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La idea de no tener nada y ser feliz
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'TRINCHERA CULTURAL'

La idea de no tener nada y ser feliz

Dicen desde el FMI: 'No tendrás nada y serás feliz'. Pues, oigan, me niego a creer en esa felicidad. Más a más, cuando siempre habrá alguien que tenga todo lo que los demás no tienen, y se lo alquile

Foto: Foto: iStock.
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¿No sentís un meneito en la zona sensible del bajo vientre al oír a un rico decirle a un pobre cómo debe vivir? ¿O cuándo personas que especulan con la vivienda le dicen a una estudiante que trabaja en Madrid que se vaya a vivir a Móstoles, si no encuentra un apartamento digno en la capital? ¿O gente con un salario de 60.000 euros al año gritando el despropósito de subir el SMI? Es como un sentido arácnido. Un cosquilleo fibroso nacido para chivarte que algo no encaja. Esta misma sensación me invadió, hace ya tiempo, al leer la frase que capitula la Agenda 2030 del FMI: "No tendrás nada y serás feliz"... Joder, resulta encomiable un eslogan tan estoico viniendo de un fondo que pagaba a su antigua directora, Christine Lagarde, unos 350.000 euros anuales, y a saber cuánto atesora Kristalina Georgieva, la nueva.

La idea de no poseer nada y ser feliz es algo más que respetable. No pocos ascetas la practican, pero algunos también sientan el culo en colchones de faquir sin inmutarse y, bueno, yo soy de nalga blandita. En Occidente, hay que empezar a olvidarse del Ser o no ser. Shakespeare vivió un tiempo en donde lo esencial partía del alma, antes que de la cartera, porque si no eras parte de una escueta élite no tenías ni donde caerte muerto.

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La medianización de las clases trajo consigo un insólito poder adquisitivo. En el siglo XX, quienes en el siglo XIX no sabían más de la propiedad que poseer sus manos para esquivar la muerte, de pronto se vieron con casas, sofás, lámparas… más tarde, coches, electrodomésticos, televisores… nada que no narre con ternura y mimo Cuéntame cómo pasó. La cosa fue, desde entonces, de "tener o no tener" (cómo ya demostró Howard Hawks con su película homónima). Tener algo en propiedad, aunque fuesen unas buenas alpargatas, era de ley. Si había que ahorrar, se ahorraba. Si había que financiarlo, se financiaba. Resonaba con fuerza la sabía voz de la vejez para quien alquilar, siempre, es tirar el dinero.

Oh, pero las reglas, como suele decirse, han cambiado con el nuevo siglo. Hemos inaugurado la primavera del amor… ¡al renting! Si para Violadores del Verso la cosa iba de Ballantine's, como forma de vida, ahora el whisky lo cambiamos por "alquilar". Se han vuelto muy proudhonianos estos del FMI, reformulando aquello de que "la propiedad es un robo". Desafortunadamente, la Agenda 2030 queda lejos de las ensoñaciones comunitarias de los anarquistas decimonónicos. Lo cierto es que, aunque avancemos hacia un mundo donde lo alquilaremos casi todo, siempre habrá quien posea el objeto deseado. El renting no acabará con la propiedad, solo nutrirá el patrimonio de los pocos que disfruten de ella. Nada nuevo. Llueve sobre mojado en esta tómbola de la posesión.

Ahora, cabe reflexionar sobre un futuro en el que no tengamos nada, como nos dice la Agenda. Vayamos a ese futuro y, pongamos por caso, que a las ranas les ha salido pelo, los cerdos vuelan, Tamara vuelve con Íñigo y, efectivamente, somos felices así. Sin nada. ¿Y si, de bote pronto, quienes lo tienen todo, desde coches a electrodomésticos, deciden que ya no les interesa prestárnoslos? Nuestra felicidad a freír churros. Estaremos en sus manos. Podrán sacar los caninos a su antojo y vampirizar todo cuanto les plazca, desde dinero hasta los codiciados datos. No es una situación tan inverosímil. Ya se han vivido cosas parecidas con muchos oligopolios, desde las eléctricas a los transportes privados.

Foto: Foto: EFE/Mariscal.

Ah, hablando del rey de Roma. Precisamente la punta de lanza de esto del renting, sobre todo de aquel administrado por apps, ha sido el de los vehículos eléctricos. Es una gozada poder disponer de una moto, o coche, siendo que tu salario mensual te daría, como mucho, para comprarte los tapones de las ruedas. Por no hablar, como se vanaglorian estas empresas, de "librarse de las ataduras de tenerlo en propiedad". Esa inflamación de oportunidades es, encima, de lo más ecofriendly con la ciudad. Un espacio donde, al final, no se va a poder entrar si no es con una burra biodegradable. Lo cual jode. Pero, aunque Marcelino el chatarrero ahora lo tiene chungo con la fragoneta Renault del 95 para llegar al centro de Madrid, al menos los bebés madrileños no nacerán con los pulmones de Marcelino, que va a paquete de Marlboro diario desde los 14 años. Y eso, se mire como se mire, está fetén.

El asunto es que todo pinta divinamente en esto del renting de coches y motos, que yo mismo utilizo, quede claro. Pero, de nuevo, me vuelve el meneito a las tripas. El sentido arácnido, que me viene susurrando algo. ¿Por qué la gente que pega la hebra con lo divino de estos vehículos es gente sin coche? A mis escasos camaradas treintañeros con vehículo propio, a dos o cuatro ruedas, no los he visto nunca rendir pleitesía al renting. Seguramente sea porque, por muy bonito que nos pinten no tener nada, eso no hace feliz más que a quien tiene que resignarse a no tenerlo. Alquilarlo todo es perder toda soberanía y poseer algo, mal que bien, es síntoma de libertad. Un poder abstracto que se ejerce en resolver los impulsos a voluntad, confirmando una autoridad por encima de cualquier otra. E incluso a los más ácratas del patio, este sentimiento les pone las crestas al rojo vivo.

Porque poseer, aunque sea solo un poco, ya acalora el espíritu. De hecho, esta ha sido la propaganda más extendida de los que han sido los amos del cortijo para justificar las penurias de aquellos a los que explotan miserablemente: "No te quejes. Da las gracias. Que hay quien tiene menos". Y, con la colleja calentita y palmeada, vuelta al redil, que la máquina no se va a mover sola. Simplificando mucho algo de lo que se lleva debatiendo desde los orígenes de la propiedad, lo que está claro es que hay que desconfiar de todo aquello que se nos vende como un futuro mejor para las hormigas del adoquín, desde las primorosas estrellas de los moscardones gordos con mierda suficiente para festines de ocho tumbado.

Foto: La actriz que hará de la Sirenita, Halle Bailey. (Reuters/Aude Guerrucci)
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No quiero echar pestes como plagas a todo lo que planea alrededor del alquiler. Está claro que cuanto más se extiende, menos hay que producir, lo cual resulta ventajoso para un modelo económico que produce por encima de sus posibilidades. Me resulta preocupante, no obstante, ver quiénes orquestarán este show de la desposesión. La propiedad es un robo cuando lo que te rodea niega la mayor de poseer algo. Y, mucho me temo, que estamos lejos de poder mentalizarnos para una Comuna de París o un Consejo de Aragón en esta bien desvirgada posmodernidad.

Cabría soñar que los capitales que poseyeran la posibilidad de entregar el sacrosanto usufructo fueran legales y no sacasen viciosa tajada a costa del personal. O que, en fin, el Estado tuviese las herramientas burocráticas eficaces para que lo suyo, sea lo de todos, sin excepción ni corrupciones, o chiringuitos ideológicos, como a los que tanto tiene tendencia. Pero, una vez más, lo dudo.

¡El renting os hará libres! Y, sí, libres seremos, porque habremos alcanzado tal nivel de sumisión que nos bañaremos en la libertad de no poder elegir nada. "Es el mercado, amigos". Y si en algo se parece a la San Miguel, más allá de que intoxica, es que; "Donde va, triunfa".

¿No sentís un meneito en la zona sensible del bajo vientre al oír a un rico decirle a un pobre cómo debe vivir? ¿O cuándo personas que especulan con la vivienda le dicen a una estudiante que trabaja en Madrid que se vaya a vivir a Móstoles, si no encuentra un apartamento digno en la capital? ¿O gente con un salario de 60.000 euros al año gritando el despropósito de subir el SMI? Es como un sentido arácnido. Un cosquilleo fibroso nacido para chivarte que algo no encaja. Esta misma sensación me invadió, hace ya tiempo, al leer la frase que capitula la Agenda 2030 del FMI: "No tendrás nada y serás feliz"... Joder, resulta encomiable un eslogan tan estoico viniendo de un fondo que pagaba a su antigua directora, Christine Lagarde, unos 350.000 euros anuales, y a saber cuánto atesora Kristalina Georgieva, la nueva.

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