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Eduardo Casanova: "El que nos oprime es el hombre blanco heteronormativo"
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55 EDICIÓN DEL FESTIVAL DE SITGES

Eduardo Casanova: "El que nos oprime es el hombre blanco heteronormativo"

Tras su paso por Karlovy Vary y Austin, 'La piedad', el segundo largometraje del director madrileño, llega a Sitges rodeado de polémica

Foto: Eduardo Casanova presenta 'La piedad' en el Festival de Sitges. (EFE/Alejandro García)
Eduardo Casanova presenta 'La piedad' en el Festival de Sitges. (EFE/Alejandro García)

'La piedad' llega a Sitges tras su paso -con premio- por Karlovy Vary y el Fantastic Fest de Austin, en un giro sorprendente de la ruta que quizás Eduardo Casanova tenía preparado para su segundo largometraje. Sorprendente por inesperado. Porque Casanova, con sus cortometrajes y sus películas, se ha venido abriendo hueco en un margen poco agradecido, con un pie en la industria y otro en lo contestatario, con un ojo en el activismo y otro en la 'extravaganza' -ese género que aúna el vodevil, lo irreverente y lo festivo de forma libérrima. Casanova lleva ya años lidiando con el ojo del huracán, manejando el humor y la provocación que tanto enervan a quienes discuten su mera existencia, como cineasta, como cineasta español, como referente 'queer'.

Con 'La piedad' ha llevado a cabo el ejercicio más doloroso de su carrera, una película que, sin duda, representa una voz propia y radical en la que la forma y la estética tienen un peso casi político. Con Ángela de Molina en el papel de madre sufriente y Manel Llunell en el de hijo codependiente, Casanova dibuja el reverso de la Piedad de Miguel Ángel, poniendo la lupa en la codependencia, en la necesidad de una madre de mantener a su hijo castrado para seguir teniendo el constrol, y en la incapacidad de un hijo de liberarse de la teta materna. Entre medias, una familia de norcoreanos acusados de disidentes planean, por su parte, liberarse del yugo del régimen de los Kim, en un símil que coloca en paralelo a la madre autoritaria con la madre-patria norcoreana. En el reparto, sus dos actrices fetiche: Macarena Gómez y Ana Polvorosa. Y la actriz hispano coreana Songa Park.

PREGUNTA. Premio en Karlovy Vary, premio en el Fantastic Fest de Austin, ¿esperabas que tu segunda película tuviese tanto recorrido en tantos festivales internacionales?

RESPUESTA. No. No, no, no, no. No me esperaba ni hacer esta película. No lo quiero contar como hazaña ni que lo parezca. Pero me parece imposible hacer una película así en este momento. ‘La piedad’ s una película que no va con la corriente de nada. No me he sumado a ningún tema del momento. Joder, que soy maricón. He hecho la película que me ha dado la gana porque sentí que era una película que no iba a conseguir hacer, y eso que la necesitaba hacer de cualquier forma. Para mí tenía que ver con sobrevivir, te lo digo de corazón.

Es más, cuando estábamos rodándola -yo soy muy obsesivo, incluso paranoico-, yo le preguntaba a mi repre, Antonio, “pero, ¿vamos a rodar esta película?”. Y a mi psicóloga se lo preguntaba. Y me decían: ‘Edu, que la estás haciendo’. Me resultaba difícil de creérmelo. Como la he luchado tanto. Esto no es mérito mío, es mérito de seis personas: los dos productores españoles, Álex de la Iglesia y Carolina Bang, de las productoras argentinas de Crudo Films, Florencia Franco y Jimena Monteoliva, y de Sara y Vicenta, mi psicóloga y mi psiquiatra, que me han enseñado a manejar de la mejor forma posible la angustia para poder llegar vivo al rodaje de esta película.

placeholder Manel Llumell y Ángela Molina en una imagen de 'La piedad'.
Manel Llumell y Ángela Molina en una imagen de 'La piedad'.

P. ¿Tan difícil ha sido sacar adelante la película?

Creo que no lo voy a volver a hacer. Creo que me he pasado de buscar en mi mierda. Me ha pasado factura en mi salud mental. No quiero que quede como de intelectual petardo. Te lo cuento sinceramente. Creo que me ha pasado demasiada factura y ahora no me metería en semejante jaleo. Me vino muy bien, después de ‘La piedad’, rodar mi primera serie de encargo, producida por Teresa Fernández Valdés, de Bambú, que es el biopic sobre Nacho Vidal. Me ha permitido quitarme la mochila de lo personal y disfrutar de la dirección, porque con ‘La piedad’ no he disfrutado de la dirección en ningún momento. Ni rodándola ni escribiéndola.

P. El personaje de Manel Llunell, que es una especie de sosias tuyo. ¿Has tenido algún pudor al hacer la película pensando que iban a vincularlo directamente con tu propia biografía?

La gente pensaba que era yo. Y mi madre se parece mucho a Ángela Molina. El personaje de la madre lo ha elegido mi madre. Yo no elegí a Ángela. La eligió mi madre. Por supuesto yo estoy muy de acuerdo con la elección. De lo demás, algunas cosas las tenía muy claras, y los demás personajes los han buscado las mejores directoras de casting, que son Carmen Utrilla con Marga Rodríguez. Era importante que, ya que estaba haciendo la propuesta de meterme en mi mierda, meterme hasta el final. Era coherente, sin entrar en lo personal, que el personaje de Manel se pareciera a mí. También quiero decir, sin entrar en lo personal, pero a la vez siendo honesto, que el personaje de Manel no es el único que se parece a mí. El personaje de Lili [Libertad, Ángela Molina] se parece lo mismo a mí que el personaje del hijo [Manel]. Los dos se parecen a mí en el mismo porcentaje, pero quiero dejar claro que no es una película autobiográfica. No me he puesto líneas rojas. Y eso tiene la parte positiva porque te quitas la mochila, porque cuando te cruzas con la gente ya sabe cómo eres sin tener que explicarle cómo eres. Pero también tiene la parte negativa de desnudarte en un acto de valentía, pero puede doler.

placeholder Otro momento de 'La Piedad'.
Otro momento de 'La Piedad'.

P. La Piedad de Miguel Ángel es el icono universal de la madre sufridora. ¿Por qué has querido mostrar esta imagen aberrada de la relación materno-filial?

Con ‘La piedad’ quiero decir que los maricones tenemos que dejar de idealizar y de fascinarnos por las malvadas de Disney, de la madre terrorífica, porque, al final, lo que estamos haciendo es perpetuar la idea de la mujer malvada.No hay nada más lejos de mi intención. Yo no soy fan de las malvadas de Disney. Ni soy fan de las madres terroríficas ni tengo una madre terrorífica. Por eso, para mí era muy importante que en el proceso de esta película apareciesen otras figuras maternas, como es el personaje de Macarena Gómez, que, aunque era muy pequeño, era muy importante plantear que la mujer no ha venido a este planeta a ser madre, a traer a alguien al mundo. Evidentemente, hay muchas mujeres que quieren ser madres. Y eso está muy bien o muy mal, porque también hay que plantearse lo que significa traer un hijo al mundo.

Pero esta película habla, en concreto, de una mujer cis que decide ser madre y que tiene esa relación con ese hijo que tiene esa relación con esa madre. Una relación que está muy inspirada en mi vida y en mis historias personales, lo que no quiere decir que, como maricón, quiera perpetuar la imagen de la villana de Disney o de la madre terrorífica. Cada uno tenemos nuestras agendas y soy un aliado de la agenda feminista -yo también tengo mi agenda, que es la LGTBIQ+, y tengo muchas aliadas en el colectivo-, pero creo que hablamos de lo mismo. No tenemos que olvidar nunca que el que nos oprime es el hombre blanco hetero normativo. No nos oprime ni la mujer ni el colectivo LGTBIQ+.

P. Personalmente también siento una extraña fascinación por la iconografía de los Kim. Tengo incluso imágenes de ellos en la cocina, como he visto que tú también tienes. ¿Por qué es tan fascinante su imaginario?

Me gusta que me digas que en tu cocina tienes algo empapelado con las caras de los dictadores de Corea del Norte. Yo tengo retratos de Kim Jong Il y de Kim Il Sung, y piensan que por eso hago alegatos a favor. Pero no es así. Yo en mi baño tengo retratos de los Kennedy, dedales de la Familia Real… lo que no quiere decir que yo esté a favor de nada. Yo amo el kitsch, la estética y el esperpento, y saco lo artístico de lo negativo y del esperpento. Todas las interpretaciones que se hagan aparte son otras que no tengo que ver con lo que yo intento.

placeholder Eduardo Casanova (c) posa con los actores Macarena Gómez (i), Manel Llunell (2i), Ana Polvorosa (2d) y Songa Park (d). EFE/ Alejandro García
Eduardo Casanova (c) posa con los actores Macarena Gómez (i), Manel Llunell (2i), Ana Polvorosa (2d) y Songa Park (d). EFE/ Alejandro García

P. ¿Crees que, precisamente, la estética naíf y kitsch del régimen norcoreano ha sido su mayor valor para su supervivencia?

Me parece que era de cajón que, si yo hablaba de un régimen que fuera terrorífico, hablase de uno que estéticamente es precioso. Eso es innegable. La belleza existe más allá de lo terrible. Va mucho con mi universo y con mis otros trabajos como realizador. Un mundo aparentemente precioso en el que ocurren cosas horribles. De cajón tenía que ser ese país.

Yo publiqué un libro, que es ‘Márgenes’, que considero que fue un ensayo para hacer esta película. Habla del salto del rosa al negro, de la oscuridad, del hilo que une tres figuras: la de la mujer que quiere ser madre y decide crear algo a su imagen y semejanza para, desde la naturaleza humana, perpetuar la especie y perpetuar su ADN, lo que me parece que tiene mucho que ver con un dictador como Kim Jong Il, que quería dirigir cine, y que acaba dirigiendo un país y perpetuando un discurso y una posición una vez muerto. La tercera figura es la del director o directora de cine que hace una película para hablar de todo esto y quedarse en el mundo una vez se muera. Creo que a estas tres figuras les une el miedo a la muerte y la necesidad de quedarse una vez que todo esto, que no tiene sentido, acabe.

P. En 'La piedad' hablas de la imposibilidad de un chico de disfrutar de la libertad después de haber estado encerrado con su madre. Lo comparas con el síndrome de Estocolmo de los norcoreanos. En España también tenemos fresca la dictadura. Después de 40 años, ¿nos hemos destetado ya?

Acabo de volver de Austin, Texas, del festival. Y me ha sorprendido mucho que el país que más abanderado es de la libertad, como es Estados Unidos, ver la cantidad de hombres y mujeres negros sin techo, muchos con enfermedades mentales, en las calles. La cantidad de hombres blancos cis con armas por la calle. Me ha sorprendido ver cómo en el Estado de Texas es ilegal el aborto, incluso si es una violación o un incesto. Me ha sorprendido verlo en el país que se supone que es el más democrático. El país con más libertades, por antonomasia. Y me ha llevado a pensar que, en realidad, la libertad no existe en ningún lugar del mundo. No vivimos en espacios de libertad. En algunos lugares es más evidente, en otros menos. Pero la libertad, como tal, no existe. Y la opresión es algo a lo que estamos siempre sometidos. Es algo que al hombre blanco heterosexual le cuesta más ver que a las personas LGTBIQ+ o a las mujeres.

Con esto que he dicho de Estados Unidos no quiero decir que Corea del Norte no sea una dictadura. Quiero decir que todo es una dictadura. Además, todo es una dictadura de aquí a que la humanidad se acabe. Y vamos a estar en constante lucha por una libertad que no existe. Y porque la libertad es un lugar en el que el ser humano no sabe vivir. ‘La piedad’ también habla de que vamos a estar siempre luchando por algo que no vamos a conseguir.

P. ¿Has tenido miedo de la reacción del régimen norcoreano?

R. Sí, tengo mucho miedo con esta película. Pero es algo con lo que hay que convivir. Sobre todo cuando haces este tipo de películas.

'La piedad' llega a Sitges tras su paso -con premio- por Karlovy Vary y el Fantastic Fest de Austin, en un giro sorprendente de la ruta que quizás Eduardo Casanova tenía preparado para su segundo largometraje. Sorprendente por inesperado. Porque Casanova, con sus cortometrajes y sus películas, se ha venido abriendo hueco en un margen poco agradecido, con un pie en la industria y otro en lo contestatario, con un ojo en el activismo y otro en la 'extravaganza' -ese género que aúna el vodevil, lo irreverente y lo festivo de forma libérrima. Casanova lleva ya años lidiando con el ojo del huracán, manejando el humor y la provocación que tanto enervan a quienes discuten su mera existencia, como cineasta, como cineasta español, como referente 'queer'.

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