejar dinero a cambio de más dinero?) y, finalmente, te han exterminado minuciosamente con una maquinaria creada a tal efecto que no solo generó seis millones de cadáveres, sino seis millones de pequeñas pesadillas de largo alcance (vean El nazi Iván el Terrible, Netflix, 2019), quizá ya no estás para muchas bromas ni miramientos.

¿Puede el Holocausto dar carta blanca a los judíos? Desde muchos puntos de vista, sí. Históricamente, el antisemitismo es una constante, que quizás hoy en día goza de más impunidad que nunca. Yo creo que llevo desde finales de los noventa sin escuchar la palabra antisemita con esa carga de firme reprobación que sí encontramos aún en calificativos como racista o machista. Muy en sintonía con los triles ideológicos de nuestro tiempo, el antisemitismo ha pasado de ser lo propio de la extrema derecha a ser el prejuicio más aceptado en una parte, bastante amplia, de la izquierda.

Múnich '72

Quizá la semilla de este proceso fue Múnich '72. El documental del mismo nombre (ahora en Filmin) dedica tres horas a analizar el delirante secuestro de los atletas varones israelíes por parte de Septiembre Negro, una organización terrorista palestina. Fue durante los Juegos Olímpicos, y, aunque han transcurrido cincuenta años, encontramos en el relato del suceso innumerables coincidencias con el espíritu más bien pueril de nuestros días.

La puerilidad primera es la propia organización de los Juegos, denominados entonces de la paz, y ajenos por completo a los riesgos aparejados a cualquier evento internacional. La policía vestía de colorines, no llevaba armas y había flores por todas partes. Durante las horas de secuestro, la gente tomaba el sol a 200 metros de los primeros cadáveres (el entrenador de lucha libre y un levantador de pesas); la competición continuaba ese día porque, según autoridades alemanas, “la televisión alemana no tenía otra cosa que emitir”. Se creó un gabinete de crisis, y en la sala de reuniones no había otra cosa que "mesas y sillas", ni un monitor para seguir lo que pasaba en la villa olímpica. Luego la policía no sabía qué hacer cuando se secuestra gente y se amenaza con matarla; por cuestiones jurisdiccionales (Baviera), el ejército no podía intervenir. Todo muy español, diríamos (de hecho, los Juegos podían haberse realizado en Madrid, otra de las candidatas).

Es un documental parcial y de buenos y malos, alumbra emociones que fueron solapadas por la espectacularidad misma del terrorismo

Israel sí contaba con una unidad especializada en actos terroristas con rehenes, pero Alemania no iba a dejar que interviniera. Israel no era Estados Unidos, que puede matar a cualquiera en cualquier parte del mundo.

Múnich '72, que obviamente es un documental parcial y de buenos y malos, alumbra emociones que fueron solapadas por la espectacularidad misma del terrorismo. Así, Alemania quería borrar con estos Juegos su pasado nazi, mientras que los israelíes acudían traumados ya solo por pisar tierra alemana, donde tantos de ellos habían sido aniquilados. Por su parte, Palestina hacía sentir culpable a Alemania por una casuística histórica muy simple: porque hubo holocausto, nosotros no tenemos un país. “No solo estás participando en unas Olimpiadas, estás ajustando cuentas con la Historia”, dice uno de los comentaristas sobre la delegación israelí en Múnich.

Foto: Un trabajador arqueológico israelí limpiando un hallazgo de un jarrón de monedas de oro (EFE/Heidi Levine)

La policía había anticipado hasta 26 escenarios conflictivos durante el desarrollo de los Juegos. El número 21 era: “Terroristas palestinos escalan la valla y entrar en los apartamentos de los israelíes y los secuestran pidiendo como rescate liberar presos”. Fue exactamente lo que sucedió. Sin embargo, a partir de ahí nadie sabía cómo se hacía el terrorismo, ni los secuestradores, ni las autoridades.

No en vano, uno de los periodistas que intervienen en Múnich '72 considera estos atentados como la semilla de todo lo que vino después, incluido el 11-S. Se trata de acciones sangrientas en suelo Occidental que generen mucha publicidad para la propia causa e instalen el miedo en la población.

Foto: Un cortejo fúnebre de la YIP en las calles de Gaza. (EFE/Mohammed Saber)
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La primera ministra de Israel, Golda Meir, estableció, también según esta película, la estrategia de no diálogo con los terroristas ante la evidencia de que dialogar o ceder haría que ningún ciudadano de Israel pudiera moverse libremente por el mundo.

Amateurismo

El amateurismo de los secuestradores queda patente cuando dan de plazo hasta las 12 de la mañana para que se acepten sus condiciones y, según se acerca la hora, amplían ese plazo hasta las 14 horas; y después lo vuelven a ampliar hasta media tarde. Finalmente, piden volar a Egipto junto a los rehenes. Esta dubitación del mal no la hemos vuelto a ver nunca más (por desgracia), pues algo que tiene claro quien va a hacer una salvajada es que amenazar con hacerla y echarse atrás es muchísimo peor para la causa que fallar o ser detenido o morir bajo el fuego de una unidad de asalto. El mal debe tener palabra.

Icónicamente, me fascina la imagen de uno de los secuestradores asomado a un balcón luciendo un extraño pasamontañas (con un nudo en lo alto de la cabeza y dos agujeros para los ojos, pero la prenda no es lo suficientemente larga como para cubrirle la barbilla). Es una estampa que me recuerda a True detective y a ciertas películas de terror. Es como si un buen equipo de diseño de vestuario hubiera trabajado para crear un malo de aspecto inolvidable y siniestro, siendo en realidad un terrorista que se ha puesto en la cabeza lo primero que ha encontrado. La imagen, en fin, me resulta desconcertantemente moderna.

La policía, por su parte, también tiene sus momentos de dudas y de falta de profesionalidad, literalmente no saben qué hacer

La policía, por su parte, también tiene sus momentos de dudas y de falta de profesionalidad, literalmente no saben qué hacer y lo único que se les ocurre es ponerse un chándal y subirse a un tejado a la vista de todo el mundo. Lógicamente, el plan del chándal no salió bien.

Finalmente, todos los atletas murieron asesinados. Los Juegos Olímpicos, que se habían suspendido a lo largo de la jornada del secuestro, se reanudaron veinticuatro horas después. Parece que no quedaba bonito romper la ilusión de mucha gente por ganar medallas y subirse a podios.

Un mes después, Israel comenzó su venganza, en una operación conocida como Cólera de Dios, caracterizada (como debe ser) por la falta absoluta de piedad.

Siempre he considerado a la gente culta, inteligente, creativa y vengativa de los míos. No sé si hay un pueblo, una raza, un grupo sanguíneo o un sector de la población mundial más culto, más inteligente, con más aportaciones culturales deslumbrantes o una mayor capacidad para la venganza que los judíos. Desde Woody Allen a Philip Roth, pasando por Sigmund Freud, Albert Einstein, Steven Spielberg o Bob Dylan (por no citar a mil más), asocio a los judíos con las cosas que me gustan, el arte, hablar de arte, ligar en museos, competir con Dios y escribir siempre la misma novela. El único judío que no me aporta casi nada es Jesucristo.

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