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Los cuatro costados podridos: ¿acaso no odiamos todos Barcelona?
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Los cuatro costados podridos: ¿acaso no odiamos todos Barcelona?

Eduard Palomares continúa la saga de su detective novato en la muy entretenida y simpática 'Igual que ayer'

Foto: Detalle de portada de 'Igual que ayer'. (Asteroide)
Detalle de portada de 'Igual que ayer'. (Asteroide)

Nunca en mi vida me lo he pasado bien en Barcelona. Seguramente es problema mío. Hay ciudades a las que les caes mal, donde tus pasos no aciertan con el itinerario amable, donde, quién sabe, tal vez viven demasiados escritores. En Dublín deben de vivir también muchos escritores, y, sin embargo, nadie vuelve de Dublín decepcionado. Barcelona es como que no te va a pasar nada bueno si no lo has llevado contigo. No debo de estar tan solo en mi desafección barcelonesa si en la propia Ciudad Condal publicaron hace años un libro titulado Odio Barcelona (Melusina), donde más de 10 autores odiaban Barcelona con auténtico entusiasmo. Nadie ha publicado un libro titulado Odio Madrid. Ni siquiera se nos ha ocurrido.

Barcelona da para mucha novelería. Junto a la capital del país, no hay ciudad en España que guste tanto a los escritores para hacer novelas. En Madrid se hace la novela realista, de ver qué pasa en la ciudad, y con eso basta. En Barcelona se hace sobre todo novela negra, se inventan crímenes y sectas y tramas, como si necesitaran que pasara algo interesante en sus calles.

Foto: Sala de cine.

La tradición alterna de Mendoza y Vázquez Montalbán sigue en plena forma. Hay catalanes que escriben la coña marinera del género, y catalanes que creen que el género funciona como instrumento severísimo para juzgar la realidad social y política de la ciudad. Curiosamente, es más recomendable tomarse Barcelona en broma que en serio.

Holmes de piso compartido

Eduard Palomares (1980) va por ese camino caricato y comercial. En su debut, No cerramos en agosto (Asteroide), que no he leído, daba forma a un detective novato, en la veintena, y sacaba mucha punta a esa ocurrencia de un investigador interino y en periodo de prueba. En Igual que ayer (Asteroide) continúan las aventuras de nuestro Shelock Holmes de piso compartido.

La novela es guay. Hablan así: guay, chorrada, chorra, flipo, frito (por dormirse), etcétera, y no es poco mérito que me haya leído entera una novela cuya prosa, por momentos, me horripila y que, encima, deba reconocer que me ha gustado bastante. Miren qué escritura: "Intento llamarla para pedirle perdón, pero me salta el buzón una y otra vez. Vaya cagada, me había olvidado por completo. Le dejo un mensaje de voz disculpándome, pero seguramente lo borrará sin escucharlo. Nunca se había enfadado tanto conmigo, qué día más asqueroso llevo".

placeholder 'Igual que ayer'. (Asteroide)
'Igual que ayer'. (Asteroide)

No es que el lenguaje baratísimo de la obra busque reflejar el habla juvenil, como notábamos en Historias del Kronen (José Ángel Mañas, 1994), sino que es un lenguaje abiertamente anti-literario, sin interés alguno en su redacción. En algunos talleres que he dado, esta escritura era exactamente la que calificaba como "escribir mal".

Y, sin embargo, porque la literatura será siempre un misterio para los que nos dedicamos 24 horas al día a ella, Igual que ayer funciona, es verosímil, crea personajes y argumentos y resulta literatura a pesar de no contener ni un gramo de literatura en su propia constitución molecular: las palabras.

Esto se debe, como es obvio, a que la historia está muy bien hecha, aunque siga a pies juntillas los mecanismos clásicos del noir. Primero, tenemos a un detective anómalo (esto quiere decir, un detective no tan visto: puede ser gay, un cura, una señora jubilada, etcétera). Después tenemos una primera trama que enseguida se abandona: la muerte de un preboste de la ciudad que aspiraba a alcalde. Después, entra la trama principal, que necesariamente acabará haciéndonos volver a esa trama semi-olvidada. Entre medias, detectives, correrías, pistas, elucubraciones y epifanías con gabardina.

La historia está muy bien hecha, aunque siga a pies juntillas los mecanismos clásicos del 'noir'

Igual que ayer entra de lleno en el abanico de problemas inmobiliarios de las grandes ciudades españolas. Nuestro detectivillo se infiltra en una organización social que lucha contra los narcopisos y la degradación, no tan accidental, que estos espacios para el chute generan en los barrios humildes. Al mismo tiempo, el investigador novato y su novia tratan de irse a vivir juntos, pero los precios del alquiler no facilitan el amor. También salen fondos buitre, especulaciones y gente que vive en la montaña, feliz y sospechosa.

Por momentos, la trama del político muerto en accidente de coche recuerda a Impacto (Brian de Palma, 1981), y buena parte de los asuntos inmobiliarios y sus ramificaciones hacia arriba pueden hacer pensar al lector en Antidisturbios (Rodrigo Sorogoyen, 2020). La propia novela está llena de guiños a Eduardo Mendoza o Leonardo Padura, y hasta el tópico de la familia rica que contrata a un detective para buscar a una bella hija descarriada acaba asomando en algunos giros de la narración principal.

Nuestro joven detective, Jordi Viassolo, es un tipo que comparte piso y tiene, por tanto, sus turnos para limpiar el baño, la cocina y el salón. A veces no puede volver a su piso porque uno de los colegas ha ligado. Estas menudencias juveniles son, en realidad, las que dan carácter a Igual que ayer, y la vuelven extrañamente entrañable.

Nunca en mi vida me lo he pasado bien en Barcelona. Seguramente es problema mío. Hay ciudades a las que les caes mal, donde tus pasos no aciertan con el itinerario amable, donde, quién sabe, tal vez viven demasiados escritores. En Dublín deben de vivir también muchos escritores, y, sin embargo, nadie vuelve de Dublín decepcionado. Barcelona es como que no te va a pasar nada bueno si no lo has llevado contigo. No debo de estar tan solo en mi desafección barcelonesa si en la propia Ciudad Condal publicaron hace años un libro titulado Odio Barcelona (Melusina), donde más de 10 autores odiaban Barcelona con auténtico entusiasmo. Nadie ha publicado un libro titulado Odio Madrid. Ni siquiera se nos ha ocurrido.

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