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Madrid no puede declarar 'persona non grata' a Pablo Iglesias
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Madrid no puede declarar 'persona non grata' a Pablo Iglesias

Es una mezquindad aprovechar una situación de poder para agraviar a alguien poniendo en su contra a su propia ciudad

Foto: Pablo Iglesias (EFE Fernando Villar)
Pablo Iglesias (EFE Fernando Villar)

Hace años, Getafe declaró persona non grata a Donald Trump. Hizo bien. Donald Trump no sabe que existe Getafe y tampoco pensaba pasarse por allí en todos los días de su vida. A su vez, todo un país, El Salvador, declaró persona non grata al escritor Horacio Castellanos Moya por su libro 'El asco. Thomas Bernhard en San Salvador', y también fue un acierto. La condición de persona non grata en El Salvador aparece siempre en la solapa de sus libros, y tiene como efecto inmediato unas ganas tremendas de leerlos. Quiere decirse que el baldón persona non grata sólo puede ser o una chorrada o un honor. Una chorrada porque quien lo concede es irrelevante (un pueblo de Lleida declaró persona non grata a Felipe VI); o un honor porque quien lo concede es una dictadura a la que te has enfrentado, un puñado de corruptos o un demente con poder.

Madrid ha declarado persona non grata a Pablo Iglesias y, desde luego, no es una chorrada. Tampoco es un honor porque, de momento, Madrid es bonito, democrático y hay elecciones el año que viene. Este pronunciamiento oficial sólo puede entenderse como una muestra singularmente desquiciada de mezquindad política.

Hay que tener el corazón de piedra pómez, y sangre en las venas como con cristalitos, para declarar persona non grata en Madrid a alguien nacido en Madrid, de padres madrileños, con hijos madrileños y con toda una vida girando en torno a la ciudad. Lo he buscado y nadie en general suele ser declarado persona non grata en Madrid, ni los pederastas ni los que ponen o tratan de poner bombas, ni los asesinos ni los narcotraficantes. Ni los catalanes. Ni Piqué. Ni los que abren franquicias para desayunar cereales, que son los que realmente lo merecen.

Nadie suele ser declarado persona non grata en Madrid, ni los pederastas ni los asesinos ni los narcos, ni siquiera los catalanes

El motivo para infamar a Pablo Iglesias me da lo mismo. Que ha dicho no sé qué burrada sobre la policía municipal. Si no ha abierto un bar de cereales ni ha matado a nadie, no hay otro motivo que una delirante obsesión personal, muy mal encaminada.

Madrid no gana nada declarando persona non grata a un señor con casa en Galapagar. Pierde, de hecho, mucho de esa aureola de ciudad abierta, acogedora y libre que lleva años publicitando Isabel Díaz Ayuso. Todo el mundo puede venir contento a la capital de España, salvo uno que ya estaba en Madrid desde el día en que nació, y al que le tenemos manía. No resulta muy atractiva una familia que te invita a comer en su casa bajo la premisa de que allí sólo se envenenan unos hermanos a otros, y nunca a las visitas.

En 2016, esta bajeza institucional se llevó a cabo con Mariano Rajoy, que fue declarado persona non grata en Pontevedra, su ciudad de nacimiento; su ciudad. También me produjo una estomagante desazón.

Poder volver

No puedes declarar persona non grata a nadie en su ciudad. El poder te permite robar y hacer calles, poner nombres a pabellones y la banderita que te guste en el balcón del Ayuntamiento. No es poca cosa, y hay muchas más. Pero lo que no debe uno dejar que le permita el poder es violar la sentimentalidad ajena. Almeida no es absolutamente nadie para decirle a Pablo Iglesias que su ciudad no le quiere. Ni Almeida ni el entonces alcalde de Pontevedra ostentan la representación sentimental de un municipio. Uno siempre es bienvenido (“non grata” significa “no bienvenido”) en la ciudad donde nació, donde vive su familia, donde ha delineado el paisaje de su vida. ¿Cómo no vas a ser bienvenido en el único lugar del mundo al que puedes volver? Una ciudad es tu ciudad porque a todos los demás lugares del planeta vas, llegas o peregrinas; pero sólo a tu ciudad vuelves.

No hay otra bienvenida que poder volver.

Pero la política no está para poesías, sino para la pequeña pedrería del odio. También en el patio del colegio se declara persona non grata a un niño cuando cuatro abusones no le dejan jugar con todos los demás un partido, y sabes que ese niño, precisamente por eso y en ese mismo instante, representa como ningún otro al colegio.

Hace años, Getafe declaró persona non grata a Donald Trump. Hizo bien. Donald Trump no sabe que existe Getafe y tampoco pensaba pasarse por allí en todos los días de su vida. A su vez, todo un país, El Salvador, declaró persona non grata al escritor Horacio Castellanos Moya por su libro 'El asco. Thomas Bernhard en San Salvador', y también fue un acierto. La condición de persona non grata en El Salvador aparece siempre en la solapa de sus libros, y tiene como efecto inmediato unas ganas tremendas de leerlos. Quiere decirse que el baldón persona non grata sólo puede ser o una chorrada o un honor. Una chorrada porque quien lo concede es irrelevante (un pueblo de Lleida declaró persona non grata a Felipe VI); o un honor porque quien lo concede es una dictadura a la que te has enfrentado, un puñado de corruptos o un demente con poder.

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