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Juan Manuel de Prada: "La propaganda nos encierra en clichés, la literatura nos libera"
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Juan Manuel de Prada: "La propaganda nos encierra en clichés, la literatura nos libera"

El escritor se centra en su nuevo libro de nada menos que 1.700 páginas en la vida de una mujer absolutamente desconocida: la poeta catalana Ana María Sagi

Foto: Juan Manuel de Prada posa para EC. (J. L.)
Juan Manuel de Prada posa para EC. (J. L.)

La aparición de un libro biográfico de mil setecientas páginas dividido en dos volúmenes y presentado en una caja sería una noticia importante de cualquier forma. Ediciones como esta, carísimas para la industria, se reservan normalmente a las glorias del saber convencional, a los autores encaramados al prestigio indiscutible, a los Proust, los Tolstoi o los Camilo José Cela.

Sin embargo este librazo, El derecho a soñar, publicado por Espasa, se centra en la vida de una mujer absolutamente desconocida: la poeta catalana Ana María Sagi. Esta mujer se ha convertido en la obsesión vital de Juan Manuel de Prada. “Es el libro más importante de mi vida”, me escribe en la nota con la que llega el libro a casa, y desde las primeras páginas tengo la impresión de que estamos ante un milagro.

placeholder 'El derecho a soñar' (Espasa)
'El derecho a soñar' (Espasa)

Que alguien dedique tantos años de su vida, tanto esfuerzo, tanto talento a la defensa y rescate de la memoria de una poeta en la que nadie más parecía interesado no tiene otro nombre que ese. Milagro. De modo que me cito con Juan Manuel de Prada en la cafetería de uno de los lugares a los que ha acudido en busca de información: la del Ateneu de Barcelona, para hablar de esto.

PREGUNTA. Me ha impresionado que Sagi fuera tan famosa en su época y que a ti te haya llegado solo porque Ruano le hizo una entrevista que hoy aparece en un libro. Qué efímero es el éxito en la época de uno, ¿no?

R. Es prueba inequívoca de que el libro queda y lo que sale en prensa no. Ruano decía que la prensa al día siguiente servía para envolver el pescado.

P. Ruano, por algún motivo, decide incluirla. ¿Qué le vio?

R. La entrevista porque le resulta chocante, el personaje le resulta atractivo. Una chica de 22 años que viene a Madrid a presentar su primer libro de versos, que es lanzadora de jabalina y que se proclama republicana, y pronuncia conferencias, y es reportera… El personaje impacta mucho. Lo paradójico y lo llamativo es que una mujer que llegó a ser tan famosa tiene la memoria absolutamente borrada del mapa.

"Lo paradójico es que una mujer que llegó a ser tan famosa tiene la memoria absolutamente borrada del mapa"

P. Pasa leyendo la lista de los Premios Planeta desde los años cincuenta, o el catálogo de Anagrama. Cuánta gente desaparecida que en su momento hizo algo que se consideró exitoso, prometedor, importante...

R. Sí, sí, claro. Autores que te venden como indispensables e imprescindibles, al pasar 20 años, ya nadie se acuerda ni de quiénes eran. Es así.

P. Tú le has dedicado muchos años a la desaparecida Ana María Sagi. “Las esquinas del aire” ya era una novela sobre ella. También has recopilado la poesía que te dejó, y ahora esto, que es el monumento bestial, mil setecientas páginas.

R. Sí.

P. Me pregunto qué hay en ese afán tuyo. Pienso que por un lado habrá sentido de la justicia, y por otro curiosidad, y cariño por el personaje, ya que la conociste. Pero me pregunto si hay también algo de identificación.

R. Sí, de forma misteriosa, indudablemente. Cuando a una persona le dedicas tanto esfuerzo es porque ves en ella algo de ti. Es decir, al final los seres humanos tenemos esa necesidad, no sé si de identificarnos, o de poder exorcizar el miedo a que nuestro destino sea como el de esa persona. Mi interés por los raros tiene mucho que ver con eso, ¿sabes? Con la conciencia de que mi trabajo, más allá del eco que puede tener en su momento, tiene muchísimas posibilidades de ser devorado por el olvido.

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Foto: J. L.

P. Desde Las máscaras del héroe, con Pedro Luis de Gálvez…

R. Aunque Gálvez era un bohemio, no era exactamente como yo. Tampoco se parecía a Sagi en nada.

P. Y tampoco el personaje de “Mirlo blanco, cisne negro”, donde, sin embargo, volvemos a tener un escritor que ha malbaratado su su prestigio literario y su posteridad, por esta vida encarnada, encabronada.

R. Sí, totalmente, totalmente.

P. ¿A ti te da miedo?

R. Más que miedo, es una conciencia de que la vocación literaria tiene mucho que ver con encontrar una espada y marchar a la cruzada desesperada de perdurar. Hay un riesgo, hay un abismo de olvido rodeándola. Entonces, todo escritor, aunque no lo reconozca, aunque diga que no, que lo que quiere es vivir de su trabajo y no hay un anhelo de posteridad, lo tiene. O sea, yo creo que escribimos o creamos en general porque queremos trascender nuestra condición perecedera. Pero al mismo tiempo sabemos que las posibilidades de que eso ocurra son muy pequeñas.

P. Tú crees en la vida eterna. ¿Qué necesidad hay entonces de que las obras tengan vida eterna también? ¿No es un poco… como enmendarle la plana a Dios por si no hace bien los deberes con uno?

R. Todo lo contrario, amigo. Precisamente porque el ser humano sabe que está convocado para la vida eterna, es natural que quiera que la obra salida de sus manos también participe de algún modo de esa eternidad. Este deseo de la obra perdurable sería una prueba de que todo lo que hacemos lo queremos impregnar o imbuir de la eternidad, es decir, de la Verdad. Hasta la gente que se hace selfis compulsivamente, mandando su juventud al futuro, está participando de ese raro deseo, de este desconcierto.

"El ser humano está convocado para la vida eterna y es natural que quiera que la obra salida de sus manos participe de esa eternidad"

P. En ese sentido, con Sagi, ha sido como si quisieras restaurar una eternidad quebrada. Como si la sacaras del purgatorio con todo este trabajo que haces tan concienzudo, tan esforzado...

R. Y hay un compromiso vital también, con ella. Y, además, soy un hombre de pensamiento tradicional. Eso significa que pienso que, quienes vamos detrás, tenemos unas obligaciones con quienes nos precedieron. O sea, que ese trabajo de intentar perdurar o de que nuestra obra perdure es algo imposible sin el legado que nos transmiten quienes han venido antes, así que estamos obligados -digo bien: obligados- a cuidar la memoria de los que se fueron.

P. En tu libro, también parece que pienses que hay que salvar a los mayores de sí mismos. En la novela, “Las esquinas del aire”, te basabas en testimonios de Sagi, que tenía ya 90 años. Pero luego descubres que muchas cosas están adornadas, justificadas, y de alguna manera este rescate de 1.700 páginas la desmiente a ella.

R. Es así. Creo que la perduración ha de estar ligada a la verdad. Ella fue una mujer que, por no haber podido perdurar, por haber hecho unas elecciones vitales que se lo ponían difícil a su posteridad, estaba inquieta, algo avergonzada, de modo que necesitó cambiar cosas de su vida cuando me la transmitía. Ella necesitó depurar los elementos que consideraba que podían entenebrecer o ensombrecer su legado. Su historia era muy apta para la mitificación, pero la mitificación es lo contrario que la literatura. La verdad humana es una verdad muy compleja, llena de recodos oscuros. No creo demasiado en esos mitos que genera la propaganda sistémica en nuestra época.

P. ¿Por ejemplo, con “las sin sombrero”?

R. Todo ese rescate me parece banal. Las utilizan para configurar prototipos femeninos acordes con los clichés y los paradigmas culturales, ideológicos, propios de nuestra época. Pero los seres humanos no somos clichés ni paradigmas. Dentro tenemos muchísimas, muchísimas cosas. Fastuosidad y recovecos, pasadizos oscuros.

P. Tú consideras que la poesía de Ana María Sagi es muy buena.

R. Sí, sí, lo creo.

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Foto: J. L.

P. Háblame entonces de la poesía. Se está hablando poco de la poesía estos días en entrevistas que te hacen…

R. A pesar de que yo siempre lo quiero resaltar, es que su vida es tan extrema y tan apasionante que, claro, opaca un poco sus obras. Su obra poética me parece extraordinaria. Es una poesía, podríamos decir, muy influida por las poetisas hispanoamericanas de la época, que no son vanguardia, ni modernismo, sino que todavía tienen una mirada romántica del mundo. Entonces, su poesía, diría que es muy sencilla. Es una poesía sin alambicamiento, sin cerebralismo. Una poesía que nace del sentimiento. Muy modesta, digámoslo así, pero con una verdad honda, que es lo que creo que distingue al verdadero poeta. Decían que su poesía tenía un raro misticismo carnal. Y es verdad, ella siempre está hablando de cuestiones que tienen que ver con lo amoroso, con lo afectivo, pero siempre de una manera que lo sublima.

P. Su vida sentimental era pobre, requería sublimaciones…

R. Exacto, hay una necesidad de transformar los afectos en algo que sea casi puramente espiritual. Esa es la nota más característica en su obra, que alcanza la madurez después de su historia de amor con Elisabeth Mulder. Es una historia de amor muy breve, fracasada y trágica. Pero el recuerdo de esa historia se va a convertir en el centro de su vida poética. Durante décadas, va a estar recreando esa historia. Es su tema, el amor perdido, pero vivo en la memoria y sublimado por el recuerdo y por el sueño.

P. Eso se queda fuera de la historia de la literatura, claro. No encaja con la poesía de su tiempo. Lo que se llama literatura del siglo XX es lo que han ido haciendo los Babelia de cada época, ¿no crees?

R. Sin duda. Esto es muy evidente. Los manuales de literatura son el decantado de lo que dijeron los Babelias, de cosas que se ponen de moda, que adquieren un prestigio, y dejan fuera grandiosos escritores por el crimen de no haberse visto influidos por las modas.

P. Después, cuando vuelve a Cataluña tras muchos años de exilio, se encuentra con que están “los novísimos”, Barral, etcétera. Tampoco encaja entonces.

R. La miran con cierta condescendencia. Ellos son sofisticados. Es verdad que profesan ideologías de izquierdas y son antifranquistas, pero ven a los exiliados como personas que se han quedado ancladas en el pasado. No les discuten la legitimidad, pero no están interesados por el estilo. Y, claro, son los Novísimos los que marcan tendencia cuando ella regresa. Me consta que tuvo relaciones con intelectuales de aquellos años, también con las feministas de entonces, una generación de la que queda Lidia Falcón, por ejemplo, pero de nuevo no encajaba con ellas. Sagi luchó por el sufragio femenino y por la incorporación de la mujer al deporte, pero las feministas en aquel momento están ya luchando por el aborto y el divorcio, reivindicaciones muy lejanas para Ana María Sagi, cuya obsesión vital, fundamental y vertebradora, había sido el anhelo imposible de la maternidad.

"La obsesión vital, fundamental y vertebradora de Sagi fue el anhelo imposible de maternidad"

P. Me da la risa porque, mira, tengo aquí apuntadas las etiquetas: Sagi es mujer, lesbiana, deportista, catalanista, escritora eclipsada por hombres, pobre, profesora, reportera de guerra, exiliada, feminista, llega a directiva del Barça… Son etiquetas para que el Ministerio de Igualdad le ponga su cara a una beca, pero va un católico tradicionalista y la rescata. ¡Ya te digo, me daba la risa!

R. Toda esa gente a la que le gustan los clichés no entienden el sentido profundo de la literatura. Tú necesitas alumbrar una verdad humana. Al final, es eso. Esa es la razón por la que escribimos. Lo siento por los amantes de las etiquetas. La raza humana es muy compleja, y entender la complejidad exige mucho amor, mucha dedicación. Entonces esta mujer, pues sí, era muy roja, muy republicana. Cuando estalla la guerra civil se va con los anarquistas, escribe artículos feroces, adhesiones entusiastas a la República, pero eso, los clichés, no son lo que la define.

P. Para mucha gente sí sería lo que la define.

R. Lo sé, pero no lo es. El sentido de la propaganda es encerrarnos en clichés, el sentido de la literatura es librarnos de ellos. El escritor tiene que desligarse de su tiempo todo lo que pueda. O sea: yo creo que tenemos que escribir para personas que no existen todavía y que, en todo caso, nos gustaría que existiesen ya.

P. Es lo que logra ella cuando te conoce. Tiene 90 años, nadie la lee, apareces tú, un recién nacido, digamos, y vas a dedicar veinte años a rescatarla. Es la fantasía lúbrica de cualquier escritor de segunda fila. Lástima que no se haya enterado…

R. Es mucho decir eso de que no se entere, después de su muerte. Te puede el escepticismo materialista, ¿no? Durante la escritura del libro tuve la constante sensación más bien de lo contrario, de que ella me guiaba.

P. ¿Y no te daba ningún capón cuando la desmientes?

R. No. Hoy utilizamos a los viejos y a los muertos como monigote publicitario. Ha sido doloroso escribir a fondo de Sagi, porque nada que nos parezca bien, moralmente, resiste luego la mirada a fondo, siempre aparecen dobleces secretas. Enfrentarme a su lado oculto fue doloroso, pero había que hacerlo. Hay oscuridad en sus actividades políticas. Es una chavala de veinte años, está deslumbrada, son tiempos de fuerte propaganda, de lavado de cerebro. La política convierte a los seres humanos en herramientas, y ella es herramienta, en una etapa. Esto quería contarlo aquí, en este libro, porque en Las esquinas del aire no lo hice.

placeholder Foto: J. L.
Foto: J. L.

P. Ponme un ejemplo.

R. Hay un artículo tenebroso. Su momento más abyecto, digamos. Le hace una entrevista a una monja que acaba de ser exclaustrada por los anarquistas, que han llegado y han sacado a las monjas del convento, les han quitado los hábitos, les han puesto ropa civil. Y la pobre monja está llorando desconsolada porque quiere volver al convento, y Sagi le hace una entrevista burlona.

P. Un abuso de poder.

R. Claro, en ese breve periodo están manejando el cotarro. Y eso es duro, claro. Conocer a una persona a la que admiras requiere enfrentarse a los aspectos más oscuros. Lo que pasa es que yo creo que hasta las personas más angelicales pueden convertirse en demonios si el clima lo fomenta.

P. Has tenido que patear muchos archivos físicos, porque en internet no había nada de Ana María Sagi. Has sacado mil setecientas páginas de una veta que parecía seca en internet. Qué baño de humildad le da eso a la red, ¿no?

R. Internet es un lugar donde se ponen en común conocimientos convencionales y, con frecuencia, aquellos conocimientos que interesa que estén en circulación. Pero yo creo que hay un conocimiento secreto, y que ese hay que buscarlo en otros lugares. Archivos físicos, bibliotecas, entrevistas personales…

P. Hasta tal punto te sumerges en la investigación que decides doctorarte en la universidad por el camino. ¿Qué impresión tienes de la Universidad ahora que has vuelto a ser estudiante?

R. Está en una decadencia pavorosa. Creo que la gente que se matricula en Filología tiene una vocación, y también muchos profesores que imparten las asignaturas. Pero hay un ordenancismo, una imposición de modelos de enseñanza y académicos que están diseñados para matar la curiosidad y convertir a los jóvenes en carne fresca para el mercado. Los profesores válidos se sienten aplastados por esta mecánica que se ha impuesto con el plan de Bolonia. La biografía que yo he escrito, como mérito académico, apenas me aportaría nada. Hay que publicar articulitos en revistas absurdas que estén señaladas como fetén, y donde se publican muchas veces trabajos de investigación paupérrimos. Pero es con eso con lo que se hace curriculum.

"La Universidad está en una decadencia pavorosa"

P. Según las modas académicas, claro.

R. Sí, y de nuevo según clichés ideológicos. Un joven que quiere hacer carrera académica necesita apuntarse a las modas para medrar, obtener citas y que sus trabajos sean considerados. Esto produce una tonelada de pseudoinvestigación, porque el dinero está ahí. Una amiga, por ejemplo, presentaba un proyecto al Ministerio. Era un estudio sobre la literatura que hacían las monjas carmelitas en el siglo XVI o XVII, y se lo rechazaban. En el momento en que introdujo la jerga del género y demás, ese estudio automáticamente obtuvo la subvención. Es así de duro y así de fuerte.

P. Una última pregunta, es una tontería. Tu libro tiene 1.712 páginas. Te has quedado a un folio de que tenga 1.714, con lo que hubiera gustado eso por aquí, por Cataluña…

R. (Risas) No me había dado cuenta. Yo me considero muy catalanista, ¿sabes? Incluso hay personas que me consideran indepe, cosa demencial, pero lo cierto es que recibo muchos ataques por mi catalanofilia. Me siento muy identificado con la cultura catalana. No me gustan naturalmente ciertas derivas, pero lo que caracteriza a la historia de Cataluña es el anhelo de libertad política. Es una constante. Sin embargo, el modelo del independentismo está caduco, obsoleto. La autodeterminación es un concepto obsoleto.

P. Bueno, para mí tu libro es una prueba de lo que es España. Un tío que nace en Baracaldo, que pasa la infancia en Zamora, que vive en Madrid, es el que termina rescatando a una catalana del olvido.

R. Para mí también. Y te diré más. Yo no podría haberla rescatado, con los esfuerzos que dediqué, con años y años de mi vida, si no sintiera a esta mujer como una compatriota. En el sentido espiritual, por supuesto, pero también en el sentido material. Si esta mujer hubiera sido sueca o griega, no hubiera provocado en mí esta necesidad.

La aparición de un libro biográfico de mil setecientas páginas dividido en dos volúmenes y presentado en una caja sería una noticia importante de cualquier forma. Ediciones como esta, carísimas para la industria, se reservan normalmente a las glorias del saber convencional, a los autores encaramados al prestigio indiscutible, a los Proust, los Tolstoi o los Camilo José Cela.

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