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¿Mató el reguetón al pop rock inglés? La decadencia musical de Reino Unido
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De los Beatles a ED SHEERAN

¿Mató el reguetón al pop rock inglés? La decadencia musical de Reino Unido

La última superestrella británica fue Amy Winehouse, recuerda la crítica sobre un país que se ha visto arrasado por los ritmos negros, latinos y caribeños. El Brexit, otra vez, culpable

Foto: Rolling Stones envueltos en la bandera británica. (Cedida)
Rolling Stones envueltos en la bandera británica. (Cedida)
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En los sesenta fueron los Beatles, Rolling Stones, los Kinks. En los setenta, la iconoclastia de David Bowie, el punk de The Clash, Sex Pistols, Joy Division. En los ochenta el rock de The Smiths, Siouxsie, Pretenders. En los noventa, el pop de Oasis, Blur, The Verve, Suede. En los 2000, el pop rock de Coldplay y Arctic Monkeys, el jazz soul de Amy Winehouse y hasta los baladones de Adele. Superestrellas mundiales envueltas en la bandera británica, ya fuera para ensalzarla o escupirla con cariño. Reino Unido era la meca musical, un país cuya modernidad —la minifalda, el pelo largo de los chicos— se medía en las melodías y guitarras sesenteras de Oxford Street en Londres, los ataques contra Thatcher en los gritos punkis y el enamoramiento con Tony Blair en las letras del britpop.

¿Y hoy? ¿Qué ha sido hoy de ese país que marcaba el ritmo de la música occidental (con permiso de EEUU)? ¿De verdad se conforma con dos tipos como Harry Styles y Ed Sheeran, que podrían ser británicos o de casi cualquier parte del orbe?

placeholder David Bowie, envuelto en la bandera británica. (Cedida)
David Bowie, envuelto en la bandera británica. (Cedida)

La crítica musical lleva ya años debatiendo sobre la decadencia musical de Reino Unido. Hay quien la fecha incluso hace un par de décadas con ese britpop nacido como venganza contra el grunge estadounidense. También hay quien cree que las islas siguen guardándose su as bajo la manga con una escena underground muy postpunk que las mantiene vivas y que reventará más tarde o más temprano. Pero lo cierto es que desde 2016 —sí, otra vez la fecha del Brexit— el pensamiento común es que los sonidos anglosajones ya no tienen la fuerza mundial que tuvieron décadas anteriores. Es el momento de otros ritmos y latitudes como la música negra, caribeña y latina. Desde Lola Indigo a Rosalía. De Bud Bunny a The Weeknd.

Globalización

Hay varios motivos que la crítica encuentra para entender esta decadencia. Desde razones más prosaicas a otras mucho más complejas. Una de ellas es que las revistas de música ya no tienen la influencia que tuvieron durante muchos años. New Musical Express (NME), por ejemplo, se encargó de crear bandas nuevas muy potentes prácticamente cada semana. Desde Arctic Monkeys, Franz Ferdinand a Maximo Park, por citar solo tres. Con un Internet popularizado, muchas cerraron, otras se reconvirtieron al digital y ahí no pudieron aguantar el ritmo impuesto por las playlists de las plataformas. Cómo YouTube, Spotify y otras mataron a estas revistas ya sería otro tema.

Precisamente, la cuestión digital disparó la capacidad global de la música. Ahora una canción en una plataforma podía llegar a todo el planeta con no mucho esfuerzo. Ya no eran los grandes jefazos de las multinacionales los que decidían (al menos de primeras, si bien luego todo se pervierte). Y ahí ya no triunfó la guitarra, sino otros sonidos. "Se ha virado hacia el descubrimiento de ritmos de minorías como el reguetón y otros ritmos caribeños. Con la población latina de EEUU, la música latina ha ocupado una gran parte del mercado y se ha convertido en parte del canon", cuenta el periodista y crítico musical de El Confidencial, Héctor García Barnés. Ese cambio de eje resulta curioso, puesto que, como recuerda el periodista, durante décadas música caribeña como el reagge llegó a Europa a través de Reino Unido, mientras que ahora es Puerto Rico (EEUU) quien marca la tendencia.

"El trap, la música electrónica, el reguetón son músicas que conectan mucho más con la sensibilidad de la gente joven"

Otra cuestión importante: el cambio generacional. Durante muchos años a todas las generaciones les gustó el pop rock. Rolling Stones se han mantenido en la cima sesenta años. Los Beatles hubieran seguido llenando estadios de estar todos vivos (y bien avenidos). Los menores de 35-30 años han dicho basta y ni les gusta ni ellos hacen la misma música. "Es gente que se ha educado con otro tipo de música que no requiere tantos condicionantes técnicos como el rock. No es una música de banda, no tienes que juntarte con cuatro colegas para hacer música, la puedes hacer en tu dormitorio con un software para reproducir todo tipo de sonidos. El trap, la música electrónica, el reguetón son músicas que conectan mucho más con la sensibilidad de la gente joven y también son más fáciles de reproducir sin necesidad de juntarte con un grupo de compañeros. Y el rock, tal y como lo conocíamos hace 15-20 años, ya no tiene la preeminencia que tenía", explica el crítico musical Carlos Ziriza. Y ahí Reino Unido, por el momento, poco tiene que rascar.

El Brexit, otra vez

Que las islas no atraviesan su mejor época lo sabe cualquiera que haya escuchado las noticias las últimas semanas. Al mandato de la penúltima primera ministra, Liz Truss, lo compararon con el deterioro de una lechuga. Como todo el mundo sabe, ganó esta última. Desde Gordon Brown ha habido una sucesión esquizofrénica de primeros ministros con fiestas incluidas en plena pandemia. Sin embargo, donde todos ponen el punto de inflexión es en el gran acontecimiento: el Brexit, una circunstancia que también está afectando a la música.

"Es clave", sentencia García Barnés, y ya no solo por los visados, como ocurrió al principio, sino que ya no es tan fácil salir del país para tocar por Europa como ocurría antes. Todo es mucho más caro y complicado. "Los músicos se han dado cuenta de que con los problemas económicos que tienen y con la subida de los costes es una movida para ellos salir del país. Ahí sí que se han quedado aislados y ese es un factor importante", añade.

"Los músicos se han dado cuenta de que con los problemas económicos que tienen y con la subida de los costes es una movida salir del país"

Además, el Brexit se ceba sobre todo con los que menos recursos tienen, es decir, las bandas emergentes. Es obvio que a Muse no le coarta mucho este asunto, pero sí a unos desconocidos que no tienen millones de escuchas. "Las giras se han encarecido. Para cualquier trabajador británico que tiene que trabajar fuera de Reino Unido todo es más complicado: el papeleo, la burocracia…", observa Ziriza, quien, por otro lado, apunta a que de esto quizá salga algo positivo: "Todo este malestar que la situación política genera en Reino Unido puede ser un estímulo para la creatividad. Ya ocurrió con el punk". Quizá estamos a punto de ver un movimiento musical contra el Brexit.

Nadie quiere la bandera

Pero, de momento, lo que se ve es la (casi) nada. Al menos a nivel superestrella no de pequeñas bandas. Además, también ha desaparecido algo muy británico en los músicos: los símbolos como la Union Jack. Antes no era raro ver a los hermanos Gallagher enfundados en chándal con la bandera británica. O con guitarras que reprodujesen esos colores y formas. O a las Spice Girls, que aunque hacían un pop muy global, nadie podía dudar de su britanidad. Después de que el punk jugueteara con los símbolos para criticarlos (lo cual era otra forma de reforzarlos), los noventa fueron una expresión absoluta de amor a lo british (y a Tony Blair). Hasta Isabel II empezó a caer bien.

Pero Blair se metió en la guerra de Irak, decepcionó a todos y empezó el desencanto nutrido posteriormente por los gobiernos tories que tuvo su punto álgido en 2016 con el triunfo del euroescepticismo y el populismo.

"El proceso del Brexit y la apropiación de la bandera por una parte de la población, como ocurrió en España, hace que sea menos apetitoso salir con ella. Ahora se lo piensan dos veces y ya no está esa identificación con lo británico", explica García Barnés. "La mayoría de músicos británicos se identifica muy poco con lo que está ocurriendo a nivel político en su país. Hay un desapego hacia la política tremendo, ya sean torys o laboristas. El cúmulo de primeros ministros que ha habido en los últimos años, desde Tony Blair, que fue una decepción para muchos… desde entonces todo ha sido una cuesta abajo a nivel político y los jóvenes británicos no tienen ningún motivo para sentirse identificados con los emblemas de su país", ratifica Ziriza. Para él, además, la crítica ya no es contra un político determinado como podía ser Thatcher, sino que hay una apatía generalizada en relación con el sistema. Con lo que eso puede tener de bueno… y de malo.

placeholder Liam Gallagher, con el chándal de la Union Jack. (Cedida)
Liam Gallagher, con el chándal de la Union Jack. (Cedida)

Alguien podría objetar que, si se mira a las listas de éxitos de 2022, basadas sobre todo en escuchas, cada mes se suelen colar los británicos Ed Sheeran, Harry Styles y Dua Lipa. Sin embargo, para la crítica su música ya tiene poco que ver con un sonido británico. "Tienen un estilo de música más global, ya que están pensados para triunfar internacionalmente. Ni a nivel visual ni sonoro tienen trazas británicas. Lo que hace Dua Lipa lo podría hacer Madonna hace 40 años. Música disco de los setenta con inspiración más moderna, pero no tiene nada de británico", sostiene Ziriza.

Los tiempos han cambiado. "Sería muy difícil que un grupo que hiciera lo mismo que Blur en 1994 pudiera triunfar ahora a nivel global", insiste este crítico. Pero hay algo interesante: también están comenzando a subirse a los escenarios los hijos de inmigrantes —la propia Dua Lipa— y quizá dentro de no mucho Reino Unido nos da una sorpresa.

En los sesenta fueron los Beatles, Rolling Stones, los Kinks. En los setenta, la iconoclastia de David Bowie, el punk de The Clash, Sex Pistols, Joy Division. En los ochenta el rock de The Smiths, Siouxsie, Pretenders. En los noventa, el pop de Oasis, Blur, The Verve, Suede. En los 2000, el pop rock de Coldplay y Arctic Monkeys, el jazz soul de Amy Winehouse y hasta los baladones de Adele. Superestrellas mundiales envueltas en la bandera británica, ya fuera para ensalzarla o escupirla con cariño. Reino Unido era la meca musical, un país cuya modernidad —la minifalda, el pelo largo de los chicos— se medía en las melodías y guitarras sesenteras de Oxford Street en Londres, los ataques contra Thatcher en los gritos punkis y el enamoramiento con Tony Blair en las letras del britpop.

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