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Muerte de un escapista: las dramáticas e increíbles últimas horas de vida de Houdini
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HISTORIA

Muerte de un escapista: las dramáticas e increíbles últimas horas de vida de Houdini

Adelantamos por su interés uno de los capítulos de 'El arte del bisturí: la historia de la cirugía a través de 29 operaciones célebres' (Salamandra), del médico holandés Arnold Van de Laar

Foto: Houdini, encadenado, antes de una de sus últimas actuaciones.
Houdini, encadenado, antes de una de sus últimas actuaciones.

La muerte de Erik Weisz, acaecida el 31 de octubre de 1926, fue noticia en todo el mundo. A este lado del Atlántico era una época de cauto optimismo. Aunque había avances técnicos, la pobreza y la agitación social persistían, y unos hombres aún poco conocidos llamados Adolf Hitler y Benito Mussolini se preparaban para representar un papel crucial en la política mundial. Fue el año en que murió Claude Monet y nació Marilyn Monroe. Europa miraba con envidia a América, donde todo parecía posible. Aquella década, hasta el crac bursátil de 1929, recibe el nombre de «los felices años veinte»; eran tiempos del charlestón y la Ley Seca, de Rockefeller y Al Capone.

Al igual que Charlie Chaplin, Stan Laurel y Oliver Hardy, Erik Weisz encarnó el espíritu de esa época maravillosa en Estados Unidos. Casi nadie lo conocía por su nombre real, pero su nombre artístico sigue siendo famoso en todas partes casi un siglo después, y se ha convertido en sinónimo del arte que desarrolló: el escapismo. Erik Weisz fue el mundialmente famoso Harry Houdini, el artista de la fuga que se hizo colgar cabeza abajo con una camisa de fuerza, se dejó encadenar en una caja cerrada que lanzaron al agua en el puerto de Nueva York y se encerró esposado en una lechera llena de agua o cerveza. Siempre consiguió salir ileso, incluso cuando lo enterraron vivo en un ataúd de bronce. Seguramente muchos pensaron que su muerte sería tan espectacular como su vida, que se ahogaría durante su legendaria actuación con la cámara de tortura china —cabeza abajo, esposado y bajo el agua— en un escenario y ante una sala llena, pero no fue así.

placeholder 'El arte del bisturí'. (Salamandra)
'El arte del bisturí'. (Salamandra)

Weisz aderezaba sus espectáculos de escapismo con sesiones espiritistas y trucos circenses clásicos: era mago, acróbata y forzudo. Aseguraba, por ejemplo, que sus músculos abdominales eran capaces de soportar cualquier golpe, y desafiaba a todo el mundo a ponerlo a prueba. Durante mucho tiempo se creyó que uno de esos puñetazos en el vientre había sido la causa de su muerte, pero ahora sabemos que su fin no tuvo nada que ver con sus acrobacias y se debió más que nada a su obstinado rechazo a acudir al médico.

El 22 de octubre de 1926, la mañana siguiente a una de sus actuaciones, tres estudiantes canadienses —Gordon Whitehead, Jacques Price y Sam Smilovitz—visitaron a Erik Weisz en su camerino del teatro de Montreal. Harry Houdini estaba tumbado en un diván posando para Smilovitz, que quería hacerle un retrato. Whitehead le preguntó si era cierto que podía soportar cualquier golpe en el vientre, y si le permitiría intentarlo. En cuanto Houdini aceptó, el estudiante empezó a asestarle puñetazos muy fuertes en la parte derecha del abdomen. ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! Más adelante los otros dos jóvenes declararon que Weisz claramente no estaba preparado para el rápido ataque de su amigo; les pareció que no había sido capaz de tensar los músculos abdominales hasta después del tercer golpe, y que el artista que la noche antes había parecido invencible sobre el escenario ahora sufría un dolor inesperado y terrible por unos puñetazos certeros.

Erik Weisz partió la noche siguiente después de su actuación, para dirigirse en tren a la próxima parada de su tour, en Detroit, dos días más tarde. No se encontraba bien y envió un telegrama para que un médico lo examinase a su llegada, pero cuando el tren se detuvo al fin en Detroit resultó que no había tiempo, así que fue directamente al teatro y subió al escenario con fiebre alta ante una sala llena a rebosar para realizar la que sería la última actuación de su vida. Es posible que hiciese el acto de escapismo bajo el agua, que requería que aguantase la respiración varios minutos, toda una hazaña si tenemos en cuenta que poco después de la función un médico afirmó sin dudarlo que debía pasar por el quirófano con urgencia. El público no podía imaginarse la increíble proeza que se estaba desarrollando ante sus ojos.

Después de examinarlo, el cirujano del hospital de Detroit llegó enseguida a un diagnóstico: le bastó con poner la mano sobre el vientre del paciente. Era una enfermedad muy común, aunque en aquel momento bastante nueva. Bueno, no es que fuese nueva: era antigua, pero había empezado a comprenderse hacía poco. La había descrito correctamente por primera vez Reginald Fitz en Boston cuarenta años atrás, en 1886 (cuando Houdini tenía doce años). Algo sorprendente tratándose de una enfermedad potencialmente mortal que llevaba miles de años afectando a jóvenes y mayores. No hay menciones a esta dolencia en ningún texto médico de Mesopotamia, Egipto, Grecia ni Roma, aunque sin duda debía de ser frecuente en esas antiguas civilizaciones cuyo conocimiento de la medicina ya era bastante avanzado. La primera descripción es de Giovanni Battista Morgagni, un anatomista del siglo XVIII, pero él tampoco supo determinar la causa. Habría que esperar a 1887 para que el doctor Thomas Morton, de Filadelfia, practicara con éxito la primera operación para tratar la enfermedad y quedase claro que ésta no era mortal.

El cirujano descubrió que sufría peritonitis: tenía la cavidad abdominal infectada por pus

Erik Weisz debería haber ido al hospital cuando aún estaba en Montreal. Una operación podría haberlo salvado. ¿Era demasiado testarudo, demasiado vanidoso, demasiado profesional o simplemente tenía miedo de los médicos? Quizá tan sólo pensó "The show must go on".

Al final lo operaron tres días después, en Detroit. El cirujano descubrió que sufría peritonitis: tenía la cavidad abdominal completamente infectada por pus. El paciente no se recuperó después de la operación, y cuatro días más tarde tuvieron que volver a abrirlo para limpiarlo. Su situación no mejoró y por desgracia aún no existían antibióticos para combatir la infección. Houdini murió tres días más tarde, a los cincuenta y dos años. Fue enterrado con gran expectación del público en Queens, en Nueva York, en el mismo ataúd de bronce que había utilizado en vida para sus actos de fuga. Erik Weisz, el mago, acróbata, espiritista y sobre todo escapista que el mundo conoció como el Gran Houdini, murió de la forma más banal por una simple apendicitis.

La apendicitis es una enfermedad muy común. Más del 8 por ciento de los hombres y casi el 7 por ciento de las mujeres sufren apendicitis en algún momento de su vida. Puede aparecer a cualquier edad y es la causa más común de dolor abdominal agudo. El apéndice, cuyo nombre completo es apéndice vermiforme (que significa «apéndice en forma de gusano»), es un órgano vestigial formado por un tubo ciego, de menos de un centímetro de grosor y unos diez centímetros de largo, que está conectado con el comienzo del intestino grueso cerca de la unión con el intestino delgado en la parte inferior derecha del abdomen.

placeholder Apendicitis. (Ilustración: Alexandra Nikolaeva)
Apendicitis. (Ilustración: Alexandra Nikolaeva)

La existencia de este diminuto órgano se conocía desde hacía tiempo, aunque a nadie se le había ocurrido que una cosa tan pequeña pudiese causar una infección tan mortífera. Pero precisamente por ser tan pequeño es por lo que, en cuanto se inflama, puede explotar en un visto y no visto. Entonces el contenido de los intestinos se vierte en el abdomen y provoca peritonitis, una inflamación del peritoneo, la membrana que cubre el interior del abdomen. Ésa es la causa por la que nunca se había establecido la relación entre el minúsculo apéndice y las fatales consecuencias de una inflamación abdominal. Antes de que los cirujanos del siglo XIX se atreviesen a abrir el abdomen de un paciente vivo con alguna posibilidad de éxito, los médicos sólo veían la fase final de la apendicitisen cadáveres. Y en las autopsias, en medio de los restos de la peritonitis, nadie se fijaba en la ruptura del pequeño apéndice.

Una apendicitis suele causar una serie de síntomas que reflejan las diferentes etapas de la enfermedad, empezando por la inflamación del apéndice en sí, que provoca un dolor difuso en la mitad superior del abdomen, donde se encontraba el apéndice a nivel embriológico. En el plazo de un día, la inflamación se expande alrededor del apéndice y comienza a provocar molestias en el peritoneo, en la parte inferior derecha del abdomen. Este dolor local es mucho más intenso y está más focalizado que el del día anterior. Por lo general, un paciente con apendicitis explica que el dolor se desplaza hacia abajo, desde el centro hacia la parte inferior derecha del abdomen, y que cada vez es más fuerte. La irritación local del peritoneo también causa fiebre, pérdida de apetito (anorexia) y, sobre todo, dolor al realizar cualquier movimiento. El paciente no puede soportar que le toquen ni hacer ningún movimiento repentino y sólo quiere estar inmóvil, tumbado boca arriba, con las piernas en alto. Llegados a esta fase, a una persona normal le resultaría imposible tenerse en pie delante de una sala llena de público, no digamos ya permitir que la metieran cabeza abajo y maniatada en una cámara de tortura china como hizo Houdini.

A una persona normal le resultaría imposible tenerse en pie en una sala llena de público

A continuación se forma pus alrededor del apéndice. En un principio los intestinos pueden contener el pus, pero en la siguiente fase el apéndice explota y las heces y los gases intestinales se vierten en la cavidad abdominal. El paciente experimenta un aumento repentino del dolor en la zona inferior derecha del abdomen, y este dolor se extiende con bastante rapidez por todo el abdomen, tan intenso que el paciente ya no puede indicar qué punto concreto del vientre le duele. Ésta es la fase en que la peritonitis puede ser mortal.

El cuadro que acompaña a una peritonitis es el característico de abdomen irritado. Los músculos abdominales están en tensión, el vientre está duro, y cualquier movimiento es doloroso. El abdomen no sólo duele cuando lo aprietan, sino también cuando dejan de hacerlo; esto se conoce como signo de Blumberg. El paciente está pálido, angustiado y tenso, con ojos y mejillas hundidos. En respuesta a la inflamación, los intestinos dejan de funcionar; por eso, si se escucha con un estetoscopio, llama la atención lo silencioso que está el abdomen. Todo este conjunto de síntomas es tan típico de una apendicitis que el diagnóstico puede darse en pocos segundos: basta con echar una mirada al paciente (cara y postura), hacer un par de preguntas (¿dónde le duele?, ¿cuándo empezó el dolor?), apretar el abdomen una vez (vientre duro con dolor al apretar y al soltar) y escuchar un instante con el estetoscopio (ausencia de movimientos intestinales audibles). En la última fase se produce septicemia, cuando el peritoneo, que tiene una gran superficie, libera una enorme cantidad de gérmenes que invaden el torrente sanguíneo. Esto da lugar una infección generalizada, que provoca fiebre alta y compromete todos los órganos, hasta causar la muerte.

Emergencia quirúrgica

Una peritonitis es una emergencia quirúrgica de primer orden. El cirujano tiene que reparar o eliminar la causa lo antes posible, y limpiar la cavidad abdominal. Conviene hacerlo antes de que se produzca un shock séptico, o mejor aún, antes de llegar a la peritonitis general. Y, por supuesto, la opción ideal es resolverlo mientras el problema está restringido al órgano afectado, el apéndice. Una apendicitis aguda, por tanto, también es una urgencia quirúrgica, justamente por lo pequeño que es el apéndice.

En 1889 el cirujano estadounidense Charles McBurney describió los principios del tratamiento quirúrgico de la apendicitis: que cuanto antes se realice la intervención quirúrgica, mayores serán las probabilidades de una recuperación completa, y que mientras no se haya producido la peritonitis, bastará con extirpar el órgano inflamado. Así fue como el nombre de McBurney quedó inextricablemente ligado a la apendicitis. El punto del abdomen que más duele durante una apendicitis se conoce como punto de McBurney, y la incisión que se practica en la pared abdominal para llevar a cabo una apendicectomía también lleva su nombre. Cuando un médico dice que un paciente tiene "dolor por presión en el punto de McBurney", todos los cirujanos saben a qué se refiere.

La peritonitis da lugar a una infección generalizada, que provoca fiebre y compromete todos los órganos hasta causar la muerte

En el procedimiento típico de operación de apendicitis, el paciente está tumbado boca arriba, el cirujano a su derecha y el asistente a la izquierda. Se realiza una pequeña incisión oblicua en el abdomen inferior derecho, sobre el punto de McBurney, que se encuentra en la línea imaginaria entre el ombligo y el bulto óseo anterior derecho de la cresta ilíaca; para ser precisos, entre los puntos que marcan la mitad y el tercio inferior de esa línea. Allí, debajo de la piel y del tejido subcutáneo, se hallan tres músculos abdominales superpuestos. En ese punto exacto de la pared abdominal pueden atravesarse los músculos sin cortarlos, pasando entre las fibras como quien abre tres cortinas. Debajo del tercer músculo está el peritoneo; hay que agarrarlo y abrirlo, con cuidado para no dañar los intestinos. Si hay suerte, el apéndice estará a la vista, pero normalmente está escondido en las profundidades del abdomen. En tal caso hay que ir palpando con suavidad el vientre con el índice hasta que lo localizas y tirar de él hasta sacarlo. Con una pinza y un hilo absorbible, se corta y cierra el vaso sanguíneo que lleva sangre al apéndice. Y a continuación se hace lo mismo con el apéndice en sí. Ahora se puede cerrar el peritoneo, devolver los tres músculos a su sitio, y cerrar el tendón del músculo más externo de los tres. Por último, se suturan el tejido subcutáneo y la piel. En general, todo el proceso no supera los veinte minutos. Hoy día, sin embargo, este método ya no suele utilizarse: la intervención se realiza mediante laparoscopia, usando un puerto en el ombligo y dos pequeñas incisiones.

Los síntomas de Houdini eran típicos de apendicitis, con fiebre y dolor en la parte inferior derecha del abdomen. El doctor que tuvo que esperar hasta después del espectáculo para examinarlo en su camerino de Detroit se encontró con un hombre gravemente enfermo y con el abdomen inferior derecho irritado. Los síntomas eran tan evidentes que los médicos ni pensaron en el puñetazo que Gordon Whitehead había propinado a Houdini tres días antes. El diagnóstico se confirmó durante la operación: apéndice perforado con peritonitis. Aun así, fueron los puñetazos los que acapararon la atención mediática más adelante. Salieron a la luz otros presuntos casos de «apendicitis traumática», es decir, apendicitis causadas por un puñetazo, una caída o cualquier otro trauma en el abdomen. Sin embargo, nunca se ha confirmado un vínculo causal entre trauma y apendicitis, y el hecho de que estos dos acontecimientos ocurrieran con pocos días de diferencia se considera pura casualidad. Lo que sí es cierto es que todavía no sabemos qué causa la apendicitis. No sabemos por qué algunas personas la padecen en algún momento, y por qué otras no.

En el caso de Houdini, por lo visto parecía esencial establecer una causa. La policía sometió a un interrogatorio exhaustivo a los tres estudiantes y, al final, identificaron como causa de la muerte el puño del pobre Gordon Whitehead. Quizá influyó el hecho de que Houdini había contratado un seguro de vida, ya que su profesión implicaba un cierto riesgo, y que dicho seguro incluía una cláusula relativa a accidentes que estipulaba que su esposa y ayudante de toda la vida, Bess Weisz, cobraría el doble (medio millón de dólares) si Houdini moría a causa de un accidente durante una actuación: un puñetazo recibido para hacer una demostración de fuerza se podía considerar un accidente, pero una apendicitis, no. No obstante, llama la atención que los espectadores de Montreal se hubiesen percatado de que Houdini estaba incómodo durante la representación (es decir, que no se sentía en plena forma ya antes de recibir el puñetazo en el camerino). Por fortuna, Whitehead no fue procesado por asalto ni homicidio, ya que Price y Smilovitz pudieron testificar que el propio Houdini le había dado permiso para que lo golpeara.

placeholder Houdini, con su madre y su esposa. (Wikimedia)
Houdini, con su madre y su esposa. (Wikimedia)

* 'El arte del bisturí: la historia de la cirugía a través de 29 operaciones célebres' (Salamandra), de Aernold Van de Laar, llega estos días a las librerías y se puede comprar aquí.

Entre los espectadores de la última actuación de Houdini en el teatro Garrick de Detroit, el 25 de octubre de 1926, se hallaba un tal Harry Rickles. Este hombre contaría más adelante que la función lo había decepcionado: empezó con más de media hora de retraso, y Houdini no tenía buen aspecto, cometió errores que permitieron al público descubrir sus trucos, y su ayudante tuvo que echarle una mano varias veces. Sólo al leer que Houdini había actuado con un apéndice perforado que le causaría la muerte varios días más tarde, entendió que el escapista había dado su vida por actuar ante sus admiradores hasta el último aliento.

La muerte de Erik Weisz, acaecida el 31 de octubre de 1926, fue noticia en todo el mundo. A este lado del Atlántico era una época de cauto optimismo. Aunque había avances técnicos, la pobreza y la agitación social persistían, y unos hombres aún poco conocidos llamados Adolf Hitler y Benito Mussolini se preparaban para representar un papel crucial en la política mundial. Fue el año en que murió Claude Monet y nació Marilyn Monroe. Europa miraba con envidia a América, donde todo parecía posible. Aquella década, hasta el crac bursátil de 1929, recibe el nombre de «los felices años veinte»; eran tiempos del charlestón y la Ley Seca, de Rockefeller y Al Capone.

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