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El ocaso de los dioses: las 66 canciones que elige Bob Dylan para cantar a Estados Unidos
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El ocaso de los dioses: las 66 canciones que elige Bob Dylan para cantar a Estados Unidos

El cantante da en 'Filosofía de la canción moderna' su particular interpretación a través de lo que conoce mejor: los hitos musicales que durante un siglo han ido consolidando los mitos americanos

Foto: Bob Dylan (REUTERS Mark Makela File Photo)
Bob Dylan (REUTERS Mark Makela File Photo)

Imagine la cultura estadounidense del siglo XX no como una cultura, sino como una mitología: una suma de relatos básicamente ficticios, pero reconocibles, que conforman una visión completa de la vida. Están Hollywood y Las Vegas, lugares mágicos en los que cumplir los sueños o destrozarse la existencia. Están los estados del Sur, donde una raza esclavizada creó la más dolida y hermosa de las músicas. Hay dioses lúbricos y excesivos, como Elvis Presley. Otros irascibles que siempre bordean el lado oscuro, como Johnny Cash. Y otros atractivos y nihilistas, como James Dean. Hay también dioses menores: mafiosos, vaqueros, políticos corruptos, sacerdotes enloquecidos, arribistas de leyenda. A su alrededor, los simples humanos luchan por sobrevivir: el inmigrante rural en la gran ciudad, el adolescente con el coche de su padre y las hormonas disparadas, la chica inalcanzable, el pícaro tramposo que vive dando sablazos y huyendo después.

Este mundo se ha contado una y otra vez, con tanto éxito que dejó de ser un relato exclusivamente estadounidense para convertirse en algo así como una cultura universal. Ahora Bob Dylan ha querido dar su particular interpretación de él a través de lo que conoce mejor: las canciones que durante un siglo han ido creando, consolidando y transmitiendo esa mitología, fragmentos de apenas tres minutos que la gente oía en la radio o atesoraba en vinilos y convertía en parte de su biografía y su identidad.

El resultado es Filosofía de la canción moderna, un precioso volumen de tapa dura, recién publicado por la editorial Anagrama, en el que Dylan disecciona con su peculiar prosa sesenta y seis de sus canciones preferidas, acompañadas de fotos de grupos, tiendas de discos, anuncios de coches, portadas de cómics de serie B, ferias rurales y retazos de viejas películas. Dylan, con sus sucesivos cambios estéticos, sus conversiones religiosas, las extrañas transformaciones de su voz y sus confusas posiciones políticas ha desempeñado un lugar central en esa mitología estadounidense. Por eso este libro puede leerse, además de como su disección de esa cultura popular, como una especie de autobiografía centrada, sobre todo, en los gustos de su adolescencia y juventud.

placeholder 'Filosofía de la canción moderna' (Anagrama)
'Filosofía de la canción moderna' (Anagrama)

No se trata de ensayos más o menos formales sobre canciones. Dylan, como acostumbra, escribe aquí como un oráculo, en imágenes, con personajes estereotípicos y leyendas. A veces, los textos sí reconstruyen los orígenes de una canción o la obra de su autor o intérprete. Otras, son interpretaciones literarias: “Anda paseando bajo la luz de la luna, callejeando bulevar abajo, no se para ante los semáforos rojos, no quiere verse fosilizado ni convertido en una momia. Circula por el crepúsculo, donde el aire es glacial y punzante, donde a los amantes todo les parece gracioso”, dice, por ejemplo, del personaje de The Pretender, de Jackson Browne. En ocasiones, sus textos parecen la introducción un poco pretenciosa que podría hacer un DJ radiofónico: “Esta canción es la calavera sonriente. Una canción para los entendidos, una canción con pedigrí, una canción de rancio abolengo. No está hecha a beneficio de la clase media; parece albergar un oscuro secreto”, dice de Whiffenpoof Song, de Bing Crosby.

Las canciones también le sirven para hacer observaciones bastante inteligentes sobre la sociedad y la cultura: “Todo el mundo sintonizaba los mismos programas, la gente que estaba contra la guerra y la gente que estaba a favor”, dice a partir de Waist Deep in the Big Muddy, la canción de Pete Seeger contra la guerra de Vietnam. “Todos compartíamos un vocabulario cultural básico”, dice, en oposición a la fragmentación de las opiniones y los gustos de la era del streaming y las redes sociales. “Resulta que la mejor manera de que la gente se calle no es arrebatándole el micro, sino concediéndolo a cada cual su púlpito”.

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El libro no tiene introducción, Dylan no explica por qué esas canciones y no otras. A veces, de una manera algo extraña, aparecen canciones extranjeras en un mundo abrumadoramente estadounidense. Y es una obra casi exclusivamente masculina: parece que las mujeres apenas hayan compuesto o cantado. Pero, al mismo tiempo, resulta coherente: si se lee mientras se escucha la música —en Spotify hay una playlist que permite hacerlo cómodamente— se ve cómo, en efecto, el libro acaba siendo una reconstrucción de los temas principales de la cultura estadounidense y, al mismo tiempo, una mina para entender de dónde sale el extraño mundo musical de Bob Dylan. Él mismo reconoció que su religión, tras probar con el cristianismo y el judaísmo, es la música estadounidense. Y eso se nota en la mezcla de respeto y familiaridad con que trata aquí las canciones de grandes estrellas —como Sinatra o el ya mencionado Elvis— y las de otros grupos casi desconocidos para el simple aficionado.

placeholder 'Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada' (Kultrum)
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El libro de Dylan coincide en las librerías con otro sobre él: Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada, de la editorial Libros del Kultrum, en el que el crítico Greil Marcus —uno de los inventores de la crítica de rock, cuya prosa mítica, excesiva y cinematográfica se parece a la de Dylan— reconstruye la grabación de la canción de su título. Like a Rolling Stone es quizá la mejor canción de la historia del pop, y el libro de Marcus hace con ella una operación típicamente dylaniana: convertirla en un mito al narrar su creación, las tensiones y disparidades de criterio entre los músicos, las versiones previas, la posición de los locutores radiofónicos y los responsables de la discográfica ante un tema que, simplemente, no cabía en una cara de single y hablaba de una mujer caída en desgracia con un rencor sin precedentes en la música pop. Marcus es capaz de convertir un golpe de baqueta en la caja, o un solo de órgano, en un relato de apariencia bíblica, algo casi sobrenatural, el principio de una leyenda.

De modo que si usted es fan de Dylan y tolera la prosa afectada, salga a comprar estos dos libros maravillosos, cuyos defectos también le gustarán. Incluso si no es el caso, resulta interesante acercarse a ellos desde otro punto de vista: ver cómo la cultura estadounidense ha dominado el arte de forjar relatos míticos, seres emblemáticos e historias inolvidables. En canciones de tres minutos. O, en el caso de Like a Rolling Stone, seis.

Imagine la cultura estadounidense del siglo XX no como una cultura, sino como una mitología: una suma de relatos básicamente ficticios, pero reconocibles, que conforman una visión completa de la vida. Están Hollywood y Las Vegas, lugares mágicos en los que cumplir los sueños o destrozarse la existencia. Están los estados del Sur, donde una raza esclavizada creó la más dolida y hermosa de las músicas. Hay dioses lúbricos y excesivos, como Elvis Presley. Otros irascibles que siempre bordean el lado oscuro, como Johnny Cash. Y otros atractivos y nihilistas, como James Dean. Hay también dioses menores: mafiosos, vaqueros, políticos corruptos, sacerdotes enloquecidos, arribistas de leyenda. A su alrededor, los simples humanos luchan por sobrevivir: el inmigrante rural en la gran ciudad, el adolescente con el coche de su padre y las hormonas disparadas, la chica inalcanzable, el pícaro tramposo que vive dando sablazos y huyendo después.