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Todos odian a la élite... y todos quieren formar parte de ella
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el erizo y el zorro

Todos odian a la élite... y todos quieren formar parte de ella

Recuerde: quien habla mal de la élite es porque quiere ocupar su lugar o destruir a sus rivales

Foto: Debutantes en el Queen Charlotte's Ball, que se celebra anualmente en Londres desde 1780, en su edición de 2021. (Getty/Kate Green)
Debutantes en el Queen Charlotte's Ball, que se celebra anualmente en Londres desde 1780, en su edición de 2021. (Getty/Kate Green)
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La élite tiene muy mala prensa. El discurso de la izquierda se ha llenado de reproches a los privilegios con los que nacen los ricos de la sociedad, que luego conservan gracias a trabajos que no habrían obtenido de haber nacido en una familia humilde. El discurso de la derecha está repleto de recriminaciones a la arrogancia y la desmesurada influencia que tienen unos cuantos académicos, periodistas y artistas en el debate sobre la política y las formas de vida. Un puñado de centristas completamente ignorados por los demás clama que las élites políticas, funcionariales y empresariales se escogen según criterios equivocados y, a causa de ello, tienden a la mediocridad.

Algunos de estos reproches son totalmente merecidos. Pero, al mismo tiempo, a mi alrededor no veo más que a gente que hace todo lo posible para pertenecer a la élite. Es como si esta fuera un club odioso del que, sin embargo, todos queremos ser miembro.

A mi alrededor no veo más que a gente que hace todo lo posible para pertenecer a la élite

Amigos de izquierdas dedican horas y horas a ver cuál es el colegio que más encaja con su ideología y que pueda proporcionar a sus hijos la educación, y las amistades, que les abran el camino hacia la élite. Escritores que dicen dedicarse a la literatura por un simple impulso artístico y el amor a las letras dedican más horas a conspirar para obtener un premio, a que les publiquen en determinada editorial o un periódico grande, que a escribir. Amigos de derechas que desprecian profundamente el ecosistema mediático porque creen que está capturado por el progresismo dan saltos de alegría cuando les invitan a tener una tertulia o una columna en los medios. En sus memorias, el fallecido Christopher Hitchens cuenta que, cuando él era niño, su madre quería llevarle a un colegio de élite, pero su padre se oponía porque, simplemente, no tenían dinero para pagarlo. La respuesta de la madre fue antológica: “Si en este país va a haber una clase alta, Christopher tiene que formar parte de ella”. Parece como si todos nos dijéramos eso, aunque con cierta timidez a la hora de reconocerlo.

Foto:  Andrés Villena, durante una entrevista. (Youtube)

En buena medida, esa aparente contradicción se debe a que no entendemos bien lo que es una élite. Para empezar, no hay solo una. Hoy en día contienden, esencialmente, dos. Y esa pugna hace que ambas utilicen un recurso un poco perezoso: afirmar que ellas no son élite, que forman parte del pueblo llano, porque la verdadera élite es la contraria.

¿Qué es una élite?

Por un lado, está la élite intelectual, generalmente de izquierdas (pero no solo), que tiene una desproporcionada representación en los medios, las librerías, las plataformas de streaming y las redes, pero siente que no pertenece a la élite porque gana comparativamente poco dinero. Ana Iris Simón escribe en el periódico más leído en español, es una de las escritoras de no ficción seria más populares, ha tenido la posibilidad de exponer sus ideas ante el presidente del Gobierno en la Moncloa, pero sigue hablando de la élite en tercera persona, como si ella no formara parte de ella. Pablo Iglesias ha sido vicepresidente del Gobierno, habla en la radio más escuchada del país, tiene un podcast que marca buena parte de la agenda periodística del país y es pareja de una ministra del Gobierno, pero habla del poder y de la élite como si él no formara parte de ellos. Juan Diego Botto es una de las caras más reconocibles de la cultura española, y expresa sus ideas políticas en películas como la reciente 'En los márgenes', que luego son replicadas en decenas de entrevistas en los medios más influyentes y amplificadas en los festivales de cine internacionales, pero hace unos años afirmaba que la única “alternativa en este país” es “tomar la calle y construir desde abajo”. Quizás estas tres personas no se vean a sí mismas como élite porque ganan poco —los escritores tienden a hacerlo, aunque les vaya bien— o, en el caso de los últimos, porque son de izquierdas, pero créanme: son élite.

Trump, un especulador inmobiliario millonario con propiedades en el centro de Manhattan, afirma que su objetivo es acabar con la élite

Frente a esa élite está otra, la económica, generalmente de derechas (pero no solo), que piensa que, dado que el dinero es suyo, debería tener también una influencia que siente que le falta. Marcos de Quinto o algunos de los fundadores de Vox —gente nacida en las clases medias altas, que han ocupado un lugar preponderante en la política y la empresa españolas— se quejan constantemente de una élite a la que no paran de poner adjetivos: 'socialista', 'comunista' o 'progre'; el eurodiputado Jordi Buixadé se queja del globalismo desde Bruselas y clama contra la élite siendo abogado del Estado. Florentino Pérez ha explicado que él solo pertenece a “la élite del que trabaja”, pero considera que parte de ese trabajo consiste en controlar lo que se dice de su actividad la élite rival —y en este caso, menos poderosa—, la de los periodistas. El caso más extremo, por supuesto, no es español: es Trump, un especulador inmobiliario millonario con propiedades en el centro de Manhattan que afirma que su objetivo político es acabar con la élite.

Foto: Foto: iStock.

Se trata de un mecanismo extraño, porque en realidad no tiene nada de malo querer pertenecer a la élite. De hecho, es una ambición sana y que comparten muchos, si no todos, los que despotrican contra ella. Si no implica romper la ley ni ninguna consideración ética importante, ¿por qué negar que uno quiere tener influencia, estar en los lugares en los que se toman las decisiones y sentirse respetado? Y si se puede, de paso, ganar un poco o mucho dinero.

Hoy, la primera regla para quien aspira a formar parte de la élite —intelectual o económica— es hablar mal de ella y, como en el 'sketch' de los Monty Python de los cuatro caballeros de Yorkshire, asegurar que se es muy del pueblo, que se comparten las preocupaciones de este y no las de la élite y alardear de ser un 'self-made man'. Es la forma de hipocresía más refinada de nuestra era. Pero no hagan caso a quienes la esgriman: la ambición y la suerte están bien. Ocultarlas bajo una apariencia de desinterés, indiferencia o hasta rechazo es lo que resulta ofensivo. Si usted forma parte de la élite, enhorabuena. Si no, quizá quiera ayudar a sus hijos a intentarlo. Si no lo consiguen, no pasa nada. Pero recuerde: quien habla mal de la élite es porque quiere ocupar su lugar o destruir a sus rivales, no porque quiera acabar con la noción misma de élite.

La élite tiene muy mala prensa. El discurso de la izquierda se ha llenado de reproches a los privilegios con los que nacen los ricos de la sociedad, que luego conservan gracias a trabajos que no habrían obtenido de haber nacido en una familia humilde. El discurso de la derecha está repleto de recriminaciones a la arrogancia y la desmesurada influencia que tienen unos cuantos académicos, periodistas y artistas en el debate sobre la política y las formas de vida. Un puñado de centristas completamente ignorados por los demás clama que las élites políticas, funcionariales y empresariales se escogen según criterios equivocados y, a causa de ello, tienden a la mediocridad.

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