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La trampa del 'blitz': por qué los bombardeos indiscriminados suelen salir mal
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Guerra en Ucrania

La trampa del 'blitz': por qué los bombardeos indiscriminados suelen salir mal

Rusia quiere arrasar a su país vecino a golpe de bombas para doblegar su voluntad, pero si acudimos a los paralelismos históricos, una sombra funesta se cierne sobre su estrategia

Foto: Kiev bajo los misiles rusos. (Reuters/Oleksandr Klymenko)
Kiev bajo los misiles rusos. (Reuters/Oleksandr Klymenko)

"El tráfico se detendrá, la gente perderá sus casas y buscará ayuda a la desesperada, la ciudad será un pandemonio". Tal era el sombrío vaticinio del general inglés J.F.C. Fuller en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Un arma de guerra inédita amenazaba con desencadenar el terror en las ciudades británicas. Nadie dudaba que el bombardeo masivo, que inevitablemente iba a ordenar Adolf Hitler en cuanto comenzaran las hostilidades, quebraría la moral de las islas y no dejaría otra vía de salida que la rendición. Winston Churchill advertía que Londres era "una enorme y valiosa vaca bien cebada atada como un señuelo para atraer a los depredadores. Y en todas las cancillerías del continente se leía con fruición 'Psicología de las masas', el libro donde el influyente sociólogo francés Gustave Le Bon se mostraba categórico: "Ante una catástrofe, el hombre desciende inmediatamente varios peldaños en la escalera de la civilización".

Los alemanes también lo creían. El 9 de octubre de 1939, Hitler expuso a sus generales el plan de ataque: "Llegado el momento oportuno, la Luftwaffe podrá y deberá intervenir sin misericordia para destruir la voluntad de resistencia del pueblo británico". La histeria creció hasta tal punto que las autoridades británicas desecharon un plan para construir una red de refugios subterráneos ante el miedo de que una población aterrorizada no volviera a salir nunca más a la superficie. Pero si levantaron una serie de hospitales psiquiátricos de emergencia a las afueras de la ciudad.

Foto: Fotografía de las pirámides de Giza (Fuente: iStock)

El 7 de septiembre de 1940, 348 bombarderos alemanes cruzaron el canal. Aquel día soleado los londinenses disfrutaban del buen tiempo cuando, a las 16:43, sonaron las alarmas antiaéreas y todo el mundo miro al cielo. Fue el Sábado Negro en que empezó 'el blitz' (del germano 'Blitzkrieg', o 'guerra relámpago'). Solo en Londres cayeron más de ochenta mil bombas en nueve meses. Barrios enteros fueron borrados del mapa. Alrededor de edificios se tornaron ruinas humeantes. Murieron cuarenta mil personas. ¿De qué forma reaccionaron los británicos? ¿En qué clase de bestias salvajes se convirtieron?

Después de la guerra, los británicos recordaban con añoranza aquellas jornadas de bombardeos en que todos eran solidarios

Un psiquiatra canadiense que visitó uno de los barrios más afectados de Londres aquellos días mostró su enorme sorpresa por lo que vio la enésima vez que sonó la alarma antiaérea: "Los niños seguían jugando en las aceras, la gente que había salido a hacer sus recados seguía regateando con los comerciantes, un agente de policía dirigía el tráfico con cara de aburrimiento y los ciclistas seguían su camino desafiando la muerte y contraviniendo las normas de tráfico. Que yo viera, nadie se molestó siquiera en mirar al cielo".

placeholder Winston Churchill, durante la II Guerra Mundial, inspeccionando el cráter causado por una bomba el 30 de septiembre de 1940. (EFE)
Winston Churchill, durante la II Guerra Mundial, inspeccionando el cráter causado por una bomba el 30 de septiembre de 1940. (EFE)

Esto no era precisamente la excepción. Una y otra vez las diferentes crónicas del 'blitz' dan cuenta de la increíble calma que se adueñó de la capital. Las tiendas reducidas a escombros lucían carteles como "estamos más abiertos que nunca", los vecinos se saludaban comentando "hoy el día ha estado muy blitzy, ¿verdad?" y aunque había, por supuesto, mucho dolor y duelo por los familiares y amigos perdidos, descendieron el consumo de alcohol y los suicidios, los psiquiátricos permanecieron vacíos y, ya después de la guerra, los británicos recordaban con añoranza aquellas jornadas en que todos eran solidarios y ni las diferencias ideológicas o de clase importaban nada. Un historiador sentenció: "Hitler se llevó un gran chasco".

De Londres a Kiev

Lo cuenta ese optimista irredento y delicioso que es el historiador holandés Rutger Bregman en su libro 'Dignos de ser humanos' (Anagrama), un tratado inagotable en que pretende demostrar, contra todas las adversidades que la gran mayoría de la gente es buena. Que sucesos tan trágicos y demoledores como los bombardeos masivos unan a la población, fortalezcan el espíritu de resistencia y acaban devolviendo la pelota en forma de derrota del agresor es un hecho históricamente constatado en Londres en 1940, en Vietnam en 1973... ¿y en Ucrania en 2022?

placeholder 'Dignos de ser humanos' (Alfaguara)
'Dignos de ser humanos' (Alfaguara)

Explicaba estos días el experto en armas estratégicas y autor de 'The Double Game', James Cameron, en un más que recomendable hilo de Twitter que la escalada rusa de ataques salvajes con misiles sobre Kiev y otras ciudades de Ucrania ordenados por Vladímir Putin y ejecutados por el ya conocido como General Armagedón Serguei Suroviki se basaba en una lógica incorrecta: "Se trata del pensamiento de escalada en escalera, una metáfora que proviene de Herman Kahn. Rusia tiene su propia literatura sobre el manejo de la escalada, pero toda se reduce a lo mismo: infligir dolor y prometer aún más dolor si el enemigo no se somete. Es una lógica inmoral y horrible pero simple que proviene de la representación de los estados como actores 'racionales'. Los estados hacen un balance entre las ganancias de mantener la lucha y los costes de sufrir aún más daño. En algún momento los costes superan a las ganancias y se someten".

El bombardeo ha fortalecido la resolución ucraniana de expulsar a Rusia por completo

"Pero esta lógica", proseguía el analista, "no sólo es simple sino también incorrecta porque los estados no son actores unitarios, son entidades políticas complejas que no se comportan como lo haría un individuo supuestamente racional. Antes de la Segunda Guerra Mundial, los teóricos del poder aéreo, los escritores populares y otros especularon que los bombardeos estratégicos a gran escala conducirían al colapso de la moral pública y el orden social, obligando a los estados a someterse a las demandas del agresor en un plazo relativamente breve. Pero esto no sucedió, ninguna sociedad europea colapsó bajo el impacto de los bombardeos. Y ningún estado ha logrado desde entonces resultados políticos positivos con estas tácticas desde entonces. Y hoy lo vemos en Ucrania. Zelenski no está más dispuesto a someterse que antes y el bombardeo ha fortalecido la resolución ucraniana de expulsar a Rusia por completo reduciendo además las opciones para cualquier otro tipo de acuerdo."

Cameron no ha sido el único en señalar, mientras los misiles rusos revientan civiles ucranianos lo que ya es sabiduría común en estrategia militar... menos para el carnicero de Bucha. Que lo que está haciendo Rusia es una terrorífica muestra de salvajismo, pero también de negligencia y frustración, la huida hacia adelante de un invasor que sabe que está perdiendo la guerra ante la imparable contraofensiva ucraniana que ha recuperado en apenas semanas decenas de miles de quilómetros cuadrados que habían sido arrebatados a su nación. Las explosiones causarán mucho dolor, pero cohesionarán como nunca la unidad de Ucrania y su determinación de no ceder bajo ningún concepto ni una pulgada de territorio a los bárbaros que vinieron del este.

"El tráfico se detendrá, la gente perderá sus casas y buscará ayuda a la desesperada, la ciudad será un pandemonio". Tal era el sombrío vaticinio del general inglés J.F.C. Fuller en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Un arma de guerra inédita amenazaba con desencadenar el terror en las ciudades británicas. Nadie dudaba que el bombardeo masivo, que inevitablemente iba a ordenar Adolf Hitler en cuanto comenzaran las hostilidades, quebraría la moral de las islas y no dejaría otra vía de salida que la rendición. Winston Churchill advertía que Londres era "una enorme y valiosa vaca bien cebada atada como un señuelo para atraer a los depredadores. Y en todas las cancillerías del continente se leía con fruición 'Psicología de las masas', el libro donde el influyente sociólogo francés Gustave Le Bon se mostraba categórico: "Ante una catástrofe, el hombre desciende inmediatamente varios peldaños en la escalera de la civilización".

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