Hormigas y arañas: los que señalan a Pablo Motos para que no les señalen a ellos
Romper una lanza contra el linchamiento de Pablo Motos comporta riesgos. Lo veréis con las reacciones a este artículo, y se nota, también, en el silencio de invitadas e invitados que se han sentido bien tratados y callan
La campaña contra El Hormiguero y su presentador, Pablo Motos, es cíclica. A Twitter no le gusta El Hormiguero: es una constante. En Twitter, por lo general, no gusta lo que haga reír a gente fuera de Twitter. Y con cierta prensa pasa que no le gusta lo popular. Así que, de tarde en tarde, toca ponerse a decir a coro que es una mierda de programa, y ahora también que atenta contra algún derecho humano convenientemente patrimonializado y encima la audiencia lo respalda, ¡adónde vamos a llegar!
Bien, esto no deja de ser el juego de la libertad de expresión. La opinión de esa parte de la audiencia que no ve el programa es muy respetable, veremos si tanto como la mía. Romper una lanza contra el linchamiento de Pablo Motos comporta riesgos. Lo veréis con las reacciones a este artículo, y se nota, también, en el silencio de invitadas e invitados al programa que lo han pasado muy bien, que se han sentido bien tratados por Motos, y callan.
Pero no nos engañemos, porque aquí hay más. El Hormiguero empezó como show gamberro en Cuatro bajo el paraguas de Prisa. En 2009, Mediaset absorbió los restos y el programa se fue a Antena 3 para adoptar un formato más familiar. Empezó entonces El País a atacarlo, y una década después, cuando Roures vendió la parte que le quedaba de Atresmedia, empezaron las críticas desde el sector Podemos.
Lo de estos días ha sido, pues, la tormenta perfecta. El Ministerio de Igualdad inauguró la cacería con dinero público para distraer la atención de los efectos de la ley del solo sí es sí, y entre los entusiastas de Montero y detractores habituales de Motos, entre los medios de Prisa y el La Base State Of Mind, se ha terminado conformando un concurso que ganará, con un retuit del ministerio como premio, el que encuentre el trocito de vídeo de Motos más incompatible con la rectitud moral que se supone a nuestros tiempos.
Y anda que no hay material para elegir. Concretamente, de la etapa de Cuatro (vídeos de hace más de 12 años) hay toda clase de comentarios considerados inapropiados después de la revolución anglosajona MeToo, que barrió Europa. El material disponible es el sueño de cualquier araña victoriana anudada a los visillos. Dado que la vigilancia hoy es retroactiva y se juzgan con elementos del más histérico presente hechos sucedidos mucho antes de imponerse los cepos, la etapa de Motos en Cuatro es material explosivo.
En 2009 se entendía, por algún motivo, que la broma de contenido sexual en un programa de entretenimiento era como cualquier otra. Que a las mujeres se les hacían más a menudo por parte de machos alfa de la comunicación es indudable, pero había algo más de variedad de formas de tomarlo. Eran tiempos en los que vivíamos en las cavernas: creíamos que una cosa era el abuso sexual, otra la agresión y otra la expresión espontánea del deseo masculino en tono de coña. Pero esos tiempos se acabaron gracias a una supuesta pirámide con forma de iceberg que nos aclara que todo es lo mismo.
Ahora no hay diferencia entre lo que Motos ha estado haciendo en su programa y la Manada, para entendernos. Todo forma parte del engendro. Machismo no hay más que uno. Revisaos.
Esto se llama “socialización de la culpa” y es el paso previo necesario para la socialización del dolor, que es lo que se busca, me parece. Es decir: para que todas las mujeres se puedan llamar víctimas (para que algunas puedan aprovecharse del dolor de las otras) es necesario que todos los hombres sean parte del problema. La campaña catalana que veréis pinchando aquí, nuevamente pagada con dinero público, lo expresa con elocuencia. Sin embargo, hay una generosa forma de salvarse: como hombre, has de señalar furioso el machismo ajeno, poner el grito en el cielo por algo del tamaño de un guisante y decir “intolerable” muchas veces. Entonces, integrado en el mecanismo, se te llama “decente”.
Ahora no hay diferencia entre lo que Motos ha estado haciendo en su programa y la Manada
En fin. El pánico al propio pasado es clave para entender esta cacería contra Pablo Motos, un chivo expiatorio para los pecaditos de quienes lo señalan. Recordaréis cómo todos los líderes políticos empezaron a borrar tuits antiguos después de lo que le pasó a Guillermo Zapata, o cómo Perra de Satán, tras participar en un programa sobre los límites feministas del humor en TVE, fue destruida porque le sacaron las bromas que ella misma hacía en Twitter antes del calvinismo. Echenique, uno de los cazadores entusiastas de Motos, el que cantara alegremente la jota de “chúpame la minga, Dominga, que tiene sustancia”, borró en su día más de 6.000 tuits y ahora acusa a El Hormiguero de borrar vídeos de Twitter, y aporta la canción Primavera, de Mamá Ladilla ("tetas y culos"), como prueba irrefutable.
Así funciona esto, en realidad. Todos hemos sido demasiado espontáneos para estos estándares, empezando por Pablo Motos, quien reconozco que puede haber metido la pata con alguna invitada, dado que algunas de ellas sí se han quejado. Pero también le quito hierro a la descortesía, y pienso que ni un solo hombre que se haya relacionado de manera frívola con el otro sexo antes de la neurosis social tiene el expediente limpio según los criterios actuales, que no responden a la sensibilidad, sino a la demonización. Había más machismo entonces, sí, pero también más confianza y una gradación comprensible de la gravedad de las conductas.
Confianza, digo, en que las mujeres tenían arrestos para dar un corte y torear a un pesado, y gradación porque se interpretaba que existía una diferencia sustancial entre una mirada lasciva, un chiste sexual, un tocamiento y una agresión. Ya digo: eran otros tiempos, una locura. Tanto, que se entendía que la afectada por una descortesía o un comentario molesto era quien tenía que expresarlo, cuando ahora se bastan y sobran los tuiteros y los redactores para esto.
Se interpreta, pues, que invitadas de El Hormiguero que reaccionan con risas a una broma y no han abierto la boca para quejarse quedaron en realidad marcadas y dolidas por la galantería y la coña verde. Recuerdo, por ejemplo, a la cuadrilla que salió a tapar las vergüenzas a una Cristina Pedroche que decía sentirse muy sexy con un vestido surrealista de fin de año porque Chicote iba muy abrigado, y claro, pobrecita.
La espontaneidad
El Hormiguero y su presentador llevan 18 años siendo espontáneos, para bien y para mal. Hay de esta forma más espacio para la chufla, y para meter la pata. El día en que Motos se entretuvo con el escote de Virginia Maestro ante sus muestras de incomodidad estaba metiendo la pata, es indiscutible, porque la misma Maestro lo ha dicho. Con Ana de Armas parecía Motos Roger Rabbit, y la escena era autoparódica por lo patético, como, tal vez, ocurrió en esa escena reciente de MasterChef en que Anabel Alonso decide morrear a un Jordi Cruz que parece querer estar en cualquier otra parte.
En fin, yo creo que sería elegante que Motos pidiera disculpas a alguna de las que han dicho haberse sentido molestas, pero entiendo que en una campaña como esta uno se defienda: poco espacio dejan para el recule los que van con la soga en la mano.
Para mí, la cuestión de fondo es esta: si una metedura de pata tuya, para colmo retroactiva, puede convertirse en combustible para una hoguera en la que te van a destrozar, lo que desaparece no es el machismo, sino la espontaneidad, con todo lo bueno y lo malo que la espontaneidad tiene. Se implanta entonces una helada cortesía, hipócrita siempre, por ser fruto de la represión, mientras Jack el Destripador trabaja en el sótano a salvo de las miradas. El mensaje, me consta, ya le ha llegado a David Broncano. Cualquier día le sacan trozos de La Vida Moderna y la hemos cagado.
¿Queréis un ejemplo de lo que quiero decir con espontaneidad? Cuando Pablo Iglesias fue entrevistado en El Hormiguero y Motos le preguntó cómo era en el ligoteo (ver aquí), el marido de la ministra de Igualdad y autora de la ley del solo sí es sí respondió: “Yo soy de los que se hacen de rogar, que a veces un no es un… [mirada lujuriosa, risas]”. Pocos años antes, una nada victimizada Rita Maestre daba paso, en una conexión de La Tuerka, alabándole a Iglesias las miradas golosas, mientras este respondía: “Para miradas lujuriosas, Rita, las que tú despiertas allá donde vas. Pero ya hablaremos de eso” (ver aquí).
¿Estaba cometiendo Iglesias pecados intolerables por decir que a veces "no" significa "bueno, sí"? ¿Formaba parte de la pirámide de la agresión sexual y era un merecido cabeza de turco para las hogueras calvinistas por permitirse esos comentarios hacia una trabajadora suya del programa que dirigía? Tal vez el protagonista de estas escenas intrascendentes nos respondería hoy que sí, con la cara muy seria, porque cuando el pasado nos pide cuentas siempre tenemos a mano la carta de la deconstrucción para decir cosas que no pensamos, abrazar la represión y quedar en paz con la gente de Twitter.
En fin, creo que el juego es este, digan lo que digan. Motos me parece la excusa de un montón de tíos heterosexuales con la conciencia incompatible con los rígidos estándares, con frecuencia por pecados que no pasaban entonces de meteduras de pata, y en otros casos serían cosas universalmente graves. A saber. Es decir: pienso que hay veces en que es más inteligente mirar el dedo que señala la luna, porque la luna no es más que un pretexto. ¿Motos? ¡Estáis hablando de vosotros mismos, marranetes!
La campaña contra El Hormiguero y su presentador, Pablo Motos, es cíclica. A Twitter no le gusta El Hormiguero: es una constante. En Twitter, por lo general, no gusta lo que haga reír a gente fuera de Twitter. Y con cierta prensa pasa que no le gusta lo popular. Así que, de tarde en tarde, toca ponerse a decir a coro que es una mierda de programa, y ahora también que atenta contra algún derecho humano convenientemente patrimonializado y encima la audiencia lo respalda, ¡adónde vamos a llegar!
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