Es noticia
'Misa en sí menor': ¿y si Bach hubiera resucitado en Japón?
  1. Cultura
la cultureta

'Misa en sí menor': ¿y si Bach hubiera resucitado en Japón?

El gurú Masaaki Suzuki recala en Madrid con su orquesta nipona y conmueve con una versión purista de la gran obra del compositor

Foto: Masaaki Suzuki, con su orquesta.
Masaaki Suzuki, con su orquesta.

No está claro que una bailaora de Okinawa dance mejor —todavía— que una gitana del Sacromonte, pero el whisky japonés rivaliza con las grandes marcas de Escocia y la música de Johan Sebastian Bach ha logrado reanimarse en el taller tokiota del maestro Masaaki Suzuki. Allí se inauguró en 1990. Y lo hizo con un propósito pedagógico que se ha quedado pequeño: divulgar en Japón el repertorio y el misterio del Cantor de Leipzig.

Y se ha quedado pequeño porque el Bach Collegium de Japón ha terminado por convertirse en una de las grandes referencias planetarias del repertorio barroco. Suzuki —68 años— ha ido definiendo una mirada ingenua y pura, como si el manierismo vigente en los auditorios occidentales respecto a la taumaturgia de Bach necesitara un punto de vista periférico.

Foto: Glenn Gould al piano.

Ha ido creciendo el proyecto entre las manos pequeñas de Suzuki. Y ha conseguido grabar la integral de las Cantatas y el patrimonio de las pasiones y las misas, incluida la partitura de la gira europea que recaló en el Auditorio Nacional bajo el amparo de Ibermúsica. Allí se anunciaba el acontecimiento de la Misa en sí menor. Allí se produjo la revelación del misterio.

El sabotaje de los tísicos se reproduce sistémica y sistemáticamente en todos los conciertos

Y no es fácil conseguirlo cuando las toses de los espectadores amenazan el silencio. El sabotaje de los tísicos se reproduce sistémica y sistemáticamente en todos los conciertos, pero revisten más ignomini cuando malogran el pathos en la transición de los pasajes musicales. Los silencios no están descritos para toser ni expectorar, sino para conceder tensión dramatúrgica a la trama sonora. Los silencios son también parte de la música, no digamos cuando la narrativa progresiva de una misa involucra la complicidad de los melómanos. Y nos exige atención y respeto al desenlace de cada episodio. No se puede toser después de anunciarse la muerte de Cristo.

Fue capaz de sobreponerse Suzuki a la conspiración de los melófobos. E hizo una lectura de la Misa de extraordinaria sensibilidad y de esmerada pureza. El equilibrio sonoro eludía el riesgo de la sobreactuación. Y la riqueza cromática de la orquesta —y del exquisito coro— redundaba en una versión preclara, translúcida, pero nunca superficial. Bach se nos aparecía en toda su hondura y en toda su estética. En el fondo. Y en la forma.

El gran templo

Lo demostraba la propia concepción escénica de la revelación. No ya por la insólita distribución de los profesores —toda la cuerda a la izquierda, toda la madera y el viento, a la derecha— sino porque Masaaki Suzuki dispuso que las dos flautistas del Collegium ocuparan los primeros atriles frente a él.

Foto: La directora de orquesta Alondra de la Parra. (Cedida)

Parecían custodiar ambas la entrada del gran templo. Y prodigaban un sonido de tanta ortodoxia como purismo. Cuestión de escrúpulo, de mesura, de estupor. Invocaban un estado de sugestión al que contribuyeron la cualificación de instrumentistas —los oboes, las trompetas, el corno da caccia— y la competencia fundamental de los cantantes extranjeros.

El Bach Collegium de Japón es japonés pero no excluyente. Suzuki tuvo la lucidez de involucrar en el gran proyecto a los grandes artífices del barroco occidental. Y no para copiarlos, como si fueran la patente de un coche, sino para enriquecer los recursos y recrear el interés del viaje de ida y vuelta.

Suzuki tuvo la lucidez de involucrar en el gran proyecto a los grandes artífices del barroco occidental. Y no para copiarlos

Lo demuestra la filtración de músicos europeos en las huestes que comparecieron en Madrid. Incluido el violista español Emilio Moreno, cuya adhesión al gurú de Suzuki refleja un intercambio cosmopolita que también explica la necesidad de alistar voces foráneas. Formaban parte de ellas el estupendo tenor James Gilchrist y el sobrio barítono Christian Immler, aunque tenía más sentido reparar en la voz de Alexander Chance.

Suya fue la responsabilidad de trasladarnos los pasajes más sublimes de la partitura —el Agnus dei, por encima de cualquiera— y de evocar el linaje que representó su padre, Michael Chance, entre los pioneros del historicismo, o sea, cuando sobrevino el siglo pasado la revolución de los instrumentos originales. Posee el hijo un timbre hermoso, una línea de canto pura y un volumen tan interesante como su técnica, aunque la concepción coral e integrada de Suzuki subordina los protagonismos —los solistas se incorporan a la disciplina del coro después de sus arias y sus dúos— y redunda en el objetivo cumplido de la gran experiencia, como si Bach hubiera resucitado en los arrabales de Tokio de la mano de un sacerdote nipón.

No está claro que una bailaora de Okinawa dance mejor —todavía— que una gitana del Sacromonte, pero el whisky japonés rivaliza con las grandes marcas de Escocia y la música de Johan Sebastian Bach ha logrado reanimarse en el taller tokiota del maestro Masaaki Suzuki. Allí se inauguró en 1990. Y lo hizo con un propósito pedagógico que se ha quedado pequeño: divulgar en Japón el repertorio y el misterio del Cantor de Leipzig.

Música clásica
El redactor recomienda